Muhammad I (823-886).
Quinto emir omeya de al-Andalus (852-886), hijo y sucesor de Abd al-Rahman II (822-852), nacido en el año 823 en Córdoba y muerto el 4 de agosto del año 886 en la misma ciudad, a la edad de sesenta y tres años. Continuó fiel a la política emprendida por su padre y mantuvo su reinado en un estado notable de prosperidad, a pesar de los numerosos movimientos sediciosos a los que tuvo que enfrentarse en el interior del emirato y al recrudecimiento de la lucha contra los reinos cristianos. Durante su reinado se produjeron las segundas invasiones normandas y la aparición de dos personajes de extraordinaria importancia para el futuro del emirato, Ibn Marwan al-Chilliqi y Omar ibn Hafsun, ambos sublevados en contra del poder omeya cordobés, poniendo en peligro la propia existencia del emirato.
Ascenso al trono
Tras la repentina muerte de su padre, Muhammad se apresuró a tomar el poder adelantándose a la favorita del emir muerto, la princesa Tarub, quien pretendía instalar en el trono a su hijo Abd Allah. Ayudado por el competente chambelán Isa ibn Shubayd, el nuevo emir se hizo prestar juramento de obediencia por todos los nobles y plebeyos del reino. Muhammad I aprovechó el suceso de su advenimiento para estrechar aún más los lazos de amistad entre Córdoba y diversos príncipes del norte de África y de la Península, como la dinastía de los ruisumíes y la de los Banu Qasi. Asimismo, también se preocupó por contrarrestar en la medida de lo posible la perniciosa influencia que ejercían ciertos personajes de la Corte, como los eunucos del harén y las esposas reales, deseosas de colocar a sus vástagos lo más alto posible.
Problemas internos: la lucha contra la disidencia
El problema de los mártires
Muhammad I heredó del reinado anterior el molesto problema de los mártires cristianos cordobeses, el cual provocaba una tensión socio-religiosa difícil de resolver, habida cuenta de la continua obstinación por parte de la comunidad mozárabe cordobesa de insultar en público la memoria del Profeta y así ser ajusticiados en calidad de mártires. El emir decidió poner en libertad a su líder, el clérigo Eulogio, al que obligó a exiliarse de Córdoba. Cuando éste regresó a la capital, intensificó más si cabe sus sermones y conferencias, lo que enfureció a Muhammad I que, harto ya de tanta insolencia, mandó demoler el monasterio de Tábanos, principal foco de los amotinados, y encarcelar a Eulogio, quien finalmente fue juzgado y decapitado el 11 de marzo del año 859. Eulogio se convirtió en un mártir para sus seguidores, tal como él mismo pretendía, pero el movimiento fue remitiendo paulatinamente hasta su total desaparición.
La rebelión de Toledo
Cuando Muhammad I apenas llevaba una semana como emir, Toledo, capital de la Marca Media y continuo foco de sublevaciones y desencantos hacia el poder de los omeyas, volvió a alzarse en rebeldía pretextando un nuevo abuso de poder por parte de Muhammad I. Los líderes de la revuelta depusieron al gobernador impuesto por Córdoba y formaron un ejército con el que consiguieron hacerse con el control de Calatrava, aunque la plaza fue recuperada al año siguiente por el príncipe al-Hakam. No obstante, los toledanos persistieron en su actitud rebelde, por lo que decidieron buscar la alianza del rey astur Ordoño Ipara enfrentarse contra Muhammad I, el cual envió gustoso un impresionante contingente de tropas al mando del conde Gastón. Las tropas toledanas y astures fueron literalmente aniquiladas por las cordobesas en la batalla de Guazalete, en el año 853, en la que Muhammad I mató a más de ocho mil enemigos, cuyas cabezas amontonó juntas para que fueran claramente visibles. De todas formas, Toledo siguió resistiendo varios años las continuas embestidas y asedios por parte del propio Muhammad I y las de su hijo y heredero al-Mundhir, hasta que en el año 858, ante el abandono manifiesto por parte de los aliados cristianos, la ciudad solicitó una amnistía que concedió el emir. En el año 875, Toledo volvió a alzarse en rebeldía, pero esa vez Muhammad I actuó sin dilación alguna, sometiendo a la ciudad a la rapiña de sus ávidas tropas. Para acabar con el problema toledano, Muhammad I nombró gobernador de la ciudad a uno de sus propios hijos, al-Mustarrif.
Las rebeliones muladíes
La pacificación de Toledo no puso fin, ni mucho menos, al problema de la disidencia. Muhammad I se encontró desbordado por la aparición sucesiva de una serie de rebeliones de origen muladí mucho más peligrosas que la toledana, ya que ellas causaron el progresivo debilitamiento del emirato y de los emires, lo cual habría desembocado en la disgregación del emirato de Córdoba de no haber aparecido el genio militar y político del califa Abd al-Rahman III (912-961).
La rebelión de Mérida: ibn Marwan al-Chilliqi
En el año 868, al-Chilliqi se aprovechó de los disturbios militares del norte para declararse independiente de Córdoba con el apoyo de los muladíes y los mozárabes. El gobierno central puso cerco a Mérida y logró capturar a al-Chilliqi, que fue conducido preso a Córdoba, donde permaneció retenido hasta el año 875. cuando recobró la libertad, volvió a alzarse en rebelión hasta que Córdoba envió un impresionante contingente contra él, encabezado por el odiado chambelán Abd al-Aziz. Al-Chilliqi venció en una memorable batalla a las fuerzas cordobesas e hizo preso al chambelán, cuya libertad costó cien mil dinares pagados a Alfonso III, aliado del rebelde. La victoria rebelde sirvió de revulsivo para las demás zonas levantadas contra Córdoba. Al-Chilliqi estuvo refugiado en la corte leonesa hasta el año 884, logrando dominar toda la actual Badajoz y un amplio territorio hasta el sur. A su muerte, en el año 884, sus descendientes siguieron gobernando el mismo territorio en un estado político de semi-dependencia que duró hasta el año 929, fecha en la que el primer califa de Córdoba, Abd al-Rahman III les obligó a volver a la obediencia de Córdoba.
Los Banu Qasi y la Marca Superior
La tradicional colaboración y amistad entre Córdoba y la poderosa familia muladí de los Banu Qasi se fracturó cuando el jefe de la dinastía, Musa ibn Musa, rompió el vasallaje hacia córdoba y se intituló él mismo como el tercer rey de España. A su muerte en el 862, sus descendientes continuaron la misma política de rebeldía de alianzas con los cristianos hasta conquistar Zaragoza en el 871, capital de la Marca Superior. Hasta casi el final del reinado de Muhammad I, una vez que ambas partes llegaran a un arreglo económico ventajoso para la dinastía, no consiguió Cordoba volver a recuperar esta ciudad.
La secesión de ibn Hafsun
Sin duda alguna, la insurrección más peligrosa para el poder central de Córdoba fue la protagonizada por el aventurero y bandido Omar ibn Hafsun, que empezó en Ronda en el 879 y se prolongó durante casi medio siglo más, mientras minaba los cimientos del emirato omeya, al extremo de obligar incluso al poderoso Abd al-Rahman III a negociar una salida a la crisis. Ibn Hafsun aprovechó a la perfección los momentos de confusión y debilitamiento de Córdoba durante los últimos años del reinado del emir para extender su dominio por toda la Baja Andalucía desde su fortaleza de Bobastro, captando para su causa a una gran cantidad de adeptos descontentos con la rígida autoridad impuesta por Muhammad I y su chambelán Abd al-Aziz. Ibn Hafsun llegó a disponer de un impresionante ejército a su servicio. En el año 886, el príncipe heredero al-Mundhir puso cerco a Bobastro con un importante contingente de tropas pero, cuando parecía que la fortaleza rebelde caería en cuestión de días, tuvo que retirarse precipitadamente al enterarse de que su padre había muerto de su padre para hacerse cargo del trono.
Campañas contra los reinos cristianos
Hasta la insurrección de los Banu Qasi, en todas las aceifas organizadas por Muhammad I contra los cristianos, tanto las mandadas por él mismo como las dirigidas por su hijo y heredero al-Mundhir o por su chambelán Abd al-Aziz, las tropas cordobesas asolaron Álava, Pamplona e incluso Barcelona, ciudad en la que el todavía fiel Musa ibn Musa abu Qasi logró capturar un gran botín y hacer prisioneros a varios altos nobles del condado. En el año 863 todo el sector territorial de Álava volvió a ser devastado por las tropas de al-Mundhir, quien en su camino de regreso a al-Andalus destrozó a las huestes del conde castellano Rodrigo García.
Tras la rebelión de los Banu Qasi, Muhammad I en persona encabezó una aceifa por toda la Marca Superior que le llevó a recuperar Tudela, y en 872 intervino por todo el territorio pamplonés, al que también esquilmó. En el año 877, Muhammad I intentó atacar León sin éxito alguno, lo que aprovechó el rey Alfonso III para lanzar un contraataque con el que pudo apoderarse de las plazas de Atienda y Deza. A partir de ese momento, las relaciones de Muhammad I con los cristianos siguieron una pauta de incursiones y contraincursiones, algunas con éxito y otras estériles o poco productivas, aunque a la postre sirvieron para mantener la presencia musulmana en la Marca Superior y estabilizar un tanto las fronteras.
Las invasiones normandas
Hacia el año 859, los normandos (machús) volvieron a hacer acto de presencia en la Península, Una flota compuesta por 62 barcos intentó sin éxito desembarcar en tierras gallegas, tras de lo cual bajaron hasta la desembocadura del Guadalquivir con intenciones de saquear Sevilla y luego remontar hasta Córdoba. Advertidos de que un ejército del emir se disponía a hacerles frente, los normandos desistieron en su empeño de seguir con la empresa y se dirigieron a Algeciras, donde sí lograron desembarcar. Tras arrasar esta ciudad, se dirigieron a Alicante, remontando el curso del Segura hasta Orihuela, tras lo cual abandonaron la Península gracias a los continuos ataques de la flota omeya del Mediterráneo.
De regreso de una fructífera temporada de saqueos por la Marca Hispánica, las Baleares y el Mediodía francés, los normandos volvieron a intentar el saqueo de las costas españolas pero, al igual que en las pasadas ocasiones, los daneses apenas lograron sacar algo de valor.
Otros aspectos
Continuador en todo de la obra emprendida por su padre, Muhammad I dio el adecuado remate a la ampliación que se llevó a cabo en la Mezquita Aljama, edificio al que dotó además de una espléndida maqsura (recinto para la oración del emir y de su séquito de honor). También mandó construir obras públicas de relieve y otras reformas en el viejo Alcázar del emirato.
Muhammad I heredó de su padre un Estado perfectamente estructurado en cuanto a su administración, por lo que apenas tuvo necesidad de retocar o introducir algo nuevo. Amante de la cultura y del buen gusto, como buen Omeya que era, en su Corte se dieron cita los eruditos más afamados del momento en su correspondiente especialidad, como por ejemplo el gran alquimista y poeta Abbas ben Firnasm, el músico persa Ziryad y el gran poeta y diplomático Yahya ibn al-Hakam al-Gazal.
En el año 886, Muhammad I falleció en el Alcázar cordobés. Dejó el trono a su hijo al-Mundhir, destacado militar que contaba con la fuerza y decisión suficiente para hacerse cargo de los nuevos brotes de rebelión que provenían del norte peninsular.
Bibliografía
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Carlos Herráiz García.