Juan Valera (1824–1905): Un Diplomático y Novelista que Conquistó Europa con su Obra Literaria

Orígenes y formación literaria

1.1. Contexto histórico y social en el que nació Valera

Juan Valera nació el 8 de septiembre de 1824 en Cabra, una pequeña localidad en la provincia de Córdoba, en una España que estaba atravesando momentos de gran transformación. El país se encontraba en una etapa de inestabilidad política, marcada por el final del reinado de Fernando VII y el auge del Romanticismo, que vino acompañado de una atmósfera de efervescencia cultural y política. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, España vivió una serie de guerras civiles, conocidas como las Guerras Carlistas, que enfrentaron a los partidarios del absolutismo con los defensores del liberalismo.

En este contexto convulso, la sociedad española se encontraba en pleno proceso de cambio, con una nueva generación de escritores, artistas y pensadores que buscaban reflejar en sus obras las tensiones y contradicciones de su tiempo. Este entorno fue clave para la formación intelectual de Valera, quien, aún en su juventud, se vio profundamente influenciado por las corrientes románticas europeas, pero también por las tradiciones clásicas que posteriormente marcarían su obra literaria.

1.2. Primeros años de formación en Málaga y Granada

Valera comenzó su formación académica en el Seminario Conciliar de Málaga, donde se dedicó a estudiar Filosofía, una disciplina que le permitiría cultivar una mente analítica y profunda. A lo largo de estos años, se fue familiarizando con la literatura de la época y con las ideas que circularon durante la primera mitad del siglo XIX. A pesar de que su entorno en Málaga le permitió desarrollar una sensibilidad romántica, pronto fue seducido por el influjo de los clásicos griegos y latinos, lo que sería una constante en su vida.

En los primeros años de la década de 1840, Valera se trasladó a Granada, donde continuó sus estudios en el Colegio del Sacro Monte. Fue aquí donde se alejó de las influencias románticas francesas, como la de Lamartine, para sumergirse en la lectura de autores clásicos como Propercio, Catulo y Horacio. Esta doble vertiente en su formación literaria —el Romanticismo y la cultura grecolatina— le otorgó una perspectiva única que más tarde se reflejaría en sus escritos. Durante su estancia en Granada, comenzó a publicar sus primeros versos en la revista La Alhambra, logrando sus primeros éxitos poéticos. La ciudad de Granada, con su gran patrimonio cultural, fue un espacio fértil para el crecimiento de un joven escritor que ya mostraba una prometedora vocación literaria.

1.3. La llegada a Madrid y primeros amores

En 1842, Valera se trasladó a Madrid para continuar con sus estudios y dar un paso más en su carrera literaria. La capital española, centro neurálgico del Romanticismo y de la vida intelectual de la época, le ofreció la posibilidad de entrar en contacto con otros escritores y pensadores de su generación. Fue en Madrid donde experimentó sus primeros amores, siendo especialmente significativo su enamoramiento por la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda. A través de esta relación, Valera se integró en los círculos literarios del Ateneo de Madrid, donde conoció a figuras clave de la literatura española de la época.

A pesar de ser reconocido como un hombre de amplias conquistas amorosas, el corazón de «la divina Tula», como se conocía a Gertrudis, fue uno de los pocos que no logró rendir. Este episodio romántico, como muchos otros en la vida de Valera, quedaría marcado por la frustración y la complejidad de las relaciones afectivas que definirían la vida del escritor durante toda su existencia. Sin embargo, esta etapa también marcó el inicio de un periodo crucial en su vida, en el que el joven Valera fue consolidando su identidad como literato y se sumergió en los debates intelectuales y sociales de la época.

En este mismo periodo, Valera comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Granada, donde logró obtener la licenciatura en 1844. Aunque su formación académica en Derecho fue importante, la literatura y la diplomacia acabarían siendo los dos campos en los que dejaría su huella más profunda. Como regalo de su padre por la obtención del título, Valera recibió una edición de los Ensayos poéticos, una obra que consolidó aún más su interés por la poesía y la escritura.

Diplomacia, literatura y vida amorosa

2.1. Inicio de la carrera diplomática en Nápoles

La vida de Juan Valera dio un giro importante en 1846, cuando decidió embarcarse en una carrera diplomática, tras haber sido recomendado por el duque de Rivas. Fue destinado a la Legación española en Nápoles, donde inició su labor como agregado sin sueldo, marcando así el comienzo de su implicación en los asuntos exteriores de España. Durante estos primeros años en Italia, Valera no solo se dedicó a sus tareas diplomáticas, sino que también experimentó un intenso capítulo amoroso, lo que consolidó su fama como un hombre de grandes conquistas sentimentales.

La ciudad de Nápoles fue testigo de las primeras aventuras amorosas de Valera, las cuales alimentaron su reputación como mujeriego. Sin embargo, a lo largo de su vida, su fama de «don Juan» sería más compleja de lo que inicialmente parecía, y se vería empañada por tragedias personales, como la de una joven que, años más tarde, se suicidaría en la embajada de Washington, donde Valera ejercía como embajador. A pesar de sus múltiples relaciones, su vida amorosa estuvo marcada por una sensación de fracaso y de búsqueda constante de una idealización del amor que nunca pudo alcanzar.

2.2. Viajes diplomáticos: Lisboa, Río de Janeiro y Rusia

En 1849, Valera regresó a Madrid, pero al año siguiente, su carrera diplomática lo llevó a Lisboa, donde pasó un tiempo como encargado de negocios. En 1851, fue destinado a Río de Janeiro, en Brasil, un destino que mantuvo hasta 1853. Durante su estancia en la ciudad brasileña, Valera continuó cultivando su carrera literaria, publicando artículos sobre política y literatura, además de explorar la rica cultura local. En Río de Janeiro, la situación política y social de España y Latinoamérica comenzaron a interesarle más profundamente, lo que también influiría en sus futuros escritos.

El siguiente destino de Valera lo llevó a Dresde en 1855, y en 1857 a San Petersburgo, donde fue nombrado secretario del duque de Osuna, embajador de Isabel II ante el zar. Las Cartas desde Rusia, que Valera escribió durante su estancia en la corte rusa, ofrecen un detallado retrato de la vida de lujo del duque, quien, en un giro irónico de la historia, llevaría a la ruina su carrera diplomática debido a sus excesos. Estas cartas también ofrecen una visión crítica y mordaz de la aristocracia europea, una de las muchas facetas de la crítica social que caracterizaría a Valera a lo largo de su vida.

2.3. Implicación en la política española y desarrollo literario

Tras su regreso a España en 1857, Valera comenzó a involucrarse de manera más activa en la política española, lo que se tradujo en su elección como diputado por Archidona en 1858. Este período también estuvo marcado por su faceta como periodista y escritor. En 1860, fundó el periódico El Contemporáneo, una publicación influyente que abordaba temas literarios y políticos. La revista El Cócora, una publicación satírica que Valera también fundó, lo posicionó como un pensador destacado de su época.

Su relación con la Real Academia Española fue otro de los hitos de su carrera, siendo admitido en la institución en 1861. Su ingreso a la Academia se consolidó con una prolífica producción literaria, que incluía tanto obras de narrativa como de crítica literaria y filosófica. Entre sus traducciones más destacadas de la época, resalta la obra Poesía y arte de los árabes de España y Sicilia de von Schack, que se publicó entre 1867 y 1871, lo que evidenció su profundo conocimiento de la literatura extranjera y su esfuerzo por integrar lo mejor de las corrientes literarias europeas en su obra.

En 1867, Valera se casó con Dolores Delavat, una mujer veinte años más joven que él, lo que introdujo en su vida un tema recurrente en su literatura: las disparidades de edad en las relaciones matrimoniales. Aunque la unión tuvo dificultades debido a las diferencias generacionales y las tensiones personales, este tema se reflejó en varias de sus novelas, como Pepita Jiménez (1874), donde la relación entre un joven seminarista y una mujer adulta se convierte en el eje central de la obra.

Madurez literaria y temas recurrentes

3.1. Su etapa como escritor: de Pepita Jiménez a la crítica al materialismo

Con el paso de los años, la obra de Valera alcanzó una madurez literaria que lo consolidó como uno de los escritores más influyentes de su tiempo. Su primera novela, Pepita Jiménez (1874), se considera una de las obras cumbre de la literatura española del siglo XIX. En esta novela, Valera trata un tema recurrente en la literatura romántica: el amor entre un hombre joven y una mujer mayor. Sin embargo, su enfoque, lleno de finura y sutilidad, le permitió alejarse de los aspectos más crudos del tema, presentando un relato en el que se entrelazan la pasión, la moralidad y la religión.

La historia gira en torno a don Luis de Vargas, un joven seminarista que, antes de recibir la orden sacerdotal, se enamora de Pepita Jiménez, una mujer adulta que representa la tentación y la virtud. A través de la técnica epistolar, Valera narra la historia desde tres perspectivas: la del protagonista, su padre y su rival en el amor, don Pedro, y un tío del joven seminarista, lo que permite una visión multifacética de los mismos hechos. Esta novela, traducida a diez lenguas durante la vida del autor, es un claro ejemplo de la capacidad de Valera para tratar los dilemas morales y afectivos con elegancia, reflejando las tensiones propias de la España de su tiempo.

En su segunda novela importante, Las ilusiones del Doctor Faustino (1875), Valera se aparta del romanticismo para adentrarse en una crítica al materialismo del siglo XIX. El protagonista, el doctor Faustino, se enfrenta a la vacuidad de su vida, desengañado por las falsas promesas del progreso y el materialismo. La obra refleja la crítica al espíritu utilitario y científico de la época, en la que las pasiones y los sentimientos humanos quedan relegados a un segundo plano frente al afán de conocimiento y poder. A través de los personajes femeninos, Valera traza una crítica a las relaciones de poder y al desengaño de las ilusiones materiales.

3.2. Rechazo a la novela de tesis y la crítica social

Una de las principales características de la obra de Valera es su rechazo a las novelas de tesis que dominaban la narrativa española de la época, especialmente las novelas naturalistas que defendían una visión determinista y científica de la vida. Valera, al contrario, sostenía que la literatura debía centrarse en la creación de algo bello, independientemente de la fealdad o la tristeza de la realidad. En sus novelas, las reflexiones morales surgen de las situaciones narrativas, no de comentarios omniscientes, lo que le permitió ofrecer una visión más matizada y menos dogmática del mundo.

En este contexto, Valera se distancia tanto de las corrientes positivistas de su tiempo como de las novelas de tesis que trataban de imponer una moral concreta. Su obra El Comendador Mendoza (1877) es un claro ejemplo de su postura conciliadora frente al fanatismo religioso y el libre pensamiento. La novela enfrenta al fanatismo de doña Blanca Roldán con las ideas liberales representadas por don Fadrique López de Mendoza, lo que refleja el conflicto ideológico que vivía España en el siglo XIX. Sin embargo, Valera no cae en el exceso de ninguno de los dos extremos, y su obra se caracteriza por un talante moderado y reflexivo.

Por otro lado, en Doña Luz (1879), Valera explora nuevamente el tema del amor imposible, pero desde una perspectiva diferente a la de Pepita Jiménez. En esta obra, el protagonista, un ex-misionero que regresa a su pueblo, se enamora de una mujer, doña Luz, cuya vida está marcada por las restricciones sociales y religiosas. El protagonista lucha con sus propios sentimientos y la imposibilidad de vivir ese amor, lo que lo lleva a una profunda crisis personal. Esta novela, aunque menos conocida que otras de Valera, tiene un enfoque más cercano al realismo psicológico y a las tensiones morales que atravesaban los personajes de la época.

3.3. Estilo literario y evolución de la narrativa

A lo largo de su carrera, Valera experimentó una evolución en su estilo narrativo, que se alejó de los excesos de la poesía romántica para abrazar una prosa más refinada y contemplativa. Su escritura se caracteriza por su perfección formal, lo que le permitió desarrollar una narrativa clara y precisa, cargada de matices. Esta prosa elegante, en la que la reflexión moral se fusiona con la trama, le otorgó un lugar destacado en la literatura española del siglo XIX.

Aunque Valera también incursionó en otros géneros como el ensayo, la crítica literaria y la poesía, fue en la novela donde alcanzó sus mayores logros. Sus obras se sitúan en un contexto europeo más amplio, lo que lo convierte en una figura clave en la literatura española y en una de las figuras más europeas de su tiempo. En sus escritos, Valera reflejó no solo la realidad social y política de España, sino también las corrientes literarias internacionales, lo que le permitió conectar la literatura española con los debates literarios más amplios del siglo XIX.

Últimos años y legado

4.1. Los últimos años en la diplomacia y la retirada literaria

A medida que el siglo XIX llegaba a su fin, la vida de Juan Valera experimentó una serie de cambios que marcarían su etapa final. Tras un breve retorno a la diplomacia entre 1881 y 1883, Valera pasó por varias ciudades europeas, como Francfort, Lisboa, Washington, Bruselas y Viena, donde continuó desempeñando funciones diplomáticas. Sin embargo, en 1896, Valera decidió retirarse del servicio diplomático debido a su salud deteriorada y a una creciente fatiga de los viajes y la vida pública. A partir de entonces, se dedicó exclusivamente a su vida literaria y a la reflexión sobre el sentido de su obra.

Su retiro a la madrileña Cuesta de Santo Domingo fue un paso hacia una vida más introspectiva. A pesar de su deterioro físico —enfermo y casi ciego—, Valera siguió siendo una figura relevante en los círculos intelectuales y literarios de la capital española. En su casa se reunía una tertulia que, con el paso de los años, se hizo famosa por la profundidad de los debates y la calidad de los interlocutores. Durante esta última etapa, Valera vio cómo su obra comenzaba a ser reconocida de manera más amplia, a pesar de su retirada de la vida diplomática.

4.2. Su influencia en la literatura española

El legado literario de Juan Valera es indiscutible, y su influencia en la literatura española fue clave para el desarrollo de las generaciones posteriores. Fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más europeas de la literatura española del siglo XIX, capaz de integrar las corrientes literarias de su tiempo y de ofrecer una visión moderada y reflexiva frente a las tendencias más extremas del momento. Su obra fue clave para la transición del Romanticismo al Realismo, sirviendo como puente entre estas dos corrientes.

En particular, Valera desempeñó un papel esencial en la formación del estilo de autores posteriores, como Rubén Darío, quien encontró en Valera una de sus principales fuentes de inspiración. Su fascinación por los clásicos grecolatinos y su estilo narrativo depurado fueron elementos que marcaron a generaciones de escritores que buscaban equilibrar la tradición literaria con las nuevas corrientes estéticas y filosóficas que nacían en Europa. Además, su obra narrativa, alejada de los excesos de la novela de tesis y las corrientes naturalistas, abrió una nueva forma de entender la novela en España, más cercana al subjetivismo y a la introspección psicológica.

4.3. La muerte de Valera y su legado duradero

Juan Valera falleció el 18 de abril de 1905 en Madrid, a la edad de 80 años. Su muerte marcó el fin de una era en la literatura española, pero su legado perduró a través de sus obras y sus ideas literarias. La última etapa de su vida estuvo marcada por el dolor físico y la ceguera, pero incluso en ese estado, Valera mantuvo una aguda lucidez intelectual que se reflejaba en sus escritos y en las conversaciones de su tertulia.

Hoy en día, Valera es reconocido como uno de los grandes novelistas de la literatura española del siglo XIX. Su obra, aunque no siempre recibida con el entusiasmo que merecía en su tiempo, ha sido revalorizada en décadas recientes. Las novelas como Pepita Jiménez y Las ilusiones del Doctor Faustino siguen siendo estudiadas y admiradas por su profundidad psicológica, su crítica social y su estilo narrativo sofisticado.

El legado de Valera también radica en su postura ante los grandes debates ideológicos de su época. Fue un defensor de una literatura que no se sometiera a las doctrinas dogmáticas, una literatura que antepusiera la creación de belleza a la denuncia de los males sociales. Su concepción del arte y la literatura como un refugio de la belleza frente a la fealdad de la realidad ha perdurado como uno de los principios más valiosos de su obra.

En la historia de la literatura española, Valera es recordado como un hombre de mente abierta, un escritor que supo integrar lo mejor de la tradición literaria europea en su obra, sin perder nunca de vista su amor por los clásicos y por una literatura refinada y moralmente profunda. A través de su escritura, Valera dejó una huella imborrable en la narrativa española, un testamento literario que sigue inspirando a lectores y escritores por igual.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Juan Valera (1824–1905): Un Diplomático y Novelista que Conquistó Europa con su Obra Literaria". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/valera-y-alcala-galiano-juan [consulta: 16 de octubre de 2025].