La Fornarina (1884-1915).
Nombre artístico de Consuelo Bello Cano, cupletista española nacida en Madrid el 28 de mayo de 1884 y fallecida en la misma ciudad el 17 de julio de 1915.
Procedente de una familia con escasos medios económicos, Consuelo Bello fue descubierta por un cazatalentos que le proporcionó facilidades para alcanzar el éxito. Su carrera fue corta (quince años), pero triunfó en los escenarios más importantes de España y del resto de Europa.
Comenzó siendo corista en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y más adelante pasó a representar una pantomima en el Salón Japonés de la capital española. Pronto los periodistas comenzaron a hablar de su talento y fue uno de ellos, Javier Betegón, de La Época, quien le dio el sobrenombre de La Fornarina.
Su carrera continuó en el Teatro Nuevo Retiro de Barcelona, en el Salón Novedades de Valencia y en el Teatro Romea de Madrid, donde apareció en la obra musical No te fíes de los turcos. En 1904, su encuentro con el letrista José Juan Cadenas dio lugar a una fructífera colaboración entre ambos.
En 1915 tuvo lugar su primera actuación en el Coliseo dos Recreios de Lisboa, donde obtuvo un gran éxito. Ese mismo año triunfó en el Teatro Novedades de Madrid. A partir de dicha fecha le llovieron contratos en importantes teatros de la península ibérica, como el Lara y el de la Zarzuela de Madrid, y el Teatro Príncipe Real de Oporto.
En 1907 se presentó en el Apollo Théatre de París, donde obtuvo excelentes críticas. En la capital francesa trabó amistad con el compositor Quinito Valverde y fue ella quien estrenó su canción "Clavelitos" en 1909. Pronto alcanzó la fama en toda Europa y pudo cantar en lugares emblemáticos como el Palais Soleil de Montecarlo, el Alhambra de Londres, el Olympia de París, y en ciudades como Viena, Berlín y San Petersburgo en 1909. Tras su triunfante regreso a Madrid, el Rey Alfonso XIII presidió una de sus actuaciones en el Teatro de la Comedia.
En 1914 cantó por primera vez El último cuplé en Madrid, y al año siguiente comenzaron sus problemas de salud que desembocaron en su fallecimiento.
Si bien La Fornarina no poseía una gran voz, afinaba a la perfección y no cantaba de forma estridente, como solía ocurrirles a las cupletistas del momento. Su fama se debía entre otras cosas a su gracia y sensualidad personales y a la ingenuidad algo picante que desplegaba en escena.