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Saint-Exupéry, Antoine de (1900-1944).

Narrador, periodista y aviador francés, nacido en Lyon el 9 de junio de 1900 y fallecido en las aguas del Mar Tirreno en el verano de 1944. Autor de una original producción narrativa en la que supo combinar la acción de sus experiencias aventureras con la reflexión y la sensibilidad propias de los valores humanísticos, ha pasado a la historia de las Letras universales merced a su exquisita fábula fantástica y sentimental Le petit prince, traducida como El principito (1943), considerada desde el mismo momento de su publicación como un clásico de la literatura infantil de todos los tiempos.

Nacido en el seno de una familia aristocrática venida a menos, tuvo una infancia difícil marcada por la prematura muerte de su padre (que falleció cuando el futuro escritor contaba cuatro años de edad) y por la rigurosa educación católica y tradicionalista que recibió en su hogar. Poco dado al estudio, huyó de la monotonía escolar y familiar en 1919, cuando marchó a cumplir su servicio militar en la aviación de Estrasburgo. Allí experimentó de nuevo ese placer de volar que había descubierto a los doce años, cuando tuvo ocasión de viajar en una aeronave guiada por el famoso piloto Védrines; placer de volar que pronto se convirtió para el joven triste y solitario que era, por aquel entonces, Antoine de Saint-Exupéry en una puerta abierta hacia la conquista de la libertad y en una respuesta para la constante búsqueda de su propia identidad.

Licenciado como piloto militar en 1921, tras haber prestado varios servicios al ejército decidió, en 1926, convertirse en piloto civil de la compañía de aviación Latécoère, de Toulouse, donde fue contratado como piloto de línea. Tuvo ocasión, así, de realizar numerosos vuelos intercontinentales que, a medio camino entre sus exigencias laborales y sus ansias de aventura, contribuyeron a forjar en él un espíritu abierto a la continua reflexión acerca del ser humano y sus relaciones con el mundo en que habita. Aquel mismo año entabló amistad con Jean Prevost, de la revista literaria Navire d'argent, quien le invitó a publicar en estas páginas su novela breve titulada L'aviateur (El aviador, 1926), un relato de carácter autobiográfico en el que Saint-Exupéry volcó algunas de sus experiencias e inquietudes en la figura de un piloto que, como le ocurría al propio autor, se deprimía cuando no tenía ocasión de volar.

Alentado por la buena acogida que recibió esta opera prima entre sus compañeros, al cabo de dos años volvió a los anaqueles de las librerías con una segunda entrega narrativa que, bajo el título de Courrier Sud (Correo Sur, 1928), constituyó su definitiva consolidación como uno de los novelistas más audaces y originales de la literatura francesa contemporánea. En esta obra (basada en su experiencia como director de la Compañía Aeropostal Argentina y en sus esfuerzos por crear la línea aérea de la Patagonia, que uniría Buenos Aires con Punta Arenas), Antoine de Saint-Exupéry planteaba la necesidad de superar la monotonía cotidiana por medio de la tensión emocional y las dudas morales que surgen en medio de la aventura.

Tres años después, el ya elogiado novelista volvió a reclamar la ética de la acción a través de su tercera narración, Vol de nuit (Vuelo nocturno, 1931), obra que, prologada por André Gide -a la sazón, una de las figuras cimeras del panorama intelectual francés- y galardonada con el prestigioso premio "Fémina", estaba inspirada en el accidente sufrido por un compañero de trabajo y en los vuelos nocturnos que el escritor de Lyon realizaba, por aquel tiempo, entre Río de Janeiro y Buenos Aires. Aquel mismo, Antoine de Saint-Exupéry contrajo nupcias con Consuelo Suncin.

En 1934, después de haberse incorporado al servicio de propaganda de la compañía "Air France" y haber realizado una importante misión en Saigón, comenzó a ejercer sus primeras funciones periodísticas, que habrían de llevarle, en calidad de corresponsal, a España (donde cubrió la información de la Guerra Civil) y a la Unión Soviética. Un año después, la añoranza de los vuelos le impulsó a intentar batir el récord de velocidad en la travesía aérea París-Saigón a bordo de un Simoun, tentativa que se vio frustrada cuando su avión chocó con la cumbre de una meseta en Libia y tuvo que realizar un aterrizaje forzoso en pleno desierto del Sáhara, donde el autor fue hallado por una tribu de beduinos al cabo de cinco días. Frutos de esta dramática y solitaria espera fueron su relato "Aterrizaje forzoso en el desierto" (difundido después como emisión radiofónica) y, al parecer, también los primeros vislumbres de la figura literaria del "pequeño príncipe" (no hay que olvidar que el protagonista de su más célebre novela, cuando llega a la tierra procedente de su lejano planeta, cae precisamente en el desierto); además, de esta terrible experiencia en las arenas del Sáhara surgieron también las reflexiones que habrían de quedar estampadas en las páginas de su siguiente novela.

Pero este grave percance, lejos de quitarle las ganas de volar, le sirvió de acicate para seguir buscando el éxito en nuevas aventuras aéreas. En 1937, cuando el animoso piloto disputaba el raid Nueva York-Tierra de Fuego, se estrelló en tierras guatemaltecas y salvó la vida por puro milagro. Se abrió, entonces, en su agitada vida de acción un lento compás de espera que, impuesto por la larga convalecencia, le permitió concentrarse en la redacción de su cuarta novela, publicada a finales de los años treinta bajo el título de Terre des hommes (Tierra de hombres, 1939). Cada vez más tocado por un halo de misticismo que le llevaba a rechazar las formas de vida y los valores morales de la civilización occidental contemporánea, en esta nueva entrega narrativa Saint-Exupéry contrapuso los excesos políticos e ideológicos de la moderna sociedad industrial a los valores "eternos" del ser humano, que él cifraba principalmente en el espíritu de sacrificio, la amistad y el honor. Junto al relato de sus experiencias en el aire (sus gozos, sus temores, sus ataques de taquicardia en pleno vuelo o sus ya frecuentes catástrofes), Saint-Exupéry vertió también en estas páginas algunas de sus más hondas y poéticas reflexiones acerca del ser humano: "En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré ya nunca de tu rostro. Tú eres ya el Hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez. Nunca fijaste la mirada para examinarnos, y sin embargo nos reconociste. Eres el hermano bien amado. Y a mi vez yo te reconoceré en todos los hombres. Te me apareces bañado de nobleza y benevolencia, gran señor que posee el privilegio de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos, en ti marchan hacia mí y yo no tengo ya un solo enemigo en el mundo". La alta calidad literaria de este relato mereció el reconocimiento de la Academia Francesa, que lo distinguió con su prestigioso "Gran Prix du Roman" ("Gran Premio de Novela").

El estallido de la Segunda Guerra Mundial reclamó de nuevo sus servicios militares, por lo que se enroló en una unidad de reconocimiento de Saint-Dizier y tomó parte en varias misiones que se interrumpieron bruscamente con la trágica derrota de la aviación francesa. En 1941, después del armisticio, Antoine de Saint-Exupéry marchó a los Estados Unidos de América y se instaló en Nueva York, donde relató sus recientes fracasos militares en una quinta entrega narrativa titulada Pilot de guerre (Piloto de Guerra, 1942), obra en la que cobró una singular relevancia su recuperación de la religiosidad católica que le habían inculcado en su niñez y juventud.

La aparición de Le petit prince (El principito, 1943), su sexta novela, dedicada a su amigo León Werth (que había sido capturado en la Francia ocupada por los nazis), convirtió de inmediato a Sain-Exupéry en uno de los escritores más célebres de la literatura universal contemporánea. La novela, disfrazada bajo la apariencia externa de un cuento para niños, lleva implícita en su sobria y poética escritura una bellísima fábula moral acerca del dolor que produce la pérdida de la infancia y la frustración derivada del brusco choque con el mundo de los adultos, siempre condicionado por unos valores morales y unas pautas de comportamiento que no son del agrado del pequeño príncipe extraterrestre ni del aviador con el que se encuentra en el desierto. Ilustrada por los sencillos y delicados dibujos que pergeñó el autor para apoyar el contenido de su obra, Le petit prince se conforma como una agridulce alegoría nostálgica que desbarata, con la brusca irrupción del tiempo presente, los dominios eternos y atemporales de la infancia.

Aún en plena guerra mundial apareció la sexta narración de Saint-Exupéry, Lettre à un otage (Carta a un rehén, 1944), escrita también desde el exilio norteamericano y concebida, junto a la ya citada novela Piloto de guerra, como un firme alegato contra el nazismo y, en general, contra cualquier forma de poder totalitario nacida de las ideología contemporáneas (entre ellas, también el comunismo). La novela, muy breve, se presenta como el mensaje dramático -pero muy reflexivo y ponderado- de un exiliado francés que, desde su refugio en Lisboa, se dirige a un judío amigo suyo que ha quedado atrapado en la Francia ocupada. El avión vuelve a ser uno de los protagonistas de la obra, una "herramienta [que] entrevera al hombre con todos los viejos problemas", le permite "descubrir el auténtico rostro de la tierra" y lo sumerge "directamente en el corazón del misterio". No deja de ser curioso que este deslumbramiento ante la máquina, que bien podría haber acercado a Saint-Exupéry a la estética y el pensamiento de los futuristas, se convierte, en la pluma del autor de Lyon, en un instrumento imprescindible para profundizar en el descubrimiento de la auténtica condición humana. Por lo demás, la Carta a un rehén -cuyos valores educativos fueron elogiados, desde su exilio mexicano, por el poeta y ensayista madrileño Francisco Giner de los Ríos- cuestiona la legitimidad de todas las ideologías ("La verdad de ayer está muerta; la de hoy, aún por edificar [...]. Cada uno de nosotros sólo posee una parcela de la verdad") y se pregunta por el sentido que, a esas alturas de la Historia, puede tener la lucha por la recuperación de un territorio (Francia) que está constando el sacrificio de tantas vidas humanas. En palabras del escritor español Juan Bonilla, "sus conclusiones son un himno laico y abrumado de sensatez, muy recomendable para todo nacionalista que confunda aún el ombligo del mundo con su propio ombligo y el comienzo de la Historia de la Humanidad con la hora en que se construyó su nación". Al mismo tiempo, era ostensible en él un distanciamiento del gaullismo militante, ya que temía, con buenas razones, que la postguerra se edificara no sobre la reconciliación, sino sobre la autocomplacencia nacionalista.

Unos meses antes de la publicación de Carta a un rehén, Antoine de Saint-Exupéry había reemprendido su actividad como piloto militar, con tan renovadas ansias por ponerse de nuevo a los mandos de un avión, que consiguió que las cinco misiones que inicialmente se le habían encomendado se convirtieran en ocho despegues. El día 31 de julio de 1944, después de que su grupo de operaciones hubiera sido trasladado a la base de Borgo, en la isla francesa de Córcega, para que realizase desde allí diferentes vuelos de reconocimiento sobre el mar Tirreno, Antoine de Saint-Exupéry realizó el último despegue de su vida. Su avión (un Lightning P-38 que, a la sazón, pasaba por ser uno de los modelos más veloces de la aviación mundial) fue abatido por pilotos alemanes frente a las costas francesas, en un punto que no pudo ser determinado hasta 1998. Jamás pudieron ser recuperados los restos mortales del escritor de Lyon. En abril de 2004 aparecieron algunos restos del avión siniestrado, lo que confirmó el lugar del fatal desenlace, frente a las costas de Marsella.

Cuatro años después de su muerte vio la luz el volumen titulado Citadelle (Ciudadela, 1948), una recopilación de las meditaciones que Saint-Exupéry había ido poniendo por escrito desde 1936 hasta el momento de su trágica desaparición. También en 1948, entre las páginas del suplemento cultural "Le Figaro littéraire", vio la luz la Lettre au general X (Carta al general X), último texto del escritor de Lyon, redactado pocos días antes de su fatal derribo. En ella indicaba: "Odio mi época con todas mis fuerzas... el hombre muere en ella de sed". A comienzos de la década de los años sesenta aparecieron nuevos escritos inéditos de Antoine Saint-Exupéry, publicados bajo el título de Carnets (Apuntes, 1961).

Véase Francia: Literatura.

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.