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Ingeniería y tecnologíaLiteraturaHistoriaBiografía

Saavedra y Moragas, Eduardo (1829-1912).

Escritor, humanista e ingeniero español, nacido en Tarragona en 1829 y fallecido en Madrid en 1912. Polígrafo curioso e inquieto, dotado de una notable capacidad tanto para los estudios científico-técnicos como para la investigación humanística, al tiempo que desarrollaba su trayectoria profesional como ingeniero se convirtió en uno de los arabistas más reconocidos de su tiempo. Además, publicó brillantes trabajos historiográficos que le fueron reconocidos con su admisión en la Real Academia de la Historia, institución de la que llegó a ser presidente.

Entre las investigaciones más importantes que aportó a la ingeniería española del siglo XIX, conviene recordar las impresas en sus célebres tratados titulados Lecciones sobre la resistencia de los materiales (1853) e Instrucción sobre la estabilidad de las construcciones (1860), que durante muchos años fueron materia de estudio obligatoria en todas las facultades técnicas del país. Amigo personal del ingeniero e inventor Leonardo Torres Quevedo, en 1893 Eduardo Saavedra calificó de "suceso extraordinario en la producción científica española" la Memoria sobre las Máquinas Algébricas que el cántabro acababa de presentar en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

En su faceta de arabista, Eduardo Saavedra y Moragas dio a la imprenta dos de las obras cimeras de los estudios arábigos del siglo XIX, tituladas Escritos de los musulmanes sometidos al dominio cristiano (1878) y Estudios sobre la invasión de los árabes en España (1892). Entre sus principales trabajos historiográficos sobresale el impreso bajo el título de Ideas de los antiguos sobre las tierras atlánticas (1892).

No obstante, y a pesar de la importancia que las obras anteriormente citadas tuvieron en el desarrollo de la técnica y la historia españolas del siglo XIX, Eduardo Saavedra es recordado principalmente por haber realizado las investigaciones que permitieron determinar con escrupuloso rigor científico el emplazamiento exacto de las auténticas ruinas de Numancia, por lo que la Academia de la Historia le concedió, en 1861, el título honorífico de "descubridor" de la antigua ciudad quemada. En efecto, el humanista tarraconense, tras un minucioso análisis de los itinerarios descritos en los documentos del pasado, desestimó la posibilidad de que el enclave de la antigua Numancia coincidiera exactamente con la ciudad de Soria (como se venía creyendo hasta entonces) y desplazó su ubicación a unos siete kilómetros de la capital, justo en el punto conocido como "cerro de Garay".

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.