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HistoriaReligiónBiografía

Gelmírez, Diego (ca. 1070-1140).

Prelado español, nacido hacia 1070 y fallecido, probablemente en Santiago de Compostela, el 15 de enero de 1140. Primer arzobispo de Compostela, su pontificado fue el punto de partida de la ascensión política y religiosa que durante los dos siglos siguientes se operó en la sede compostelana. Fue un importante señor territorial que participó activamente en la política de su tiempo, señor de su propio ejército que, como cualquier señor feudal, utilizó contra sus enemigos. Pero también fue un gran impulsor de la cultura, que logró para su sede el privilegio del Año Santo, y contribuyó en gran medida a que la ciudad alcanzase una enorme importancia como centro de peregrinaciones, haciendo del Camino de Santiago la principal vía de entrada de ideas y culturas procedentes de Europa.

Hijo de un guerrero de estirpe sueva llamado Gelmiro, señor de la fortaleza de Torres de Oeste (entre 1070 y 1083) y de una mujer celta, Diego Gelmírez pasó sus primeros años en Santiago de Compostela y debió de permanecer cerca del obispo don Diego Peláez, en cuya curia destacó por su erudición. Es muy probable que estudiase en París, aunque fuese durante cortos periodos de tiempo, e incluso en Cluny; su "vocación francesa" le llevó durante su episcopado a enviar a las escuelas de París a sus hermanos y seres allegados y traer de allí a los maestros con que dotó a los estudios que instituyó en su iglesia. Su formación hizo de él un perfecto clerc a la manera francesa, mitad hombre de Estado, mitad hombre de Iglesia.

Comenzó su carrera política como canciller del conde de Galicia don Ramón de Borgoña hacia 1092 y al año siguiente ya era responsable de la mayoría de los negocios de su señor, con el cargo de administrador de la diócesis, otorgado en una reunión para la que fueron convocados todos los obispos de Galicia. Cuatro años después obtuvo la dignidad de vicario de la Iglesia de Santiago y por aquellas fechas fue enviado a Roma por el monarca castellano Alfonso VIpara evitar la rehabilitación como obispo de Compostela de don Diego Peláez. En Roma recibió las órdenes eclesiásticas de manos del papa Pascual II. En julio de 1100 fue designado obispo de Santiago de Compostela y consagrado en abril del año siguiente por el obispo de Magalona (Francia).

Desde comienzos de su episcopado el obispo Gelmírez trató de regenerar las rentas de su sede y de restaurar en ella la disciplina. Instituyó setenta y dos canónigos eligiendo a los más sabios y más dignos y les impuso la vida en comunidad bajo una regla, así como la igualdad en la remuneración y en el cargo; les obligó a vestir y comportarse decorosamente (lo cual no se daba en el pontificado de sus antecesores) y, en general, consiguió que el clero compostelano destacase por su castidad y rectas costumbres. En 1102 Gelmírez obtuvo la autorización papal para hacer cardenales a ocho canónigos de la iglesia de Santiago. En 1104 viajó a Roma, donde consiguió el palio, símbolo de la dignidad arzobispal, que le había sido negado por el propio Pascual II a su antecesor, el obispo Dalmacio.

Durante el reinado de Alfonso VI, Gelmírez mantuvo buenas relaciones con el monarca. El obispo de Santiago socorrió con sus tropas al rey, después de que éste fuese derrotado en Uclés (1108) y obtuvo por ello importantes compensaciones territoriales. En 1109 viajó a Toledo y asistió a la muerte de Alfonso VI. Aquel mismo año se produjo una revuelta en Galicia encabezada por el poderoso conde de Traba Pedro Froilaz, que pretendió que la nobleza gallega renovase el juramento de fidelidad a su pupilo, Alfonso Raimúndez, el futuro Alfonso VII, hijo de doña Urraca y nieto de Alfonso VI. Gelmírez, que mantenía una gran rivalidad con Froilaz no hizo nada por propiciar el juramento. Al bando del conde de Traba se opusieron los partidarios de Alfonso de Aragón y Navarra, el Batallador, que, tras casarse con la reina doña Urraca, se tituló también rey de Castilla; formaban parte de este partido el señor de Deza Pedro Arias y su hijo Arias Pérez y la ciudad de Lugo. Con estos apoyos Alfonso el Batallador invadió Galicia y devastó las tierras del conde de Traba, que huyó con el infante a León.

Doña Urraca, cansada de los desmanes de su marido en las tierras de Galicia, rompió con Alfonso I y el papa declaró su matrimonio nulo por consanguinidad. Gelmírez, que por aquellas fechas se alió con el conde de Traba, acudió a León, donde Froilaz no consiguió que se proclamase rey a Alfonso VII. Pero la reina se reconcilió con el Batallador y viajó a Aragón, donde, sin que se conozcan los motivos, fue encerrada en la fortaleza de Castellar. Previamente había enviado una carta al conde de Traba en el que le urgía para que proclamase a Alfonso Raimúndez rey de Galicia. La reconciliación hizo que el conde de Traba se sintiese traicionado y éste encerró al infante en el castillo de Santa María de Castrelo. Pero los comuneros gallegos, encabezados por Arias Pérez, acudiendo a la llamada de la reina, fueron allí por el infante para proclamarlo. También acudió Gelmírez, probablemente para actuar como mediador y permanecer en primer plano en la proclamación de Alfonso VII, asegurando así un puesto de preeminencia en su reinado. Sin que se sepa por qué ocurrió, Gelmírez fue hecho prisionero por los comuneros, que tradicionalmente habían sido sus aliados y que también apresaron al infante y a la condesa de Traba. Gelmírez permaneció en prisión cinco días y sólo pudo conseguir la libertad a cambio de dejar a sus hermanos como rehenes y entregar a Arias Pérez las estratégicas fortalezas del Oeste y el Castillo de la Lanzada, aunque éste nunca llegó a ocuparlas. Tras su liberación, el obispo debió frenar la anárquica situación en que se encontraba Compostela tras la revuelta comunera, que cada vez perdía más fuerza. Gelmírez tuvo el acierto político de saber acercar a los bandos adversarios (por un lado el conde de Traba; por otro los comuneros) y el infante fue liberado al poco tiempo por Arias Pérez. Entre todos prepararon aceleradamente la proclamación como rey de Alfonso Raimúndez.

La conquista de Palencia y Sahagún a mediados de 1111 por el rey de Aragón causó la reacción de los condes de Portugal, don Enrique de Borgoña y doña Teresa, hermana de doña Urraca, que cercaron a los reyes en Carrión (mayo de 1112). Gelmírez ofreció entonces su apoyo a doña Urraca a cambio de que proclamase a Alfonso VII soberano de Galicia. La proclamación tuvo lugar el 17 de septiembre del mismo año. Alfonso el Batallador reaccionó y después de haber roto el cerco de Carrión, se enfrentó a las tropas de Gelmírez en Viandangos, cerca de Astorga, infligiendo una dura derrota al obispo, que consiguió huir con el rey en el último momento.

Cuando volvió a Compostela pudo gozar de una situación de preeminencia por su condición de co-tutor de Alfonso VII (el otro tutor era en conde de Traba). La reina entregó el gobierno de Galicia al obispo, que en abril de 1113 hubo de vencer una nueva revuelta en Santiago, encabezada por Arias Pérez, que se había declarado partidario de Alfonso el Batallador y se había aliado con los piratas ingleses. Gelmírez y doña Urraca cercaron a Arias Pérez en el castillo de Lobeira y todas las partidas comuneras se rindieron a continuación. El obispo tomó su parte del botín y con él compró a los vencedores todos los prisioneros que habían hecho y los liberó a continuación, devolviendo sus naves a los ingleses para que se fuesen de Galicia.

En 1113 estalló la guerra entre doña Urraca y Alfonso el Batallador por los excesos que el segundo había cometido en sus campañas contra Castilla. El punto de partida de esta guerra fue el hecho de que Alfonso el Batallador la emprendiera a bofetones contra la comitiva (formada por obispos) que la reina había enviado a parlamentar con el aragonés. De nuevo Gelmírez se alineó del lado de la reina y, junto con las tropas del conde de Traba, consiguió hacer retroceder al ejército aragonés hasta Villafranca de Oca. Doña Urraca prometió a Gelmírez respetarle sus territorios y su diócesis y éste insistió en que la reina se separase de don Alfonso, como había sido la voluntad de Pascual II. Y de nuevo doña Urraca se reconcilió con el rey. Gelmírez lanzó una arenga desde la iglesia de Carrión de los Condes en la que llegó a excomulgar a cuantos aprobasen el incestuoso matrimonio de los reyes; el sermón puso a los habitantes en su contra y el obispo tuvo que huir para salvar la vida. A continuación regresó a Galicia y trató de acercarse al conde de Traba y a doña Teresa de Portugal. Las primeras negociaciones entre el obispo y la condesa debieron ser muy fructíferas, ya que Hugo, el secretario y confidente de Gelmírez, fue nombrado obispo de Oporto. La política gallega se fue desvinculando de Castilla mientras y doña Urraca, para evitarlo, trató de dividir a los gallegos ofreciendo al conde de Traba la mitad del señorío de Gelmírez a cambio de su juramento de fidelidad. Ante la negativa del conde, la reina intentó sobornar a Gelmírez ofreciéndole el señorío de Lobeira. El obispo también rehusó.

Pero un año más tarde don Alfonso repudió a su esposa después de recibir una carta de doña Teresa de Portugal en la que afirmaba que la reina lo iba a envenenar. Comenzó entonces un periodo (1114-1116) en el que doña Urraca tan pronto trataba de prender al obispo como le prometía acatar su dignidad. Por aquellos años Gelmírez solicitó a Pascual II que Santiago se transformase en arzobispado, pero el papa lo negó. Gelmírez debió ser amonestado por el pontífice debido a sus frecuentes intromisiones en la diócesis de Braga.

El príncipe Alfonso reclamó sus derechos en Galicia con el apoyo de Gelmírez y el conde de Traba, pero doña Urraca, apoyada por sus partidarios, tomó la ciudad de Santiago y se retiró a Castilla, dejando Compostela dominada por los revoltosos. Estos insurrectos estaban encabezados, probablemente, por un canónigo llamado Arias Muñiz, cercano a Gelmírez y sus reivindicaciones eran secundadas por la incipiente burguesía compostelana. Sus motivos de queja se dirigían directamente hacia Gelmírez, por su manifiesto nepotismo y la venta continuada de prebendas. Los sublevados entregaron una carta al obispo en la que reclamaban una serie de derechos comunales; Gelmírez quiso darle la vuelta a la situación y secundó las reivindicaciones, tratando de convertirse en el cabecilla de la revuelta. Arias Muñiz, siguiendo el juego del obispo, aceptó el señorío natural de Gelmírez sobre los gallegos y solicitó que fuese él mismo quien los gobernase y que la condesa de Traba saliese de Galicia con Alfonso VII. Gelmírez, creyendo haber ganado la partida, aceptó; pero en cuanto la caballería real salió de Compostela la muchedumbre salió a la calle para pedir la cabeza del obispo, que se tuvo que refugiar en una de las torres de la catedral. Para acabar con esta situación acudió la reina a Santiago en 1117 y reconoció el señorío de Gelmírez a cambio de que el obispo abandonase el bando del conde de Traba y Alfonso VII y se pasase al castellano. El obispo, que se encontraba en una situación muy comprometida, aceptó las premisas de la reina y marchó contra las tierras del conde de Traba. No le valió para recuperar el gobierno de Galicia, porque durante semanas el consejo comunal se hizo cargo de Compostela, ignorando cada vez más la autoridad del obispo. Gelmírez logró huir disfrazado de mendigo y marchó en busca de la reina, cuyo apoyo consiguió; doña Urraca entregó a Gelmírez una reliquia de Santiago Alfeo con la que el obispo entró triunfante en Compostela (durante la Edad Media el poder mediático de las reliquias era muy grande). La situación se tranquilizó y Gelmírez consiguió unir de nuevo al conde de Traba y su protegido rey con doña Urraca. Esta unión volvió a levantar a los comuneros contra los poderosos (esta vez todos ellos unidos) y doña Urraca acudió a Compostela para sofocar la revuelta, pero las falanges castellanas fueron vencidas por el pueblo levantado y la reina debió refugiarse en la catedral junto con el obispo. El pueblo incendió la torre de la catedral y permitió salir a la reina. Durante el incendio de la torre de Señales y la inmediata revuelta callejera, murieron cuantos allí se encontraban, incluidos un hermano y un sobrino de Gelmírez. Pero el obispo, una vez más disfrazado de mendigo, consiguió confundirse entre la multitud y escapar a la cercana iglesia de Corticela y de allí, a través de los tejados, a la casa de un canónigo fiel al obispo llamado Pedro Gudensíndez. Por la noche logró salir de la ciudad y fue en busca de la reina, que para salvar su vida había pactado con los revoltosos la entrega del obispo. Gelmírez excomulgó a los revoltosos, que habían nombrado a un nuevo obispo cuyo nombre se desconoce (quizás fuese el propio Arias Muñiz) y la reina levantó su ejército contra los gallegos y tomó la ciudad, desterrando a los principales ejecutores de la revuelta. El obispo levantó la excomunión que había lanzado contra los habitantes y consiguió recuperar las joyas del templo. Doña Urraca y su hijo se reconciliaron y marcharon contra Alfonso el Batallador, al que arrebataron la ciudad de Toledo (1118). Entonces don Alfonso Raimúndez y doña Urraca enviaron una carta a Gelmírez pidiéndole que respetase la autoridad del primado toledano.

Sin embargo, hacia 1120, Gelmírez volvió a solicitar al nuevo papa, Calixto II, la dignidad metropolitana para la sede de Santiago. En las negociaciones, el principal representante del obispo compostelano fue su cronista y arcediano Hugo, de origen francés. El nuevo pontífice, perteneciente a la casa de Borgoña y tío de Alfonso VII, accedió a sus peticiones y además concedió a Gelmírez el título de legado pontificio para las diócesis de Braga y Mérida. Las bulas llegaron en 1122 y la investidura de ambos cargos tuvo lugar el 25 de marzo de aquel año. Este nombramiento suponía arrebatar la diócesis de Mérida a la de Toledo y hacerla sufragánea de la de Santiago y causó la reacción del arzobispo de Toledo, Bernardo, que se opuso duramente a Gelmírez. Bernardo logró evitar que la sede de Braga traspasase su dignidad metropolitana a Compostela. Aunque no sin problemas, Gelmírez pudo consolidar el nombramiento. Después de este ascenso Gelmírez quiso ir más allá y solicitó al papa el primado de las Españas. Bernardo, enterado de los planes del arzobispo de Compostela, pidió a Calixto II que le confirmara como primado y lo consiguió. Sin embargo, desoyendo las órdenes papales, Gelmírez convocó un concilio nacional en Compostela (tal convocatoria era una prerrogativa del primado). Comenzó un nuevo enfrentamiento entre ambos prelados, en el que Bernardo exigió la devolución de la diócesis de Mérida apelando a las últimas decisiones papales; Gelmírez opuso las bulas recibidas en 1122. El papa terminó por dar la razón a Gelmírez. Ya como primado, convocó un concilio nacional en 1124, al que asistieron ocho obispos y veinticuatro abades. Los dos primeros concilios gelmirianos también fueron concebidos como un medio propagandístico y en ellos se trató un tema que interesaba tanto a moradores como a peregrinos: la paz.; los peregrinos propagaron por Europa la ideología de Gelmírez sobre la supremacía de su sede, que provenía directamente del descubrimiento de las reliquias de Santiago (la propia Roma había basado su prestigio en el hecho de estar fundada bajo el sepulcro del apóstol Pedro). Gelmírez conseguía llegar al culmen de su poder eclesiástico con el concilio convocado en 1125, en el que logró un amplio consenso, a pesar de la oposición de doña Urraca y su hijo, que habían tomado partido por el prelado toledano. Pero a la muerte de Calixto II, su sucesor, Honorio II, dio la razón al metropolitano de Toledo, Raimundo, sucesor de Bernardo. No obstante, Gelmírez siguió titulándose primado y tuvo tal tratamiento por parte de Alfonso VII en el concilio de Palencia. En el concilio de Carrión, celebrado en 1130 y en el que se encontraba presente el primado toledano, Gelmírez gozó por merced del rey de las prerrogativas del primado, y aún consiguió las mitras de Lugo y Salamanca para dos de sus más fieles canónigos. Durante su pontificado, Gelmírez convocó en Compostela siete concilios (del VIII al XIV), aunque él mismo no asistió a diversos concilios convocados por los papas Gelasio II, Inocencio II y Calixto II. Después del concilio de Carrión, los concilios convocados por Gelmírez no tuvieron la misma trascendencia y en cada uno de ellos se puso de relieve el progresivo declive del prestigio de Diego Gelmírez.

En 1120 doña Urraca viajó a Galicia para renovar el juramento de fidelidad que sus habitantes le habían hecho en 1117 y para ser proclamada reina de Galicia con exclusividad. La reina ordenó prender a Gelmírez, en quien no veía sino un estorbo para sus planes, pero éste, prevenido, logró escapar. Para congraciarse con él doña Urraca le nombró gobernador de Galicia, pero la reina no pudo consumar sus planes.

Diego Gelmírez fue un pionero en la introducción de naves de guerra para luchar contra la piratería; de hecho su iniciativa marcó el punto de partida de la marina de guerra castellana. En un principio utilizó galeras genovesas, pero pronto hizo venir de Pisa y Génova armadores para que construyesen dos naves rápidas de apresamiento. Desde 1115 se construyeron bajo sus órdenes naves en Padrón y hay autores que afirman que fue el creador del astillero de Iria, lo cual no puede ser asegurado con certeza, pero es seguro su desarrollo en tiempos del arzobispo. En 1121 Gelmírez desarrolló campañas para limpiar las costas gallegas de los piratas normandos y almorávides con resultados positivos, pues, las naves apresadas al enemigo pasaron a engrosar la escuadra gallega.

Recibió entonces Gelmírez una petición de la reina, que aliada con su hijo Alfonso Raimúndez, tenía el ejército en Galicia para rechazar los ataques de Teresa de Portugal, que había conquistado Tuy. El arzobispo acudió en auxilio de doña Urraca y consiguieron hacer retroceder a los portugueses hacia la línea del Duero. Gelmírez se apoderó de la diócesis de Braga, donde Teresa de Portugal había colocado un obispo adicto a ella, Paio Mendes, a quien el compostelano nombró canónigo honorario de la sede de Santiago. Entonces la reina, mediante engaños, logró hacer que el ejército de Gelmírez se alejara y, cuando el arzobispo se encontraba indefenso, lo mandó prender junto con gentes de su séquito y lo encarceló de nuevo en Santa María de Castrelo. Doña Urraca anunció que iba a comenzar una pesquisa sobre el ejercicio del poder del arzobispo. El rey, el pueblo e incluso Calixto II exigieron la liberación del prelado y así sucedió, pero doña Urraca se negó a devolver las fortalezas conquistadas, poniendo el reino al borde de la guerra civil. La intervención de Gelmírez en diciembre de 1121 consiguió evitar el enfrentamiento, de momento. Por aquellos años doña Urraca nombró a Gelmírez gobernador de Galicia. La noticia hizo que los Traba se sintiesen atacados. En 1123 la guerra estalló cuando doña Urraca atacó Galicia y prendió al conde de Traba. Para ello había conseguido la neutralidad de Gelmírez. Alfonso VII, cansado de los ataques a sus súbditos, se hizo armar caballero (Gelmírez bendijo las armas, a pesar de su promesa de neutralidad) el 25 de mayo de 1124 e intentó rechazar las tropas de doña Urraca. La guerra se detuvo después de unas primeras escaramuzas y madre e hijo se reconciliaron por última vez. Doña Urraca murió en 1126.

Gelmírez renovó su compromiso con Alfonso VII y tras la muerte de la reina se dedicó a someter a los señores gallegos que se habían negado a reconocer a Alfonso. La coronación de Alfonso tuvo lugar en León el 10 de marzo de 1126 y Gelmírez estuvo presente. El arzobispo luchó de lado del rey cuando en 1127 los portugueses iniciaron una nueva ofensiva. La derrota gallega en San Mamede (1128) supuso la definitiva escisión de la diócesis de Braga de la de Compostela. La paz se firmó tras varias semanas de escaramuzas. También colaboró Gelmírez económicamente con Alfonso, dándole diez mil marcos de plata que el soberano había solicitado como subsidio de guerra. Sin embargo no permitió el arzobispo la intromisión de Alfonso en sus estados y se opuso a la orden real del prendimiento del tesorero de la catedral. Esta falta de sometimiento puso al monarca en su contra y en adelante Alfonso VII coaccionó al arzobispo pidiéndole cada vez más dinero. Pero en 1128 el poder de Gelmírez todavía era suficiente como para conseguir que Alfonso VII renunciase a su capacidad para nombrar los obispos y se la transfiriese al arzobispo. Además fue nombrado canciller del reino de León, igualándolo en cargos al arzobispo de Toledo, que era canciller de Castilla; Gelmírez entregó este cargo político a su administrador, Bernardo, aunque él cobró las rentas. Junto con el cargo de canciller obtuvo del rey la capellanía de palacio (sus rentas). En 1129 los detractores de Gelmírez aprovecharon que enfermó para solicitar al rey su destitución a cambio de cuatro mil marcos de plata. El papa Inocencio II envió a España un legado para que resolviese el asunto, el cardenal Guido, que no autorizó la deposición. Era una época de cisma en la que existían dos pretendientes al trono de san Pedro: Inocencio II desde Roma y Anacleto II desde Génova; ambos enviaron cartas a Gelmírez en 1130 prometiéndole la devolución de la primacía de las Españas a cambio de que secundase sus bandos. Aunque el prelado no contestó ninguna de las dos cartas, su postura se acercó más a la de Anacleto II, hasta que en 1131 Inocencio obtuvo el sometimiento de los obispos de Inglaterra, Castilla, Francia y Aragón y entonces Gelmírez se decantó definitivamente por Inocencio II. Los enemigos de Gelmírez lo intentaron asesinar en agosto de 1136, pero el prelado logró salvar la vida y recuperarse, después de lo cual asistió al concilio de Burgos, celebrado en octubre del mismo año y donde su participación fue secundaria. Gelmírez pasó enfermo el final de su vida. Los últimos datos que se tienen del arzobispo provienen de documentación en la que dio diversas concesiones a varios monasterios en agosto de 1139.

El pontificado de Gelmírez supuso la sublimación de la sede compostelana, para lo cual el arzobispo no escatimó esfuerzos. Su proyecto de hacer de Compostela uno de los grandes centros de peregrinación de Occidente le llevó a acometer numerosas obras de embellecimiento de la catedral para dejarla a la altura de las catedrales europeas que los peregrinos conocían: renovó el baldaquino y la capilla del altar, hizo colocar un nuevo altar de confesión y una nueva mesa para el altar del apóstol y cambió el frontal por uno nuevo de plata. Consciente del poder de atracción de las reliquias, hizo trasladar a Santiago desde la diócesis de Braga, las de san Silvestre, san Cucufate y san Fructuoso. Gelmírez logró establecer en Santiago un centro de peregrinación tan importante como Roma o Jerusalén. Hoy en día se relaciona la Guía del Peregrino, producida por el francés Aimaro, con la catedral de Santiago y los tiempos de Gelmírez, pues de allí proceden los dos manuscritos conservados más antiguos de la obra. Además de la catedral, levantada sobre la tumba del apóstol, muchas otras iglesias y monasterios gallegos fueron reconstruidos y embellecidos bajo el patrocinio de Diego Gelmírez. También partió de su iniciativa la redacción de la Historia Compostelana, una obra en la que el prelado trató de perpetuar sus hechos y méritos.

Bibliografía

  • MURGUÍA, M. Don Diego Gelmírez: [Estudio histórico crítico de este insigne prelado]. Coruña, 1898.

  • PÉREZ DE URBEL, J. "Los comienzos de la Reconquista", en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VI. Madrid, Espasa Calpe. 1994.

  • XAVIER, A. Diego Gelmírez. Reino de Galicia, siglos XI-XII. Barcelona, 1985.

JMMT

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero