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Torrente Ballester, Gonzalo (1910-1999).

Narrador, dramaturgo, ensayista, articulista, investigador, crítico literario y profesor universitario español, nacido en Serantes (perteneciente al municipio de El Ferrol, en la provincia gallega de La Coruña) el 13 de junio de 1910, y fallecido en Salamanca el 27 de enero de 1999. Autor de una deslumbrante producción literaria y ensayística caracterizada por la lúcida ironía, el humor sarcástico, el rigor intelectual, los juegos de identidad y, en definitiva, los conflictos entre la percepción subjetiva del ser humano y la dimensión objetiva de la realidad que le envuelve, está considerado como uno de los grandes escritores de las Letras hispánicas del siglo XX. La proyección de su obra creativa, que ha rebasado las fronteras españolas para extenderse por todo el ámbito europeo e hispanoamericano, le valió en diferentes etapas de su vida los mayores galardones y reconocimientos del panorama cultural hispánico, como el Premio de la Crítica (1961 y 1972), el Premio Nacional de Literatura (1981), el Príncipe de Asturias de la Letras (1982) y el prestigioso Premio Cervantes (1985). Por la suma de sus numerosos méritos literarios, ensayísticos y docentes, en 1977 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española.

Gonzalo Torrente Ballester.

Vida

Dotado desde niño de una extraordinaria sensibilidad artística y una asombrosa capacidad intelectual, pronto se sintió atraído por el conocimiento de las disciplinas humanísticas, que le llevó al cursar estudios superiores de Filosofía y Letras en la universidad gallega de Santiago de Compostela. Una vez licenciado, marchó a París para ampliar allí sus saberes, y tuvo ocasión de entrar en contacto tanto con el mundillo bohemio de la creación literaria, teatral y artística, como con los más relevantes exponentes del pensamiento intelectual europeo.

De regreso a España, Torrente Ballester orientó definitivamente sus pasos profesionales por el sendero de la docencia, al que habría de permanecer ligado durante toda su vida, dejando en sucesivas etapas de su trayectoria laboral una legión de alumnos que admiraban y respetaban a partes iguales sus vastos conocimientos académicos (siempre acompañados de una agudeza crítica ejemplar) y su espléndida producción creativa. Tras ejercer como profesor de Enseñanzas Medias en diferentes institutos (entre ellos, el de su Ferrol natal, donde alcanzó el grado de Catedrático de Lengua y Literatura), marchó a Salamanca para continuar allí ocupando el mismo puesto en otros centros de Bachillerato, hasta que ingresó como profesor titular en la centenaria universidad de la ciudad -a la sazón- leonesa. Posteriormente, impartió clases en otras muchas instituciones de Enseñanza Superior tanto españolas como americanas, algunas de las cuales le distinguieron, al final de su vida, con emotivas investiduras como doctor honoris causa. Entre otros centros que contaron con su magisterio, cabe recordar aquí la Escuela de Guerra Naval (donde impartió lecciones de Historia) y la Universidad de Albany.

A pesar de su brillantez en esta parcela laboral, su cada vez más nutrida prole le obligó a buscar otras fuentes de ingresos para contribuir al sostenimiento familiar (el propio autor reconoció en su vejez, con esa socarronería gallega que le caracterizaba, que se vio obligado a escribir mucho para pagar los estudios de sus hijos), por lo que pronto empezó a prodigar sus colaboraciones en diferentes rotativos y revistas de toda España. Fueron especialmente celebrados sus artículos de crítica teatral publicados en el diario Arriba, en los que se mostró como un consumado maestro en todos los secretos del Arte de Talía (no en vano sus primeros pasos como escritor habían corrido por los senderos del género dramático), artículos que pronto le proporcionaron un merecido reconocimiento que le permitió, a su vez, ampliar su campo de trabajo en todos los medios de comunicación (fue, entre otras profesiones, comentarista en espacios radiofónicos). Esta vinculación a la escritura periodística (plasmada, con el paso del tiempo, no sólo en las secciones de crítica teatral, sino en artículos, tribunas y colaboraciones varias de todo género) se mantuvo constante en su vida -al igual que el cultivo de la creación literaria- hasta el final de sus días, sobrevenido en la residencia que el escritor gallego había adquirido en Salamanca.

Obra

Teatro

Gonzalo Torrente Ballester se dio a conocer como escritor por medio de una serie de piezas teatrales que, desde la perspectiva crítica actual, constituyen, en honor a la verdad, la parte menos relevante de su producción literaria. Entre estas obras iniciales, cabe recordar las tituladas El casamiento engañoso (1938) -significativa por revelar, ya desde los comienzos de su trayectoria, su admiración por los textos cervantinos-, El viaje del joven Tobías (1938), Lope de Aguirre (1941) y -de nuevo en franco tributo al Manco de Lepanto- República Barataria (1942). Títulos menores, sin lugar a duda, al lado de los aciertos monumentales de su obra narrativa posterior, pero reveladores ya de un poderoso talento original, entreverado de sutiles referencias intertextuales (véase intertextualidad) que pronto se convertirían en una de las más notables señas de identidad de su obra.

Crítica y ensayo

En su faceta de ensayista e investigador literario, el escritor gallego se abrió paso -al margen de las crónicas teatrales ya mencionadas en parágrafos anteriores- con el estudio titulado Panorama de la literatura española contemporánea, 1898-1936 (1956), revisión ampliada de un trabajo anterior (de 1949), en la que aunó sus extensos saberes humanísticos y su ya fecunda experiencia docente para ofrecer una aguda y personalísima -bien es verdad que, a veces, también caprichosa y arbitraria: pero ésta es una de sus mayores virtudes- valoración de las Letras españolas del momento. Posteriormente, condensó el fruto de sus investigaciones sobre el género dramático en el volumen titulado Teatro español contemporáneo (1957), y, tras varios estudios y ensayos de menor entidad, casi veinte años después dio a la imprenta su excepcional interpretación de la obra maestra de Cervantes, El Quijote como juego (1975), libro que de inmediato vino a convulsionar el panorama actual de los estudios cervantinos, merced a la asombrosa clarividencia interpretaviva -no exenta, como su propio título indica, de divertidas apreciaciones lúdicas- con que Torrente Ballester se enfrentaba a la creación inmortal de quien tal vez sea su más elocuente modelo literario.

Obra narrativa

El debut de Torrente Ballester como novelista vino de la mano de la narración titulada Javier Mariño (1943), una agridulce recreación de las vivencias de un protagonista que se busca desesperadamente a sí mismo en el París aterrado de la II Guerra Mundial. Desde el punto de vista ideológico, esta primera novela del autor gallego le encuadraba entre los escritores e intelectuales afines al nuevo régimen dictatorial, si bien es cierto que el acerbo pesimismo que tiñe todas sus páginas dejaba entrever un velado asomo de desaprobación en quien -no se olvide- publicaba gustosamente sus críticas teatrales en el diario Arriba, cabeza visible de la prensa del Movimiento. Pero, al margen de todas las valoraciones políticas que puedan desprenderse del contenido de esta novela, lo cierto es que las virtudes literarias de Javier Mariño pasaron prácticamente inadvertidas dentro del panorama cultural del momento, lo que no fue óbice para que Torrente Ballester emprendiera la redacción de un nuevo proyecto narrativo, mucho más ambicioso, que estaba llamado a convertirse en una de las grandes novelas españolas de la década de los cuarenta.

En efecto, tres años después de la publicación de su primera novela apareció en los anaqueles de las librerías El golpe de estado de Guadalupe Limón (1946), una espléndida ficción que, en la estela de las "novelas de dictador" abierta por el Tirano Banderas de Valle-Inclán, permitió a Torrente Ballester dar rienda suelta a su mordacidad irónica para recrear el ambiente -de tan caricaturizado, a veces grotesco- propio de una república sudamericana que acaba de alcanzar su independencia, y en la que los diversos poderes fácticos se afanan en imponer, con mayor o menor sutileza, todos sus intereses. Merced al perfecto trazado del perfil psicológico de su protagonista -una criolla que puede considerarse como uno de los personajes más felices de cuantos ha creado el escritor ferrolano-, Torrente Ballester logró con esta novela no sólo una magnífica reconstrucción de los ambientes, figuras y situaciones propios de este subgénero temático de la narrativa hispánica contemporánea, sino también una profunda reflexión, válida para cualquier época y lugar, acerca del poder y la servidumbre.

De nuevo las preocupaciones políticas, presentes en esta primera etapa de su producción narrativa, salieron a la palestra en su siguiente entrega narrativa, Ifigenia (1950), en la que el catedrático de Literatura volvía a teñir su prosa de pesimismo para demostrar que resulta imprescindible renunciar a la inocencia cuando se pretenden alcanzar las más mínimas cotas de poder político. Tras la publicación de esta tercera novela, Gonzalo Torrente Ballester se desentendió durante casi una década de la creación narrativa para centrarse en sus labores docentes y en su fecunda actividad investigadora. Pero, a finales de los años cincuenta, regresó a los escaparates de las librerías con una trilogía magistral, Los gozos y las sombras (1959-1962), compuesta por las novelas El señor llega (1959), Donde da la vuelta el aire (1960) y La Pascua triste (1962). El ya maduro escritor volvía, ahora, los ojos hacia su Galicia natal, para recrear con excepcional maestría el complejo entramado de relaciones (sobre todo, las de dominio y posesión) que regulaban la vida de una población gallega en tiempos de la República.

La publicación de esta trilogía, que supuso la definitiva consagración literaria de Gonzalo Torrente Ballester (fue galardonado por ella con el Premio March de novela), reveló la inusitada madurez artística e intelectual de un escritor de raza en el desolado paisaje de las Letras españolas de la posguerra. Este relato de las peripecias de un señorito rural de la Galicia interior, y de las relaciones sociales y amorosas que entabla dentro de su ámbito de poder, mereció los elogios unánimes de los lectores y -lo que era más difícil en el ambiente enrarecido de aquellos años- de los diversos sectores de la crítica literaria, que por aquel tiempo también reconoció públicamente los méritos intelectuales de Torrente Ballester con la entrega del Premio de la Crítica Teatral (1961).

Pero, a pesar de la extraordinaria calidad literaria de estas tres novelas, las mejores narraciones del autor ferrolano aún estaban por llegar. Consciente de su madurez creativa y del prestigio alcanzado en todos los ámbitos de la cultura, Torrente Ballester decidió aunar de nuevo sus virtudes imaginativas y sus vastos conocimientos humanísticos para dar a la imprenta otra obra de valor incalculable, Don Juan (1963), una libérrima interpretación novelesca del mito del seductor que se hizo universal en la obra teatral de José Zorrilla, de la que el autor gallego dijo que era "la más discutida, quizá, de las obras teatrales modernas, la más alabada y denostada, pero la única verdaderamente popular". Sorprende gratamente a cualquier lector que se asome a sus páginas la osadía con que Torrente supo afrontar esta evidente dimensión popular del mito para revestirlo de unas connotaciones intelectuales que, salpicadas de nuevo por constantes referencias intertextuales, lo transforman en objeto de profundas reflexiones artísticas y filosóficas, sin que por ello sufra menoscabo alguno el inquietante perfil humano que ha arrastrado siempre el personaje. Novela intelectual donde las haya, de trabajosa pero enriquecedora lectura para el lector medio, constituye a la vez la paradójica plasmación de la maestría narrativa de Gonzalo Torrente Ballester, quien logra atrapar a ese lector desde los primeros renglones de la obra y hacerle transitar por mil enrevesados vericuetos en los que caben todas las digresiones y elucubraciones posibles, pero nunca la pérdida de la amenidad.

Nuevas indagaciones sobre el arte y la cultura aparecen en la siguiente entrega novelesca del escritor gallego, publicada a finales de los años sesenta bajo el título de Off-side (1969). Sin embargo, los valores literarios de esta narración quedaron fulminantemente eclipsados por la aparición, al cabo de tres años, de La saga/fuga de J.B. (1972), sin duda alguna la obra maestra de Torrente Ballester, y una de las novelas de obligada inclusión en cualquier canon de la narrativa universal escrita en lengua castellana. En esta imaginativa ficción, de la que el profesor Ángel Gómez Moreno ha afirmado que "posee una de las estructuras más complejas y fascinantes de la novela de todos los tiempos", el ya sexagenario autor ferrolano supo condensar con insuperable belleza y eficacia todas las señas de identidad que habían venido enriqueciendo su producción anterior, para ofrecer un deslumbrante ejercicio de fantasía poética, dominio técnico, sentido del humor y aliento creativo que conmovió a críticos y lectores de España e Hispanoamérica. Calificada, en ocasiones, de novela vanguardista por su proteica multiplicidad de enfoques temporales y su elaborada armazón estructural, La saga/fuga de J.B. ahonda en las preocupaciones de Torrente Ballester -de indudable estirpe cervantina- sobre la distinción entre realidad y ficción, plasmadas aquí en las vicisitudes de los misteriosos y evanescentes pobladores del imaginario pueblo gallego de Castroforte del Baralla. Por esta espléndida obra, el escritor gallego recibió nuevamente el Premio de la Crítica (1972), galardón que ya había obtenido diez años antes por la última entrega de su célebre trilogía.

En su fecundidad creativa -tanto más feraz cuanto más se adentraba en la edad provecta-, Gonzalo Torrente Ballester siguió ofreciendo abundantes muestras de sus envidiables dotes narrativas durante el último cuarto del siglo XX. En todas estas obras de la última etapa de su producción literaria (de menor ambición y alcance que El golpe de estado de Guadalupe Limón, Los gozos y las sombras, Don Juan y La saga/fuga de J.B.), se mantienen indelebles las peculiares huellas estilísticas del escritor ferrolano, considerado además como uno de los grandes virtuosos del siglo XX en el manejo de la lengua castellana. En efecto, la mezcla de fantasía y realidad, humor y seriedad, y reflexiones intelectuales e ingredientes de la tradición popular (como, v. gr., las hadas en Dafne y el sueño), sigue siendo visible en obras como Fragmentos de Apocalipsis (1977), Las sombras recobradas (1979), La isla de los jacintos cortados (1981) y La princesa durmiente va a la escuela (1983), esta última concebida como un delicado cuento de hadas en el que el poso cultural irrumpe bruscamente para introducir un elemento de extrañeza en el consabido motivo popular de la princesa que se recobra de un prolongado letargo tras haber recibido el obligado ósculo principesco (ahora, los vecinos del pueblo de la princesa no permiten que se case con el príncipe sin pasar previamente por la escuela). En el transcurso del mismo año en que vio la luz esta obra salieron también de la imprenta las memorias literarias de Torrente Ballester, publicadas bajo el bienhumorado título de Los cuadernos de un vate vago (1983), así como el ya citado libro Dafne y ensueños (1983), una acertada fusión de fantasía mítica y autobiografía real.

Las nuevas formas de vida y las innovaciones tecnológicas se dieron cita en la siguiente entrega novelesca de Torrente Ballester, Quizás nos lleve el viento al infinito (1984), donde se conjugan la ternura y el humor para relatar una compleja peripecia amorosa entre un espía y un robot. Tras un breve paréntesis de silencio editorial que se hizo demasiado largo para su fiel legión de seguidores, tres años después el narrador ferrolano volvió por su fueros y se enfrascó otra vez en sus queridas especulaciones acerca de la identidad de sus personajes de ficción, lo que arrojó por fruto un nuevo jalón de su producción novelesca, titulado Yo no soy yo, evidentemente (1987). Recuperado, con esta última entrega, el ritmo frenético que regulaba su escritura narrativa en esta etapa postrera de su trayectoria literaria, al cabo de un año regresó a los titulares de todos los medios de comunicación del país al alzarse con el prestigioso Premio Planeta de Novela, merced al relato titulado Filomeno, a mi pesar (1988), un esperpéntico recorrido -que combina todos los registros humorísticos, desde la ironía sutil hasta el chafarrinón grotesco- por las fingidas memorias de un señorito y sus vivencias comprendidas entre 1923 y 1940. Y, sólo un año después, Torrente Ballester volvió a demostrar su hábil versatilidad, su portentosa imaginación y su amplia cultura al pasar bruscamente desde este plano humorístico a una inquietante historia palaciega ambientada en un período histórico fácilmente identificable -aunque el autor prefirió no especificarlo- con el reinado de Felipe IV. Se trata de la novela titulada Crónica del rey pasmado (1989), en la que el innominado monarca que la protagoniza plantea, después de haber pasado una noche con una hermosa meretriz, una exigencia que acaba por convertirse en una cuestión de estado dentro del complejo aparato burocrático que le rodea en palacio: contemplar a su esposa la reina totalmente desnuda. Al margen de las rocambolescas situaciones generadas entre los cortesanos por esta "escandalosa" petición del monarca, la novela se puebla de jugosas reflexiones acerca de las luchas internas por el poder, así como de regocijantes disputas entre políticos y teólogos.

Infatigable en su empeño de transitar por diferentes senderos genéricos para probar, en cada uno de ellos, la aquilatada calidad de su prosa, a comienzos de los años noventa (es decir, ya octogenario) Torrente Ballester volvió a sorprender gratamente a críticos y lectores con una inesperada incursión en predios cercanos al subgénero detectivesco, aunque bien es verdad que ambientados en un espacio geográfico (su Galicia natal) y sembrados de múltiples referencias culturales que ponen de relieve el sello inconfundible de su propio y peculiarísimo estilo. Publicada bajo el título de La muerte del decano (1992), esta novela cuenta las vicisitudes por las que atraviesa un grupo de personas que han estado vinculadas con un muerto aparecido misteriosamente en la habitación de un hotel, sin que se sepa si el finado ha sido víctima de un asesinato o se ha quitado la vida por su propia voluntad.

Aún tuvo tiempo, voluntad e inspiración Gonzalo Torrente Ballester para dar a la imprenta nuevos escritos de ficción, como Las islas extraordinarias (1993) y La novela de Pepe Ansúrez (1994), esta última galardonada con otro valorado premio literario, el Premio Azorín. Cuenta en ella el autor gallego las peripecias de tres personajes mediocres (el aspirante a novelista Pepe Ansúrez; su compañero y aspirante a poeta, don Periquito; y la novia del primero, Elisa Pérez) que ven cómo se alejan sus anhelos y se adormecen sus inquietudes en la prosaica vida cotidiana de una oscura ciudad de provincias. El resto de su producción narrativa se completa con dos novelas menores, La boda de Chon Recalde (1995) y Los años indecisos (1997).

Otras publicaciones

En la copiosa bibliografía de Torrente Ballester figuran, además de todos los títulos mencionados hasta este momento, otras muchas publicaciones de naturaleza diversa, como recopilaciones de artículos periodísticos, crónicas teatrales, libros de viajes y descripciones geográficas, textos reflexivos y ensayísticos, colecciones de apuntes y recuerdos, comentarios y especulaciones acerca de sus propios escritos, e, incluso, obras de género narrativo que no llegaron a adquirir la configuración de la novela extensa propiamente dicha. Entre todas ellas, conviene siquiera dejar noticia de algunas como Aprendiz de hombre; Compostela y su ángel; Cotufas en el golfo; Los cuadernos de La Romana; El cuento de la sirena; Ensayos críticos; Escenas amatorias; Farruquiño; Fe y esperanza en la Universidad; Fragmentos de memorias; Historias de humor para eruditos; El hostal de los dioses amables; Memoria de un inconformista; Mito y personaje de don Juan; Los mundos imaginarios; Nuevos cuadernos de La Romana; Proceso de la creación narrativa; La rosa de los vientos; Santiago de Rosalía de Castro; En torno a El rey pasmado; etc.

Escritura e imagen

Desde los años cincuenta, Gonzalo Torrente Ballester ha mantenido buenas relaciones con los mundos del cine y -posteriormente- la pequeña pantalla, que han sabido surtirse de los brillantes argumentos del autor ferrolano para ofrecer diversas adaptaciones acogidas -por regla general- con gran entusiasmo por parte de los espectadores. El propio escritor trabajó como guionista, en colaboración con Natividad Zaro y a partir de una idea de Eugenio Montes, en la elaboración de la cinta Surcos, rodada en 1951 por el cineasta español José Antonio Nieves Conde. Treinta años después, su aplaudida trilogía Los gozos y las sombras alcanzó una enorme difusión merced a la versión que, en forma de serie por capítulos, ofreció TVE, protagonizada por Charo López, Eusebio Poncela y, entre otros, Amparo Rivelles y Rafael Alonso.

En 1991, el director de origen vasco Imanol Uribe rodó la adaptación cinematográfica del El rey pasmado, con un reparto de lujo constituido, entre otros, por María Barranco, Gabino Diego, Juan Diego y Fernando Fernán Gómez. El éxito de este filme, que se aparta muy poco del original literario pergeñado por Torrente Ballester, fue uno de los más sonados del cine español contemporáneo, como quedó subrayado por las siete estatuillas que se le concedieron en la convocatoria de los Premios Goya de 1992.

Bibliografía

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  • TORRENTE MALVIDO, Gonzalo: Torrente Ballester, mi padre, Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 1990.

Autor

  • José Ramón Fernández De Cano