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Ingeniería y tecnologíaMúsicaBiografía

Petrucci, Ottaviano de (1466-1539).

Impresor italiano nacido el 18 de junio de 1466 en la localidad italiana de Fossombrone y fallecido en la ciudad de Venecia el 7 de mayo de 1539.

Ottaviano de Petrucci procedía de una familia que había disfrutado de una cierta posición aristocrática pero que, llegado el momento de su nacimiento se encontraba considerablemente empobrecida. Aun así, el joven Ottaviano tuvo la posibilidad de recibir la educación que hubiera correspondido a un rango social más elevado gracias al patronazgo de Guidobaldo I, duque de Urbino. Urbino era, ya en la época del duque Guidobaldo, una corte abierta a las ideas del Humanismo, lo que la hacía figurar entre las más ilustradas de la Italia de su época. Sería así en este entorno cultivado en el que el libro se consideraba prácticamente como un objeto de culto donde Petrucci disfrutaría de la oportunidad de conocer las obras que editores como Aldo Manuzio imprimían en los talleres venecianos. Manuzio, al igual que otros impresores italianos de su época, se encontraba empeñado en una labor de perfeccionamiento de las técnicas de impresión mediante tipos móviles inventadas por los alemanes tan sólo unas décadas antes. Su ambición no solamente consistía en agilizar las tareas de impresión, sino también en sacar a la luz obras capaces de emular en elegancia a los inmensamente codiciados códices manuscritos.

La aplicación del método de impresión de música polifónica mediante tipos móviles.

A finales del siglo XV varios impresores habían inventado distintos métodos de edición de obras musicales, si bien resultaban en general rudimentarios y, cuando lo que se pretendía era la impresión de composiciones polifónicas, claramente defectuosos. En el año 1498, Petrucci solicitó del Dogo de Venecia la exclusiva del privilegio de impresión de canto figurato, es decir, de música notada según métodos que reflejaran la duración de los sonidos y, por extensión, de música polifónica (véase polifonía). En su solicitud, el futuro impresor afirmaba haber ideado un método por el que podría conseguir “lo que muchos, no solamente en Italia, sino también en otros lugares, habían intentado en vano durante mucho tiempo”. El método inventado por Petrucci coincidía con la imprenta de obras literarias en el hecho de servirse de tipos móviles, si bien se trataba de un procedimiento más complicado, ya que debía reflejar no solamente la altura y duración de los sonidos, sino también el texto que debía cantarse y, todo esto, haciendo coincidir las líneas musicales que componían el entramado polifónico a la vista del intérprete de tal manera que, con una mirada a la página, éste pudiera figurarse una imagen aproximada del aspecto total de la obra (apariencia de las diferentes líneas musicales, situación de las diferentes entradas, altura de cada voz en comparación con las demás, etc.). En las obras impresas por Petrucci, las diferentes voces o partes aparecían una a continuación de la otra, sin formar sistemas como en las modernas ediciones musicales. El impresor disponía el texto en correspondencia con los valores de las notas en el caso de la voz que aparecía al principio de la obra, mientras que para el resto de las partes solamente hacía figurar las primeras palabras de este texto al principio de la línea musical. En el caso de que la composición contara con varias estrofas, el texto correspondiente a cada una de ellas figuraba al pie de la página, con lo que correspondía al intérprete llevar a cabo la asociación de cada verso con su frase musical correspondiente.

El proceso de impresión resultaba ser bastante complicado en un principio, aunque más adelante llegó a simplificarse. El papel debía pasar tres veces por las planchas: la primera de ellas para la impresión de las líneas que servían de referencia a la escritura musical, la segunda para la impresión de los signos musicales (notas, claves, etc.) y la tercera para la impresión de los textos.

En el año 1501, salió a la luz la primera publicación del taller de Petrucci: su Harmonice Musices Odhecaton, un volumen compuesto de ciento tres folios cuyo título en griego se refería a las cerca de cien obras a tres y cuatro voces (concretamente noventa y seis) que contenía. Como resultaba habitual en los primeros tiempos de la edición impresa, el volumen se encontraba dedicado al patrón del impresor, el noble veneciano Girolamo Donato. Muchas de las composiciones que en él aparecían eran creaciones de los polifonistas franco-flamencos tan admirados entonces por los autores de música polifónica italianos. Las firmas correspondían a músicos como Heinrich Isaac, Josquin, Busnois, Compère, Agricola, Japart, van Ghizeghem, aunque el volumen contenía también obras de compositores italianos, españoles y alemanes. Seis años más tarde, en 1507, los talleres de Petrucci consiguieron un nuevo logro al publicar la primera edición impresa de una tablatura para laúd, una recopilación de transcripciones y obras originales del compositor Francesco Spinacino.

A estas obras siguieron varias colecciones de misas polifónicas firmadas por varios de los polifonistas de origen franco-flamenco más célebres de la época:Josquin Des Prés, Jean Mouton, Antoine Brumel, Heinrich (Henricus) Isaac, Jacob Obrecht. La difusión de la obra impresa de estos compositores, junto con la visita en los años sucesivos de varios de sus compatriotas a diversas ciudades italianas, con el objetivo de servir en diversos puestos de las capillas musicales de este territorio, permitió la difusión de la polifonía franco-flamenca entre toda una generación de futuros músicos que a lo largo de su carrera aprovecharían las enseñanzas que habían obtenido del estudio de estas obras en su juventud.

Aunque Petrucci había ido alcanzando el éxito en todas las empresas que se había propuesto, no sucedió lo mismo cuando intentó llevar a cabo ediciones de tablatura para órgano, una de las promesas que en 1513 le había hecho al papa León X a cambio del privilegio de imprimir en exclusiva música polifónica y partituras para teclado en los Estados Pontificios. El pontífice otorgó pues el privilegio a un impresor rival, Andrea Antico, quien años más tarde, ya en 1520, iba a terminar arrebatando también a Petrucci el privilegio de impresión que este último había ostentado durante años en Venecia.

El significado de la edición impresa en la Italia en la que Petrucci estableció su taller.

A finales del siglo XV y comienzos del XVI, Italia se encontraba en una época en la que el dominio de disciplinas como la filosofía, las matemáticas o la arquitectura, el conocimiento de las lenguas en las que se habían expresado los escritores clásicos de obras que poco a poco iban saliendo a la luz y, muy especialmente, la práctica de las artes, comenzaban a figurarse a los ojos de todos aquellos que se interesaban por la lectura y el estudio como características del hombre integral, del ser humano desarrollado en todas sus potencias y, por extensión, del cortesano perfecto: del noble por excelencia. Junto con este característico afán de las clases nobles por acceder al saber y, en casos como el de los diferentes duques de Urbino también por convertir sus cortes en foros abiertos a la recepción y discusión de las ideas humanistas, en diversas ciudades italianas se daba la circunstancia de que una burguesía cada día más próspera hacía todo lo posible por competir en riqueza y atributos con los miembros de la nobleza tradicional: si los nobles poseían libros, los burgueses adinerados adquirían libros; si aquéllos se rodeaban de pensadores y artistas y, en algunos casos, procuraban incluso compartir sus conocimientos, éstos buscaban la manera de refinarse e imitar al menos las formas de entretenimiento que practicaban las clases aristocráticas. En este ambiente en el que la posesión de libros se había convertido, por una parte, en un objeto de deseo y, por otra, en una marca de prestigio social, los talleres de los impresores alcanzaron pronto un nivel elevado de prosperidad.

En realidad, ya en la época en la que Ottaviano de Petrucci estableció su taller hacía tiempo que el libro se había convertido en algo diferente de lo que había sido en épocas anteriores: hasta entonces, los códices que guardaban los monjes en sus bibliotecas o atesoraban los arcones de algún noble cultivado resultaban ser en su mayoría ediciones lujosas y provistas de encuadernaciones demasiado pesadas como para permitir algo diferente de una lectura ocasional, lectura que, según los testimonios de la época, solía tener lugar en voz alta y, muy frecuentemente, dirigiéndose el que leía a un auditorio. En el caso de la música, el panorama resultaba ser muy similar: los cantorales o libros de coro manuscritos utilizados por las capillas musicales encargadas de interpretar la música que debía servir de acompañamiento al culto se caracterizaban por su corpulencia, así como por el tamaño de los caracteres copiados en sus páginas. Éstos símbolos musicales necesariamente tenían que ser grandes para poder ser leídos por el grupo de cantores que debían entonarlos, quienes se encontraban situados a cierta distancia. Con el desarrollo de la música polifónica sacra, comenzó a generalizarse la costumbre de que los mismos cantores copiaran a mano aquellas líneas musicales que les correspondiera cantar. En el campo del repertorio profano, los intérpretes vocales e instrumentales llevaban a cabo prácticas parecidas. Sin embargo, el desarrollo de géneros polifónicos profanos, especialmente el del madrigal, iba a contribuir a que entre los músicos, así como en el seno de los círculos cortesanos en los que la formación musical comenzaba a imponerse como uno de los pilares de la educación nobiliaria, creciera la demanda de ejemplares de este tipo de composiciones. La posibilidad de aplicar el descubrimiento alemán de la imprenta a la edición de obras musicales estaba en la mente de músicos e impresores, si bien se trataba de una empresa complicada. El desarrollo de un método que hiciera posible sacar a la luz ejemplares musicales impresos con una calidad equiparable a las de las cuidadas ediciones manuscritas evitaría a los intérpretes el tener que copiar sus partes, al mismo tiempo que contribuiría a la difusión de las composiciones que más éxito alcanzasen sin necesidad de que los ejemplares manuscritos viajasen de mano en mano.

Si en el campo de la literatura, la filosofía y, en general, en el de la difusión de las ideas humanísticas, iba a resultar fundamental el establecimiento de talleres de impresión como el de Aldo Manuzio, con la invención de los caracteres conocidos a partir de entonces como “letra itálica” o “aldina” y la difusión de sus ediciones en formato de octavo, mucho más manejable que el de los enormes códices medievales, en el terreno de la música Ottaviano de Petrucci se encontraba destinado a desempeñar un papel comparable. Del mismo modo que las ediciones de Manuzio, inmediatamente imitadas por otros impresores, iban a permitir un abaratamiento de los costes del libro al mismo tiempo que un acceso más cómodo a las letras, adecuado a la práctica de la lectura personal, también las ediciones musicales de Petrucci, con su formato apaisado y la claridad de sus caracteres, iban a hacer posible una mayor comodidad en el disfrute de los libros y en la práctica musical.

Bibliografía.

  • SCHMID, A.: Ottaviano dei Petrucci da Fossombrone, der erste Erfinder des Musiknotendruckes mit beweglichen Metalltypen, und seine Nachfolger in sechzenten Jahrhunderte, Amsterdam, 1968.

  • KRISTELLER, P. O.: Renaissance Thought II, Princeton, 1965, 1980 (versión española: El pensamiento renacentista y las artes, Madrid, 1986).

  • SARTORI, C.: Bibliografia delle opere musicali stampate da Ottaviano Petrucci, Florencia, 1948. NORTON, F. J.: Italian Printers 1501-1520, Londres, 1958.

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