Guerrero, María (1867-1928).
Actriz dramática española, nacida en Madrid el 17 de abril de 1867 y fallecida en su ciudad natal el 28 de febrero de 1928. Discípula de Teodora Lamadrid y amiga de los grandes políticos, escritores e intelectuales españoles de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria, alcanzó algunos de los éxitos más notables de la escena española de su época, ennobleció la profesión de los representantes y difundió por toda España, buena parte de Hispanoamérica y muchas ciudades de Europa el legado teatral de los clásicos hispanos y las nuevas aportaciones dramáticas de sus coetáneos. Por todo ello, está considerada como la figura femenina más destacada de la escena española de todos los tiempos.
Nacida en el seno de una familia vinculada al Arte de Talía -su padre, Ramón Guerrero, era un afamado decorador que trabajó en algunos teatros tan célebres como el de la Comedia (regentado, a la sazón, por su amigo Emilio Mario), y llegó a desplazarse hasta París para prestar sus servicios en funciones organizadas para Napoleón III (1808-1873)-, la futura actriz vino al mundo un Miércoles Santo en la casa que ocupaba su familia en el número 23 de la castiza calle del Caballero de Gracia (junto a la actual Gran Vía madrileña). Su madre, Casilda Torija, dispuso que, desde muy temprana edad, la pequeña María recibiera una esmerada formación académica, circunstancia poco frecuente en una mujer de su tiempo; y así, matriculó a su hija en el colegio de San Luis de los Franceses, donde María Guerrero tuvo ocasión de aprender a la perfección la lengua de Molière. Unos años después, la familia se trasladó a un edificio de la también céntrica calle del Clavel, en cuya planta baja fijó su residencia, para destinar los pisos superiores al subarriendo de habitaciones que fueron ocupadas por artistas e intelectuales bohemios. En una de esas plantas superiores ubicó su casino político el líder del Partido Liberal Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903), por lo que la joven María pronto entró en contacto con las figuras precipuas del pensamiento progresista europeo.
Alentada por el ejemplo de su padre y las influencias artísticas e intelectuales que le brindaba su entorno, a los diecisiete años de edad María Guerrero comunicó a su progenitor su deseo de orientar sus pasos profesionales por el sendero de la representación dramática. Lejos de escandalizarse por esta decisión (en una época en la que las actrices, todavía conocidas despectivamente como "cómicas", no gozaban de una reputación demasiado elevada), Ramón Guerrero vio con buenos ojos la vocación teatral de su hija y puso a la joven María bajo la tutela de la ya citada Teodora Lamadrid, una famosa comedianta, ya retirada de los escenarios, que instruyó a la muchacha en los secretos del oficio. Así las cosas, en octubre de 1885 María Guerrero debutó en el madrileño Teatro de la Princesa a las órdenes del susodicho Emilio Mario, cuyo compañía puso en escena la obra Sin familia, de Miguel Echegaray (1848-1927), hermano del reputado dramaturgo -y futuro Premio Nobel de Literatura- José Echegaray (1832-1916). Esta primera actuación oficial de la comedianta fue saludada con aplausos por parte de la crítica y el público, con lo que la joven María comenzó a adquirir un merecido reconocimiento que le permitió desempeñar diferentes papeles en las representaciones de otras piezas teatrales de autores más conocidos, como el recién mencionado José Echegaray, de quien representó, en el Teatro Español y al lado del gran actor madrileño Ricardo Calvo (1873-1966), Siempre en ridículo, Un crítico incipiente y Mancha que limpia. También alcanzó, en dicho escenario de la Villa y Corte, un éxito memorable con la representación de El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina (¿1571 ó 1579?-1648), trabajo con el que demostró su especial valía a la hora de encarnar papeles del teatro clásico español.
Merced a los sabios consejos de Emilio Mario, María Guerrero viajó a París para ampliar su formación dramática al lado de algunas figuras tan destacadas dentro de la escena europea del momento como el actor y director Benoît-Constant Coquelin (1841-1909) y la actriz y dramaturga Sarah Bernhardt (1844-1923), con la que llegó a compartir escenarios. De nuevo en España, la actriz madrileña ingresó en la compañía de Mario y Vico, que ofrecía sus representaciones en el Teatro de la Comedia, donde el 5 de diciembre de 1892 tuvo lugar el memorable estreno de Mariana, del mencionado José de Echegaray. Pronto María Guerrero alcanzó el puesto de primera actriz en la compañía de Emilio Mario, con la que estrenó otras piezas de Echegaray -como Sic vos non vobis- y algunas de las más notables incursiones dramáticas del canario Benito Pérez Galdós (1843-1920) -como Realidad, La loca de la casa y La de San Quintín.
En 1894 salió a concurso la explotación del Teatro Español de Madrid, y Ramón Guerrero, a petición de su hija, concurrió a la licitación y se hizo con la administración de dicho coliseo. En tanto se llevaban a buen término las reformas pertinentes, el nuevo empresario alquiló el Teatro de la Princesa, cuya dirección dejó en manos de la propia María Guerrero, ahora convertida en responsable máxima de una compañía en la que, además de ella, figuraba el mencionado Ricardo Calvo -como primer actor- y el aristócrata arruinado Fernando Díaz de Mendoza -que asumía los papeles de galán-. Al frente del Teatro de la Princesa, la compañía de María Guerrero ofreció algunos montajes tan exitosos como la reposición de su celebrada adaptación de El vergonzoso en palacio, y la versión en castellano de María Rosa -en traducción de Echegaray, a partir de la redacción original escrita en catalán por Ángel Guimerá (1845-1924)-. La puesta en escena de esta obra constituyó uno de los mayores éxitos de la cartelera madrileña de finales del siglo XIX, y se prolongó por espacio de varios meses, hasta que estuvo completamente reformado el Teatro Español.
Para la inauguración de este remozado foro cultural madrileño, la compañía de María Guerrero eligió otro texto clásico del teatro español del Barroco: El desdén con el desdén, del dramaturgo madrileño Agustín Moreto (1618-1669). Pero los gustos del público madrileño se inclinaban, por aquellas fechas, hacia las obras de los autores contemporáneos, como quedó bien patente en el primer gran éxito de taquilla del reformado Teatro Español, obtenido tras el estreno, el 9 de febrero de 1895, de la ya aludida obra de Echegaray Mancha que limpia; a partir de esta puesta en escena, la de María Guerrero se convirtió en la compañía más prestigiosa de España, y en una de las que cosecharon mayores elogios en el extranjero.
Al cabo de un año de este sonoro estreno, la actriz madrileña contrajo matrimonio con el galán de su compañía, Fernando Díaz de Mendoza, conde de Belazote y marqués de Fontanar, dos veces grande de España, un aristócrata viudo que, después de haberse visto en la ruina, había dado rienda suelta a su vocación dramática para buscarse un medio con el que ganarse la vida. Años después, el ingenioso escritor y crítico teatral peruano Felipe Sassone (1884-1959), refiriéndose a este ventajoso matrimonio, afirmó que María Guerrero se había convertido en "aristócrata y dramática, cuando había nacido burguesita y comedianta"; pero también Díaz de Mendoza sacó gran partido de su enlace conyugal, pues no sólo apuntaló con él su maltrecha economía, sino que pasó a ser primer actor y responsable directo, junto a su esposa, de la afamada compañía. Del matrimonio entre ambos actores nacieron dos vástagos, Carlos y Fernando, el segundo de los cuales siguió también los pasos profesionales de sus progenitores y, bajo el mismo nombre de su padre, debutó en la compañía de María Guerrero el 16 de mayo de 1916, con el estreno de La leona de Castilla, del poeta y dramaturgo almeriense Francisco Villaespesa (1877-1936), verificado en el Teatro Romea de Murcia. Al cabo de un tiempo, el hijo de ambos actores se casó con una sobrina de María Guerrero que, seducida también por el Arte de Talía, había adoptado el mismo nombre artístico de su famosa tía; fue así como los nombres de Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero, encarnados en una segunda generación de intérpretes, siguieron figurando en los carteles teatrales españoles hasta mediada la década de los años cuarenta, cuando el hijo de la actriz y el aristócrata falleció en un naufragio cuando regresaba de una gira por Argentina.
Ya desde finales del siglo XIX era habitual que la compañía de María Guerrero viajara anualmente al país austral para ofrecer sus representaciones en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, en el que debutó en 1897 para empezar a proyectar, a partir de entonces, su fama y prestigio por toda Hispanoamérica. Un año después, Guerrero y Díaz de Mendoza llevaron sus montajes escénicos por los principales teatros de Europa, en medio de una exitosa gira artística que extendió su reputación por París, Milán, Turín, Génova y Roma. Seguían encumbrando con su buen hacer teatral a algunos autores españoles ya consagrados, como los clásicos de los siglos XVI y XVII y el tantas veces citado Echegaray; pero también consiguieron que empezaran a sonar por toda España, América y Europa los nombres de otros dramaturgos noveles como Jacinto Benavente (1866-1954), los hermanos Álvarez Quintero, Eduardo Marquina (1879-1946), el ya mencionado Francisco Villaespesa y, entre otros, Gregorio Martínez Sierra (1881-1947). La proyección internacional alcanzada por María Guerrero animó, además, a la actriz madrileña a emprender la puesta de escena de algunas obras de autores extranjeros como el francés Henry Bernstein (1876-1953) y el italiano Dario Niccodemi (1874-1934).
Poseedora de una vasto y bien estudiado repertorio que abarcaba todas las modalidades genéricas del Arte de Talía, María Guerrero sobresalió, principalmente, en el desempeño de papeles trágicos. Entre sus éxitos más ruidosos, conviene recordar sus representaciones del Don Juan Tenorio, de Zorrilla (1817-1893); de La Dolores, de Feliu y Codina (1847-1897); de María Rosa y Tierra Baja, de Ángel Guimerá; de Realidad, La de San Quintín y La loca de la casa, de Pérez Galdós; y de La Malquerida y La noche del sábado, de Jacinto Benavente.
A finales de los años veinte, aquejada ya por los achaques de la edad, María Guerrero ocultó como pudo ante su público los efectos de una aguda nefritis que estaba minando seriamente su salud. Sostenida por su deseo de seguir en pie sobre los escenarios hasta el final de sus días, continuó trabajando con el mismo entusiasmo de sus años juveniles hasta que, en la tarde del 16 de enero de 1928, cayó desmayada en las tablas mientras ensayaba con su compañía una obra de Rafael López de Haro (1876-1967). Mes y medio después (concretamente, el día 28 de febrero de dicho año, a las diez de la mañana), perdió la vida en su domicilio madrileño, ubicado en las dependencias del Teatro de la Princesa.