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Ocio y entretenimientoBiografía

Ordóñez Araujo, Antonio (1932-1998).

Matador de toros español, nacido en Ronda (Málaga) el 16 de febrero de 1932, y fallecido en 1998. Continuador de una de las dinastías toreras más célebres de todos los tiempos, era hijo del genial espada rondeño Cayetano Ordóñez y Aguilera ("Niño de la Palma"), y hermano de los diestros Cayetano y José Ordóñez Araujo, y de los banderilleros Juan y Alfonso Ordóñez Araujo. En la actualidad, su nieto Francisco Rivera Ordóñez ("Fran Rivera") mantiene viva la saga familiar y, por la vía paterna, continúa la iniciada por su progenitor, Francisco Rivera Pérez ("Paquirri").

El ambiente taurino que se respiraba en su entorno le llevó, desde muy niño, a querer emular los triunfos alcanzados por su padre. Así las cosas, el inicio de su trayectoria torera fue tan precoz como cabía esperar en un hijo del "Niño de la Palma", ya que se encerró con novillos cuando sólo tenía dieciséis años de edad, y, un año después, el 6 de octubre de 1949, hizo su primer paseíllo ante la severa afición madrileña. La hondura clásica de su toreo, presente en el jovencísimo Antonio desde estos primeros lances, no pasó inadvertida para los aficionados puristas, ansiosos por hallar una figura que recuperase la antigua grandeza de la Fiesta.

Tras haberse curtido en la lidia de trece novilladas picadas, el 28 de junio de 1951 compareció de nuevo en la madrileña plaza Monumental de Las Ventas, esta vez dispuesto a recibir el grado de doctor en Tauromaquia. Venía, a la sazón, apadrinado por el coletudo madrileño Julio Aparicio Martínez, quien, en presencia del torero valenciano Miguel Báez y Espuny ("Litri"), le cedió los trastos con los que había de lidiar y dar muerte a estoque a un morlaco perteneciente a la vacada de la señora viuda de Galache, que atendía a la voz de Bravío. Al término de aquella temporada de su doctorado, Antonio Ordóñez, que empezaba a ser considerado como una gran figura del toreo, había intervenido en cuarenta corridas.

Tan prematuros fueron los ecos de su fama, que ya en el invierno de 1951-52 hubo de viajar a Hispanoamérica para exhibir allí (concretamente, en los principales cosos de Colombia y Venezuela) ese estilo clásico, sobrio y depurado de que hacia gala Antonio Ordóñez, heredero del rigor, la serenidad y la elegancia de la antigua escuela rondeña. De vuelta a las arenas peninsulares, en la campaña de 1952 se enfundó la taleguilla en setenta y cuatro ocasiones y acabó situado a la cabeza de los matadores de toros que más corridas habían toreado en España a lo largo de dicha temporada. De nuevo viajó a América y, a su regreso, firmó en suelo hispano cuarenta y siete ajustes durante el año de 1953. Tras una nueva andanza ultramarina (por Perú y Colombia), en 1954 hizo cuarenta y nueve paseíllos en España, y el nuevo año de 1955 le sorprendió triunfando en las arenas venezolanas.

El día 13 de marzo de 1955, en el redondel de Castellón de la Plana, sufrió su primera cornada de gravedad, inferida por un astado de Miura. Tras reponerse de este percance, interrumpió su campaña para cumplir su servicio militar, al término del cual (1956) volvió a pisar los principales ruedos del planeta de los toros, entre ellos el de Madrid, donde no comparecía desde la temporada de 1952. Su retorno fue celebrado por la afición como sólo puede festejarse la presencia en la arena de un matador poderoso y artista al mismo tiempo, capaz de extraer de cada toro las mejores cualidades para la ejecución de una faena marcada por la autenticidad y la belleza.

En efecto, al diestro rondeño le cupo la fortuna de saber estar por encima de las dificultades propias de cada res y, simultáneamente, hacer gala de una plástica torería poco frecuente en este género de toreros lidiadores. Entre sus muchas virtudes, la afición alabó sobre todo su honrado empeño de embraguetarse y cargar la suerte hasta extremos olvidados por otros matadores de su tiempo, y su pureza a la hora de resucitar algunos lances añejos como el de matar recibiendo, suerte que intentó en varias ocasiones (aunque, poco a poco, fue involucionando hasta aliviarse con un tipo de estocada defectuosa que quedaba colocada en lo que el crítico del diario ABC, Antonio Díaz-Cañabate, bautizó como "el rincón de Ordóñez").

Acabada la temporada de su reaparición, Antonio Ordóñez había cumplido sesenta y cinco contratos. Cruzó de nuevo el Atlántico para torear en México y en Venezuela, y emprendió una campaña de 1957 a la que puso cierre tras haberse enfundado cuarenta y ocho veces el terno de luces. El día 14 de agosto de 1958 (año en el que hizo setenta y ocho paseíllos) sufrió otra grave cogida, esta vez en la arena de San Sebastián (Guipúzcoa). Sin embargo, este percance, lejos de hundirle en el temor o el desánimo, le espoleó vivamente para volver a los ruedos, ya en la campaña de 1959, pletórico de dominio y arte, ejecutando un toreo en el que la técnica y la naturalidad colmaban las expectativas de los aficionados más exigentes. Ésta de 1959, en la que hizo cincuenta y dos paseíllos, fue una de las mejores temporadas de su larga trayectoria taurina.

En 1960 toreó cincuenta y seis corridas, y sesenta y una en 1961, año en el que alcanzó un clamoroso triunfo en la plaza de toros de Pamplona, donde desorejó a Mimoso, de la ganadería de Garci-Grande, ante la atenta mirada de sus dos compañeros de terna, Antonio Borrero Morano ("Chamaco") y Juan García Jiménez ("Mondeño"). Aquel año de 1961 volvió a resultar herido de cierta consideración, en el transcurso de un festival benéfico celebrado en Málaga en el mes de diciembre, y la desgracia se siguió cebando en Antonio Ordóñez durante el año siguiente: en el mes de abril resultó cogido en Tijuana (México), y el día 14 de septiembre cayó herido en la arena de Salamanca; a pesar de ello, dio por concluida la temporada de 1962 con un balance de cincuenta y dos contratos en su haber. En dicho año protagonizó una curiosa anécdota que dice mucho a propósito de su acusada vocación taurina: el día 7 de julio, fecha en la que debutaba como ganadero en plenos Sanfermines pamplonicas, corrió por la mañana el encierro delante de los toros de su propia divisa, y por la tarde se vistió de luces para intervenir en la corrida más señalada del ciclo.

A la conclusión de aquella temporada española de 1962 viajó inmediatamente a Hispanoamérica, para alzarse en la plaza limeña de Acho con el trofeo al triunfador de la feria (el Escapulario de Oro del Señor de los MIlagros). Ilusionado por aquella fechas con su nueva faceta de criador de reses bravas, el día 18 de noviembre de aquel mismo año se cortó la coleta en las arenas del susodicho coso limeño, después de haber enjaretado una soberbia faena a un toro criado en las dehesas de Las Salinas, que atendía a la voz de Andamucho. Aquella tarde, acompañaron a Antonio Ordóñez en el cartel de su retirada el diestro toledano Gregorio Lozano Sánchez ("Gregorio Sánchez"), el coletudo venezolano Francisco Girón Díaz ("Curro Girón"), el infortunado espada colombiano José Eslava Cáceres ("Pepe Cáceres"), el matador gaditano José Martínez Ahumado ("Limeño"), y el lidiador zamorano Andrés Mazariegos Vázquez ("Andrés Vázquez").

Tras pasar un par de temporadas sin vestirse de torero (aunque vinculado al mundo del toro por medio de su ganadería), Antonio Ordóñez volvió a los ruedos el día 25 de marzo de 1965, en la plaza de toros de Valencia (Venezuela), donde cortó una oreja a su primer enemigo en presencia del diestro sevillano Jaime Ostos Carmona y del torero local Ramón Montero Torrealba ("Maravilla de Venezuela"). Regresó luego a España para continuar su racha de éxitos a lo largo de los cuarenta festejos que lidió en suelo peninsular durante aquella temporada, al término de la cual volvió a torear en Hispanoamérica, primero en México y luego en Perú. En 1966 cumplió en España cuarenta y cinco ajustes, y posteriormente marchó a los Estados Unidos de América para tomar parte en los festejos taurinos organizados en Houston (Texas) durante le mes de octubre. De allí viajó de nuevo a Hispanoamérica, para torear en las principales plazas de Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador.

En 1967 triunfó ruidosamente en la Feria de Abril hispalense, y se hizo acreedor de la "Oreja de Oro" concedida por el diario Sevilla al mejor torero del ciclo ferial. Tras haber cerrado la temporada con un total de treinta y cuatro corridas toreadas, emprendió la campaña de 1968 dispuesto a recuperar la hegemonía que, por aquellos años, le estaban arrebatando otros diestros más dados al tremendismo populachero y efectista. Así las cosas, el día 22 de mayo de dicho año, en plena Feria de San Isidro, puso boca abajo la plaza Monumental de Las Ventas, al realizar una faena a un toro de la vacada del marqués de Domecq que fue galardonada con las dos orejas y el rabo del astado. Su imparable racha de éxitos le llevó a triunfar de nuevo en San Sebastián en el mes de agosto de dicho año, donde fue distinguido con la "Concha de Oro" al triunfador de las corridas de la Semana Grande donostiarra.

En la campaña de 1969, después de haber pasado por el quirófano para que se le redujera una antigua lesión en el tobillo izquierdo, toreó cincuenta y un festejos. El desánimo -acrecentado por las secuelas de esta antigua dolencia- le llevó a vestirse de luces en tan solo veintisiete ocasiones durante la temporada de 1970, y en veintiocho durante la siguiente campaña, por lo que el día 12 de agosto de 1972, en la mencionada plaza de toros donostiarra, brindó la muerte de su segundo enemigo (de nombre Colombiano, y marcado con el hierro de Pablo Romero) al empresario madrileño José María Jardón, y le anunció su decisión de abandonar el ejercicio activo del toreo.

Sin embargo, no dejó de intervenir en cuantos festivales benéficos era reclamado (de hecho, en 1972 recibió la Cruz de Beneficencia por su presencia constante en actos de esta índole), y se volvió a vestir de torero una vez al año para tomar parte en la tradicional corrida goyesca que se celebra en su Ronda natal. Así, sin poder deshacerse de ese gusanillo de la afición, en 1981, ya a punto de cumplir los cincuenta años de edad, anunció su reaparición en la plaza de toros de Málaga para el día 9 de agosto, reaparición que no tuvo lugar por culpa de una lesión de espalda que se produjo en unos lances de entrenamiento. Sin embargo, el día 16 de agosto de 1981 se vistió de nuevo de luces para reaparecer en el coso de Palma de Mallorca, y al día siguiente volvió a hacer el paseíllo a través de la arena de Ciudad Real, acompañado en los carteles por el espada alicantino José María Dols Abellán ("José Mari Manzanares") y por el maestro charro Pedro Gutiérrez Moya ("Niño de la Capea").

Tras esta fugaz reaparición, se retiró definitivamente de los ruedos para seguir vinculado al mundo de los toros a través de la actividad empresarial, la crianza de reses y el apoderamiento de jóvenes toreros. La ilusión volvió a renacer en esta vieja gloria del toreo a mediados de la década de los noventa, cuando vio tomar la alternativa a su nieto Francisco Rivera Ordóñez, que enseguida se convirtió en uno de los toreros más prometedores de su generación.

Durante las navidades de 1998, una larga y penosa enfermedad que venía arrastrando desde mucho tiempo atrás acabó con la vida de Antonio Ordóñez, legendario matador de toros que rivalizó, desde el dominio técnico y la pasmosa naturalidad de su toreo, con la impulsiva arrogancia de otra gran figura de su tiempo, Luis Miguel González Lucas ("Luis Miguel Dominguín"). El escritor norteamericano Ernest Miller Hemingway (Premio Nobel de Literatura en 1954) fue uno de los más encendidos partidarios del maestro rondeño, al que siguió fielmente durante una temporada que quedó plasmada en su famosa novela The dangerous summer (El verano sangriento, 1960).

Bibliografía

  • ABAD OJUEL, Antonio. Estirpe y Tauromaquia de Antonio Ordóñez (Madrid: Espasa-Calpe, 1987).

  • OLANO, Antonio D. Dinastías (Dominguín, Ordóñez, Rivera). (Madrid: Promociones Ch. Ass. S. A., 1988).

J.R. Fernández de Cano

Autor

  • JR.