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HistoriaGeografíaBiografía

Vázquez de Coronado, Francisco (1510-1554)

Conquistador español nacido en 1510 (probablemente en Salamanca) y muerto en 1554 en Nueva Galicia (México). Descubrió y recorrió los territorios de lo que luego se llamó el Far West, las grandes praderas norteamericanas, las Montañas Rocosas, el Gran Cañón y el río Colorado, el territorio de los indios pueblo y los territorios de Nuevo México, Arizona y Kansas, incluidos los grandes desiertos de Nuevo México y Arizona.

Nació en el seno de una familia hidalga, pero se desconoce su vida hasta 1535, cuando pasó a América en compañía de su amigo don Antonio de Mendoza, primer Virrey de México. Éste le nombró Gobernador de Nueva Galicia, una provincia recién conquistada, que correspondía a gran parte de lo que hoy es Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes. Vázquez se trasladó a su Gobernación en 1537, junto con su señora doña Beatriz Estrada, con la que acababa de contraer matrimonio. Doña Beatriz era de Ciudad Real y era hija del tesorero Alonso Estrada. Su primera acción en Culuacán fue socorrer a los pobladores de la Villa de San Miguel, que estaban a punto de abandonarla a causa de la guerra que les hacían los indios del cacique Ayapin. Vázquez combatió a los agresores y capturó y ahorcó al cacique, lo que permitió que la región fuera repoblada. Durante los meses posteriores se dedicó a afianzar el asentamiento de Guadalajara.

En 1536 llegaron a San Miguel de Culuacán Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus tres compañeros (uno de ellos el negro Estebanico), supervivientes de la gran expedición de Pánfilo de Narváez, tras haber recorrido una parte del sur de lo que hoy son los Estados Unidos, con noticias de los numerosos pueblos indígenas existentes al norte de México. El Virrey consideró que era necesario explorarlos y ordenó hacerlo al franciscano fray Marcos de Niza, que había regresado del Perú. Lo haría llevando por guía a Estebanico, a quien dio unas Instrucciones (20 de noviembre de 1538) de lo que debía hacer: tomar posesión de la tierra (“pues toda aquella tierra es de la Corona de Castilla y de León”); averiguar cómo eran los indios que habitaban en ella (si eran numerosos, si vivían en poblados, si eran pacíficos, etc.); si era tierra fría o caliente (su “temple”); si existía en ella un paso interoceánico (“que entendiese siempre la noticia que había de la costa del mar del Norte y Sur, porque podría ser estrecharse la tierra, o entrar algún brazo de mar la tierra adentro”); y, finalmente, que localizara alguna población importante para fundar un monasterio en ella. Fray Marcos partió de Culuacán el 7 de marzo de 1539 con el hermano Honorato, Estebanico y unos indios pimas y se perdió por los desiertos de Arizona y Nuevo México. Estebanico iba en vanguardia y le enviaba informes de lo que iba hallando. El último que mandó, antes de que lo mataran los indios, fue que siguiese su rastro, porque los indios le habían dicho que a 30 jornadas de donde se encontraba había una tierra muy rica llamada Cíbola, cuyos pormenores indicaría el indio con el que enviaba el mensaje. Cibola, según le explicó el indio, eran siete ciudades enormes de casas de piedra y azoteas, con puertas labradas de turquesas y habitadas por gentes que vestían ricas telas (véase Las siete ciudades de Cíbola). Fray Marcos abandonó Vacapa, donde se encontraba, y siguió las huellas de Estebanico hasta llegar a la primera ciudad de Cíbola (extremo occidental de Nuevo México), que contempló desde un alto, sin atreverse a entrar en ella. Según su relato: "son las casas por la manera que los indios me dijeron, todas de piedra, con sus sobrados y azuteas... La población es mayor que la ciudad de México". Indudablemente, el franciscano estaba viendo un espejismo, pues se trataba de una miserable población zuñí, pero regresó inmediatamente a México contando fantasías de las ciudades de Cíbola. Hernán Cortés y Pedro de Alvarado se interesaron por Cíbola, ya que aseguraron que las ciudades estaban en sus jurisdicciones, pero el Virrey Mendoza estimó que era una empresa que le correspondía dirigir y mandó a su amigo Vázquez de Coronado que preparase una gran expedición colonizadora.

Vázquez de Coronado partió de Compostela el 23 de febrero de 1540 provisto de un gran dispositivo, ya que no iba a explorar, como siempre se ha dicho, sino a conquistar y colonizar Cíbola. Llevaba 12 cañones y abundante munición para la guerra, 150 soldados de a caballo y 200 infantes, 800 indígenas y abundante ganado y semillas. Mendoza ordenó asimismo que dos buques, bajo las órdenes de Fernando de Alarcón, salieran al mismo tiempo del puerto de La Natividad para llevar provisiones a Jalisco y estar a disposición de Coronado. Coronado pasó por Petatlán y Sinaloa. En el primero de dichos lugares se le unieron los capitanes Melchor Díaz y Juan Saldívar, enviados el invierno anterior para encontrar la ruta más apropiada para alcanzar Cíbola. Sus informes fueron contradictorios, sin embargo. La expedición siguió hasta Chichilticalli, donde fray Marcos había asegurado que existía una excelente colonia de casas de piedra, que no hallaron. Sólo aparecieron las ruinas de unas casas de piedra rojiza. Continuaron luego por un trecho del río de las Balsas (lo denominaron así porque tuvieron que construir balsas para pasarlo) o Gila y luego, con dirección noreste, para cruzar el desierto de Gila y las montañas de Pinal y Mogozloh. Pasaron infinitas penalidades de sed y hambre y los caballos estaban exhaustos. Los españoles caminaban por inmensos arenales salpicados de peñascos y cactus gigantescos que parecían candelabros. Tras varias semanas de marcha llegaron a un río de aguas rojizas, al que llamaron Bermejo (Colorado pequeño) y, finalmente, el 7 de julio, a los dos meses de viaje, arribaron a la primera ciudad de Cíbola (Abiquiú o Hawikuh). Los naturales les recibieron hostilmente y tuvieron que asaltarla. Coronado no halló rastro de la riqueza imaginada por Niza, ni tampoco en las otras seis ciudades de Cíbola que, según escribió, constaban únicamente de 50 a 200 casas: "las casas son de dos e tres altos, las paredes de piedra e lodo, y algunas de tapias". Eran las famosas casas de los indios pueblo, hechas con adobes, a cuyas terrazas se accedía por medio de unas escalas. En ellas hallaron unas estufas por lo que concluyeron que era tierra fría. Los indios se vestían con cueros de venado y bisonte, y mantas de algodón. En los alrededores había buenas sementeras de maíz, calabaza y fríjol, que permitieron reponer fuerzas a los españoles. El mito se desvaneció en el aire, pero los indios de Cíbola dijeron a Coronado que había otras siete ciudades llamadas Tusayán, en dirección noroeste. Vázquez de Coronado envió a dicho lugar al capitán Pedro de Tovar con 17 jinetes y algunos infantes. Tusayán fue otra desilusión, pues resultó ser el hábitat de los indios moqui (Arizona); siete poblaciones en lugares defensivos, la más importante de las cuales era Wolpi. Allí, Tovar oyó decir a los indios que al oeste de su país había un gran río. Cuando regresó a Cíbola con la noticia, el Gobernador Vázquez de Coronado ordenó a García López de Cárdenas que tomara 12 hombres y fuese a descubrir el río. La patrulla cruzó el desierto durante 20 interminables días hasta que lo encontró. Su sorpresa fue verlo al fondo de un inmenso cañón. Estaba mil metros más abajo de donde se encontraban, en una garganta muy profunda. Se trataba del Cañón del Colorado, que divisaron desde arriba. Bautizaron el río como Tizón e intentaron descender al mismo, pero fue imposible a causa de lo escarpado de las paredes del Cañón. En la relación del capitán Jaramillo, que se encuentra en el Archivo General de Indias, se recogió así el descubrimiento: "Halló una barranca de un río que fue imposible por una parte, ni otra, hallarle bajada para caballo, ni aún para pie, sino por una parte muy trabajosa, por donde tenía casi dos leguas de bajada. Estaba la barranca tan acantilada de peñas, que apenas podían ver el río, el cual, aunque es, según dicen, tanto o mucho mayor que el de Sevilla, desde arriba aparescía un arroyo". Tovar y sus hombres regresaron a Cíbola y contaron a sus compañeros su extraño hallazgo; aseguraron que las paredes del cañón en cuyo fondo estaba el río tenían hasta tres o cuatro leguas de altura, pero todos lo creyeron una exageración.

Fernando de Alarcón, quien como se dijo había salido con dos barcos de La Natividad, descubrió también el río Colorado, aunque por otro lugar. Tras navegar por la costa occidental mexicana llegó al golfo de California, donde encontró la desembocadura del río Tizón o Colorado. El 26 de agosto de 1540 dejó allí sus barcos y remontó el río con unas barcas durante dos semanas hasta alcanzar la desembocadura del río Gila (donde luego se erigió el fuerte Yuma). La falta de alimentos le obligó a volver a la desembocadura, donde se aprovisionó y volvió a remontar el Colorado con la esperanza de encontrar a Vázquez de Coronado. Subió 85 leguas y llegó a los 33º de latitud N; allí erigió una cruz y dejó cerca de ella, bajo un árbol, unos escritos con su diario de navegación, con la esperanza de que los encontrara Vázquez de Coronado. En el árbol grabó la leyenda “Alarcón llegó hasta aquí; debajo del árbol hay escritos”. Por increíble que pueda parecer, estos escritos llegaron a manos españolas. Los encontró Melchor Díaz, a quien Vázquez de Coronado había ordenado dirigirse a la parte septentrional del Golfo de California para hallar la flotilla de Alarcón. Díaz siguió el curso del Tizón hasta el desierto, donde pudo cruzarlo en unas balsas. Bajó entonces por su margen derecha, halló los papeles de Alarcón, y se dispuso a explorar la península de California, pero murió de un accidente. Sus hombres decidieron entonces regresar a Sonora y México.

Vázquez Coronado permaneció entre tanto en Cíbola, a donde llegó una representación de indios de un pueblo llamado Cicuye, que distaba 70 leguas más al este. Su jefe tenía bigote, lo que sorprendió a los españoles, que le llamaron desde entonces “Bigotes”; trajo regalos de pieles y turquesas, e invitó a los peninsulares a visitar su tierra. Coronado ordenó al capitán Hernando de Alvarado que tomara 20 hombres y se dirigiera a Cicuye. Tras cinco días de marcha llegaron a Acuco (Acoma), un poblado semejante a los de Cíbola, pero situado en un lugar inaccesible, sobre una enorme roca. Negociaron con sus pobladores y prosiguieron adelante hasta alcanzar la provincia de Tigüez (Bernalillo), 12 ciudades situadas a la orilla de un gran río: el Río Grande del Norte (también Río Bravo del Norte en su parte inferior). Era una región fértil y poblada, situada en el centro de Nuevo México. Los españoles fueron bien recibidos y admirados por haber llegado hasta allí montando unas bestias desconocidas. Hernando de Alvarado consideró que era una región mejor que Cíbola y envió un mensaje a Coronado sugiriéndole trasladarse con todo el ejército para invernar. Después prosiguió hacia su objetivo. Cicuye era una población integrada por casas de cuatro terrazas y rodeada por un muro de piedra (posiblemente Pecos). En dicho lugar encontró un indio de Florida que había recorrido como esclavo, pasando de un pueblo a otro, la otra mitad del territorio norteamericano. Impresionado por lo que contaba decidió llevarlo consigo al regresar a Tigüez, donde encontró ya acampado el ejército de Coronado. El Gobernador habló largamente con el indio de Florida, que le dijo cosas sorprendentes y muchas mentiras. Afirmaba que hacia el este existía un río enorme de al menos dos leguas de ancho y cuyos peces eran tan grandes como un caballo (se refería, sin duda, al Mississippi). Lo navegaban enormes canoas que tenían hasta 20 remeros por cada costado. Cerca del Río, siguió contando, había un lugar llamado Quivira, cuyos habitantes comían en vajillas de oro, adornaban las quillas de sus piraguas con el mismo metal y tenían enseres de oro y plata. Su cacique dormía la siesta bajo un árbol lleno de campillas de oro que sonaban alegremente con el viento. El indio de Florida completaba su relato mítico afirmando que había traído algunos objetos de oro de Quivira, pero se los habían quedado sus amos de Cicuye.

El Gobernador comisionó a Alvarado para que fuera a Cicuye y trajera tales objetos de oro, pero naturalmente no pudo hallarlos. Sus pobladores le dijeron que el esclavo de Florida era un mentiroso y sobrevino un incidente que enemistó a los españoles con la tribu de “Bigotes”. Se sublevaron además los naturales de Tigüez y Coronado tuvo que emplear la violencia para sofocarlos. La toma de Tigüez le costó mes y medio. Se dominaron asimismo otras poblaciones como Chía y Quirex o Querez.

Al llegar la primavera, Coronado decidió ir en busca de Quivira, el 23 de abril de 1541. Pasó por Cicuye y luego por un gran río, que denominó igual que la provincia indígena (el río Cicuye es seguramente el Pecos). Continuó con dirección noreste a través de las inmensas praderas existentes entre las Montañas Rocosas y el río Mississippi. Apenas existía vegetación, ni casi pobladores, salvo unos indios nómadas llamados Querechos, que vivían en unas extrañas tiendas formadas por armazones de madera cubiertas por pieles de bisonte, que montaban y desmontaban con facilidad, ya que eran cazadores. Los españoles vieron entonces por primera vez los bisontes, que llamaron “vacas”; quedaron muy impresionados y enviaron algunas partidas para cazarlos. Los caballos se asustaban, pues en su opinión eran espantosos y repulsivos, llenos de pelos, y algunos cazadores se despistaban al intentar luego regresar al real, dado lo monótono de las inmensas planicies. Vázquez de Coronado se guiaba con la brújula, como si fuera navegando y enviaba destacamentos en distintas direcciones con objeto de obtener noticias de Quivira. Una patrulla, mandada por Rodrigo Maldonado, encontró una banda de querechos que informaron del paso de cuatro españoles por aquellos lugares (Cabeza de Vaca y sus acompañantes). Otra encontró a los indios pintados de Texas, que estaban en guerra con los querechos, quienes dijeron que Quivira estaba a unos 40 días de camino, en dirección norte. Vázquez de Coronado juzgó imprudente continuar hacia dicho objetivo con todo su ejército y le ordenó regresar a Tigüez, para seguir luego adelante sólo con 30 jinetes. Al cabo de un mes llegó a otro gran río, que bautizó como San Pedro y San Pablo (quizá el actual Arkansas). Tras pasarlo, continuó avanzando con dirección noreste durante dos semanas. Allí apareció Quivira. Lo que encontró, según escribió, fue lo siguiente: "Lo que en Quivira hay es una gente muy bestial, sin policía ninguna en las casas, ni en otra cosa, las cuales son de paja, a manera de los ranchos tarascos". Su indignación fue tal que mandó matar al indio de Florida que llevaba por guía. No se sabe donde estuvo realmente Quivira, pero posiblemente fuera cerca del actual Wichitta, en el estado de Kansas, mas allá del río Arkansas. Según el relato que envió al Emperador, había llegado hasta los 40º de latitud norte y estaba a 950 leguas de México. En Quivira oyó hablar de otro gran río cercano (el Missouri), pero consideró imprudente continuar en su búsqueda, ya que se aproximaba el invierno y era conveniente regresar a Tigüez antes de que los ríos crecieran demasiado y fuera imposible pasarlos. Se encontraba además en una tierra muy fría, donde nevaba en invierno. De haber seguido hacia el sureste es muy posible que se hubiera encontrado con la expedición española de Hernando de Soto, que andaba por entonces en el río Mississippi.

Coronado erigió una cruz en Quivira, en señal de posesión del territorio. Descansó durante 25 días y tomó algunas anotaciones del país, que según escribió era mejor que ninguno de los de Europa, especialmente para la cría de ganado, ya que era todo de llanos y ríos, con sólo algunas lomas. Finalmente emprendió el regreso a Tigüez, a donde llegó tras 40 días de penosa marcha por Texas, Oklahoma y Kansas. Allí le esperaba su lugarteniente Arellano, que le informó de otra exploración realizada al norte del Río Grande, en la que los españoles habían alcanzado unas provincias llamadas Yemez y Yuque-Yunque, así como una gran ciudad fortificada de Braba (Taos).

Vázquez de Coronado invernó nuevamente en Tigüez y al llegar la primavera de 1542 preparó otra expedición hacia el noreste, pero sufrió una caída del caballo en un torneo con Pedro Maldonado. Se golpeó en la cabeza y estuvo maltrecho durante semanas. Los españoles hicieron consejo de guerra para tomar una determinación y decidieron finalmente abandonar las exploraciones y regresar a México. En la tierra se quedó el franciscano fray Juan de Padilla, con algunos negros e indios cristianos. El religioso fue muerto a manos de los indios cuando intentó volver a Quivira. En cuanto al ejército de Coronado, emprendió la vuelta a México por un camino mucho más directo, ya que anduvieron sólo 200 leguas, en vez de las 300 que les costó llegar. Los expedicionarios volvieron a México en 1542. El virrey Mendoza le recibió con mucha frialdad por haber desobedecido sus órdenes de colonizar al norte de México. Coronado quedó desilusionado de que no se le reconocieran sus esfuerzos y se retiró a sus posesiones de Nueva Galicia. Residenciado luego por Tello de Sandoval fue condenado a pagar una multa. Falleció en el otoño de 1554.

Bibliografía

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  • HANMOND, G. P.-REY, A.: Narratives of the Coronado expedition, Alburquerque, 1940.

  • VÁZQUEZ DE CORONADO, Francisco: “Carta al Emperador dándole cuenta de la expedición a la provincia de Quivira y de la inexactitud de lo referido por fray Marcos de Niza sobre aquel país”, en Colección de Documentos Inéditos de América, tomo III.

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  • HORGAN, Paul: Los conquistadores en América del Norte, Madrid, 1966.

  • MORA VALCÁRCEL, Carmen de: Las siete ciudades de Cíbola: textos y testimonios sobre la expedición de Vázquez Coronado, Sevilla: Alfar Universidad, 1992.

Autor

  • Manuel Lucena Salmoral