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HistoriaLiteraturaBiografía

Plinio el Joven (61-115).

Escritor romano, de nombre Gayo Plinio Cecilio Segundo, nacido en el año 61 ó 62, en Como y muerto en Bitinia (Asia Menor, actualmente Turquia). Era hijo de un terrateniente de Como, localidad de la Galia Transpadana; posteriormente fue adoptado por su tío materno, el célebre Plinio el Viejo, quizás en su testamento. Tras pasar los primeros años en Como, Plinio se dirigió a Roma, donde fue discípulo de los célebres rétores Quintiliano y Nicetes Sacerdos y del filósofo Musonio. Dado el rango de su familia y su estrecha relación con Verginio Rufo, que había sido su tutor, Plinio inició la carrera senatorial. Al principio, Plinio ejerció como abogado, en primer lugar en el tribunal de los centumviros, donde se juzgaban algunos procesos civiles. Aquí recibió el cargo de decemvir stlitibus iudicandis; luego, sirvió un año como tribuno militar en el ejército en Siria, donde conoció al filósofo estoico Eufrates.

Aunque no se conoce con certeza la cronología de sus distintos cargos, se sabe que, a su regreso a Roma, Plinio presentó su candidatura a la cuestura y fue elegido cuestor (posiblemente en el año 87); a continuación fue tribuno de la plebe, seguramente entre los años 89-90 (según los cálculos de Mommsen, se hizo tribuno el 10 de diciembre del 91); después ejerció la pretura posiblemente en el 93; muy pronto fue encargado de la prefectura del erario del ejército (praefectus aerari militaris), cargo que ejerció bien en el 94-96 bien en el 95-97. Pero hubo de dejar ese cargo durante la persecución de Diocleciano contra el senado, que se inició con el proceso a Bebio Massa, amigo íntimo del emperador, acusado de malversación de fondos a su vuelta de Hispania. Cuando Nerva llegó al poder, Plinio fue nombrado praefectus aerarium Saturni, cargo en el que tuvo como colega a su amigo Julio Cornuto. Tras dos años de ejercicio, ya con Trajano como emperador, obtuvo el consulado y fue cónsul suffectus durante los meses de septiembre y octubre (año 100). Antes de marcharse a Bitinia como procónsul, Plinio estuvo al cargo del cuidado del lecho y orillas del Tíber y de las cloacas de la ciudad (cura alvei Tiberis et riparum et cloacarum urbis) durante los años 104-106; al mismo tiempo, fue nombrado augur en sustitución de Frontino. Por último, en el 111, Plinio se marchó por deseo expreso de Trajano a Bitinia con el fin de organizar mejor la provincia. De su gobierno sobre la provincia tenemos amplia documentación gracias a la correspondencia que mantuvo con el emperador. A partir de este momento perdemos toda noticia sobre Plinio, lo que hace suponer que éste murió mientras cumplía su misión en torno al 113. La carrera política y la vida de Plinio fueron muy similares a las de su amigo Cornelio Tácito: miembros ambos de influyentes familias, desempeñaron distintos cargos dentro de la administración civil del estado con una probada lealtad hacia los emperadores, que sólo eran suceptibles de crítica una vez muertos.

Obra

Como escritor, Plinio ha pasado a la historia de la literatura gracias a la publicación de sus nueve libros de epístolas. Frente al epistolario de Cicerón, que le sirvió de modelo, Plinio se encargó él mismo de dar a conocer sus cartas, por lo que antes de editarlas realizó una selección conforme a criterios literarios (epist. 1, 1). Se trata, por lo general, de cartas inscritas en el período comprendido entre los años 96/97-109, que se presentan solas o bien en grupos o series de dos o tres. Son además epístolas que Plinio intercambiaba con sus amigos, con quienes mantenía una correspondencia muy fluida. A estos nueve libros de cartas hay que añadir un décimo, formado por las misivas que Plinio cruzó con el emperador Trajano durante su estancia en Bitinia. Sin embargo, frente a lo que ocurría con los nueve libros anteriores, no es seguro que Plinio pensase en publicar estas epístolas de carácter oficial y poco trabajadas literariamente.

En cuanto a su contenido, las cartas son sumamente variadas: las hay desde simples epístolas sobre asuntos familiares y domésticos hasta verdaderos ensayos sobre literatura, política o historia. Un aspecto importante es que dentro de cada libro no se respeta en absoluto el orden cronológico sino que la disposición de las misivas obedece a un deseo de ofrecer variedad al lector. Dado el carácter especial de este epistolario, se ha discutido mucho acerca de la autenticidad de las cartas y muchos estudiosos han llegado a la conclusión de que cada una de ellas era una breve pieza literaria y, por lo tanto, no un verdadera carta escrita para ser enviada. Sin embargo, cada día son más los que piensan que nos hallamos ante un epistolario auténtico, con cartas que en su día fueron remitidas, pero que sufrieron transformaciones antes de ser publicadas de manera definitiva. Con Plinio descubrimos un nuevo género literario: la epístola, fiel reflejo de la intimidad y los pensamientos de un individuo. Cicerón había hecho algo parecido con su epistolario, que sí responde a un conjunto de cartas auténticas, pues él nunca llegó a publicarlas; sin embargo, con Plinio encontramos unas cartas que pretenden ser de principio a fin verdaderas piezas literarias, únicas e independientes, entendidas, en muchas ocasiones, como ejercicios preparatorios para acometer empresas de más altura literaria (el propio Plinio llegó a afirmar que la escritura de cartas ayudaba a la labor del historiador).

A través de sus cartas, Plinio quería ofrecernos múltiples detalles sobre su existencia, con lo que éstas se convierten en una especie de autobiografía pequeña y, por supuesto, muy caprichosa; en ellas, además, aborda numerosos temas en atención siempre a las expectativas de los destinatarios de las misivas, con lo que consigue no sólo retratarse a sí mismo sino también a sus amigos. Las epístolas son, pues, un espejo excelente en el que contemplar la vida de su autor y de su círculo de amistades, dentro de una preocupación muy propia de la literatura de finales del siglo I, atenta a elevar los temas cotidianos a la categoría de literarios. En este sentido, las cartas de Plinio no estarían muy alejadas en su función de los epigramas de Marcial o a las Silvas de Estacio, que a partir de pequeñas teselas son capaces de componer un magnífico mosaico. A todo ello hay que añadir que la carta permitía la inclusión de rasgos más personales e íntimos, por lo que se podía convertir en una especie de poema en prosa. A través de ellas, Plinio pudo hacer de su vida toda una fuente de inspiración literaria.

En lo referente al estilo de sus misivas, éstas dejan entrever muy a las claras la influencia de la retórica de sus días, con períodos intrincados y un perfecto equilibrio en las estructuras y las cláusulas. Claro está que esta influencia de la retórica se hace más visible en las cartas más largas y elaboradas, aquellas que parecen más cercanas a verdaderos discursos; al lado de ellas, hay también sencillos billetes que atienden tan sólo a la práctica epistolar más elemental.

Pero Plinio no sólo dedicó su ocio a la composición de misivas sino que también escribió poesía. Se trataba de una poesía ligera e insustancial, fruto de una moda entre las "gentes de buen gusto". Tenemos noticia de esta afición gracias a sus cartas y, sobre todo, gracias a la epístola 7, 4, en la que resume su dedicación a la bella musa: en ella nos cuenta que, a su regreso de Siria, durante una jornada de descanso en la isla de Icaria, compuso unos dísticos elegíacos. También escribió un poema en hexámetros y, ya de vuelta a Roma, experimentó con diversos metros y contenidos, llegando incluso a reunir un volumen con endecasílabos.
De todos modos, Plinio siempre deseó pasar a la posteridad como un nuevo Cicerón y, por ello, puso todo su empeño en destacar en el arte de la oratoria. Así, publicó algunos discursos como los que pronunció contra Publicio Certo en el senado. También publicó el discuso pronunciado para la inauguración de la biblioteca de Como. Esta preocupación por el arte de la oratoria se refleja en algunas de sus cartas, donde expone sus ideas sobre la importancia del discurso más como texto para ser leído que como una simple manifestación oral, lo que está en oposición con la práctica oratoria en la época de Cicerón. Pero la obra retórica más célebre de Plinio es su Panegírico, un encendido elogio del emperador Trajano y de su sistema de gobierno con profundas críticas hacia Domiciano. Con todo, el texto que conservamos es una versión ampliada del discurso que hubo de pronunciarse ante el emperador en el senado. El discurso presenta un estilo muy elaborado, florido en exceso y que pone de manifiesto las deudas contraídas con la retórica de Cicerón y, en especial, con su Pro Marco Marcello.

Plinio representa así el prototipo de romano cultivado con una honda preocupación por la literatura: si en su vida pública ejerció como abogado, no dejó de cultivar las bellas letras en privado con el fin de mejorar y depurar su estilo tal y como recomendara su maestro Quintiliano. Sus cartas demostraron además que dentro de la prosa era posible alcanzar los más variados estilos ofreciendo en ellas un lugar para la descripción, la narración y el comentario. En cuanto a su pensamiento, Plinio se muestra como un buen observador, interesado por distintas disciplinas como la geografía y los fenómenos naturales y contrario a todo intento de explicación mitológica y supersticiosa. Plinio tuvo en la Antigüedad una gran influencia; entre sus imitadores destacan Símaco, que también publicó nueve libros de epístolas, y Sidonio Apolinar; de hecho en estos autores tardíos encontramos un reconocimiento explicíto a su obra, que se convirtió en un medio excelente de imitar también de manera indirecta el legado epistolar de Cicerón.

Bibliografía

  • Ediciones:
    a) Epístolas: R. A. B. Mynors, Oxford, 1963; A.-M. Guillemin, Budé, París, 1927-1928;

  • b) Panegyricus: E. Baehrens, Teubner, 1874; M. Durry, Budé, 1959; R. A. B. Mynors, Oxford, 1964.

  • c) Obra completa: B. Radice, Loeb, 1969; M. Schuster (rev. R. Hanslik), Teubner, 1958.

Estudios:
H. Peter, Der Brief in der römischen Literatur, Leipzig, 1901; A.-M. Guillemin, Pline et la vie littéraire de son temps, París, 1929;; A. N. Sherwin-White, "Pliny, the man and his letters, Greece and Rome 16 (1969), págs. 76-90.

T. Jiménez Calvente.

Autor

  • TJC