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Rasputín o Grigori Yefimovich (ca. 1871-1916).

Monje místico y cortesano ruso del que se desconoce la fecha exacta de su nacimiento (quizá hacia 1871 o 1872), aunque sí se sabe que éste tuvo lugar en la aldea de Prokovskoe, situada entre las ciudades de Tobolsk y Tinmen, en la Siberia occidental. Murió asesinado el 30 de diciembre de 1916 en Moscú. Su verdadero nombre era Grigori Yefimovich, aunque es más conocido por el apodo de Rasputín ('disoluto, depravado'), o por el del monje loco.

La juventud de Rasputín está envuelta en la oscuridad y la incógnita, con apenas datos fiables sobre su supuesta formación sacerdotal o los estudios que realizó. Parecer ser que fue miembro de una de las tantas sectas religiosas que proliferaron por la Rusia del último cuarto del s. XIX, la de los klysty ('flagelantes'), cuyos acólitos estaban convencidos de la necesidad de recibir un severo castigo por los pecados cometidos como requisito indispensable para la obtención del perdón. Precisamente, debido al alto grado de misterio y ocultismo de las prácticas y rituales de la mayoría de las sectas, la Iglesia ortodoxa oficial las persiguió con saña. A los veinte años de edad, el ambicioso pseudomonje contrajo matrimonio y pasó a convertirse en el líder local de la secta, lo que levantó un gran escándalo entre los convecinos por las continuas orgías de alcohol y sexo que montaba tras las prácticas religiosas de dicha secta, de donde le vino el apodo de Rasputín, el 'depravado'. Acabó siendo expulsado de su pueblo por las autoridades eclesiásticas, tras lo cual inició, en el año 1901, una peregrinación de más de dos años a través de varios lugares de Rusia, los Balcanes, el norte de Grecia (se sabe que estuvo en el monte Athos) y, también, en Tierra Santa. Durante ese largo periplo, su fuerte personalidad e indudable magnetismo se enriquecieron notablemente con el conocimiento que obtuvo sobre diversas prácticas curativas (a través de la mirada, por imposición de manos, etc.), que le sirvieron posteriormente para adentrarse en la Corte de los Romanov y hacerse de facto con el poder.

La primera visita de Rasputín a la por entonces capital de Rusia, San Petersburgo, la llevó a cabo en 1903. Rasputín llevaba una serie de cartas de presentación de los prestigiosos obispos ortodoxos Hermógenes y Sergio (circunstancia que no deja de ser sorprendente teniendo en cuenta la fama que ya le precedía), con el fin de ingresar en la Academia de Teología, empeño en el que fracasó estrepitosamente. Rasputín, provinciano campesino recién llegado a una ciudad tan abierta y bulliciosa como era en esos momentos San Petersburgo, poblada de todo tipo de pícaros, buscavidas y gente de toda ralea, no perdió la oportunidad de adentrarse en los círculos de poder, para lo cual aprovechó la enorme popularidad que entre la alta nobleza rusa y los poderosos burgueses estaba despertando la denominada Ciencia Teosófica, procedente de occidente, especialmente de Francia y Estados Unidos.

En 1904, Rasputín gozaba ya de la total confianza de muchos miembros de la alta nobleza y servidores cortesanos, amistades que le fueron aproximando, poco a poco, a la familia imperial, como las grandes duquesas Militza y Anastasia, hijas del rey de Montenegro y casadas con miembros segundones de la dinastía de los Romanov. Rasputín se preocupó denodadamente de que su fama fuera creciendo y extendiéndose por toda la Corte, en la que no se dejaba de mencionar su gran poder curativo, sus facultades de predicción y, sobre todo, una serie de oscuros y atrayentes rumores sobre la celebración de reuniones privadas en las que se consumían grandes cantidades de alcohol y se practicaba de manera desenfrenada orgías sexuales, con Rasputín como figura principal; reuniones en las que estaban implicadas un número importantes de damas de la alta nobleza rusa.

En el momento del estallido de la revolución campesina del año 1905, Rasputín estaba ya considerado en todo San Petersburgo como un respetado y temido staretz (santón rural dotado de especiales poderes espirituales y mágicos). Dos años más tarde, Rasputín fue presentado por fin a la familia imperial rusa, probablemente en el momento más propicio para sus planes. El débil y pusilánime zar Nicolás II y su arrogante e incrédula esposa, la zarina Alejandra, se hallaban en una angustiosa situación familiar que afectaba de lleno al futuro de la propia dinastía. Tras el nacimiento de cuatro hijas, en el año 1904 vino al mundo el anhelado varón y heredero al trono, el zarevich Alexis. Sin embargo, éste había venido al mundo con una herencia mortal para la época, trasmitida por su madre: la hemofilia; esta enfermedad constituyó un auténtico azote para la gran mayoría de las casas reales europeas.

Rasputín, al igual que otros tantos sanadores y curanderos de toda clase que pululaban alrededor de la corte rusa, fue llamado a palacio para intentar sanar al enfermo príncipe. Tanto Nicolás II como Alejandra participaban también de aquellos rasgos de ignorancia, piedad y superstición propios de las clases elevadas del momento, y por los cuales veían en esos elementos, supuestamente poseedores de poderes sobrenaturales, el único remedio a la enfermedad del heredero. Parecer ser que Rasputín logró parar una de las constantes hemorragias del príncipe mediante técnicas hipnóticas, lo cual causó una gran impresión en la pareja imperial, tras lo cual se convirtió automáticamente a los ojos de éstos en un santo todopoderoso, verdadera presencia de Dios en palacio, circunstancia que éste supo aprovechar en beneficio propio, hasta el punto de ejercer sobre todos los miembros de la familia imperial una auténtica dependencia sobre su persona que le convirtió en imprescindible. A partir de ese momento, Rasputín llevó un fastuoso tren de vida con la total impunidad que le confería su poder sobre los Romanov.

Desde el principio de su privanza, la amistad de Rasputín (o, mejor dicho, la compra de ésta) constituyó el mejor aval a cualquier noble, eclesiástico o militar que quisiera llegar lejos dentro de la corte imperial. Por descontado, lo mismo pasaba, pero al revés, con todo aquel que osara llevar la contraria o enfrentarse a los designios caprichosos del omnipresente falso monje, es decir, el ostracismo social, el destierro e incluso el presidio. Aún así, los testimonios, tanto por parte de diplomáticos como por miembros de la Duma y las altas jerarquías eclesiásticas ortodoxas, acerca de su desordenada vida fueron en aumento. No obstante, todos los osados que tuvieron el valor de hacerle llegar al zar toda esa información en contra de Rasputín acabaron invariablemente de mal modo. El todopoderoso monje se encargaba personalmente de la suerte que debían correr todos los elementos contrarios a su persona, tal fue el inmenso poder que llegó a aglutinar el monje loco. Ni siquiera la ingente cantidad de informes detallados que constantemente le entregaba la policía secreta zarista, de probada fidelidad a los Romanov, logró convencer a Nicolás II de la auténtica naturaleza moral de su poderoso "valido". El zar se encontraba completamente anulado y dominado por su mujer, mientras ésta se hallaba absolutamente subyugada por su staretz favorito. El culmen de su poder llegó cuando Nicolás II ordenó a la policía secreta que protegiera a Rasputín como si se tratase de un miembro de la familia imperial.

Durante el invierno de 1912 estalló el escándalo, tantas veces anunciado así como ocultado por el propio zar Nicolás II, aunque propagado convenientemente por el diario liberal Golos Moskui ('La Voz de Moscú'). Rasputín, a esas alturas de su poderío sobre la familia imperial, se había granjeado un gran número de enemigos, entre los que se incluían desde altos miembros de la Iglesia ortodoxa oficial (que le consideraban como un elemento que desacreditaba a la misma), a una poderosa camarilla aristocrática que rodeaba a la zarina viuda María Feodorvna, que veía en él un terrible adversario al que había que eliminar, y también a los partidos burgueses, especialmente el de los Octubristas, por la frustración sentida al ver como se evaporaban sus esperanzas por implantar un régimen político liberal y aperturista capaz de sacar a Rusia de su milenario atraso. El diputado Guchkov llevó hasta la propia Duma el "asunto Rasputín", a la par que fueron distribuidas por los escaños copias de varias cartas cruzadas entre el todopoderoso staretz y la zarina en las que se podía entrever una más que consistente relación amorosa y sexual entre ambos. Tanto Rasputín como la propia zarina lograron solventar el asuntos negando tales relaciones, pero lo cierto es que, a partir de ese preciso momento, la estrella ascendente de Rasputín en la corte empezó a declinar paulatinamente, al igual que pasó con la situación social del país. Aquel mismo año de 1911, el odiado primer ministro Piotr Stolypin fue asesinado, muerte que sirvió como preludio a los acontecimientos que aún le esperaba sufrir al país.

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Rusia entró en guerra del lado de las potencias aliadas occidentales (Gran Bretaña y Francia) como miembro de la Triple Entente Cordial contra los imperios centrales de Europa (Alemania y Austria-Hungría). Rasputín, dando muestras de uno de los escasos momentos políticos brillantes que tuvo en toda su carrera como favorito de la corte, advirtió al zar Nicolás II del grave inconveniente que supondría para el país ir a la guerra ya que, según él, una derrota severa en la misma arrastraría tras de sí al propio Estado y, por ende, a la dinastía de los Romanov. Semejante postura defendida por Rasputín le granjeó definitivamente el odio del otro grupo de poder importante del país, el ejército, el cual nunca le perdonaría semejante afrenta.

Cuando, en el año 1915, Nicolás II asumió personalmente la dirección de las tropas rusas en el frente de batalla, Rasputín pasó a controlar directamente los asuntos de Estado, por lo que se convirtió en el dueño y señor de todo el Imperio. Lo primero que hizo fue destituir a todos los ministros contrarios a su persona, a los que sustituyó por toda una caterva de oportunistas sin escrúpulos, de negociantes decididos a enriquecerse rápidamente a costa de los favores del "valido", y de miembros de la policía zarista afectos a él y totalmente corruptos. Semejante actitud no podía traer otra consecuencia que el establecimiento de una corrupción en la corte como nunca antes se había visto, la cual se llevaba a cabo con el mayor de los descaros. Durante toda esa época de descontrol, Rasputín nunca dejó de tener el apoyo incondicional de la zarina.

La política antibelicista de Rasputín, su falta de responsabilidad (que propició, entre otras cosas, la falta de suministros al ejército en la guerra), la desastrosa campaña militar rusa en los diversos frentes de guerra y las constantes muestras de desprecio y humillación que éste hacia constantemente a la aristocracia palatina, propiciaron que se creara un grupo de conspiradores dispuestos a eliminar a Rasputín, quien, ajeno a tales propósitos, seguía dado con sus seguidores a toda clase de prácticas depravadas y excesos. Aunque la conspiración tenían infinidad de ramificaciones, los actores principales fueron escasos: el gran duque Dimitri Paulovich, sobrino del zar; Vladimir Purishkevich, diputado de la extrema derecha; el doctor Lazovert; el capitán Sujotin; y, al frente de la trama, el príncipe Félix Yussupov.

En la noche del 29 al 30 de diciembre de 1916, Rasputín acudió invitado a una fiesta al palacio de Yussupov. En un salón situado en el sótano, Rasputín, a solas con el príncipe, consumió una gran cantidad de vino y pasteles previamente envenenados por Lazovert. Desesperado Yussupov al comprobar que éstos no hacían efecto en el cuerpo de Rasputín, sacó su pistola y le disparó a bocajarro en el pecho, para, acto seguido, huir precipitadamente hacia el piso superior donde le esperaban el resto de los conspiradores. Rasputín logró a duras penas arrastrarse hasta el jardín, adonde le siguieron éstos. Purishkevich volvió a vaciar en el cuerpo herido de Rasputín todo el cargador de su pistola. Por fin, recogieron el cuerpo inmóvil del monje y lo envolvieron en una lona gruesa, tras lo cual lo cargaron con pesadas cadenas y abrieron un agujero en la superficie helada del río Neva, por donde lanzaron el cuerpo de Rasputín. Cuando a las pocas horas fue rescatado, los exámenes médicos arrojaron la increíble conclusión de que la muerte se había producido por ahogamiento y no por los numerosos disparos que tenía.

Nada más conocerse la noticia en todo el país, la alegría del pueblo se desbordó por completo, contentos por la muerte de personaje tan odiado como temido, al que culpaban, no sin cierta razón, de muchos de los males que padecía el país. Tal como se suponía, los implicados en el asesinato y sus numerosos encubridores pronto fueron descubiertos y castigados con destierros muy leves, lejos de la capital, pero permitiéndoseles la estancia en sus propiedades rurales.

De forma tan trágica y tremendista, más digna de una obra de teatro o de una de las novelas de Tolstoi, terminó la vida de uno de los personajes más fascinantes, carismáticos y llenos de misterio de la época del último zar ruso, digno representante de una Rusia que tuvo como gobernantes, a lo largo de su dilatada historia, a personajes de la talla de Iván IV el Terrible o de Catalina la Grande. La Rusia zarista pagaría muy caro, un año después, el haber permitido que un personaje como Rasputín hubiera llegado tan lejos y tan alto, al estallar la Revolución Rusa que acabaría destronando y asesinando a toda la familia imperial de los Romanov e instaurando un nuevo régimen político en el país de enormes consecuencia para el futuro del mundo.

Bibliografía

  • COWLES, Virginia. Los Romanov. (Barcelona; Ed. Planeta, 1990).

  • FERRO, Marc. Nicolás II. (Madrid; Ed. Fondo de Cultura Económica, 1994).

  • HERNÁNDEZ, Elena. Octubre rojo: oleadas revolucionarias en Europa (1917-21). (Madrid; Ed. Grupo 16, 1997).

  • MALÍA, Martín. Comprender la revolución rusa. (Madrid; Ed. Rialp, 1991).

  • WILSON, Colin. El mago de Siberia. (Barcelona; Ed. Planeta, 1990).

CHG

Autor

  • Carlos Herráiz García.