Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona (1113-1162).
Conde de Barcelona, Gerona, Ausona, Besalú y Cerdaña desde el año 1131 al 1162, y príncipe de Aragón y conde de Ribagorza desde el año 1137 al 1162; nacido en la localidad del Bosgo a finales del año 1113, y muerto en San Dalmacio (Génova) el 6 de agosto del año 1162. Hijo de Ramón Berenguer III y de doña Dulce de Provenza, bajo su gobierno tuvo lugar la reconquista de los últimos territorios catalanes que aún estaban en manos de los musulmanes, y además se unió el condado catalán con la corona de Aragón, circunstancia ésta llevada a cabo gracias a su matrimonio con la princesa aragonesa Petronila, única hija y heredera del rey aragonés Ramiro II el Monje.
Ramón Berenguer IV sucedió a su padre en el año 1131, cuando tan sólo contaba con diecisiete años de edad, lo que no impidió que mostrara una gran capacidad y madurez a la hora de tomar las riendas de gobierno del condado, gracias, sobre todo, al acertado asesoramiento de su equipo de consejeros, encabezado por San Olegario, obispo de Barcelona. Nada más hacerse cargo del gobierno del condado, Ramón Berenguer IV tuvo oportunidad de demostrar sus excelentes dotes como gobernante y su acertada visión política a largo plazo en el problema sucesorio surgido en la corona de Aragón. Tras la muerte del rey aragonés Alfonso I el Batallador en el año 1134, subió al trono aragonés su hermano Ramiro II el Monje, quien falleció tres años más tarde, en el 1137, dejando como único heredero al trono a una hija recién nacida. La precaria situación del reino aragonés fue aprovechada de inmediato por el monarca castellano-leonés, Alfonso VII, quien se anexionó todos los territorios que pudo en la parte occidental de Navarra, amenazando seriamente las fronteras aragonesas y catalanas.
Ramiro II se percató enseguida de las grandes cualidades del joven conde catalán, por lo que inició una serie de contactos con Ramón Berenguer IV para atraerse su alianza. El monarca aragonés fue ayudado en las conversaciones por diversos personajes relevantes del condado, afincados en la corte aragonesa, como Ermengol VI de Urgel, Arnan Mirs de Pallars y Guillem Ramón IV de Montcada.
Finalmente, antes de morir, Ramiro II pudo concertar el matrimonio de su hija Petronila con el prometedor conde barcelonés, llevado a cabo en la localidad de Barbastro, en agosto del año 1137, consiguiéndose así la unión de las dos casas dinásticas. Dicha unión no impidió que ambas entidades mantuvieran sus propias instituciones e idiosincrasia. Ramón Berenguer IV heredó el título de rey de Aragón, pero nunca lo usó, aún teniendo todo el derecho a hacerlo, ya que prefirió el título de príncipe, evitando así despertar posibles susceptibilidades dentro de la poderosa y cerrada nobleza aragonesa. Con título del rey o sin él, lo cierto es que Ramón Berenguer IV se comportó como un auténtico soberano, dinámico, con una gran proyección política sobre sus estados y con ganas de llevarla a cabo.
Su primera acción, ya como príncipe de Aragón, fue la de solventar las grandes diferencias fronterizas que se venían produciendo desde muy antiguo entre los reinos de Castilla-León y Aragón. El rey castellano-leonés, Alfonso VII, reclamó sus pretensiones sobre la ciudad de Zaragoza en virtud de un antiguo compromiso vasallático firmado con el rey moro de la ciudad, Beni-Hud. Por el tratado de Carrión, firmado el 2 de febrero del año 1140, Ramón Berenguer IV obtuvo la retirada de las tropas castellanoleonesas de la ciudad y el reconocimiento de su autoridad sobre ésta a cambio de su entrada en vasallaje hacia Alfonso VII. Ambos soberanos también concertaron el reparto entre ambos reinos de todas las futuras tierras conquistadas al Islam, confirmado más tarde con el tratado de Tudillén, del año 1151. El tratado de Carrión fue reafirmado con el matrimonio de la hija de Ramón Berenguer IV, doña Berenguela, con el monarca castellano-leonés.
Otro asunto importante que tuvo que resolver Ramón Berenguer IV fue la disposición testamentaria que realizó Alfonso I el Batallador, quien al morir dejó todo su reino a las órdenes militares del Santo Sepulcro, del Hospital y del Temple. Tras un largo período repleto de conversaciones, finalmente, en el año 1143, pudo convencer a las tres órdenes para que declarasen nulo el testamento del monarca aragonés, aunque hasta el año 1158, el papa Adriano IV no aceptó los hechos consumados, a cambio de que Ramón Berenguer IV se declarase vasallo de la Santa Sede.
Solucionados sus problemas internos, Ramón Berenguer IV volvió su mirada hacia los territorios provenzales de su hermano Berenguer Ramón, al que ayudó en su lucha para aplacar varias revueltas nobiliarias y para frenar los deseos expansionistas del conde de Toulouse y del propio emperador alemán, Federico I Barbarroja, quien también tenía intereses territoriales en la zona. Al morir su hermano, en el año 1144, Ramón Berenguer IV se hizo cargo, temporalmente, de los asuntos provenzales debido a la minoría de edad de su sobrino Ramón Berenguer III de Provenza. El príncipe aragonés volvió a demostrar su gran habilidad diplomática consiguiendo contrarrestar todas las fuerzas enemigas después de firmar varios tratados de alianza con Trancavell de Béziers, Ermengarda de Narbona, Guillermo de Montpellier y con el rey Enrique II de Inglaterra, que le prestó una valiosa ayuda en el asedio a Toulouse, en el año 1159. Tras esta brillante victoria diplomática y militar, Ramón Berenguer IV consiguió que toda la nobleza provenzal reconociera su autoridad, y por extensión, la de su sobrino, el futuro conde de Provenza Ramón Berenguer III.
En el año 1147, como consecuencia del anterior juramento de vasallaje que firmó en favor del rey castellano-leonés, Ramón Berenguer IV participó activamente en el asedio que Alfonso VII llevó a cabo contra la ciudad de Almería, en posesión de las fuerzas musulmanas, la cual acabó cayendo el 17 de octubre del mismo año. Antes de partir hacia Almería, Ramón Berenguer IV firmó varios tratados de colaboración con los genoveses y los templarios para, una vez finalizado el asedio a Almería, reiniciar la reconquista en tierras catalono-aragonesas.
Así pues, el 31 de diciembre del año 1148, Ramón Berenguer IV reconquistó la deseada ciudad de Tortosa para, inmediatamente después, iniciar el ataque simultáneo sobre Lérida y Fraga, con el concurso de los condes de Urgel, Ampurias y Pallars. Tras una larga y fatigosa campaña, las dos poblaciones se entregaron al príncipe aragonés el 24 de octubre del año 1149. A finales de ese mismo año, las fuerzas musulmanas abandonaron la población de Mequinenza, acción con la que se dio por finalizado el antiguo reino musulmán de Lérida. Las conquistas posteriores de Miraret, Prades y Siurana, llevadas a cabo en el año 1153, dieron por concluida la presencia musulmana en Cataluña y aumentaron el prestigio de la naciente monarquía catalano-aragonesa, con lo que Ramón Berenguer IV alcanzó su culmen político.
En el año 1151, Alfonso VII y Ramón Berenguer IV volvieron a reunirse en la localidad de Tudillén para renovar el tratado firmado en Carrión, en el año 1140, por el que ambos monarcas se repartieron sus futuras conquistas sobre territorio navarro y musulmán. La corona de Aragón se reservó los derechos de conquista sobre Valencia, Denia y Murcia.
Como solución al problema repoblador provocado por la la gran extensión territorial de las conquistas alcanzada tras el impulso reconquistador, Ramón Berenguer IV desplegó una activa política demográfica, concediendo a un gran número de villas cartas pueblas para atraer pobladores, así como también apoyó materialmente a multitud de monasterios para que hicieran lo mismo.
Ramón Berenguer IV pasó los últimos años de su gobierno absorbido por los problemas provenientes de más allá de los Pirineos. No sólo tuvo que defender la autoridad de su sobrino en el condado provenzal, sino que también tuvo serios enfrentamientos con el emperador alemán Federico I Barbarroja, ya que éste albergaba serias pretensiones territoriales sobre la Provenza marítima. Ramón Berenguer IV, presionado por Federico I Barbarroja, firmó con éste un pacto de colaboración militar por el que Aragón se comprometió a ayudar al Imperio en su lucha contra el Papado además de reconocer como papa legítimo al prelado impuesto por el emperador, Víctor, y declararse vasallo del emperador, rompiendo la fidelidad vasallática que hizo anteriormente al Papado. Federico I Barbarroja, por su parte, reconoció la autoridad de su sobrino menor de edad, Ramón Berenguer III, sobre la Provenza marítima, al que casó con su nieta Riquilda, lo que puso fin al litigio entre Aragón y el Imperio. Antes de morir, Ramón Berenguer IV logró extender aún más su autoridad e influencia en el año 1154, después de que una dieta celebrada en Canfranc eligiera protector y gobernador del Béarn navarro.
La labor de Ramón Berenguer IV en el terreno religioso también fue destacada. Introdujo en la península el Císter, con la fundación del monasterio de Poblet, y su protección y patronazgo sobre el de Santes Creus. Fundó más de trescientas iglesias en los nuevos territorios reconquistados a los musulmanes. En el terreno cultural, Ramón Berenguer IV propició con su mecenazgo la aparición en Cataluña de los primeros trovadores nacionales.
Ramón Berenguer IV murió en la localidad de San Dalmacio, en el año 1162, cuando se dirigía hacia la corte imperial de Turín, para ratificar el juramento de vasallaje que realizara anteriormente con Federico I Barbarroja. Fue trasladado a Cataluña y enterrado en el monasterio de Poblet, que él mismo había mandado construir. Fue sucedido por su hijo Alfonso II, quien se hizo intitular como rey de Aragón.
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CHG.