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HistoriaBiografía

Salustio Crispo, Cayo (ca. 86 a.C.-35 a.C.).

Historiador latino, nacido en Amiterno en el 86 a.C. y fallecido en Roma el 13 de mayo del 35 a.C. Su obra refleja los profundos cambios acontecidos en el seno de Roma durante el tránsito de la República al Imperio (véase: Imperio Romano). Más allá de la importancia de sus escritos para la historia de la civilización romana, la influencia de Salustio en la historiografía europea occidental es parte fundamental de la construcción del concepto historiográfico de la objetividad, sobre todo en la producción de la Edad Media, época en la que Salustio fue tomado como modelo por multitud de cronistas e historiógrafos. En el Renacimiento, la elocuencia de sus construcciones lingüísticas fue también utilizada como método de aprendizaje escolar. En definitiva, el paso de los tiempos ha convertido a Salustio en referencia inexcusable para el estudio de la evolución de la historiografía.

Vida

Tal como suele ser frecuente en estos casos, no existen demasiados datos fiables para trazar el devenir biográfico del historiador latino por antonomasia, y la mayoría de ellos proceden de referencias autobiográficas hechas por el propio autor a lo largo de su obra. Durante tiempo se creyó en la existencia de una Vita Sallusti redactada por Asconio Pediano, el famoso comentador de Cicerón, pero parece ser que se trata de una noticia falsa. Por esta razón, además de los datos autobiográficos, la principal fuente para la vida de Salustio lo constituye el De uiris illustribus de Cayo Suetonio, aunque, para ser justos, hay que decir que durante muchos siglos, sobre todo los medievales, las noticias de Suetonio no llegaron a través de sus obras, sino por los comentarios de la Crónica de San Jerónimo, que es la fuente por donde la Edad Media conoció a Suetonio y, por ende, la vida de Salustio.

Nació el polígrafo en la localidad de Amiterno, enclavada entonces en el territorio de los sabinos pero dominada por Roma desde los tiempos inmemoriales. Su familia era, sin duda, de origen plebeyo, pero la austeridad y severidad de los sabinos les había permitido cuando menos disponer del suficiente dinero para poseer una casa en Roma y, sobre todo, para costear a su hijo los estudios en la ciudad del Tíber. Aunque es posible que iniciase las clases de retórica en su Amiterno natal, lo que es seguro es que cursó estudios en Roma. Acabada la fase de formación, y como tantos otros jóvenes en su situación, se sintió fascinado por la gran ciudad e intentó iniciar en ella una gran actividad política que le llevase a la cúspide. Sin embargo, el propio Salustio, en su madurez, no se sentía demasiado satisfecho de este camino escogido, como se deriva de sus palabras escritas en el prólogo de su Conjuración de Catilina (3, 3):

Siendo aún muy joven, me lancé con pasión a la política igual que otros muchos, y en ella me sucedieron gran número de adversidades, ya que en lugar de la modestia, el desinterés y el mérito verdadero, en la política primaban la osadía, el soborno y la avaricia. Y aunque a mí, por no estar acostumbrado a malas prácticas, me repugnaba todo aquello, mi flaca juventud era presa de tan vicioso ambiente y corrompida por la ambición. Así pues, aun disintiendo de las perversas costumbres de los demás, la pasión de los honores me dominaba como a ellos, haciéndome juguete de la maledicencia y de la envidia.

En efecto, Salustio se vio de inmediato envuelto en la ambición política, pero también atrapado en el lujo, la corrupción, el libertinaje y, en líneas generales, los libidinosos placeres cortesanos de Roma. De sus diversos escarceos amorosos con las damas de la alta sociedad, uno fue especialmente sonado, tanto por el escándalo cometido como por ser determinante en su posterior devenir: Fausta, la hija del importante general romano Sila, fue sorprendida por su marido, Milón, yaciendo con Salustio. Todas las fuentes escritas conservadas de esta época coinciden en que no era el primer adulterio cometido por Fausta (ni sería tampoco el último), así que el resignado cónyuge optó por no denunciar al adúltero ante los tribunales sino contentarse con aplicarle el castigo inmediato amparado por la ley: azotar a Salustio y solicitar una indemnización económica por el delito.

La humillación para Salustio fue grande, pero no menor fue la implicación económica del caso. Sus enemigos y detractores, sobre todo Varrón (de quien proceden todas estas noticias), aprovecharon la situación para emitir toda clase de improperios contra Salustio, presentándole como un ser sin escrúpulos y adepto a toda clase de libertinaje que, entre otros ejemplos, necesitó vender la casa familiar de Roma aún en vida de su padre para poder pagar no sólo la multa económica derivada del adulterio cometido con Fausta, sino también su alto tren de vida en el seno de la corte romana. Otra de las noticias propagadas por Varrón, acérrimo enemigo de Salustio, fue la amistad de éste con Nigidio Fígulo, un extraño gurú neopitagórico a quien se atribuía la organización de toda clase de orgías que incluían rituales de magia negra y sacrificios de animales. A pesar de que es posible sospechar que Varrón exageró las noticias referidas a su enemigo, lo que sí es cierto es que Salustio se vio envuelto por dos veces en procesos judiciales por su participación en aquellas fiestas de Nigidio Fígulo, aunque consiguió ser absuelto en ambas ocasiones, supuestamente por haber destinado grandes cantidades económicas a sobornar a los jueces.

A los treinta años, edad marcada como iniciática por la administración romana, Salustio comenzó la carrera en la administración de la república, el cursus honorum, como era conocido en aquel entonces. Su primer oficio, en el 56 a.C., fue el de cuestor, que le valió un puesto en el senado. Por aquel entonces, la lucha política principal se encontraba entre los partidarios de Julio César (nombrado cónsul en el 59 a.C.) y los de Pompeyo. Así pues, las batallas dialécticas en el foro y en el senado se libraban entre adversarios de la talla de Catón o de Cicerón, por lo que Salustio intentó introducirse de lleno en estas cuestiones. No se tiene demasiada constancia objetiva de su labor en el hemiciclo senatorial, pero no debió de hacerlo mal pues en el 52 a.C. fue nombrado tribuno de la plebe, uno de los cargos más prestigiosos como defensor del común de Roma. Precisamente desde este oficio pudo llevar a cabo Salustio su venganza contra el hombre que años atrás le había humillado.

En efecto, era Milón uno de los tribunos totalmente implicado en el juego de corruptelas iniciado por Pompeyo; cuando se supo que algunos de sus hombres habían asesinado a Publio Clodio, el belicoso líder de varias protestas populares contra la política de Pompeyo, diversos tribunos romanos prorrumpieron en violentas protestas contra Milón y también contra Cicerón, las dos cabezas visibles de la política de Pompeyo. El tribuno de la plebe, Salustio, con sus discursos incendiarios transformó a Publio Clodio en un mártir de la república cuando lo cierto es que su figura parecía más a la de un mercenario o un matón a sueldo que a la de un honrado ciudadano. Los consiguientes alborotos y manifestaciones de indignación entre la plebe motivaron que el senado dictase una orden de destierro contra Milón, con lo que Salustio completó su venganza personal. Sin embargo, no evitó que Pompeyo, objetando los graves disturbios habidos y su peligrosidad para la buena marcha de la República, consiguiese ser nombrado como cónsul único, labrando una muesca más en su enfrentamiento con Julio César.

Después de este período, las noticias sobre Salustio son muy confusas. En primer lugar, hay noticias acerca de que contrajo matrimonio nada menos que con Terencia, la primera esposa de Cicerón a la que el orador había repudiado años atrás. En principio, a la noticia la otorga validez San Jerónimo y, visto el enfrentamiento entre ambos hombres, no sería de extrañar. Por otro lado, Salustio aparece en el año 50 a.C. con el cargo de procuestor de Biblos (Siria), destino alejadísimo de esa política capitolina en la que el futuro historiador se había propuesto triunfar. Para acrecentar las dudas, la información de este nuevo oficio de Salustio procede de una misiva escrita por Cicerón en la que, al menos en apariencia, Salustio había hecho las paces con sus antiguos enemigos, el propio Cicerón y el desterrado Milón. Este dato podría implicar algunos movimientos en el seno del tribunado antes de la guerra civil entre Pompeyo y César, en el sentido de que hubiese un grupo de romanos que intentase adoptar una postura intermedia entre los potentiores y los senadores, cuyo único norte era apoyar a uno u a otro contendiente. No se puede tener certeza absoluta de estos movimientos y, además, en el caso de Salustio se produjo un vuelco espectacular sobre esta hipótesis: estuviese en Roma o en Siria, a mediados del año 50 a.C. fue expulsado de su escaño senatorial al aprobar la asamblea la propuesta de dos censores, Apio Claudio Pulcro y el temible Lucio Calpurnio Pisón. Oficialmente, la acusación contra Salustio era la inmoralidad de sus costumbres y su vida desordenada pero, ciertamente, no era Apio Claudio el más indicado para dar lecciones al respecto, por el gran número de escándalos en que se vio envuelto. La explicación más frecuente dada por los biógrafos de Salustio es que la operación quedaba implicada en las purgas internas del senado, mediante las cuales los partidarios de Pompeyo pretendían menoscabar los hipotéticos apoyos que Julio César, que aspiraba a la dictadura, podría obtener en la asamblea.

No parece que Salustio haya sentido una especial frustración por la expulsión del senado; de hecho, a través de sus escritos no se contempla ninguna reacción furibunda ante ello salvo uno fundamental: la militancia en el partido "popular", dirigido por Julio César, antagonista de Pompeyo. Como más tarde demostrará en su obra historiográfica, no sentía Salustio ningún apego ni a las costumbres repugnantes de una aristocracia que ya sólo tenía de preeminente sus venerables ancestros, ni tampoco simpatizaba en demasía con las ideas más populistas que populares defendidas por el autodenominado partido "popular" o "democrático", amparado por César. De hecho, tampoco se tiene constancia de que existiese antes relación de estrecha amistad entre ambos personajes, pero el caso es que Salustio no sólo apoyó a César en el plano teórico, sino que no tuvo recato alguno en empuñar las armas contra Pompeyo.

En el año 49 a.C., en el inicio de las hostilidades que los historiadores denominan como Guerra Civil romana, Salustio figuró al frente de una de las legiones de César que combatía en la provincia de Iliria (actual costa balcánica del Adriático) contra las tropas dirigidas por dos generales de Pompeyo, Octavio y Libón. El éxito no acompañó a esta primera inmersión de Salustio en el campo de batalla, toda vez que sus hombres fueron derrotados y tuvieron que batirse en retirada hacia territorio amigo. A pesar de este fracaso, Julio César, que había derrotado a Pompeyo en la conocida batalla de Farsalia, confió todavía en Salustio para realizar algunas misiones más, entre ellas la de viajar hacia la tierra de Campania, donde estaban asentadas tres legiones que habrían de ser embarcadas hacia África, provincia desde donde los hijos de Pompeyo todavía resistían la autoridad de César. Salustio debería hilar muy fino para convencer a aquellos hombres de la necesidad de continuar la lucha, toda vez que se encontraban extenuados y Salustio no llevaba dinero, consuelo habitual del legionario romano. Ante esta circunstancia, las legiones se sublevaron contra la autoridad y Salustio se vio obligado a huir a golpe de caballo hacia Roma, no sólo para informar a César del asunto, sino para salvar su propia vida, ya que los legionarios querían tomarse la justicia por su mano. Realmente, no parece que en el campo militar Salustio haya logrado las mismas habilidades que mostraría más adelante con la pluma.

A pesar de todos estos fracasos, César se mostró benevolente y agasajó a Salustio con la restitución de su anterior status político. Por de pronto, en el año 47 a.C. volvió a ocupar el oficio de cuestor, lo que, de camino, le devolvió su escaño en el senado. A finales de ese mismo año, y con el rango de pretor, Salustio acompañó a César a África, para librar el asalto final de la Guerra Civil. Al mando de una guarnición de soldados, Salustio conoció en tierras africanas su único laurel victorioso en la guerra, pues logró hacer rendir a los defensores pompeyanos de la isla de Cercina, cuartel general y depósito de alimentos de los enemigos de César. Poco más tarde, en abril del año 46 a.C., las tropas del dictador romano derrotaron a los últimos focos de resistencia en la batalla de Tapso, por lo que el camino quedó expedito para el triunfo de César. Salustio, en compensación por los servicios prestados, vio restituido todo su anterior patrimonio y, a modo de colofón, alcanzó la cumbre de su carrera política al ser nombrado por César procónsul de Africa Nova, correspondiente a la futura provincia de Numidia, que hasta entonces había formado parte de la Africa Proconsular.

La de Numidia, que sería la última etapa de Salustio en el cursus honorum de la política romana, se caracterizó por dos constantes líneas de acción. Por una parte, el Salustio erudito, culto e incipiente investigador, dedicó gran parte de su estancia númida al estudio y a la documentación de la historia de este territorio, investigaciones que le sirvieron más tarde para su Guerra de Jugurta. Pero, en el otro lado de la balanza, su gestión gubernativa fue absolutamente pésima, dedicándose a esquilmar un territorio del que sacó grandes beneficios personales en forma de rentas y dinero. Tan ilegalmente lucrativa fue la estancia de Salustio en Numidida que, a su vuelta, en el 45 a.C., tuvo que soportar un nuevo proceso judicial, acusado de corrupción, estupro y malversación de impuestos públicos. Sólo la simpatía que le profesó Julio César salvó a Salustio de la prisión o el destierro, lo que sirvió, a su vez, para que las malas lenguas de Roma es explayasen en una supuesta relación homosexual entre ambos o, incluso, en que César había exigido a Salustio el pago de la mitad del dinero defraudado en Numidia antes de concederle la absolución.

Como no podía ser de otra manera, los sangrientos y famosos idus de marzo del año 44 a.C. supusieron no sólo la muerte de Julio César, sino también la desaparición de la escena política por parte de Salustio. Ausente de su gran protector, su carrera en el seno de la administración sólo podría llevarle a la ruina, por lo que Salustio valoró el dinero obtenido hasta entonces y prefirió el retiro. Invirtió gran parte de su fortuna en la compra de unos terrenos en el Quirinal, donde edificó una fabulosa residencia que contaba con los mejores jardines de toda Roma (proverbial la belleza del horti Sallustiani); además, también edificó una villae rural en Tívoli, en unos terrenos que habían pertenecido anteriormente a Julio César. Entre ambas residencias pasó Salustio los nueve últimos años de su vida, plenamente dedicado a una fructífera labor historiográfica cuyo valor sobrepasa, con mucho, al intrigante y corrupto devenir que caracterizó su existencia.

Obra

Únicamente dos obras completas de Salustio han tenido posteridad, precisamente al ser ambas de una gran importancia y contar con una difusión extraordinaria desde los tiempos inmediatamente posteriores a la muerte de su autor: La conjuración de Catilina y La guerra de Jugurta. Pese a ello, es obligatorio destacar que la mayor de sus obras, titulada Historias, quedó incompleta (supuestamente por la muerte del autor), y tampoco se han conservado más que restos y algunas noticias fragmentarias. Se sabe que en esta obra el historiador latino abarcaba desde la muerte de Sila (en el 78 a.C.) hasta el año 67 a.C., en los inicios de la guerra contra Mitrídates. El planteamiento de estas obras como continuación de los acontecimiento cronológicos posteriorea a la Conjuración o a la Guerra de Jugurta, hizo pensar a algunos analistas que la pretensión de Salustio fue la de abarcar una completa historia de Roma desde su fundación, pero parece que tal hipótesis ha de ser descartada.

Algunos fragmentos de las perdidas Historias de Salustio han sido extraídos de un palimpsesto parisino cuyos folios se hallan dispersos por bibliotecas de Berlín, Orleáns y Roma (el manuscrito Vaticano 3864). Si bien es imposible reconstruir la obra a través de estas pistas, sí se tiene constancia de la labor de documentación efectuada por Salustio, ya que, por ejemplo, parte de los palimpsestos muestran algunos discursos, pactos o cartas atribuidos a los personajes de los que Salustio se ocupaba en su narración. Así, entre otros casos, se ha conservado un incendiario discurso del tribuno Licinio a la plebe, en el que se exhortaba al común a la desobediencia de las clases superiores, y también ha llegado a nuestros días el conocimiento de los términos de la alianza mediante la cual Mitrídates, rey del Ponto, y Arsace, rey de Persia, querían acabar con la amenaza que para ellos representaba el poder de Roma. Cabe preguntarse, por supuesto, en qué medida este tipo de documentos no estaban manipulados, tergiversados o, en última instancia, inventados por el propio Salustio, de ahí que pueda dudarse de su autenticidad. Sin embargo, ya es harto significativo que Salustio intente apoyarse en estos documentos para acrecentar la veracidad de su obra, lo que, desde luego, supone un importante paso en la construcción del modelo historiográfico que tanta repercusión iba a tener en la Edad Media.

Otra de las obras de Salustio sobre las que existe polémica, y esta vez acerca de su correcta paternidad, es un breve discurso o invectiva que el historiador sabino dirigió a su gran enemigo en el senado, el afamado Cicerón. S. Corradus, el erudito renacentista negó que este discurso pudiera ser atribuido a Salustio, pero durante el siglo XIX se reanudó una polémica que, en la actualidad, se considera de poco interés ya que al ser la invectiva un furibundo ataque personal a Cicerón y, por lo tanto, estar totalmente al margen del resto de características de la obra salustiana, resulta pueril intentar discernir si Salustio fue su compositor (que, obviamente, pudo serlo) o si, como parece más probable, un anónimo escritor posterior quiso revivir caligráficamente lo que debieron ser un apasionantes debates senatoriales entre Cicerón y Salustio.

Epístolas a Julio César

Aunque durante un tiempo también estuvieron rodeadas de cierta polémica, la crítica actual sí considera que las dos Epistulae ad Caesarem senem de re publica conservadas en el códice antes mencionado de la biblioteca del Vaticano son perfectamente atribuibles a Salustio. La primera epístola por orden cronológico (la segunda en el manuscrito vaticano) fue escrita hacia el año 49 a.C., y representa un elogio de Salustio hacia el general romano justo antes de que comenzase la guerra civil. La segunda epístola (primera en el manuscrito), representa un curioso intercambio de ideas entre el autor y el victorioso Julio César justo después del gran triunfo de Tapso, que le abrió las puertas hacia el control de la república. En ambas destaca el sentido un tanto oportunista de Salustio, que no duda en hacer al dictador los más diversos consejos sobre cómo acontecer en el gobierno después de que éste hubiese vencido a sus enemigos. Sin demasiada calidad literaria, Salustio se limitó en ellas a seguir los modelos epistolares al uso, curiosamente establecido por el que había sido su enemigo político, Cicerón.

La Conjuración de Catilina

Titulada De coniuratione Catilinae, fue conocida también por el nombre latino de Bello Catilinae, seguramente contaminado por el De bellum jugurtino, ya que ambas obras caminaron casi siempre unidas a través de las prensas. En la Edad Media hispana, y aun en el Renacimiento, fue más conocida con el título de Las Catilinarias. El episodio narrado no es sino la famosa trama que, en el año 63 a.C., protagonizó Lucio Sergio Catilina para hacerse con el control de la república, en contra del cónsul nombrado por el senado que era precisamente Cicerón. Salustio describió el suceso con su fuerza y pasión característica, así como con su lacerante adjetivación. No hay una visión maniquea de la historia (piénsese que quien representaba la legalidad era el tradicional enemigo de Salustio, Cicerón), sino que la tensión es el hilo conductor de un texto que personifica casi como ningún otro la acepción de "clásico". El párrafo de la batalla final habla por sí solo de la majestuosidad de la prosa salustiana:

Petreyo, al ver que, contra lo que él se figuraba, Catilina ponía en la lucha todo su esfuerzo, introduce la cohorte pretoria en mitad de los enemigos, a los que va dando muerte, desordenados ya y sin concierto en su resistencia; atacando luego hacia uno y otro lado, coge de flanco a los demás. Manlio y el Fesulano sucumben luchando entre los primeros. Catilina, cuando ve sus tropas desbaratadas y que no quedan con él sino unos pocos, se acuerda de su nobleza y antigua dignidad, se lanza a lo más espeso de sus enemigos, y allí, peleando aún, viene a caer acribillado.

(Catilina, 61, trad. de J. M. Pabón, I, p. 74).

La Guerra de Yugurta

El De bellum Jugurtino extiende su acción en el conflicto que enfrentó a Roma con este rey de Numidia entre los años 111 y 105 a.C. En esta obra, Salustio muestra toda la crudeza de los vicios y la corrupción que asolaban la Roma de la época, sobre todo uno que, a la postre, sería la causa de la conversión de la república en diversos gobiernos personales: la incapacidad del senado para proponer soluciones a los problemas del territorio. Salustio es especialmente crítico con la nobleza, con la ociosidad y opulencia de la clase dirigente, sobre todo la senatorial; en cambio, toda la obra es un elogio de Cayo Mario, el famoso general romano que llegó a la más alta condición de noble partiendo de baja estratificación social. En esta obra, Salustio intercala el famosísimo discurso de Mario al senado (Jugurta, 85), en el que Mario se vanagloria de sus propios logros y no de los realizados por sus progenitores. Salustio, que participaba por completo de esta sentencia, dedica su pluma a desgranar todos estos conflictos bajo el hilo conductor del drama de unas estructuras que se resquebrajan poco a poco y que sólo excepciones, como el valeroso Mario, pueden hacer durar algo más (véase: Guerra de Yugurta).

Valoración

Los investigadores de la obra salustiana siempre se han hecho la misma pregunta: ¿cómo complementar al Salustio historiador con el Salustio hombre? En efecto, toda la obra salustiana está presidida por una altísima consideración moral, por las continuas censuras hacia una clase senatorial que había abandonado las nobles costumbres de sus padres y, sobre todo, por una delimitación de la ética y de la moral pública como factores de obdiencia inexcusable. En efecto, estas consideraciones casan mal con el Salustio corrupto, procesado por orgías y por malversación de fondos públicos, que pocos años antes de dedicarse a proclamar por escrito el respeto por la ley y a elevar la conciencia del buen ciudadano como fundamental había esquilmado a Numidia en nombre de Roma y con beneficio de su bolsillo particular. La catadura moral de Salustio, o al menos el reflejo moral de su obra escrita, es de tal calado que obliga a descartar sin ninguna duda el que se trate de una actitud de pura y dura hipocresía. También debe descartarse la calificación de pecado de juventud a sus desvelos ilegales, ya que éstos tuvieron lugar a lo largo de toda su vida. Quienes mejor se han acercado al devenir biográfico de Salustio coinciden en el profundo impacto que en el escritor sabino habría de causar la violenta muerte de Julio César; tal vez en este suceso, acontecido durante la madurez de Salustio, podría explicar el cambio de orientación vital de su existencia. Al menos a través de sus textos, Salustio intentó variar lo que había sido por lo que debió haber sido, una pugna intelectual y filosófica interna que, en el caso que nos ocupa, hizo que las obras de Salustio superasen el marco de lo estrictamente histórico para convertirse en referencia inexcusable de estudio de todas y cada una de las generaciones posteriores.

En el plano puramente historiográfico, no cabe hoy ninguna duda, a pesar de que en tiempos hubo defensores de lo contrario, de la influencia que sobre la obra de Salustio ejerció la brillante historiografía helenística, no tanto Jenofonte pero sí, y en un amplio espectro de detalles, los escritos de Tucídides, como se observa por ejemplo en el gusto por la inserción más o menos cautelosa de documentos originales, o en la transcripción de discursos verídicos para dar más autoridad a la narración. Más propiamente, a Salustio se le tiene como el auténtico hacedor de la historia como género literario, aderezando su narración con toda clase de artificios retóricos y estilísticos, cuestiones que dotan a su obra de un extraordinario punto de dramatismo. Para Salustio, escribir historia no sólo tenía el fin memorístico y de fijación del pasado en el que habían incidido sus antecesores, sino que era una materia viva, un ejemplo de cómo las cosas habían ocurrido y de cómo deberían ocurrir o de cómo no deberían ocurrir. La penetración psicológica de Salustio en los personajes protagonistas de sus escritos es brillante, profunda y vivísima; piénsese, además, que a través de la obra salustiana desfilan Metelo, Mario, Sila, Catón, Catilina, César, Pompeyo, es decir, todos los grandes hombres de la época. Muchos de los tics con los que estos personajes han pasado a la historia proceden de la narración de Salustio, de su gusto por contar los detalles, aspecto éste que sólo más adelante superará otro genial historiador latino, Tácito. El Salustio observador de la realidad también describe a la perfección todos los entramados sociales de Roma: la eterna lucha entre plebeyos y nobles tiene un comentador capaz en Salustio, que, si bien nunca simpatizó con las causas populares, se muestra siempre como enemigo de la decadente clase nobiliaria romana, a la que en la mayoría de ocasiones dibuja como la verdadera culpable de la ruina de la república.

En otro de los aspectos en el que coinciden todos los estudiosos de la obra de Salustio es en la de atribuirle un cierto sentido reaccionario contra modelos estilísticos establecidos, en este caso contra la prosa grave y sobria asentada por Cicerón. El léxico y la sintaxis salustiana es viva, llena de matices semánticos, obligando al lector a un continuo ejercicio de atención para no perder ápice de la narración. Habitualmente, esta manera salustiana de salirse de los moldes ciceronianos se ha explicado por el enfrentamiento personal entre ambos autores, pero cabría la posibilidad, apuntada por diversos investigadores, de que Salustio, plenamente consciente de su calidad de historiador, hubiese querido profundizar más en la búsqueda de un vehículo de comunicación adecuado para expresar su visión activa de la historia.

Salustio en España

La obra de Salustio conoció después de su muerte los epítetos más agresivos por parte de los críticos, en especial aquellos como Leneo (antiguo esclavo de Pompeyo) o Asinio Polión que detestaban al hombre más que al escritor. Tampoco le hizo demasiada justicia Tito Livio, quien, si bien reconoció el valor de sus datos, no comulgaba con la continua inserción de discursos con la que Salustio, siguiendo a Tucídides, pretendía amenizar la narración y dotarla de veracidad. No es ninguna casualidad que la primera defensa a ultranza de Salustio la hayan realizado dos hispanos; así, Marco Anneo Séneca, o Séneca el Mayor (padre del filósofo), elogió la obra de Salustio y consideró excesivas las críticas de Livio. Por otra parte, Quintiliano, si bien (como ciceroniano convencido) mostró objecciones a que los textos de Salustio fueran utilizados para la enseñanza de retórica, también se mostró condescendiente con su planteamiento general. Los posteriores historiadores romanos, sobre todo Marcial y Curcio Rufo, se mostraron subyugados por la escritura de Salustio, hasta llegar al elogio encedido de Tácito, discípulo que superó al maestro que calificaba como "el más lozano de los historiadores de Roma".

Si se decía que no era casualidad que dos hispanos hubieran sido los primeros en loar el trabajo de Salustio, se debe a que la fama de éste en la península ibérica fue enorme desde los primeros tiempos, pero sobre todo durante la Edad Media. En los primeros años de auge del humanismo, durante el siglo XV, los textos de Salustio fueron prácticamente devorados, desde la primera traducción de sus obras del latín al castellano efectuada por Vasco de Guzmán, arcediano de Toledo y primo del famoso escritor castellano Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres. Posiblemente fueron estas copias manuscritas de la traducción del arcediano las que manejó el cronista castellano Alfonso de Palencia, tal vez el más famoso émulo de Salustio en tierras castellanas, totalmente influido por la percepción de la historia según el modelo salustiano como puede observarse en su Gesta Hispaniensia. Posteriormente, la imprenta ayudó a popularizar todavía más las obras de Salustio, merced a la publicación impresa (Zaragoza, Paulo Hurus, 1493) de la Guerra de Yugurta y Catilinarias, esta vez traducidas por Francisco Vidal de Noya, uno de los más destacados humanistas aragones, maestro que fue del propio Rey Católico. Igualmente, el profesor Rubió i Balaguer llamó la atención sobre cierto número de copias de la obra de Salustio emanado de traducciones efectuadas al catalán por miembros de la cancillería de la Corona de Aragón, especialmente por Bernardo Andoz, escribano al servicio de Juan de Coloma, que fuera secretario de Juan II de Aragóny de Fernando el Católico. Otro erudito de origen luso, Manuel Sueiro, realizó también otra traducción al castellano en Amberes (1615), asegurando el futuro de Salustio en toda la Edad Moderna y su difusión en España.

Bibliografía

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  • SALUSTIO CRISPO, C. Catilina y Jugurta. (Introd. y trad. de J. M. Pabón, Barcelona, 1954).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez