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Mendoza, Rodrigo Díaz de Vivar y de, Marqués de Cenete (1466-1523).

Aristócrata castellano nacido en 1466 y muerto en Valencia el 23 de febrero de 1523. Conde del Cid y marqués de Cenete, fue uno de los caballeros más destacados de la época, haciendo gala de la secular tradición de su linaje, los poderosos Mendoza, en los campos de las armas y de las letras. En su altisonante nombre, paráfrasis del Cid Campeador, el linaje Mendoza quiso acumular una muesca más en su intento por hacer verosímil su ascendencia cidiana, a lo que el marqués contribuyó tanto con andanzas militares destacadas como con osadías caballerescas que le harían famoso.

Patrimonios y títulos

Don Rodrigo fue hijo del arzobispo de Toledo, el cardenal Pedro González de Mendoza, a quien en la época llamaban el Tercer Rey de España por su preeminencia en el entorno político de los Reyes Católicos. Como cualquiera puede observar, la condición religiosa del cardenal Mendoza no le impidió tener tres hijos que se criaron en la corte de Isabel I de Castilla. Precisamente a la propia Reina Católica se le atribuye una anécdota fundamentada en su carácter piadoso, pues, al estar un día en la corte jugando con los pequeños, otro sacerdote del consejo real le inquirió sobre lo pecaminoso del nacimiento de aquellos niños, a lo que la reina Isabel respondió: "¿a que son bellos los pecados de mi cardenal?"

Así pues, fue Rodrigo Díaz de Mendoza el primogénito de los bellos pecados del arzobispo, habido en la relación que éste mantuvo con doña Mencía de Lemos, una de las damas de la corte de los Reyes Católicos, en quien el cardenal también engendró a Diego de Mendoza. Rodrigo y Diego, junto a su medio hermano, Juan de Mendoza y Tovar, hijo de Juana de Tovar y del cardenal, se convirtieron en el prototipo de nobles criados en el entorno cortesano de los Reyes Católicos y fieles servidores de su política. De esta forma, en la década de los años 80 del siglo XV, Rodrigo participó como capitán de las armas del arzobispado de Toledo en los diferentes conflictos acontecidos en la guerra de Granada, como el asedio de Álora (1484) y en el cerco de Baza (1489), donde libró una encarnizada batalla contra los defensores de la plaza. A raíz de estos éxitos en el campo librar, y a petición de su padre el cardenal, los Reyes Católicos legitimaron el mayorazgo de Rodrigo, celebrado en Úbeda el 3 de marzo de 1489, y mediante el que, además de una extensa cantidad en metálico (20.000 maravedíes), se disponía para él de un extenso patrimonio territorial centrado en tierras alcarreñas (Jadraque), granadinas (Guadix) y valencianas (baronías de Alberique, Alcocer y Alázquez). El aldabonazo definitivo llegó un año antes de la conquista de Granada, cuando Isabel y Fernando le concedieron los títulos de conde del Cid y marqués de Cenete (o del Zenete, en castellano de la época). A los 25 años de edad, don Rodrigo se perfilaba como noble emergente en el entramado político castellano, y como tal lo describió siglos más tarde el genealogista Alonso López de Haro (op. cit., II, p. 325):

Avía servido don Rodrigo de Mendoça, señor del Castillo del Cid, y Estado de Xadraque y su tierra, desde su edad floreciente y antes de gozar del título de Marqués de Zenete, a los Reyes Católicos en todas las guerras y conquistas del Reyno de Granada, haziendo hechos de famoso capitán, mostrando en todo el valor de su persona y la clara sangre de sus mayores.

El perfecto cortesano

En las fechas inmediatamente posteriores a la conquista de Granada, el marqués de Cenete aprovechó la multitud de fiestas y celebraciones inherentes a la empresa para mostrar ante el entorno de los Reyes Católicos sus innegables cualidades como galán cortesano, lides en las que fue no menos diestro que en el manejo de armas. Su hito más destacado tuvo lugar en los solemnes festejos con que la ciudad de Barcelona quiso honrar al Rey Católico cuando, en 1493, éste ya se hallaba repuesto del brutal atentado a que fue sometido en diciembre de 1492 por Juan de Cañamares. En las fiestas, el marqués deslumbró a los asistentes por la originalidad de sus vestidos, por sus galantes cimeras y por su destreza en juegos caballerescos de justas y torneos. Algunas de estas invenciones pueden leerse en el Cancionero general de Hernando del Castillo, pero, además, el genealogista Fernández de Oviedo nos ha legado una descripción excelente de las cualidades cortesanas del marqués:

Su perssona fue tal e de linda dispusiçión que ninguno he yo visto tan bien dispuesto, ni tan galán ni [...] agraçiado en quanto hazía, ni tan [...] en todo lo que quiso aplicar, ni tan polido e gentil cortesano. ¡Qué afabilidad, qué lengua [...] e qué hermoso ombre! [...] Y en todo de más estremada ventaja a todos otros mançebos de su prosapia. A bueltas de todo esto, era tenido por trauieso e mal sesado.
(Fernández de Oviedo, op. cit., p. 396).

Tal vez pueda sorprender la última frase de Fernández de Oviedo al respecto del marqués, toda vez que durante casi toda su vida éste había mostrado gran apego a la autoridad de los Reyes Católicos. Pero la sentencia del genealogista es correcta, como se verá a continuación.

El rapto de María de Fonseca

El marqués de Cenete había contraído un primer matrimonio con doña Leonor de la Cerda, hija y heredera de los duques de Medinaceli. El enlace se celebró en la villa ducal soriana en 1493, durante los meses posteriores a la conquista de Granada e inmediatamente antes de las fiestas de Barcelona. La década final del siglo XV la pasó el marqués de Cenete en sus dominios señoriales de Guadalajara, principalmente, al cuidado de su esposa y de su hijo, Luis de Mendoza y de la Cerda, heredero de un amplio patrimonio. No obstante, don Luis falleció en 1497 y poco tiempo más tarde lo haría la esposa del marqués. Según las noticias del erudito alcarreño Layna Serrano, el marqués de Cenete se enroló en la armada castellana que defendió los intereses de Fernando el Católico en el reino de Nápoles,

donde en lides de guerra reverdeció viejos laureles cosechados en la de Granada siendo mozo, y con sus aventuras amorosas llegó a escandalizar la inescandalizable y corrompida Roma de los Borgias al punto de trascender su desenfreno a Castilla, donde prosiguió en idéntico plan con no poca ira de la reina Isabel que tanto le estimaba como a hijo del gran cardenal.
(Layna Serrano, op. cit., II, p. 245).

Las andanzas amorosas del marqués de Cenete eran casi o tanto más conocidas que su habilidad con la espada; el propio papa Alejandro VI quiso casarlo con su hija, la famosa Lucrecia Borja, pero el marqués se negó pues pretendió casarse con doña María de Fonseca, hija de Fernando de Fonseca, señor de Coca y Alaejos, y sobrina del famoso Alonso de Fonseca el Viejo, arzobispo de Sevilla y consejero de Enrique IV. Esta pretensión del marqués chocó frontalmente con los planes del linaje Fonseca, que querían desposar a doña María con su primo, Pedro Ruiz de Fonseca, con el fin de que aquilatar su patrimonio territorial. No obstante, la dama en cuestión había quedado prendada del gran galán que era don Rodrigo, profesándole grandes amores incluso en tiempos de la Reina Católica. Por ello, el regente Fernando de Aragón dictaminó que María de Fonseca quedaría confinada en tercerías en el castillo de Arévalo hasta que el Consejo Real decidiese con quién habría de casar la dama. Se celebró incluso un desposorio por poderes, pero tal era el enamoramiento de doña María que se negó a cohabitar con su primo y esposo. A ello se unió, como es lógico pensar, las apelaciones realizadas por don Rodrigo, que no cejaba en su empeño de casarse con su amada. En 1502, el marqués de Cenete hizo correr el interesado rumor de que él se había desposado con anterioridad, lo que convertía a Pedro Ruiz de Fonseca en culpable de bigamia. Ante tales desacatos, la reina Isabel ordenó que el marqués fuese encerrado en el castillo de Cabezón, al tiempo que el linaje Fonseca ordenaba también una vida vigilada para doña María en la fortaleza de Alaejos, dominio solariego de la familia.

Con la entronización de Felipe de Habsburgo y Juana de Trastámara como monarcas de Castilla, la cuestión continuaba sin estar resuelta, y se complicó aún más por el hecho de que el rey Felipe, sin duda buscando apoyos en la nobleza castellana, puso en libertad al marqués. En la entrevista de Villafáfila, el 27 de junio de 1506, Fernando el Católico y Felipe I de Castilla habían acordardo de forma un tanto brusca el traspaso de poderes en el reino; a los pocos días, todavía el embajador de Felipe, Pedro de Guevara, inquiría en Tordesillas a Fernando II de Aragón cómo podría el nuevo monarca solucionar el enfrentamiento que traía de cabeza al marqués de Cenete y a los Fonseca. Ante esta indefinición de acontecimientos, y sobre todo tras la muerte de Felipe I, el 25 de septiembre de 1506, el marqués de Cenete aprovechó la confusión reinante para asestar un golpe de gracia al pleito: con ayuda de una conspiración palaciega, don Rodrigo raptó a su enamorada doña María del convento burgalés de Las Huelgas, donde se encontraba la dama después de haber dejado Arévalo. La osadía del marqués fue enorme, al desafiar a la autoridad regia y a la del Consejo Real, sin duda imitando la vida caballeresca preceptiva del estamento al que pertenecía y que tanto había leído en novelas de caballerías. La apuesta le salió bien, pues en 1507, ya con Fernando de Aragón como regente de Castilla, fue perdonado y el matrimonio pudo celebrarse, a pesar de que la dama fue desheredada por sus parientes. El acontecimiento, que el erudito Juan Catalina (op. cit.) se encargó de diseccionar convenientemente, fue uno de los hitos sociales más importantes en los primeros años del siglo XVI e, incluso, dio lugar a la composición de coplas y cantares, como el romance redactado por el desconocido poeta Quirós que puede leerse en el Cancionero general de Hernando del Castillo.

Participación en las Germanías

La actitud del marqués de Cenete le enemistó definitivamente con el Rey Católico, lo que motivó que don Rodrigo se apartase de la esfera política castellana en la primera década del siglo XVI. Durante este tiempo, los felices esposos residieron predominantemente en Jadraque y en La Calahorra, contribuyendo a engrandecer arquitectónicamente los castillos y villas. Tras la muerte de Fernando II de Aragón (1516) y la llegada a España del futuro emperador Carlos V, el marqués intentó recuperar su posición de prestigio en la corte de la mano de su hermano, Diego Hurtado de Mendoza, que había logrado el título de conde de Mélito por sus hazañas en las guerras de Italia, combatiendo al lado del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Diego fue nombrado en 1519 virrey de Valencia, y hacia allí se trasladó no sólo él, sino también los marqueses de Cenete, quienes también contaban con un amplio patrimonio territorial en el reino levantino.

En la ciudad del Turia sorprendió a don Rodrigo el levantamiento armado que se conoce con el nombre de Germanías. Ante las noticias de sedición que llegaban a la corte de Carlos I, el futuro emperador nombró virrey de Valencia al conde de Mélito, hermano de don Rodrigo, el 12 de abril de 1520. Cuando los agermanats valencianos ofrecieron resistencia, el marqués corrió con sus tropas señoriales a ayudar a su hermano, que se vio obligado a retirarse a la villa de Cocentaina en junio del mismo año. La actitud impetuosa del marqués no gustó nada en el seno del consejo real, llegando incluso Carlos I a aconsejar al virrey que mantuviese a su temperamental hermano alejado del conflicto. Pero fueron parte de los estamentos del reino quienes, ante la cada vez mayor presencia de elementos hostiles a la autoridad regia, conminaron al marqués a encabezar el bando legal. En principio, el marqués, sin duda retraído de su belicoso carácter por las amenazas del rey, quiso pactar con Guillem Castellví, alias Sorolla, uno de los dirigentes de la Germanía, una manera pacífica de solucionar el conflicto. Pero cuando la sedición pasó de la propia ciudad de Valencia a todas las capitales del reino, la situación sólo podría solucionarse por la vía de las armas. El virrey Diego Hurtado de Mendoza adoptó una posición de fuerza y combatio a los rebeldes en Gandía, con la colaboración del marqués de Cenete, donde las tropas agermanats dirigidas por Vicent Peris sufrieron una esperada derrota en junio de 1521. Pocos días más tarde, los jurados de Valencia solicitaron al marqués de Cenete que aceptase el cargo de gobernador del reino, reto que éste aceptó. En calidad de gobernador, corrió en diciembre hacia Játiva, donde los agermanats sufrían un duro asedio por parte del virrey, y logró que le aceptasen como mediador; pero poco más tarde fue hecho prisionero por los más radicales defensores del programa de Vicent Peris. Liberado en febrero de 1522, al mismo tiempo que los seguidores de Peris abandonaban Játiva en dirección a Valencia, el marqués de Cenete persiguió a sus enemigos hasta tenderles una emboscada en las calles de la ciudad del Turia: el 4 de marzo de 1522, el dirigente agermanat y sus compañeros fueron capturados y rápidamente ejecutados por órdenes de don Rodrigo, gobernador de Valencia, poniendo fin a las Germanías.

La participación del marqués en este conflicto fue vital para resolución pronta y favorable a los intereses de la monarquía. Pocos años más tarde de la muerte de don Rodrigo, los humanistas valencianos prorrumpieron en diversos poemas laudatorios y encomiásticos a esta actuación del marqués; valgan como muestra estos versos, escritos por el poco conocido humanista valenciano Joan Baptista Anyes (op. cit., f. 32v):

Consule te Rhoderice ruit Catilina cruentus
Consilio tuta est patria nostra tuo
Extincta est germania tua virtute procella
Extincta est dextra saeva Megaera tua
.

('Como castigador de Catilina, tú, cónsul Rodrigo,
por tu consejo nuestra patria sigue completa,
por tu virtud se extinguió la tormenta de la Germanía,
por tu diestro ímpetu, como la furia Megera, fue extinguida')

Sin embargo, poco pudo disfrutar el marqués de este triunfo, pues su salud, que ya era precaria, se vio mucho más mermada por la muerte, en los meses posteriores a la Germanía, de su amada esposa, doña María de Fonseca. Don Rodrigo murió apenas un año más tarde en la misma ciudad del Turia, como indica la Crónica de Martín de Viciana (IV, f. 218v-219r):

A 23 de hebrero año de 1523 el marqués de Zenete fallesció de callenturas en la mesma ciudad de Valencia. Fue sepultado en el monasterio de la Trinidad, con muy grande llanto de sus criados y servidores y vezinos de la ciudad. Luego, passados ocho días, don Diego Hurtado de Mendoça, su hermano, vino de Castilla a visitar y a consolar a sus sobrinas, hijas del dicho marqués.

Valoración

El marqués de Cenete era nieto del marqués de Santillana, poeta y literato, cumbre del humanismo castellano del siglo XV; también el padre de don Rodrigo, el cardenal Mendoza, fomentó el engrandencimiento de la biblioteca que heredase del marqués de Santillana. Con tales antecedentes familiares, no es de extrañar que el marqués de Cenete fuese posesor de tal vez la más amplia biblioteca nobiliaria de las postrimerías del siglo XV, encargándose de acrecentarla con la adquisición constante de ejemplares. Su hija y heredera, la marquesa doña Mencía de Mendoza, se convirtió en la continuadora de esta labor cultural de los Mendoza en la Valencia del siglo XVI, que se uniría con el paso del tiempo a la del duque de Calabria, Fernando de Aragón, otro destacado bibliófilo. H. Nader, en su estudio sobre el papel desempeñado por los Mendoza en el auge del renacimiento hispano, no duda en señalar al marqués de Cenete como uno de los principales mecenas librarios de la época.
Dejando de lado su veta artística y cultural, pero sin alejarse del todo de ella, puede considerarse al marqués de Cenete como prototipo del noble castellano en la transición del siglo XV al XVI: educado en la corte, de exquisitos gustos literarios, galán palaciego, activo soldado en campañas bélicas que le recordaban los hitos sobre los que se fundaba el prestigio de su linaje, don Rodrigo también ha visto engrandecida su leyenda merced a su osadía y temeridad, lo que, indudablemente, hace más atractiva su biografía en un entorno peninsular en el que, durante el tránsito de los Reyes Católicos hacia la España imperial de Carlos V, los valores cuasi infantiles pero sinceros del marqués comenzaban a ser un recuerdo del pasado más inmediato.

Bibliografía

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Autor

  • Óscar Perea Rodríguez