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HistoriaReligiónBiografía

Rodríguez de Fonseca, Juan (1451-1524).

Religioso español, uno de los primeros obispos de las sedes americanas, nacido en Toro (Zamora) en 1451 y fallecido en Burgos en 1524. A lo largo de su dilatada carrera eclesiástica dio muestras de ser un prelado preocupado por el devenir de la Iglesia en su época, pero también de ser un tanto inflexible y fanático. Gran amigo del inquisidor Torquemada, los Reyes Católicos (véase Fernando e Isabel) encargaron a Rodríguez de Fonseca la elaboración del organigrama eclesiástico en el Nuevo Mundo, después del descubrimiento de Cristóbal Colón, con quien el prelado mantuvo también muchas polémicas y discusiones.

Actividad eclesiástica y diplomática

Rodríguez de Fonseca nació en el seno de una familia noble, los Fonseca, de origen portugués, una más de las muchas familias lusas establecidas en Castilla desde el siglo XIV. Es posible que fuese hijo ilegítimo, de ahí su rápida inclinación a la carrera eclesiástica, aunque la mayor parte de los datos referentes a su infancia y a sus estudios es desconocida. Estaba emparentado con Alonso de Fonseca el Viejo, obispo de Sevilla, y también con Alonso de Fonseca el Joven, obispo de Santiago, otros dos prelados de importancia en el siglo XV castellano. Es bastante posible que estudiase en la universidad de Salamanca, pues durante su época de prelado mantuvo contactos con el gran humanista Elio de Nebrija, al que veneraba como su maestro. En cualquier caso, el personaje que más influyó en la educación y conocimientos adquiridos por Rodríguez de Fonseca fue fray Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel y obispo de Granada. Aunque de nuevo las noticias son muy confusas, parece ser que Rodríguez de Fonseca había sido uno de los escasos partidarios de Isabel la Católica en Toro, su ciudad natal, y que el entonces estudiante había entrado al servicio de la reina, quien, como recompensa, lo encomendó a fray Hernando para que le educase en el sacerdocio y en el humanismo.

A partir de 1492, cuando figuraba como capellán real de la casa y corte de la Reina Católica, se dio el pistoletazo de salida a una de las carreras eclesiásticas más extraordinarias de la Castilla de entre siglos. Entre 1492 y 1493 (año en que recibió las órdenes sagradas) fue, sucesivamente, arcediano de Olmedo, Ávila y Sevilla, canónigo y deán de la catedral de Sevilla, para ocupar, en 1494, el obispado de Badajoz. En 1497, a instancias de Hernando de Talavera, fue uno de los embajadores que viajaron a Borgoña para tratar el doble matrimonio entre Felipe el Hermoso y Margarita de Austria, hijos del emperador alemán Maximiliano, con el príncipe Juan y la princesa Juana, hijos de los Reyes Católicos. El buen puerto a que llegaron estas negociaciones posiblemente fuese la razón de que, en 1499, Isabel y Fernando le promoviesen al obispado de Córdoba. Para esta época, Rodríguez de Fonseca se había consolidado como uno de los hombres de confianza, en lo político y en lo religioso, de los monarcas hispanos.

En 1501 el obispo de Córdoba volvió a viajar con una misión diplomática acompañando a la infanta Catalina, posterior esposa de Enrique VIII hacia Inglaterra, donde ésta iba a contraer matrimonio con el príncipe Arturo de Gales, primogénito de Enrique VII y heredero del trono británico. Este nuevo éxito le sirvió al prelado para abandonar la diócesis andaluza y regresar a su Castilla natal, al ser nombrado obispo de Palencia en 1505. En este nuevo destino eclesiástico, Rodríguez de Fonseca se revelaría como un gran mecenas artístico: embelleció la catedral palentina con el trascoro renacentista, que puede verse todavía en la ciudad castellana, donde también se hallan tanto el tríptico como el retrato del obispo, encargado por él mismo en Flandes en el transcurso de sus viajes. En el plano de su carrera eclesiástica, también fue arzobispo de Rossano (Nápoles) en 1511, así como obispo de Burgos, desde 1514 hasta su muerte, acontecida en 1524. Al frente de la diócesis burgalesa, Rodríguez de Fonseca continuó con su labor de mecenas artístico, pues no en vano se deben a su intervención y sufragio económico dos de las piezas magistrales de la catedral de Burgos: la puerta de la Pellejería, una joya del estilo plateresco, así como la Escalera Dorada. A pesar de ello, desde hacía ya algunos años el prelado había abandonado los círculos religiosos, diplomáticos y políticos interiores para encargarse, siempre con la anuencia de los Reyes Católicos, de la organización eclesiástica y de otros aspectos espirituales derivados de la intervención castellana en el Nuevo Continente.

Rodríguez de Fonseca y América

Las dotes organizativas y de mando del entonces deán sevillano, puesto que ocupaba nuestro prelado, así como la confianza depositada en él por Talavera y Torquemada (entre otros), hicieron posible que en mayo de 1493 la reina Isabel le encargase los pormenores y preparativos de la segunda expedición de Colón a América. En apenas cuatro meses, el prelado dispuso todo correctamente para que el 25 de septiembre el almirante Colón zarpase desde Cádiz al mando de una impresionante flota de 17 buques y algo más de 1.500 hombres, entre tripulantes y pasajeros. Algunos de los capitanes que viajaron en esta travesía, y a los que siempre protegió Rodríguez de Fonseca, fueron Juan de la Cosa, Ponce de León y Alonso de Ojeda. A partir de 1495, además, el deán sevillano figuró en la nómina personal de la Reina Católica como asesor en materias relacionadas con el Nuevo Mundo.

A pesar de esta eficiencia organizativa, entre Rodríguez de Fonseca y Colón comenzaron a surgir problemas. Habitualmente se tiene por veraz la anécdota cortesana protagonizada por el rey Fernando el Católico, el prelado y el almirante, en la que los dos primeros, mientras que jugaban una partida de ajedrez, estaban siendo importunados por Colón y sus planes sobre América. Rodríguez de Fonseca, ante las palabras de Colón, tildó su empresa de visionaria, lo que al parecer fue el origen de las desavenencias. Anécdotas al margen, los problemas vinieron derivados del diferente concepto que ambos personajes tenían sobre el modo de organizar el nuevo territorio. Para el almirante, hasta los más ínfimos detalles debían pasar por sus manos, compartiendo, en esencia, el protagonismo con la monarquía; para el prelado, en cambio, la labor de la monarquía, y de quienes en su nombre actuaban, era incontestable, dado que la competencia de los reyes en los asuntos americanos debía ser total, sin injerencias de ningún tipo.

El enfrentamiento entre almirante y prelado llegó a ser insostenible, pues cada uno procuraba de cualquier manera la caída en desgracia del otro. El tercer viaje colombino fue una muestra de ello, ya que tardó muchísimo tiempo en ponerse en marcha por estas mismas desavenencias, entre 1498 y 1499. El fracaso del método colonizador de Colón y su destitución como virrey en 1500 parecieron otorgar la victoria a Rodríguez de Fonseca, quien desde ese mismo instante se volcó en llevar a la práctica sus ideas teóricas sobre el gobierno de América y la organización eclesiástica del Nuevo Continente. Ya en 1499 había quebrado los privilegios colombinos al obtener la libre navegación hacia América bajo autorización del rey, es decir, sin intervención directa de Colón, pero su labor más eficaz y destacada fue la creación de la Casa de Contratación de Sevilla (1503). Su posición de preeminencia en este organismo fue mucho más visible después de la muerte de Isabel la Católica (1504), ya que el rey Fernando delegó en Rodríguez de Fonseca prácticamente todos los asuntos relacionados con América, tamizados por la Casa de Contratación. El prelado, desde estos primeros tiempos al frente de los asuntos indianos, contó con la colaboración de dos intrigantes personajes, funcionarios que, como él, se enriquecerían notablemente con la administración colonial: Lope Conchillos y Francisco de los Cobos, fieles escuderos de la política intervencionista del entonces obispo de Palencia.

La Secretaría de Indias

Todo el perfil político y organizativo del prelado con respecto a América se proyectó en la febril actividad conciliar y asamblearia efectuada desde entonces: las juntas de Navegantes de Toro (1505) y Burgos (1508), convocadas bajo su tutela, contribuyeron a diseñar el nuevo proyecto colonizador y gubernativo de la monarquía hispánica, visible principalmente en las nuevas gobernaciones americanas, Darién y Castilla del Oro, creadas por el prelado sin el visto bueno colombino, cuestión que le enfrentó con Diego Colón, hijo del almirante. En ambas reuniones, Rodríguez de Fonseca había colocado a sus hombres de confianza, como Alonso de Ojeda, al frente de las gobernaciones americanas, lo que le daba una insólita posición de poder. A su vez, en el año 1511 convocó el primer gran concilio de Indias, con el objetivo de reorganizar esta colonización en términos religiosos. Allí chocó también con el padre Bartolomé de las Casas, totalmente contrario a la colonización obsesiva y pendiente de defender los derechos indígenas; de igual modo, Hernán Cortés, otro de los grandes protagonistas de la época, se enfrentó abiertamente a Rodríguez de Fonseca, ya que, según el navegante extremeño, todos los planteamientos efectuados desde la Casa de Contratación no hacían sino entorpecer el avance de las exploraciones y conquistas. En el fondo de la cuestión, subyacía el problema económico: Rodríguez de Fonseca, sin haber puesto pie sobre la tierra americana, estaba enriqueciéndose sobremanera por los repartimientos y distribuciones realizadas en la Casa de Contratación. Diego Colón, Hernán Cortés y, por motivos espirituales, el padre De las Casas, no iban a permitírselo por más tiempo.

Aunque la tensión era latente, mucho más después de la muerte del Rey Católico (1516), el gran valedor de Rodríguez de Fonseca, la mediación del cardenal Adriano de Utrecht, preceptor de Carlos I, permitió cierto margen de maniobra al prelado, relevado de la Casa de Contratación por las quejas del padre De las Casas. El regente del reino, el cardenal Torquemada, prefirió que un canciller borgoñón, Jean le Sauvage, se encargara de los asuntos indianos, lo que significó un parón de dos años en la influencia de Rodríguez de Fonseca.

Tras la muerte de Le Sauvage, el protagonismo del prelado volvió a retomarse, pues sustituyó en 1519 a Lope de Conchillos como presidente de la Secretaría de Indias, organismo que, andando el tiempo, se convertiría en el Consejo de Indias. De nuevo en el poder, el obispo de Burgos no dudó en intentar sacar provecho de la situación, para lo que envió a diversos hombres de su confianza (espías, podríamos decir), como Rodrigo de Albornoz, a controlar las expediciones de Hernán Cortés. Esta fue la gota que colmó el vaso del capitán español, quien, junto al prelado De las Casas, no cejó en el empeño de que Rodríguez de Fonseca fuese destituido como presidente de la Secretaría de Indias, logro que, mediante críticas y enfrentamientos soterrados, ambos lograron en 1521. El veterano prelado, convencido de que ya nada podría hacer, se retiró a su sede diocesana de Burgos, donde residió hasta su muerte, en 1524. En esta última fase de su vida volvió a ejercer de mecenas, esta vez en su ciudad natal, en Toro, donde financió la construcción del Hospital de la Cruz.

Temas relacionados

  • Descubrimiento de América.

  • Viajes Colombinos.

  • España, Historia de (08): 1470-1558.

  • América colonial.

Bibliografía

  • FITA, F. "Órdenes sagradas de Juan Rodríguez de Fonseca, arcediano de Sevilla y de Ávila, en 1493", en Boletín de la Real Academia de la Historia, XX (1891), pp. 143-198.

  • SAGARRA GAMAZO, A. "Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Palencia", en Actas del II Congreso de Historia de Palencia, Palencia, 1990, t. IV, pp. 489-500.

  • SAGARRA GAMAZO, A. "La formación política de Juan Rodríguez de Fonseca", en Congreso de Historia del Descubrimiento, Madrid, 1992, t. I, pp. 611-643.

  • TERESA LEÓN, T. "El obispo don Juan Rodríguez de Fonseca, diplomático, mecenas y ministro de Indias", en Hispania Sacra, 1960, pp. 251-329.

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez