Wyszynski, Stefan (1901-1981).
Religioso polaco nacido en Zuzela (Polonia) el 3 de agosto de 1901 y fallecido en Varsovia el 28 de mayo de 1981. Obispo de Lublín (1946), arzobispo de Gniezno y Varsovia (1946) y cardenal primado de Polonia (1948), durante más de treinta años gobernó con firmeza y rectitud los designios de la Iglesia polaca, al tiempo que se distinguía por su tenaz defensa de los derechos humanos y la libertad religiosa.
Sus padres, Juliana Karp y el músico Estanislao Wyszynski, le brindaron desde su niñez una espléndida formación académica y le inculcaron una profunda fe religiosa. Tras un fructífero paso por el seminario, cursó estudios superiores de Teología en el Seminario de Wloclawek, para ampliar luego su formación superior realizando la carrera de Ciencias Sociales en la Universidad de Lublín. Entretanto, no descuidó su carrera eclesiástica y se ordenó sacerdote el día 3 de agosto de 1924.
Hombre de sólido bagaje intelectual, Stefan Wyszynski continuó desplegando una intensa actividad académica que le llevó a obtener el grado de doctor en Derecho Canónico (1929) y a ampliar y perfeccionar sus estudios en otros centros universitarios. En la década de los años treinta, compaginó sus labores docentes como profesor de Ciencias Sociales en el Seminario de Wloclawek con sus obligaciones pastorales y su compromiso con la sociedad de su tiempo, a la que sirvió en calidad de miembro de los Sindicatos Cristianos (1930-1939). Además, asumió la dirección de la revista científica Ateneum Kaplnskie y fue redactor de varios rotativos diocesanos.
Esta incesante labor social y cultural le permitió ocupar el cargo de rector del Seminario de Wloclawek en 1945, así como incorporarse al Consejo Social del Primado de Polonia. A partir de entonces, su ascenso en la jerarquía eclesiástica polaca fue imparable: el 12 de mayo de 1946 fue consagrado obispo de Lublín en Czestochowa, y dos años después (concretamente, el 16 de octubre de 1948) sucedió al cardenal Hlond como arzobispo de Gniezno y Varsovia, y Primado de Polonia. No desatendía, empero, sus labores intelectuales, plasmadas en un magno proyecto que había puesto en marcha en 1946, cuando era Gran Canciller de la Universidad Católica de Lublín: la dirección de una monumental Enciclopedia Católica.
La nueva situación política que vivía Polonia tras la II Guerra Mundial (1939-1945) dificultaba notablemente la labor pastoral de monseñor Wyszynski. Bajo el control del ejército soviético, el país había emprendido una decidida andadura hacia el comunismo, en medio de abruptas reformas políticas y económicas y de una tajante restricción de las libertades individuales. Wyszynski se vio obligado a mantener una tensa y difícil estabilidad diplomática entre la Iglesia y el Estado, alimentando por un lado la fe vacilante de los fieles -que se sentían amenazados por las autoridades comunistas-, y procurando asumir con resignación las reformas económicas, la colectivización del campo y el resto de las medidas impuestas por el nuevo gobierno.
Muy pronto tuvo ocasión de comprobar, empero, que la situación de la Iglesia católica ante el gobierno comunista de Boleslaw Bierut (1892-1956) era muy comprometida. El septiembre de 1948, tras el arresto del Obispo de Kielce, decidió hacer frente a las autoridades y proclamó desde el púlpito de la catedral: «Hoy hablan de obispos criminales, pero vendrá un día en que la historia hablará de criminales santos«. Poco después, la policía entró por vez primera en su sede arzobispal y amenazó con arrestarlo.
Las dificultares se incrementaron en 1950, cuando el gobierno comunista desmanteló la organización benéfica Cáritas porque entendía que socorría a los menesterosos con ayudas procedentes de los católicos del mundo capitalista. Poco después, las propiedades de la Iglesia pasaron, por decreto, a manos del Estado.
Se imponía, pues, una actuación inmediata de las autoridades eclesiásticas polacas. Wyszynski, convencido de que el enfrentamiento directo con los líderes políticos no habría de deparar ningún beneficio a sus fieles, optó por la adopción de una vía diplomática y consiguió concertar unos acuerdos con el gobierno de la República, sancionados el 14 de abril de 1951.
Gracias a estos pactos, los católicos «de a pie» pudieron vivir con menos desasosiego en la Polonia comunista, lo que no se tradujo en una mejora substancial de las condiciones de vida de los eclesiásticos. A finales de 1952, varios sacerdotes de Cracovia fueron acusados de ser espías al servicio del Vaticano y de los Estados Unidos de América; juzgados sumarísimamente, dos de ellos fueron condenados a muerte y sobre los restantes recayeron duras penas de privación de libertad, incluida la cadena perpetua.
El Papa Pío XII (1876-1958), consciente de las dificultades por las que atravesaba Wyszynski, lo creó cardenal a comienzos de 1953. Pero el gobierno polaco impidió que el prelado acudiera a Roma a recibir el capelo cardenalicio, pues por aquel entonces le acusaba de colaborar con el imperialismo estadounidense.
El 25 de septiembre de aquel mismo año, Stefan Wyszynski fue arrestado y conducido a la prisión de Rywald; a los pocos días de haber sido puesto en libertad, volvió a ser detenido y encarcelado, esta vez en el penal de Stoczeck Warmisnki. Estas detenciones eran fruto del terror que se había desatado en los países comunistas tras la muerte de Stalin y la esperanza de algunos en la recuperación del respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales.
Wyszynski, consciente de que podía ser ejecutado en cualquier momento, se amparó en su devoción mariana y prometió que, si recuperaba la libertad, había de dedicar a María la primera parroquia que pudiera fundar. Asimismo, decidió ocupar la mayor parte del tiempo que pasaba en presidio en la preparación de los fastos con que la Iglesia polaca quería celebrar el milenario de la evangelización de país.
En julio de 1954, todavía en la cárcel, Wyszynski envió al gobierno comunista un proyecto para alcanzar nuevos acuerdos de respeto y convivencia entre la Iglesia y el Estado. Un mes después, se le permitió por vez primera desde que estaba en presidio recibir algún periódico; pero en octubre de aquel mismo año se le trasladó a otra prisión, la de Prundik Slaski, donde se le siguió impidiendo que se comunicara con exterior por vía epistolar.
Su actividad pastoral e intelectual, empero, seguía siendo muy intensa: en 1955, con motivo del tercer centenario de la heroica defensa de la ciudad de Jelenia Góra (1655-1955), proclamo, desde su confinamiento en una celda, un Año Jubilar con el que pretendía que el pueblo polaco tuviese ocasión de renovar su profesión de amor a María. Las autoridades políticas, conscientes del gran predicamento que tenía entre los fieles, le propusieron su confinamiento en un monasterio si, a cambio, renunciaba a su cargo eclesiástico; pero Wyszynski rechazó este ofrecimiento y fue trasladado a una nueva cárcel (Komancza).
A mediados de 1956, una tumultuosa manifestación integrada principalmente por obreros en huelga, estudiantes e intelectuales recorrió las calles de Pozna reclamando la liberación de Polonia y la puesta en libertad de Wyszynski. La respuestas del gobierno fue el envío de tropas y tanques que aplastaron la revuelta popular.
Pero este rigor de las autoridades no amilanaba a Wyszynski, quien, pocos días después, preparó la Gran Novena con la que Polonia habría de celebrar sus mil años como nación católica. El obispo de Klepacz, desde su cargo de presidente de la Conferencia Episcopal, renovó la profesión de fe de la nación polaca.
Tras los acontecimientos ocurridos en Budapest durante el mes de octubre de 1956 -en los que, por vez primera, el poder soviético se vio seriamente cuestionado en uno de los países donde ejercía un control absoluto-, se desató en Polonia una dura reacción del pueblo contra el comunismo en general y contra los dirigentes polacos estalinistas en particular. Cayó el secretario del Comité Central del Partido Comunista, Edward Ochab, que fue sustituido por Wladislaw Gomulka (1905-1982), hombre mucho más moderado.
Entretanto, la revuelta húngara había sido despiadadamente aplastada por el Ejército soviético, con la clara intención de mostrar a los restantes gobiernos sujetos al dominio de Moscú -entre ellos, el de Gomulka- cuál era la respuesta que Kruschov (1894-1971) tenía reservada para los rebeldes. Gomulka actuó, entonces, con una sagacidad política de extraordinario calado: reconoció los derechos de la Iglesia, prometió interesarse por la reparación de los daños que el estalinismo le había causado, y puso en libertad a Stefan Wyszynski, quien regresó a Varsovia el 28 de octubre de 1956. El rector de la política polaca había advertido que sólo el Primado, con su enorme predicamento entre los fieles, podía evitar el baño de sangre que se cernía sobre Polonia si el pueblo persistía en rebelarse contra Moscú.
Wyszynski, por su parte, no fue menos sagaz. En su primera alocución al pueblo, lanzada el 1 de noviembre, exigió el sosiego de los exaltados y aseguró que el país no necesitaba más héroes muertos. Así las cosas, antes de que hubiera acabado aquel año de 1956 Gomulka ya había firmado un acuerdo con la Conferencia Episcopal, liberado a los clérigos e intelectuales religiosos que habían sido encarcelados por Bierut y Ochab, autorizado la publicación de semanarios católicos y tolerado la enseñanza religiosa fuera de las aulas.
A partir de entonces, la figura de Wyszynski como adalid de la resistencia anticomunista en Polonia se agigantó considerablemente. Tanto que fue así, que durante la década de los años sesenta las autoridades políticas, temerosas de la popularidad que había llegado a alcanzar el cardenal Primado entre la mayor parte de la población, urdieron una compleja trama de actuaciones secretas encaminadas a minar la Conferencia Episcopal desde dentro. Fomentaron las disputas internas entre los obispos, infiltraron «informadores» en las parroquias, y recurrieron a estratagemas similares que perseguían la desunión de la Iglesia polaca.
Pero Stefan Wyszynski se sobrepuso a todos estos ataques y consiguió cada vez más apoyos, tanto el interior de su país como al otro lado de las fronteras polacas. Su papel en el Concilio Vaticano II fue muy destacado, con más de diez intervenciones en el aula conciliar. A instancias suyas, el Sumo Pontífice Pablo VI proclamó a María «Madre de la Iglesia» en 1964.
Dos años después, Wyszynski consiguió que Polonia quedara consagrada a la protección de María, y en agradecimiento a ello se construyeron en la nación -todavía sometida al control soviético- mil nuevas iglesias. La devoción mariana del cardenal Primado había calado profundamente no sólo en una ingente masa de fieles que le adoraba, sino también en la mayor parte del tejido eclesiástico de Polonia. Uno de estos religiosos que admiraban a Wyszynski y compartían con él su devoción hacia la Madre de Cristo era el por aquel entonces arzobispo de Cracovia Karol Józef Wojtyla, llamado a regir los destinos de la Iglesia con el nombre de Juan Pablo II. En 1979, al año siguiente de haber sido elevado al solio de San Pedro, el primer papa polaco visitó, emocionado, su país natal, en el que fue recibido por su antiguo maestro, el cardenal Stefan Wyszynski.
Al margen de su presencia constante en la vida política y social de la Polonia de la segunda mitad del siglo XX, Wyszynski estuvo siempre atento a otros muchos frentes que había abierto desde su juventud, como el desarrollo científico e intelectual de la doctrina de la Iglesia, o la necesidad de garantizar la continuidad del Catolicismo en el Este de Europa, fomentando las vocaciones sacerdotales. Con él al frente de la Iglesia polaca, su país llegó a obtener el índice más elevado de ordenaciones en toda Europa, lo que le permitió enviar, en secreto, numerosos pastores a Ucrania, Lituania y Bielorrusia.
Por motivos de salud, Stefan Wyszynski venía presentando su renuncia desde 1975; pero la Santa Sede, consciente de la importancia de su labor, no se la aceptaba. El acierto de Roma quedó constatado en el verano de 1980, cuando, a raíz de las huelgas desatadas en Polonia por el sindicato Solidaridad, con el líder sindical Lech Walesa (1943) a la cabeza, el cardenal Primado fue requerido por todas las partes litigantes para que hiciera brillar su capacidad dialogante en medio de la tensión social. Permaneció, pues, Wyszynski al frente de la Iglesia polaca hasta el momento de su muerte, sobrevenida en la primavera de 1891.