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LiteraturaBiografía

Díaz Mirón, Salvador (1853-1928).

Poeta y político mejicano, nacido en Veracruz el 14 de diciembre de 1853 y fallecido en su lugar de origen el 12 de junio de 1928. Era hijo del poeta y político veracruceño Manuel Díaz Mirón, de quien heredó su afición a las Letras y sus inquietudes de hombre público. Considerado como uno de los poetas mayores de la literatura hispanoamericana de todos los tiempos, dejó una variada e intensa producción lírica que, inserta en los cauces más puros del movimiento modernista, se caracteriza por sus bruscos y extremos contrastes, tanto en el campo temático como en el de los procedimientos técnicos y los moldes formales. Pero, por encima de todo, la poesía de Salvador Díaz Mirón exhibe una rara perfección externa que, a su vez, revela el rigor y la disciplina presentes en el quehacer habitual de este exigente poeta.

Vida.

Anclada, en demasiadas ocasiones, a la tópica figura del vate hispanoamericano que compagina su condición de prócer con su frecuente trato con las Musas, la vida de Salvador Díaz Mirón corrió acorde con las vicisitudes político-sociales que jalonan las biografías de tantas otras personalidades artísticas del modernismo de Ultramar. Tras haber sido introducido en los ambientes literarios mejicanos por su propio padre, culminó la primera fase de sus estudios en su Veracruz natal y se trasladó a Jalapa, donde prosiguió su formación académica y se dio a conocer como poeta (1874). Ya por aquel entonces mostró también algunas inquietudes sociales que empezó a dejar patentes en los diferentes medios de comunicación que aceptaron sus primeras colaboraciones, y fue precisamente a raíz de la publicación de estos agresivos artículos cuando se hizo aconsejable su traslado a los Estados Unidos de América. Corría, a la sazón, el año de 1876, fecha en la que el joven Salvador llegó a Nueva York para permanecer allí por espacio de dos años.

De regreso a México, se instaló de nuevo en Veracruz y empezó a desarrollar una frenética actividad política que le condujo, en 1878, hasta el parlamento local, del que pasaría al cabo de seis años a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, donde a partir de 1884 se haría célebre por pronunciar algunos de los discursos más destacados de la oratoria civil hispanoamericana, como su famosa diatriba contra "La deuda inglesa". Entre tanto, dos acontecimientos privados habían marcado singularmente su peripecia vital: en 1878, al poco tiempo de haberse asentado de nuevo en México, tomó parte en una violenta riña en el municipio veracruceño de Oritaba, donde un disparo de revólver le dejó inutilizado para siempre el brazo izquierdo; y en 1882 contrajo nupcias -en matrimonio civil- con Genoveva Acea, una de las mujeres a quienes Díaz Mirón dedicó algunos de sus más bellos poemas (v. gr., los titulados "A Gloria" y "Ojos verdes").

Pero su habilidad para hallarse presente en las situaciones más comprometidas no había hecho nada más que comenzar. A consecuencia de sus virulentos artículos aparecidos en los medios de comunicación de Veracruz, se enemistó con numerosas personas, una de las cuales -un tal Federico Wólter- perdió la vida a causa de dos tiros que le disparó el propio Salvador Díaz Mirón cuando, a la salida de un café, ambos pretendían solventar violentamente la acalorada discusión suscitada dentro del local. Dada la condición de prohombre de que ya gozaba el poeta, el escándalo derivado de este aciago lance alcanzó proporciones mayúsculas, por lo que Díaz Mirón fue condenado a pena de reclusión en la cárcel municipal de Veracruz, donde estuvo encerrado por espacio de cuatro años (aunque, a causa de diferentes achaques de salud, se le permitió ingresar en varias ocasiones en el Hospital de San Sebastián).

Recobrada la libertad, en 1896 se afincó en la ciudad tabasqueña de Jalapa, en donde le aguardaban su esposa e hijos. Dio entonces comienzo uno de los raros períodos de sosiego que vivió Salvador Díaz Mirón, por aquel entonces entretenido en la redacción de sus artículos y poemas y en la atención dispensada a su familia. Pero su necesidad de hallarse presente en el epicentro de toda actividad social no le permitió prolongar durante mucho tiempo este período de aurea mediocritas, por lo que en 1900 volvió a pisar la Cámara de Diputados, aunque esta vez con mucha mayor prudencia oratoria de la que había gobernado sus pasos anteriores.

Fruto de la tranquilidad en que había vivido durante el último lustro del siglo XIX fue la edición, en 1901, del volumen poético titulado Lascas, obra que, por un lado, venía a ofrecer una valiosa recopilación de "una pequeña parte" de la producción lírica de Díaz Mirón; y, por otra parte, servía para desautorizar las anteriores ediciones de sus poesías, tildadas de fraudulentas por el propio vate veracruceño, habida cuenta de que -según su propio testimonio- no habían contado con su necesaria autorización.

Este libro gozó de una espléndida acogida entre críticos y lectores especializados, que justificaron una tirada de diez mil ejemplares. Sin embargo, el reconocimiento literario no bastaba para colmar las aspiraciones de Salvador Díaz Mirón, quien volvió a concentrarse en sus actividades políticas para ir recuperando poco a poco el antiguo protagonismo que había desempañado en la Cámara de los Diputados. Así, a finales de 1910 su carácter violento e impulsivo volvió a animarle a disparar contra un diputado dentro del mismo recinto parlamentario, agresión que le acarreó una nueva condena a prisión y la pérdida de su condición de aforado.

Tras pasar seis meses en el presidio de Belén, el buen hacer de sus amigos y protectores le permitió recobrar la libertad en mayo de 1911, fecha en la que fue absuelto en medio del clima enrarecido que acompañó los acontecimientos revolucionarios protagonizados por Madero. Desde su nueva residencia en Ciudad México, el poeta de Veracruz asistió con desagrado a los primeros excesos de la revolución, por lo que pronto abandonó la capital para regresar a Jalapa y hacerse cargo allí de la dirección del Colegio Preparatorio, al frente del cual permaneció durante dos años.

Pero su talante inquieto y su constante presencia en la vida pública mejicana no le permitió permanecer mucho más tiempo en este sosegado retiro jalapeño. En efecto, en 1913 regresó a Ciudad de México para asumir la dirección del rotativo gubernamental El Imparcial, desde cuyas tribunas se mostró Díaz Mirón como un partidario incondicional del dictador Victoriano Huerta, responsable del derrocamiento y asesinato del susodicho Madero. Al mismo tiempo, dio muestras de un encendido espíritu patriótico que le impulsó a manifestar su rabia y dolor ante la invasión de México por parte de las tropas militares de los Estados Unidos de América.

En 1914, la caída y el posterior exilio de Victoriano Huertas aconsejó a sus entusiastas partidarios una discreta retirada de la escena política mejicana, por lo que el propio Díaz Mirón tomó también el camino del exilio para instalarse, primero, en el puerto español de Santander, y posteriormente en La Habana (Cuba), donde subsistió merced a las labores docentes que le permitieron ejercer durante cinco años. En efecto, permaneció en La Habana desde 1915 hasta 1920, fecha en la que regresó a México para continuar impartiendo clases en la Escuela Naval, después de haber rechazado una oferta para ejercer la docencia en la capital azteca, una inesperada ayuda oficial y un homenaje literario que pretendían rendirle los admiradores de sus versos. Consagrado de lleno a la docencia, durante los últimos años de su vida se alejó definitivamente de las intrigas políticas e incluso abandonó prácticamente su quehacer literario, a pesar de que los lectores mejicanos -incluidos sus más enconados rivales en la esfera política- le habían consagrado ya como uno de los mayores poetas de la nación.

Pese a la sombra de abandono y tristeza que cubre este último período de la vida de Salvador Díaz Mirón, lo cierto es que su naturaleza inquieta y agresiva permaneció activa hasta el final de sus días, impidiéndole permanecer debajo de esa capa de anonimato y mansedumbre que parecía querer echar sobre sus vencidos hombros el propio poeta. Instalado de nuevo en su Veracruz natal, en donde había aceptado la dirección del Colegio Preparatorio y la ocupación de una cátedra de historia, se vio envuelto en otra seria pendencia, esta vez al golpear a un alumno díscolo en el transcurso de un grave incidente escolar que acarreó su obligada renuncia a la dirección de dicho Centro. Contaba, a la sazón, setenta y cuatro años de edad, y si a partir de entonces no volvió a protagonizar ningún incidente violento propio de su carácter altanero y agresivo, fue porque la muerte vino a impedírselo al año siguiente.

Los restos mortales del poeta fueron objeto de numerosos tributos de admiración y homenaje. Trasladados a Ciudad de México, merecieron nuevos reconocimientos oficiales y recibieron sepultura en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Obra.

Etapa romántica.

Tradicionalmente, la crítica especializada ha venido siguiendo los criterios que en su día estableciera el propio Díaz Mirón para dividir su producción poética en tres grandes apartados que, aproximadamente, vienen a coincidir con otros tantos períodos en la evolución de la estética literaria y artística de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Así, se habla de una primera etapa romántica en la que el poeta mejicano, muy influido aún por sus lecturas juveniles, dio a conocer sus versos primerizos a través de algunas publicaciones como La Concordia, de Veracruz. En esta primera etapa -que, según lo establecido por el propio poeta en el prólogo de Lascas, puede fijarse entre 1874 y 1892-, es evidente la influencia de los grandes autores del romanticismo europeo, particularmente del español Gaspar Núñez de Arce y del francés Víctor Hugo. En general, la poesía de este primer período creativo de Salvador Díaz Mirón (caracterizada por sus composiciones amorosas dedicadas a Matilde Saulnier y Genoveva Acea; por sus protestas ante la injusticia social, al estilo de los románticos franceses; por sus quejas existenciales acerca de la indiferencia divina ante las miserias y desgracias humanas; y por sus elementos descriptivos que, sin salir de la estela romántica, preludian ya la eclosión de la nueva estética modernista) es la parte de su obra que mayor fama le ha granjeado, tanto en su propio país como en el resto de Hispanoamérica. Algunos de los poemas más célebres de esta primera etapa de su trayectoria lírica son los titulados "Umbra", "El arroyo" y "Cleopatra".

Etapa modernista.

La acusada presencia de un intenso ingrediente naturalista en casi todos los poemas del segundo período creativo de Salvador Díaz Mirón (patente, por ejemplo, en el tratamiento de los temas más relacionados con la naturaleza humana, especialmente los referidos a los instintos y pasiones del hombre) hizo creer a algunos lectores contemporáneos que el poeta de Veracruz se alejaba voluntariamente del modernismo triunfante en América y Europa. Sin embargo, las posteriores aportaciones de la crítica especializada han venido a subrayar la importancia de este elemento naturalista en la esencia misma del modernismo, y aún más en el particular entendimiento que, de los postulados modernistas, tuvo un poeta tan ecléctico y variado como Díaz Mirón. Por lo demás, en la proteica configuración de Lascas -libro que, en sí mismo, constituye toda esta segunda etapa poética del autor de Veracruz- aparecen también ecos notables -como atinadamente ha señalado Manuel Sol- del realismo artístico de Gustave Flaubert, del decadentismo de Charles Baudelaire, del preciosismo de Gabriele D'Annunzio y del verismo de Walt Whitman; no es de extrañar, por ende, que la publicación de este poemario sembrara la confusión entre unos lectores que no estaban al tanto de estas tendencias líricas y, en su mayor parte, no asimilaban todo el alcance de la agresiva pirotecnia estilística de que hacía gala en Lascas Salvador Díaz Mirón (abundancia de cultismos y neologismos, hipérbatos exagerados, predilección por la elipsis y la elusión, barroquismo estético, etc.). Se trataba, pues, de una obra que despertó tantas adhesiones entusiastas como enconadas censuras, hasta el extremo de que tanto los partidarios como los detractores del poeta llegaron a compararle -para bien o para mal- con algunas figuras de la talla de Góngora y Quevedo.

Entre las composiciones más recordadas de Lascas, conviene citar las tituladas "Ecce homo", "Gris perla", "Cintas de sol" y, sobre todo, "Epístola joco-seria", que constituye una especie de ideario estético o ars poetica del escritor veracruceño.

Etapa Postmodernista.

Su progresivo alejamiento de la creación literaria, sumado a las cada vez mayores exigencias formales que, en su afán perfeccionista, se iba planteando a sí mismo a medida que pasaban los años, motivó que la producción lírica de Salvador Díaz Mirón durante su tercera y última etapa creativa sumara poco más de una veintena de composiciones. El hecho de que este tercer período abarque más de veinticinco años (concretamente, desde 1902 hasta 1928) da buena cuenta de la importancia que el poeta concedió a su propósito de estilizar su poesía hasta extremos casi enfermizos. Uno de los recursos que más utilizó para ello fue la recurrente presencia del verso heterotónico, de extraordinaria variedad métrica y eufónica, que permitió a algunos detractores de la poesía de Díaz Mirón argumentar que este exagerado esfuerzo expresivo sólo estaba ocultando una alarmante falta de inspiración a la hora de renovar los contenidos. Sin embargo, el autor, consciente de las enormes dificultades que conseguía superar cuando, tras muchas horas de trabajo, lograba dar remate a un poema, anunció en alguna ocasión que éstos aparecerían recopilados en un volumen que habría de titularse Triunfos, para dar a entender desde la portada que el poeta había triunfado sobre los obstáculos que él mismo se imponía. Como ejemplo de una de estas dificultades extremas, vale citar el poema titulado "Los peregrinos", cuyos versos alejandrinos presentan la particularidad de no repetir, dentro de cada uno de ellos, la misma vocal acentuada.

Bibliografía.

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  • REY, María Ramona: Díaz Mirón o la exploración de la rebelión (México: Ediciones Rueca, 1974).

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • JR.