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PolíticaBiografía

Malaspina, Alejandro (1754-1809).

Navegante italiano al servicio de la Corona españolanacido en Mulazzo (Liguria) en 1754 y muerto en Pontremoli en 1809.

Alejandro Malaspina ocupa un lugar singular en la historia de las exploraciones. Dirigió la que fue la última gran expedición científica al Nuevo Mundo antes de la disolución del Imperio. Italiano al servicio de la Corona española, como Colón y tantos otros, Malaspina es (a primera vista) al mundo hispánico lo que Cook al angloamericano, o Bougainville o Lapérouse al francés. Pero hay muchos elementos de su vida y su obra que lo acercan igualmente a un Tocqueville y, desde luego, a Alejandro de Humboldt. Navegante, científico y filósofo (en su acepción dieciochesca), en Malaspina se funden varios perfiles de viajero y también varias tradiciones de pensar y representar, de observar y comprender el Nuevo Mundo.

Nació en Mulazzo, en la Liguria italiana, y era descendiente de una casa nobiliaria venida a menos. Cuando era aún niño, marchó con sus padres a Palermo gracias al parentesco materno con Fogliani Sforza, ministro del entonces rey de Nápoles y futuro Carlos III de España. Recibió una educación esmerada en el Colegio Clementino de Roma, una institución similar a los colegios de los jesuitas, los maestros de la nobleza en el Antiguo Régimen. Entre 1765 y 1773, el joven Malaspina adquirió en el Clementino una formación privilegiada: estudió lenguas clásicas, retórica y lo que hoy llamaríamos humanidades, más una sólida instrucción en filosofía natural y experimental. A los 17 años había compuesto ya una tesis de física, y fue precisamente este temprano aprendizaje de las disciplinas newtonianas (véase Isaac Newton) lo que le permitiría ingresar en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz en una posición de ventaja en 1774.

Entre 1774 y 1788 desarrolló su fulgurante carrera dentro de la Armada española. El mismo año 1774 consiguió la plaza de guardia-marina y, dos años más tarde, ascendió a alférez de fragata. Tomó parte en numerosos sucesos bélicos en el conflicto que enfrentó a Francia y España, las dos monarquías borbónicas, con Gran Bretaña (1776-1783), un conflicto de índole colonial cuyo resultado más trascendente fue la Independencia de las Trece colonias (los Estados Unidos) -véase la Independencia de los Estados Unidos de América-; en el transcurso de una de estas batallas fue hecho prisionero y llevado a Gibraltar. Más tarde participó en la elaboración del Atlas peninsular y los Derroteros de las costas de España, dos de los mayores proyectos de la cartografía hispana, dirigidos ambos por Vicente Tofiño. Estudió en el Observatorio de Cádiz, dentro de uno de los planes de estudios más modernos y actualizados de la Ilustración española, pues no en vano la Marina era quizás la institución peninsular más conectada con la ciencia europea. Durante esos años protagonizó, asimismo, varias navegaciones llamadas menores retrospectivamente debido a la importancia de la gran expedición científica y política, la denominada Expedición Malaspina (1789-1794); una de ellas fue, después de haber sido promovido a capitán de fragata en 1782, la de efectuar una vuelta al mundo en la fragata Astuca, algo todavía al alcance de pocos marinos en la época. De hecho, Malaspina fue el primer italiano en la historia en dirigir un viaje de circunnavegación, aunque no el primero en efectuarlo, lugar que corresponde naturalmente a Pigafetta, cuya pluma inmortalizó siglos atrás la proeza de Magallanes y Elcano. El periplo de la Astuca fue realizado bajo el auspicio de la Compañía de Filipinas, una de las empresas comerciales del período, análoga a las famosas Compañías de Indias inglesas y holandesas (véase Compañía de Indias). La derrota fue la de poniente: doblaron el Cabo de Hornos sin haber efectuado escala en el Río de la Plata -un hecho francamente insólito en la historia de las navegaciones-, arribaron a El Callao, y desde allí cruzaron en derechura el Océano Pacífico hasta Filipinas. Tras realizar allí los negocios pertinentes, pusieron la vela hacia el sudoeste, doblaron el Cabo de Buena Esperanza y arribaron finalmente a Cádiz. En los escritos de Malaspina de este viaje se aprecia ya su marcada inclinación hacia la economía política y los asuntos relacionados con la organización de la Monarquía, una vocación que se manifestará con toda claridad a lo largo de la gran expedición científica y política.

Pero la Expedición Malaspina (1789-1794) no fue sólo el viaje de un hombre, sino una operación de magnitudes enciclopédicas e imperiales. El proyecto nació como una combinación de intereses. No es despreciable el factor de emulación a los franceses y, sobre todo, a los ingleses, los grandes rivales en todo el orbe y especialmente en el Mar del Sur, el antiguo "lago español". Es preciso recordar que los viajes de Cook pesaron mucho, pues habían lanzado a Gran Bretaña a unas cotas de prestigio inusitadas en una época en que la ciencia y los descubrimientos geográficos servían (tal vez como siempre) al doble propósito de engrandecer, real y simbólicamente, la fortaleza de una nación. Sin embargo, también hay que subrayar que España aún poseía el mayor dominio colonial del planeta; es decir, la Monarquía tenía sobrados motivos para fletar una expedición destinada a investigar e inventariar los recursos naturales y sociales de sus posesiones.

Durante esos cinco años las corbetas Descubierta y Atrevida transportaron a la flor y nata de los mejores astrónomos e hidrógrafos de la Marina española, acompañados también por grandes naturalistas y dibujantes. Entre los primeros podría citarse a Felipe Bauzá o Dionisio Alcalá Galiano; entre los segundos al francés Luis Nee, al checo Tadeo Haenke, al español Antonio Pineda; el italiano Fernando Brambila o el novohispano Tomás de Suría pueden representar al resto de los pintores. Además, de entre sus consejeros españoles debe destacarse a Gaspar de Molina, que le dio información acerca de las aplicaciones náuticas de la electricidad y sobre las nuevas máquinas para "purificar el aire", y a José de Mazarredo, quien fue, sin duda, su principal asesor. Malaspina decidió que la técnica hidrográfica que se emplearía sería la de Mazarredo, que ya había sido utilizada por Vicente Tofiño para preparar los mapas del litoral español y africano en su Atlas marítimo de España. Para asegurar la correcta aplicación del método, incorporó a la expedición como cartógrafo a dos discípulos de Tofiño, José Espinosa y Tello y el mencionado Bauzá. Como astrónomos formaron parte del personal científico de la misma otras figuras de la marina de guerra, como el mencionado Alcalá Galiano, Juan Gutiérrez de la Concha y Juan Bernáldez. El director de los naturalistas de la expedición fue el guatemalteco Antonio Pineda, que contó con la colaboración de Luis Née y el también mencionado Tadeo Haenke;del botánico y cirujano Francisco Flores; del "disecador y dibujante" José Guío; y del "pintor botánico y de perspectiva" José del Pozo. Éstos dos últimos fueron sustituidos en el curso del viaje por los dibujantes Fernando Brambila (mencionado anteriormente) y Juan Ravent. En total, había doscientos ocho hombres a bordo de la Descubierta y la Atrevida cuando partieron de Cádiz a finales de julio de 1789.

Con destino a la expedición se construyeron ex profeso dos corbetas, la Descubierta y la Atrevida, la primera de las cuales se puso al mando del propio Malaspina y la segunda al de José Bustamante Guerra, otro capitán de navío. Contaban con biblioteca y laboratorios e iban muy bien equipadas con instrumentos astronómicos y náuticos, geodésicos, meteorológicos, físicos, químicos y biológicos. Malaspina preparó cuidadosamente la expedición; su derrotero comprendió el Nuevo Mundo desde el Cabo de Hornos hasta sus límites inconclusos más allá de Vancouver: toda la fachada occidental, a lo que habría que sumar las escalas previas en el Río de la Plata y las islas Malvinas. Tocaron los puertos más importantes bañados por el Pacífico: Arica, El Callao, Guayaquil, Realejo, Acapulco, San Blas, etc.; y pusieron especial énfasis en los espacios fronterizos, esas tierras de nadie que entonces eran la Patagonia y el Noroeste, con su legendario paso, cuya inexistencia contribuyeron a demostrar. Así, recorrieron toda la costa atlántica del Nuevo Continente para subir por la costa bañada por el océano Pacífico hasta llegar a Alaska, en cuya bahía de Yakutat está situado el gran ventisquero que actualmente lleva el nombre de Malaspina; desde Alaska, las corbetas volvieron a Acapulco, que sirvió de punto de partida de un viaje de año y medio por el Pacífico, cuyas principales etapas tuvieron como escenario las Filipinas (donde permanecieron casi un año, en el transcurso del cual falleció Pineda), Nueva Zelanda, la costa oriental australiana (Nueva Holanda en la época, donde los británicos habían fundado recientemente el enclave penitenciario de Nueva Gales del Sur), Vavao (un archipiélago digno de recrear el mito de la Edad de Oro) y las islas Tonga. En julio de 1793, la expedición volvió a El Callao, donde se decidió su reparto en dos grupos: cartógrafos y naturalistas debían cruzar los Andes y llegar por tierra a la costa atlántica, mientras las corbetas con el resto del personal volvían a doblar el cabo de Hornos. Espinoza, Bauzá y Née se reunieron, en efecto, con Malaspina en Montevideo como estaba planeado, pero Haenke permaneció en América del Sur los veinticuatro años que le quedaban de vida, ligando siempre su trabajo a los objetivos de la expedición. Bonifacio del Carril ha resumido de forma muy expresiva la actividad de los expedicionarios: "En todos los lugares donde se detuvieron [...] se ubicó astronómicamente el sitio. Se midieron y calcularon niveles. Se levantaron cartas geográficas. Se exploraron y reconocieron los alrededores. Se hicieron observaciones geológicas, botánicas y zoológicas; estudios etnográficos y lingüísticos. Se recogieron numerosas carpetas, que se fueron remitiendo a España o se conservaron en las corbetas para preparar el informe final, después del regreso". Aparte de su labor como director, la principal contribución personal de Malaspina fue de tipo cartográfico: llegó a completar seis mapas, dos de la costa oriental de Patagonia, uno de la Tierra de Fuego y tres de la costa sudamericana del Pacífico hasta Lima; reconoció, asimismo, el papel destacado que Bauzá había tenido en la realización de todos ellos. El tornaviaje se realizó por donde habían penetrado en el Mar del Sur, tomando El Callao de nuevo para volver a montar el Cabo de Hornos, tocar Montevideo por segunda vez y regresar por fin a Cádiz. En septiembre de 1794, la Descubierta y la Atrevida volvieron al puerto gaditano con un material que se encuentra entre los más ricos de las expediciones científicas de la Ilustración.

Los trabajos elaborados por Malaspina y sus hombres incluyeron cartas hidrográficas, experimentos físicos y químicos, estudios de la fauna y flora, geología y geografía, descripciones etnográficas, antropología e inventarios económicos y estadísticos de todos los territorios visitados; de ahí que los materiales reunidos, la imponente colección de mapas, dibujos y manuscritos traída a la península, constituyan el fresco más rico y completo de la Monarquía hispánica. Seguramente, en este sentido, la obra de esta expedición no tiene equivalente posible con otros viajes científicos de la época, algunos más relevantes en el terreno de los descubrimientos geográficos o en algún otro aspecto parcial, pero ninguno tan enciclopédico y ambicioso como éste. Hoy día dichos materiales se encuentran repartidos en archivos de medio mundo, desde Filipinas y Sydney hasta Londres, México, Lima e incluso Moscú, y entre ellos el fondo más completo es el que dio lugar a la creación del Depósito Hidrográfico, el actual Museo Naval de Madrid.

Con todo, quizás la aportación más original de esta expedición a la historia de la expansión europea y los descubrimientos, sea la propia naturaleza de la investigación desarrollada por Alejandro Malaspina a lo largo del viaje. Capaz de reunir los trabajos de sus subordinados y exhumando materiales de los principales archivos y fondos de la América española, Malaspina trazó una visión completa de la Monarquía en sus diarios y escritos; es decir, aspiró a levantar un cuadro razonado y coherente de todo el Imperio, donde tuvieron cabida los distintos aspectos parciales de la realidad americana, desde la minería y las virtudes medicinales de las plantas hasta la cultura, y desde la repoblación de la Patagonia hasta el comercio filipino. La experiencia descubridora y científica de tres siglos de conocimiento del Nuevo Mundo, la tradición hispana de relaciones geográficas y cuestionarios de Indias, encuentran así un justo colofón en el Siglo de las Luces. Y lo hacen bajo una fórmula característica del período, pues, imbuido del credo cientifista y naturalista de la Ilustración, lo que hizo Malaspina en realidad fue componer una verdadera física de la Monarquía. Al igual que Newton había desentrañado los misterios del universo sometiéndolo a un conjunto de leyes, a esos principios sencillos y uniformes que explican toda la multiplicidad de fuerzas y movimientos, Malaspina encaró su investigación de la Monarquía con semejante propósito. Al fin y al cabo, los viajeros y cronistas del Renacimiento también habían trasladado al Nuevo Mundo los mitos y leyendas de la tradición hebraica y greco-latina: las amazonas, el Edén, las Californias, El Dorado, etc. Nada más lógico, pues, que un viajero de Las Luces, un hombre versado en astronomía náutica, matemáticas y filosofía natural, contemplara el Nuevo Mundo bajo ese gran vivero de imágenes y metáforas que para el siglo XVIII fue el mundo de las ciencias y la propia idea de Naturaleza.

Malaspina presentó en la Corte los resultados científicos del viaje y también un informe político confidencial, favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias americanas. Con varios de sus colaboradores, entre ellos Bauzá, se dedicó a preparar la edición de una gran obra que expusiera los frutos de la expedición. En mayo de 1795 fue ascendido a brigadier de la armada. Su influencia política era cada vez mayor, lo que alarmó a Manuel Godoy, quien lo implicó en una intriga y consiguió que fuera juzgado por conspiración. En abril de 1796 fue destituido de todos sus empleos y grados y condenado a diez años de prisión en el castillo de San Antón, en La Coruña. Un año más tarde, la pena de prisión le fue conmutada por la de destierro a las posesiones de su familia en Italia, donde murió.

Los materiales de la expedición se dispersaron. Los cartográficos pasaron al nuevo Depósito Hidrográfico fundado en Madrid bajo la dirección de Bauzá y Espinosa, que dieron a conocer parte de ellos en una serie de publicaciones. Aunque la obra proyectada por Malaspina no llegó a ser realizada, los materiales de la expedición sirvieron de base a numerosas e importantes publicaciones científicas, entre ellas, las botánicas de Antonio José Cavanilles y el propio Haenke.

Por todo esto, la figura de Malaspina tiene tanto de un Cook como de un Humboldt, un Vico o un Adam Smith. No fue un descubridor de tierras como el primero, no alcanzó la talla científica del prusiano, ni fundó disciplinas sociales como el napolitano o el escocés. Sin embargo, combinó todos esos perfiles y logró fundir bajo el signo de las nuevas ciencias (la física, la geografía, la economía política y la historia) una visión sintética y fecunda del Nuevo Mundo y las relaciones coloniales. Como el héroe de la Eneida, una de sus lecturas favoritas, Malaspina sufrió el destierro y otras penalidades tras su larga navegación. En 1794 España vivía conmocionada por la Revolución francesa y las ideas de Malaspina para modernizar el Imperio eran peligrosas. No obstante, ni la prisión ni el exilio impidieron que siguiera leyendo, participando en las novedades intelectuales, escribiendo pequeños tratados; cumpliendo, en suma y hasta el final, el mandato kantiano que resume el espíritu de la Ilustración: sapere aude, 'atrévete a saber' (véase Immanuel Kant).

Bibliografía

Fuentes

Los principales fondos procedentes de la expedición se encuentran en el Museo Naval de Madrid ("Archivo Guillén-Expedición Malaspina, 1788-1806") y en el British Museum, de Londres ("Bauzá Collection"). Las cartas de Malaspina se conservan en el propio Museo Naval y en varias colecciones de otros centros, entre las que destaca la Beinecke Collection, en la Universidad de Yale.
Con el nombre de Malaspina se publicó la obra Tablas de latitudes y longitudes de los principales puntos del Río de la Plata, nuevamente arregladas al meridiano que pasa por lo más occidental de la Isla de Ferro (1789), (Buenos Aires; Estado, 1837).
La Relación general del viaje fue editada por Pedro de Novo y Colsón en su libro citado abajo. Carril y Torre Revello, en los estudios que luego mencionamos, han publicado textos, dibujos y documentos procedentes de la Colección Bauzá y del Archivo Guillén, respectivamente.
Es fundamental la obra de María Dolores Higueras Rodríguez, Catálogo crítico de los documentos de la Expedición Malaspina (1789-1794) del Museo Naval (3 vols.), (Madrid; Museo Naval, 1985).
Entre las ediciones recientes destaca Descripción de las costas del Noroeste de la América visitadas por nosotros o por los navegantes anteriores. [Contiene: vocabulario del idioma mulgrave]. En: Expediciones a la Costa Noroeste. [Edición de] Fernando Monge y Margarita del Olmo.- (Madrid; Historia 16, 1991).
Es fundamental el vasto proyecto de edición de los materiales obtenidos, La Expedición Malaspina 1789-1794, IX vols. (Madrid; Lunwerg, 1987-1997).

Estudios

De los numerosos estudios dedicados a Malaspina destacan los siguientes:

BARREIRO, AGUSTÍN JESÚS. "La expedición de Don Alejandro Malaspina, 1789-1795", Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, Congreso de Salamanca (1923), vol. II, pp. 69-85.
BONA, EMMA. "Sulla vita de i viaggi di Alessandro Malaspina di Mulazzo, 1754-1809", Bollettino della Real Società Geografica Italiana 8 (1931), 8-29.
CARRIL, BONIFACIO DEL. La Expedición Malaspina en los mares americanos del Sur. La Colección Bauzá. 1789-1794. (Buenos Aires; Emecé, 1961).
NOVO Y COLSÓN, PEDRO DE. Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas "Descubierta" y "Atrevida", al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina y D. José de Bustamante y Guerra, desde 1789 a 1794. (Madrid; Abienzo, 1885).
TORRE REVELLO, JOSÉ. Los artistas pintores de la Expedición Malaspina. (Buenos Aires; Instituto de Investigaciones Históricas, 1944).
VELA, V. V. "Expedición de Malaspina. Epistolario referente a su organización", Revista de Indias, 11 (1951), 193-218.

Entre las aportaciones recientes, son muy significativas:

Viaje científico y político a la América meridional a las costas del mar Pacífico y a las Islas Marianas y Filipinas, verificado en los años 1789, 90, 91, 92, 93 y 94. [Edición de] Mercedes Palau, Aránzazu Zabala y Blanca Saiz.- (Madrid; El Museo Universal, 1984).
La expedición Malaspina 1789-1794: viaje a América de las Corbetas «Descubierta» y Atrevida».- (Madrid, Ayuntamiento, Ministerio de Cultura, Ministerio de Defensa, 1984).
MANFREDI, D. Alessandro Malaspina dei Marchesi di Mulazzo. Le inclinazioni scientifiche e riformatrice. (Sarzana, 1984).
LUCENA GIRALDO, MANUEL y PIMENTEL, JUAN. Los "Axiomas políticos sobre la América" de Alejandro Malaspina. (Madrid; Doce Calles, 1991).
SAIZ, BLANCA. "Bibliografía sobre la Expedición Malaspina y sobre los científicos que en ella participaron". (Madrid; 1992).
SOTA, JOSÉ DE LA. Tras las huellas de Malaspina. (Madrid; Lunwerg, 1994).
PIMENTEL, JUAN. La física de la Monarquía. Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1754-1810). (Madrid; Doce Calles/CSIC, 1998).

Thomas F. GLICK / José María LÓPEZ PIÑERO / Juan Pimentel

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  • Glick / López Piñero / Pimentel