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LiteraturaBiografía

Valera y Alcalá Galiano, Juan (1824-1905).

Novelista y diplomático español, nacido en Cabra (Córdoba) el 8 de septiembre de 1824, y muerto en Madrid el 18 de abril de 1905. Realizó sus primeros estudios (Filosofía) en el Seminario Conciliar de Málaga, ciudad en la que publicó sus primeros versos en el periódico El Guadalhorce, entre los años de 1837 y 1840, es decir, durante la efervescencia del primer romanticismo tras la muerte de Fernando VII. Marcha después a Granada, al colegio del Sacro Monte, donde pasa de la influencia de los románticos franceses, especialmente Lamartine, a imitación del cual compuso sonetos, a la de los clásicos grecolatinos. Lee así a Propercio, Catulo y Horacio y a su sombra logra sus primeros éxitos poéticos en la revista La Alhambra. En 1842 se traslada a Madrid, donde tuvieron lugar sus primeros amores: al presentar a Gertrudis Gómez de Avellaneda ante el Ateneo, quedó enamorado de ella. Pese a la fama de conquistador de Valera, será el corazón de "la divina Tula" uno de los que no logre rendir. Vuelto a Granada por no haber aprobado en Madrid, obtiene la licenciatura en Derecho en 1844. Con motivo de licenciarse, su padre le regaló la edición de unos Ensayos poéticos. En 1846 vuelve a Madrid y al año siguiente inicia su carrera como diplomático en la Legación española en Nápoles como agregado sin sueldo a la embajada desempeñada por el duque de Rivas, que lo ha recomendado. Con su carrera diplomática comienza la amorosa con un par de aventuras en Nápoles. La fama de don Juan, que lo acompañaba desde sus tiempos de Granada, no lo abandonará ya nunca: todavía a los sesenta y dos años, en 1886, siendo embajador en Washington, sufrirá el suicidio de una joven despechada en la antesala de la embajada.

Juan Valera. Ateneo. Madrid.

En 1849, regresa a Madrid, donde no se encontrará a gusto. Al año siguiente parte como legado a Lisboa y de aquí, en 1851, pasa a Río de Janeiro, donde permanecerá hasta 1853, fecha en la que regresa a Madrid. Colabora en la prensa tanto con artículos de carácter político como con otros de tipo literario. En 1855 es destinado a Dresde y en 1857, viaja a San Petersburgo como secretario del duque de Osuna, embajador de Isabel II ante el zar. Las cartas de Valera, sus Cartas desde Rusia, describen la vida de lujo desmedido del duque, que lo conduciría no mucho después a una de las ruinas más escandalosas de la historia española.

Al año siguiente, ya en España, es elegido diputado por Archidona y funda el periódico El Contemporáneo y la revista satírica El Cócora. En 1861 ingresa en la Real Academia. Son años de labor literaria en los que traduce del alemán los tres volúmenes de von Schack Poesía y arte de los árabes de España y Sicilia, que se publicarán entre 1867 y 1871. Además, en 1867, se casa en París. Su mujer, Dolores Delavat, hija de otro diplomático español, era veinte años más joven que él, lo que causaría problemas a la pareja. La difícil situación se reflejará en las reincidencia de Valera en el tema del matrimonio desigual en edad a lo largo de su novelística. En 1872, es nombrado director general de Instrucción Pública. Los sucesos políticos de ese año le hacen perder el cargo y lo apartan de nuevo de la vida política. Ello lo conducirá hacia la narrativa. Son los años de Pepita Jiménez (1874); Las ilusiones del Doctor Faustino (1875); El Comendador Mendoza (1877); Pasarse de listo (1878) y Doña Luz (1879) Entre 1881 y 1883 vuelve a la diplomacia. En estos años pasa por Francfort, Lisboa, Washington, Bruselas y Viena.

Su obra novelística renace en 1895 con Juanita, la larga a la que seguirán Genio y figura (1897) y Morsamor (1989). En 1896, se retiró del servicio diplomático. Sus últimos años, enfermo y casi ciego, los pasa en su casa de la madrileña Cuesta de Santo Domingo, donde reunirá una tertulia que cobrará fama.

Fue Valera, sin duda, la figura más europea de nuestro XIX, el autor que mejor conoció, tanto política como artísticamente, al resto de los países de nuestro entorno. Sus lecturas lo llevaron a conocer toda la literatura de su tiempo y a bucear en los clásicos grecolatinos en su lengua original. Todo ello se refleja en el talante abierto y conciliador de su obra, frente a la cerrazón que acabarán propugnando poco después algunos de los autores del 98. Su concepción literaria se basa en el alejamiento de cualquier tipo de escolasticismo, así como en el rechazo de las doctrinas positivistas de su tiempo, en todos los órdenes, pero especialmente en el literario. La creación de algo bello como respuesta a lo feo de la realidad es para Valera la ley suprema de la creación artística en general y singularmente literaria. Junto con ello, rechazaba los excesos moralistas de los novelistas de tesis, desde Fernán Caballero al primer Galdós. Su teoría sobre callar la realidad si es fea y triste no está lejos, salvando las distancias, del engaño a que don Manuel Bueno somete a sus feligreses en San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno.

Su obra literaria toca prácticamente todos los géneros, aunque con predominio de la novela a la que siguen los restantes géneros prosísticos: el ensayo, en especial de tema literario, y la epístola. Como ya hemos visto, se dedicó a la poesía en sus años juveniles y tentó también los géneros teatrales.

De sus estudios de tema literario e histórico destacaremos Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días (1864); Disertaciones y juicios literarios (1878); Disertaciones y juicios literarios (1888); Del Romanticismo en España y de Espronceda; De lo castizo de nuestra cultura en el siglo XVIII y en el presente; La poesía lírica y la épica en la España del siglo XIX; Del misticismo en la poesía española; La moral en el arte; Consideraciones sobre "El Quijote" y las diferentes maneras de comentarlo (1864) y La libertad en el arte, que fue su discurso de ingreso en la Real Academia. De especial interés son los que dedicó a la teoría de la novela, género al que se dedicó con preferencia y en el que alcanzó sus mayores logros. Son obra suya De la naturaleza y carácter de la novela (1880); Sobre las novelas de nuestros días; Con motivo de las novelas rusas y, sobre todo, los Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (1886-1887), en los que ofrece, como respuesta a La cuestión palpitante de Emilia Pardo Bazán, unas agudísimas y personales reflexiones sobre la novela naturalista francesa que deberían ser tomadas en cuenta por la crítica más a menudo a la hora de enjuiciar tanto la novelística de Valera como el propio Naturalismo y su influjo en España. Dentro de la faceta histórica, es autor de Sobre los varios modos de entender la historia; Notas diplomáticas; La revolución y la libertad religiosa en España; De la revolución en Italia y España y Portugal, así como su continuación de la Historia de España de Modesto Lafuente. Finalmente, pertenecen al campo de la filosofía La enseñanza de la filosofía en las universidades; El racionalismo armónico; De la filosofía española; Metafísica a la ligera, La metafísica y Poesía y psicología del amor.

Dentro de la narrativa, además de sus conocidas novelas, escribió numerosos cuentos, género al que también dedicó estudios teóricos como Florilegio de cuentos, leyendas y tradiciones vulgares. Sus relatos se sitúan habitualmente en ambientes fantásticos y exóticos, alejados por completo de la escuela realista en la que, con una perspectiva demasiado corta, se lo incluye habitualmente; y cercanos, en cambio, al Romanticismo y, sobre todo, a las corrientes literarias parnasiana y simbolista, que no tardarán en dar fruto en nuestras letras de la mano de Rubén Darío (al que no en balde Valera descubrió para las letras españolas), así como al acercamiento a lo oriental que sufre todo el arte europeo del cambio de siglo. Son títulos como El pájaro verde; El pescadorcito Urashima; La buena fama, etc. Otros títulos tienen ambiente español, aunque estén situados en épocas pretéritas. Es el caso de El cautivo de doña Mencía; Los cordobeses en Creta; El maestro Raimundico y San Vicente Ferrer de talla.

De menor interés son sus obras dramáticas, tales como La venganza de Atahualpa; Lo mejor del tesoro y Asclepigenia, las tres de 1871 y publicadas en un volumen que el propio Valera tituló como Tentativas dramáticas, y Gopa (1882).

Su obra poética resulta fría y falta de sentimiento, excesivamente racional, aunque asombra por su perfección formal en una época en la que el verso español destaca por lo desaliñado. Son, como ya hemos señalado, obras de juventud entre las que se cuentan "La divinidad de Cristo", "A Delia", "A Lucía", "A la muerte de Espronceda"; "A la maga de mis sueños" y la "Fábula de Euforión". Son de sumo interés sus imitaciones de poetas como Goethe, Heine o Byron, así como sus traducciones de clásicos, de entre las que destaca la del pseudo-Virgilio Pervigilium Veneris. Además de la edición de Ensayos poéticos, en 1858, publicó un volumen de Poesías y en 1886, una colección de Canciones, romances y poemas.

Dentro del amor que Valera profesó a los clásicos grecolatinos, es de destacar su traducción de la novela de Longo Dafnis y Cloe en 1880.

De su obra novelística destaca especialmente la que fue su primera novela, Pepita Jiménez, auténtica obra maestra, traducida a diez lenguas en vida del autor, en la que el tema del cura enamorado, tan caro a la novelística del XIX, aparece tratado con finura y sorna evitando los aspectos más crudos de la cuestión. Así, el protagonista no ha recibido la orden sacerdotal cuando se enamora, lo que no es óbice para algunas reflexiones sobre la mayor utilidad de los jóvenes en la vida civil y en su propia patria que como catequistas en Asia. La novela está escrita según la técnica epistolar y dividida en tres partes en las que los hechos se narran desde tres puntos de vista: el del protagonista, don Luis de Vargas; el de su padre y rival en amores, don Pedro; y, finalmente, el de un tío del protagonista, deán en una catedral, que completa lo que las cartas no pueden narrar. La prosa de Valera se amolda de forma excelente al talante de los tres personajes. Para ello, se sirve de su amplísima cultura literaria, con la que caracteriza a cada uno de ellos. Así, el joven seminarista se sirve de numerosas citas y alusiones bíblicas, en tanto que don Pedro escribe en un tono coloquial pero elegante. La figura femenina, omnipresente en las cartas de padre e hijo, se perfila como una mujer ideal que cautiva con su sola presencia a todos los que la rodean. Junto a la figura de Pepita, destaca en la novela la visión idealizada del ambiente andaluz tanto en los aspectos costumbristas como en los paisajísticos.

Juan Valera, Pepita Jiménez.

Las ilusiones del Doctor Faustino suponen una crítica al espíritu materialista del XIX contra el que con tanta frecuencia se manifestó Valera. El protagonista y los tres personajes femeninos (Constancia, Rosita y María) son símbolos del filósofo desengañado (recordemos el Fausto de Goethe), de orgullo, del amor carnal y del afecto espiritual. El final se produce con el suicidio del protagonista, consciente de la vaciedad de su vida. Con ello, el aristócrata que es Valera se opone a la vida apartada y dedicada sólo al estudio. Con ser la novela más larga y ambiciosa del autor, no es, sin embargo, la mejor. La figura del protagonista ha sido considerada antecedente de los protagonistas abúlicos de algunas de las novelas de los autores del 98, tal los de El árbol de la ciencia de Baroja y La Voluntad de Azorín.

En El Comendador Mendoza, enfrenta Valera al fanatismo religioso, representado por doña Blanca Roldán, al libre pensamiento, que encarna don Fadrique López de Mendoza. De nuevo, como en las dos anteriores, Valera opta por el talante más conciliador frente a los excesos. Con ello, no sólo realiza una toma de postura personal, sino que indica un camino que creía necesario para la España en conflicto del XIX. En este aspecto, como en tantos otros suyos y de su generación, es preciso conectar la figura de Valera con la de los autores del 98 que tomarán el tema de España tras la elaboración que de él hacen los autores del Realismo. Como intriga secundaria, aparece en esta novela el enamoramiento de un hombre de edad y una jovencita, tema con el que se inicia Pepita Jiménez y que será el centro de Juanita la larga.

Pasarse de listo es una novela breve en la que la burla de los espíritus analíticos y razonadores se vuelve de nuevo amarga en la figura de un personaje excesivo en este aspecto que, convencido del adulterio de su mujer, no encuentra otro camino que el suicidio. Valera la consideró la peor de sus novelas y admitió haberla escrito sólo por dinero y sin ninguna ilusión.

Con todo lo dicho hasta aquí, fue siempre Valera enemigo de la novela de tesis, de ahí sus críticas a las novelas naturalistas francesas y a sus imitaciones españolas, por lo que las reflexiones morales, o simplemente vitales, de su obra se extraen del contenido narrativo y no de comentarios omniscientes como los que salpicaban las novelas de su tiempo. Pese a todo ello, la tesis se hace a veces explícita. Es el caso de Doña Luz, en la que la tesis de que nadie está libre del amor humano lo acerca de nuevo, al tema tratado en Pepita Jiménez y a la novelística del XIX de La Regenta, de "Clarín", y de O crime do Padre Amaro, de Eça de Queiroz. En este caso se trata de la cara opuesta a Pepita Jiménez: un ex-misionero que ha vuelto a su pueblo, vive enamorado de doña Luz, amor que debe reprimir, lo que destruye su ya castigada naturaleza mientras que el ideal (no en vano Luz) de sus amores es engañado por un aventurero galante.

La segunda etapa de su novelística se abre con Juanita la larga, obra en la que describe la pasión que un cincuentón y la joven Juanita sienten el uno por el otro sin que sean bastante para separarlos las diferencias de edad, estado, nacimiento (Juanita es hija bastarda y don Paco pertenece a la aristocracia local) o posición. El juego amoroso se establece dentro de los cánones más clásicos y está lleno de guiños a un lector culto que busque más allá de la pura historia. Así el episodio en que don Paco, harto del ambiente agobiante del pueblo, se marcha como vagabundo con intención de no volver, está lleno de reminiscencias de las penitencias de Don Quijote, y por ende de Amadís, por sus amadas. La sorna de Valera le lleva, incluso a plantear una pirueta literaria de sumo interés: cuando el enamorado descubre lo que para comer se ha llevado en su huida, descubre que se trata de unas magras con tomate preparadas por la madre de Juanita. Ello le hace exclamar, como a Don Quijote las tinajas de barro de El Toboso encontradas en casa de don Antonio de Miranda, el verso de Garcilaso "¡Oh, dulces prendas, por mi mal halladas..!". Con ello, Valera acude a un talante desmitificador que, a la vez, actualiza el contenido de dos de nuestros mayores genios literarios.

Genio y figura, basada en parte en sus experiencias como ministro en Lisboa, cuenta las aventuras amorosas de Rafaela, que se suicida al saber que su hija ha entrado en un convento avergonzada de la conducta de su madre.

Morsamor cierra el ciclo novelístico de Valera. Se trata del peregrinar del fraile portugués Miguel de Zuheros que, tras recorrer por arte de magia diversos países y desengañarse del mundo, se reintegra a su convento. Se han dado dos posibles lecturas a esta obra que no se excluyen: la de verla como una autobiografía espiritual y la de entender a ambos personajes (el protagonista y su criado) como trasuntos de Fausto, de nuevo, y de Mefistófeles. Asimismo, se ha insistido en la coincidencia, incluso por fecha, de la ideología desengañada del personaje el Desastre de 1898. El pesimismo final, como el del Idearium de Ganivet, nos lleva, una vez más, a pensar en los entonces jóvenes del 98.

Autor

  • JR.