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Pérez de Ayala y Fernández del Portal, Ramón (1880-1962).

Poeta, narrador, ensayista, periodista y diplomático español, nacido en Oviedo el 9 de agosto de 1880 y fallecido en Madrid el 5 de agosto de 1962. Autor de una extensa y brillante producción narrativa que, desde el sarcasmo, la burla y el humor, pone de manifiesto un talante nihilista y pesimista heredero del legado intelectual y literario de algunos maestros de la Generación del 98, está considerado como uno de los novelistas más destacados de la literatura española de la primera mitad del siglo XX. Por la hondura y calidad de esta sobresaliente producción literaria, fue elegido miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua en 1928.

Ramón Pérez de Ayala.

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia acomodada, recibió las aguas bautismales en la iglesia ovetense de San Isidoro, adonde había sido llevado por sus progenitores, don Cirilo Pérez de Ayala (oriundo de la Tierra de Campos leonesa) y doña Luisa Fernández del Portal (natural del concejo asturiano de Valdés-Luarca). Desde su temprana infancia dio muestras de poseer una viva inteligencia natural que aconsejó a sus padres proporcionarle una esmerada formación académica, por lo que, con tan sólo nueve años de edad, quedó ingresado en el colegio de San Zoilo, sito en Carrión de los Condes (Palencia) y regentado por padres jesuitas. Dos años después, regresó a tierras asturianas para cursar estudios de bachillerato en el colegio gijonés de la Inmaculada Concepción, perteneciente también a la compañía de Jesús, en donde obtuvo el grado de bachiller a los quince años de edad.

En 1895, el joven Ramón Pérez de Ayala se matriculó en la Universidad de Oviedo para realizar el curso preparatorio de Ingenieros; un año después, realizó un primer curso de Ciencias, aunque pronto abandonó estos estudios técnicos y científicos para pasarse a las disciplinas humanísticas. Ingresó, así, en la Facultad de Derecho de dicho centro superior, donde tuvo la fortuna de contar con algunos maestros de la talla de Leopoldo Alas (1852-1901), más conocido por su pseudónimo literario de "Clarín". Licenciado en Derecho en 1901, marchó a Madrid para realizar el doctorado en Leyes en la Universidad Central, así como nuevos estudios de Filosofía y Letras.

Poco después, Pérez de Ayala se dio a conocer como escritor por medio de un libro de poemas que, presentado bajo el título de La paz del sendero (1903), ponía de manifiesto la influencia -en estos primeros compases de su trayectoria literaria- del movimiento modernista, al que se había adscrito el autor ovetense en sus recientes colaboraciones literarias publicadas en la revista Helios. Los elogios dedicados a este libro -entre ellos, los del gran vate nicaragüense Rubén Darío (1867-1916)- animaron al joven escritor a seguir cultivando el género poético, aunque no volvió a dar a la imprenta un nuevo volumen de versos hasta mediados de la década siguiente, cuando, ya consagrado como novelista de éxito, publicó El sendero innumerable (1916), obra en la que el furor modernista -tanto el los temas como en la expresión- había cedido paso a una poesía mucho más sobria e intelectual, dotada a veces de una profunda carga ideológica. Esta evolución en su trayectoria lírica quedó confirmada plenamente a comienzos de los años veinte, cuando publicó su tercer volumen de poemas, titulado El sendero andante (1921). Esta trilogía poética, centrada en el paisaje de su Asturias natal, revela la consistencia del escritor elegante, conceptuoso y preciso que se asoma también a sus novelas, en las que, por no desmentir su condición de poeta, se sirve en numerosas ocasiones del verso para orientar al lector en la trama argumental. Tanto era así, que a mediados de la segunda década del siglo XX publicó un libro titulado Tres novelas poemáticas de la vida española (1916), obra que, ya desde el privilegiado frontispicio de su epígrafe, deja patente la inclinación del escritor asturiano hacia el género poético.

Un buen ejemplo del quehacer poético de Ramón Pérez de Ayala -poco conocido incluso entre sus lectores habituales, debido al mayor peso específico de su prosa de ficción- es el poema titulado "El ideal", del que a continuación se copian algunos versos: "Una casa, y no más; blanca y sencilla, / lejos del mundo y de los hombres vanos. / Un huerto en que frutezca la semilla / por la virtud humilde de mis manos / y del sudor labriego de mi frente. / Una vida sin odios cortesanos; / no incertidumbre del placer presente, / no angustia mensajera del mañana, / ni envidias, donde el mal abre su fuente. / Una vivienda pobre y aldeana, / cerca del bosque, y que del mar, amigo / de mi risa infantil, no esté lejana. / En su quietud, a solas, sin testigo, / he de labrar el alma como el huerto, / del vendaval poniéndome al abrigo. / Mi brazo en la labranza se hará experto. / Aguzaré del alma las pupilas, / cuando en negrura el orbe esté cubierto / y las obras de Dios yazgan tranquilas. / Morderé, de la amada biblioteca, / la fruta idónea, entre apretadas filas, / cuyo zumo no se agria ni se seca. / El alma vestiré del recio lino / que la historia hubo hilado con su rueca [...]".

En 1907, ya firmemente decidido a orientar su creatividad por el sendero de la literatura, Pérez de Ayala marchó a Inglaterra para ampliar sus estudios, actividad que compaginó con su trabajo como corresponsal en Londres del rotativo madrileño El Imparcial, caracterizado por su radicalismo ideológico. Emprendió, entonces, una fructífera trayectoria literaria que le llevó a publicar, en el transcurso de aquel mismo año, la novela breve Artemisa (1907) -aparecida en la célebre colección "El cuento semanal"- y su primera narración extensa, titulada Tinieblas en las cumbres (1907). Publicada bajo el seudónimo de Plotino Cuevas (autor inexistente al que se atribuye la redacción del manuscrito, que lleva por subtítulo "Historia del libertinaje") esta primera novela de Ramón Pérez de Ayala se desarrolla en una ciudad denominada Pilares, nombre con el que el escritor asturiano -como ya hiciera su maestro "Clarín" con Vetusta- alude a su Oviedo natal. Las principales características del estilo narrativo de Pérez de Ayala estaban ya presentes en esta opera prima, marcada por su tendencia al realismo, su enfoque satírico y su descarnado pesimismo.

Al cabo de un año, el inesperado suicidio de su padre le forzó a regresar apresuradamente a España; se instaló entonces en Madrid y comenzó a colaborar asiduamente en diferentes periódicos y revistas, como El Heraldo, Alma Española, El Liberal y el ya citado cotidiano El Imparcial. Emprendió, por aquel tiempo, numerosos recorridos por diversos países de Europa (Inglaterra, Francia, Italia, etc.), y continuó desplegando una intensa actividad literaria que arrojó por fruto una nueva novela corta, Sonreía (1909), publicada en la colección "Los contemporáneos". Pero su primer gran éxito literario lo alcanzó, un año después, con la novela extensa titulada A.M.D.G. (1910), siglas de Ad Maiorem Dei Gloriam, el lema de los jesuitas que tan bien conocía Pérez de Ayala, por su educación primaria y secundaria. En ella trata el tema de la educación, desde su óptica satírica y corrosiva, siempre encaminada a poner de manifiesto la escasa formación pedagógica de los maestros de la Compañía de Jesús y, en general, de todas las instituciones religiosas. Logró, así, levantar una viva polémica intelectual entre los partidarios y detractores de sus tesis, y originó un escándalo en el seno de la Iglesia que le granjeó una enorme notoriedad.

La buena acogida dispensada a esta narración extensa propició que Ramón Pérez de Ayala, haciendo alarde de su envidiable fecundidad literaria, continuase la historia por medio de otras dos entregas novelescas, La pata de la raposa (1912) y Troteras y danzaderas (1913), en las que reaparece el protagonista de A.M.D.G., llamado Alberto Díaz de Guzmán y presentado como un trasunto literario del propio autor ovetense. El mismo año de la aparición de la novela citada en último lugar -en la que resulta impagable su reflejo de la vida bohemia en el Madrid de la época-, Pérez de Ayala contrajo nupcias en la capital de España con Mabel Rick, y consiguió un empleo como funcionario en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.

Seguía, entretanto, cultivando el periodismo con enorme fortuna entre su legión de lectores, trayectoria que se plasmó luego en otros medios tan divulgados como el rotativo ABC, Los lunes de El Imparcial, El Gráfico, etc. Durante la Primera Guerra Mundial, su prestigio periodístico y literario le sirvió para ejercer de corresponsal, en varios puntos de Europa, del diario bonaerense La Prensa, lo que no le impidió seguir desplegando una intensa labor literaria que dio pie, a mediados de la segunda década del siglo XX, a la aparición de las ya mencionadas Tres novelas poemáticas de la vida española (1916), volumen que recogía las narraciones breves Prometeo, Luz de domingo y La caída de los limones. A partir de estas tres obras, la narrativa de Pérez de Ayala emprendió un nuevo rumbo en el que predominaba la reflexión intelectual en los aspectos ficticios abordados y la proyección simbólica de los personajes, concebidos ahora como paradigmas de diferentes posturas humanas ante la realidad circundante.

Infatigable en su dedicación a la escritura, al año siguiente dio a la imprenta una colección de ensayos titulada Hermann encadenado. Libro del espíritu y del arte italiano (1917), a la que siguió otro ensayo bajo el sugerente título de Política y toros (1918) y la publicación de Las máscaras (1919), una recopilación de las críticas teatrales que, con notable seguimiento por parte de los lectores, había dejado impresas en los medios de comunicación entre 1917 y 1919. En este último año le fue otorgada una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para cubrir los gastos de desplazamiento y estancia en los Estados Unidos de América, país en el que permaneció por espacio de diez meses. A su retorno a España, reanudó sus tareas de funcionario y continuó escribiendo con tenacidad e inspiración, para dar a los tórculos a comienzos de la nueva década la que habría de ser considerada unánimemente, por parte de la crítica y los lectores, como su obra maestra. Se trata de la narración extensa titulada Belarmino y Apolonio (1921), un texto de complejo entramado argumental en el que sobresale, por encima de esta riqueza de contenidos, el esfuerzo de Pérez de Ayala por renovar formalmente la narrativa tradicional española.

Ya consagrado entre las grandes figuras de la cultura española de su tiempo, en 1923 se distinguió por ser uno de los escasos intelectuales -junto con Miguel de Unamuno (1864-1936) y Manuel Azaña (1880-1940)- que protestaron airadamente contra el golpe de estado llevado a cabo, el día 13 de septiembre, por Miguel Primo de Rivera (1870-1930), con lo que volvió a dejar patente su ideología progresista y su firme rechazo de las fuerzas reaccionarias: el conservadurismo político, la Iglesia católica, los partidarios de la monarquía títere de Alfonso XIII (1886-1941), etc. Esta vinculación a la política activa no fue óbice para que siguiera escribiendo con la misma feracidad de tiempos pasados, como quedó patente en la aparición, aquel mismo año, de Luna de miel, luna de hiel y Los trabajos de Urbano y Simona (1923), una misma novela presentada en dos volúmenes independientes.

Tras la publicación, al años siguiente, de varias novelas breves compiladas en el libro titulado Bajo el signo de Artemisa (1924), dio a la imprenta el volumen de cuentos El ombligo del mundo (1925) y la célebre novela Tigre Juan (1926), continuada por El curandero de su honra (1926). En estas dos últimas narraciones extensas -en realidad, una misma obra dividida en dos entregas, como las citadas en el parágrafo anterior-, Pérez de Ayala abordó, con su acostumbrado humor pesimista, el espinoso asunto del honor conyugal.

La obtención del Premio Nacional de Literatura en 1927 y su ingreso en la Real Academia Española al año siguiente fueron dos pruebas fehacientes de la importancia que había cobrado la obra del escritor ovetense en el panorama cultural español del primer tercio del siglo XX. Fruto de este relieve adquirido en la vida pública fue su progresivo abandono de la ficción literaria y su implicación directa en la política española del momento, que alcanzó su máxima expresión en 1931, cuando, a raíz del advenimiento de la Segunda República, Ramón Pérez de Ayala firmó, junto al filósofo madrileño José Ortega y Gasset (1883-1955) y al médico y humanista -también capitalino- Gregorio Marañón (1887-1960), el manifiesto "Al servicio de la República", en el que los tres aventajados intelectuales hacían constar su deseo de trabajar firmemente en pro de la consolidación del nuevo régimen político. Así las cosas, las primeras autoridades republicanas nombraron a Pérez de Ayala director del Museo del Prado, cargo que compaginó con las obligaciones derivadas de su nueva condición de diputado en Cortes.

En 1932, su apoyo incondicional a la Segunda República le valió su designación como embajador español cerca de Londres, en donde permaneció hasta 1936. A comienzos de dicho año, descontento con la política adoptada por el Frente Popular, dimitió de su cargo diplomático y regresó a España, para encontrarse de inmediato con el violento estallido de la Guerra Civil; a tal extremo había llegado su desacuerdo con las últimas autoridades republicanas, que tomó entonces la extraña decisión de enviar a sus dos hijos varones a luchar como voluntarios al lado de las tropas sublevadas, decisión que, dos años después, se creyó obligado a explicar en una "Carta abierta" publicada en tabloide londinense The Times. Entretanto, había abandonado España a finales de 1936 para instalarse provisionalmente en Francia, donde residió primero en París y, poco después, en la localidad costera de Biarritz. Este exilio le condujo luego hasta Buenos Aires, ciudad en la que vivió cómodamente merced al sueldo de funcionario que, mantenido por las nuevas autoridades franquistas, le llegaba puntualmente a través de la Embajada. El viraje ideológico que había hecho público a comienzos de la contienda fratricida propició que nunca fuera perseguido por el nuevo régimen, que permitió incluso que realizara varias visitas a España. Finalmente, retornó a su país natal en 1954 y reanudó su actividad literaria, aunque ahora volcada hacia el campo genérico del ensayo, al que aportó algunos libros tan notables como los titulados Divagaciones literarias (1958), El país del futuro (1959) y Fábulas y ciudades (1961). Un año antes de su muerte -sobrevenida en Madrid en el estío de 1962, cuando estaba a punto de alcanzar los ochenta y dos años de edad-, dio a la imprenta un libro de memorias titulado Apuntes y recuerdos (1961).

Bibliografía

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Autor

  • J. R. Fernández de Cano.