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HistoriaPolíticaBiografía

Manuel I, Rey de Portugal (1469-1521).

Rey de Portugal nacido en Alcochete el 31 de mayo de 1469 y muerto el 13 de diciembre de 1521. Conocido por los sobrenombres de el Afortunado y también el Grande, fue el primer monarca absoluto de Portugal, instituyendo una serie de impuestos sin consultar a las Cortes. Apoyó las expediciones marítimas de Vasco de Gama y de Alburquerque y decretó la expulsión de los judíos de Portugal. Se mantuvo al margen de las luchas que sacudieron Europa durante su época, aunque mantuvo cordiales relaciones con los reyes de España. Durante su reinado Portugal se enriqueció con monumentos de un gótico flamígero muy particular que se dio en llamar estilo manuelino.

Síntesis Biográfica

Hijo del duque de Viseu, el infante don Fernando, y de la infanta doña Beatriz, don Manuel fue hermano de don Diego, que heredó el ducado de Viseu a la muerte de su padre en 1470; de doña Leonor, casada con Juan II de Portugal y por tanto reina; y de doña Isabel, que casó con el duque de Braganza. En 1481 don Manuel fue entregado a los reyes de Castilla en canje por la infante doña Isabel, para asegurar el cumplimiento del tratado de las Terçarias de Moura y regresó a Portugal dos años después, cuando su hermano don Diego fue a sustituirle.

En 1481 el duque de Viseu fue asesinado por orden del rey Juan II y don Manuel recibió de su cuñado, el rey, los bienes y honores que habían pertenecido a su hermano y obtuvo por divisa la figura de la esfera. Don Manuel fue nombrado heredero de la corona en caso de que muriese el infante don Alfonso y, como el rey no quiso que usase los títulos de don Diego, le ordenó que se titulase duque de Beja y señor de Viseu. También recibió los títulos de marqués de Covilha y de Vila Viçosa, maestre de la Orden de Cristo y condestable del reino.

A la muerte de Juan II el Perfecto el 25 de octubre de 1495, don Manuel recibió en Alcácer do Sal a los portadores del testamento del difunto monarca, que le instituía heredero del trono. Después viajó a Montemor-o-Novo, desde donde convocó las Cortes para recibir el homenaje y el juramento de fidelidad de los nobles del reino. Uno de sus primeros actos de gobierno fue llamar del destierro y restituir sus antiguos bienes a los hijos del duque de Braganza, expulsados de Portugal después de que el duque don Fernando fracasase es una revuelta contra Juan II, siendo decapitado en Évora (1483). Esta medida no fue aceptada por algunas poblaciones, como Setubal, que se sublevaron contra la real orden.

El matrimonio entre Manuel I y la princesa Isabel de Castilla sólo duró dos años, pues la reina murió al dar a luz al primogénito del rey, el príncipe don Miguel, que murió en 1500; estos dos fallecimientos arrebataron a Manuel I la esperanza de ceñir algún día las coronas de Castilla y Aragón. El rey casó después con su cuñada, la princesa María, que le dio ocho hijos: Juan, que le sucedió; Isabel, que fue emperatriz; Beatriz, duquesa de Saboya; Luis, Alfonso, Fernando, Enrique, el cardenal-rey y Eduardo. Casó en terceras nupcias con la hermana del emperador Carlos V, Leonor, de cuyo matrimonio nacieron el príncipe Carlos y la infanta María.

Política Exterior

En política exterior Manuel el Afortunado se caracterizó por la prudencia y trató siempre de no inmiscuirse en las luchas mantenidas por los demás países europeos. En 1496 el monarca portugués rehusó aliarse con Castilla contra Carlos VIII de Francia, aunque aseguró a la reina Isabel la concurrencia de las tropas portuguesas en caso de que Castilla fuese invadida por Francia. Las relaciones entre Portugal y Castilla se intensificaron después del matrimonio de don Manuel con la infanta Isabel de Castilla (octubre de 1497) y don Manuel mandó expulsar de Portugal a los judíos que se habían refugiado en Portugal después de ser expulsados de España; un año después los reyes de Portugal vieron reconocidos sus derechos a la sucesión en Castilla y Aragón en el tratado de confederación y alianza firmado por Fernando el Católico y Luis XII de Francia.

En 1511 Fernando de Aragón propuso a Manuel I que tomase parte en la liga contra Francia, en la que se integraban el Papado, el Imperio y los suizos; al mismo tiempo, el monarca portugués recibía del rey de Francia la proposición de que tomase parte en un concilio cuyo objetivo era deponer al papa Julio II; Manuel I rechazó ambos ofrecimientos, pero en 1514, gracias a su intervención se llegó a una tregua entre Castilla, el emperador Maximiliano y el rey de Inglaterra por un lado, y los reyes de Francia y Escocia por el otro. Aquel mismo año Manuel I envió a Roma como embajador a Tristao da Cunha, para que jurase obediencia al papa León X. También pudo mantener la neutralidad Manuel I cuando al subir al trono francés Francisco I se reanudaron las guerras de Italia y, en cambio, fue uno de los artífices de la paz de Noyon (13 de septiembre de 1516), firmada entre Carlos V y el monarca francés. Pero Manuel I mantuvo siempre unas excelentes relaciones con los monarcas españoles y se ofreció a poner tropas portuguesas al servicio de Carlos V cuando se produjo en España la Guerra de las Comunidades, aunque en 1521 se negó acudir al llamamiento del papa León X para que se uniese a Carlos V en su guerra contra Francisco I, y colaboró en cambio con el rey de Francia en su lucha contra la piratería turca.

Durante el reinado de Manuel I se produjeron acontecimientos de la máxima relevancia en el plano de las navegaciones y las exploraciones geográficas, entre las que cabe destacar el descubrimiento de las rutas marítimas hacia la India y Brasil, el gobierno de don Francisco de Almeida en la India, el viaje alrededor del mundo de Fernando de Magallanes, las conquistas de Alfonso de Alburquerque, el establecimiento de relaciones con Java y China o la exploración de las Molucas por Antonio de Abreu. Sin embargo, poco tuvo que ver el rey en todas estas conquistas, producto de la iniciativa personal de los anteriormente citados, que casi nunca recibieron un apoyo suficiente del monarca portugués; éste se conformó con titularse senhor da conquista, navegaçao e commercio da Ethiopia, Arabia, Persia e India. Manuel I ordenó construir fortalezas en aquellos lugares, pero éstas, lejos de contribuir a la consolidación del poderío portugués, fueron el germen de la descomposición de tan vasto imperio.

Política Religiosa

La principal condición que puso la infanta Isabel de Castilla para que se celebrase el casamiento con Manuel I fue que antes de que ella viajase a Portugal se expulsase del país a todos los musulmanes y judíos. El monarca portugués reunió un consejo para deliberar al respecto, en el que tuvo un mayor peso la opinión de la expulsión sobre la de aquellos que aducían que la presencia de judíos era tolerada en muchas naciones cristianas e incluso en los territorios del Papado, siempre que éstos quedasen sujetos a su jurisdicción. Los contrarios a la expulsión, entre los que se encontraban Jerónimo Osório y Fernando Continho, argumentaban además que con los judíos se marcharían sus capitales y sus buenos oficios, en especial el de la construcción de armas, que irían a parar a naciones, algunas de ellas enemigas. A principios de diciembre de 1496 don Manuel decretó que todos los judíos y musulmanes del país deberían abandonarlo en el plazo de diez meses bajo pena de muerte y la adjudicación de sus propiedades a aquel que los denunciase. No obstante permitió permanecer en Portugal a aquellos que se convirtiesen y en abril de 1497 ordenó que los niños y niñas hebreos menores de catorce años fuesen apartados de sus padres para recibir una forzosa educación católica; posteriormente amplió la edad hasta los veinte años. Esta medida tuvo drásticas consecuencias, ya que muchos padres prefirieron matar a sus hijos antes que permitir que fuesen educados en el cristianismo. El rey se comprometió a habilitar puertos para el transporte de los judíos, pero no cumplió su compromiso; más de 20.000 judíos fueron bautizados por la fuerza en el puerto de Lisboa, a los que, para favorecer su situación, el rey ordenó que no deberían llevar distintivo alguno. Los musulmanes fueron expulsados con medidas mucho más favorables para éstos, para evitar represalias por parte de los soberanos de sus países de destino.

La conversión forzosa creó en Portugal la figura del "cristiano nuevo", cuya situación fue mucho más precaria de lo que el rey había previsto. Se consideraba cristiano nuevo a aquel que tuviese sangre hebrea hasta el séptimo grado. Éstos tenían prohibido el ejercicio de los cargos públicos, así como el matrimonio con nobles o con cristianos viejos, el comercio en las tierras recién conquistadas y otras libertades. Además el pueblo portugués tuvo mala voluntad hacia los cristianos nuevos, que fueron perseguidos (a pesar de la prohibición regia) para arrebatarles sus bienes. En 1506 los conversos fueron objeto de una dura persecución después de ser acusados por el populacho de ser los responsables de la epidemia de peste que asolaba Lisboa, por causa de su incredulidad hacia cierto milagro que, decían, se había producido en la ciudad. Durante tres días sus casas y templos fueron incendiados y resultaron muertas más de 3.500 personas, algunas de ellas cristianos viejos que habían sido acusados de conversos por causa de venganzas personales. Después de tres días las autoridades lograron hacerse con el control de la situación y se ejecutaron severos castigos contra los responsables de las matanzas.

Política Interior y tributaria

El ascenso al trono de Manuel I coincidió con una época de decadencia de la nobleza, que posibilitó al monarca una política de centralización de toda la administración pública. El rey ordenó a todos aquellos que tuviesen privilegios, libertades y cartas de merced que las mandasen confirmar, especialmente aquellos que las habían conseguido durante los últimos años de reinado de Juan II. Tuvo lugar una revisión de todos estos privilegios por parte de un equipo formado por los principales letrados del reino, que dio como resultado su modificación, unas veces mediante ampliaciones, otras mediante limitaciones o incluso derogaciones. Pero si la política manuelina tenía como objetivo el limitar aún más el poder de la nobleza, los resultados fueron contrarios: la nobleza recuperó sus fueros, el clero ganó preponderancia y el verdadero perjudicado fue el pueblo. El rey trató de limitar las libertades populares, sobre todo en la ciudad de Oporto, que hasta 1509 se rigió de manera prácticamente autónoma; aquel mismo año Manuel I derogó el privilegio por el cual los hidalgos no estaban autorizados a vivir dentro del recinto de la ciudad y que posibilitaba por tanto a sus habitantes a elegir a sus representantes, evitando así ingerencias externas.

Manuel I inició asimismo una reforma de los tribunales superiores mediante el aumento de los jueces de apelación en los tribunales de lo civil y de los desembargadores en los de suplicación, enviando también corregidores por todo el reino. Para evitar interferencias personales de los jueces en los procesos, el rey ordenó que éstos debían ser forasteros en las ciudades en las que desempeñasen sus oficios. No obstante, uno de los principales males que pesó sobre la justicia portuguesa de la época de Manuel I fue la existencia de jueces apostólicos especiales, designados directamente por Roma, que entendían tanto de causas eclesiásticas como seculares y que, generalmente, eran gente sin preparación alguna, por lo que se daba el caso de que se convertía en magistrados a frailes o clérigos ignorantes. Uno de los aspectos que más preocupó al monarca fue el de la violencia nobiliaria sobre los concejos, que los nobles justificaban mediante la letra de los fueros, muchos de ellos compuestos en los primeros tiempos de la monarquía. A finales del siglo XV eran los propios municipios los que reclamaban la reforma de los fueros, que fue acometida por Manuel I en un contexto de política de engrandecimiento del poder real. Para ello se designó una comisión compuesta por el canciller mayor, Dr. Rui Boto, el desembargador Joao Façanha y por el caballero Fernando de Pina, a los que posteriormente se unieron otros. El principal objetivo de la comisión era uniformar la vida económica en el territorio de toda la nación, para lo cual se debían conocer los inconvenientes que existían para el cobro del portazgo y de otras tasas de la Corona y fijar las equivalencias de las monedas mencionadas en los fueros, muchas de ellas desaparecidas, con las que circulaban en el país de forma efectiva; era necesario aclarar el sentido vago de las costumagens, tributos sin nombre definido consagrados por el uso de la tierra y poner fin a la diversidad de nombres con que un mismo tributo era conocido en territorios diferentes.

La base del sistema tributario de la época de Manuel I fueron las sisas y los derechos aduaneros. Para facilitar el comercio se decretó la libre circulación de personas y mercancías de las villas a sus términos y viceversa, aboliendo los peajes, salvo en los puertos marítimos y aquellos lugares sujetos a la ley. Así, el fuero otorgado por el rey a la ciudad de Lisboa en enero de 1500 parecía más un reglamento de aduanas que un fuero en el sentido antiguo de la palabra. Los habitantes quedaban exentos de pagar otra tasa que no fuera la décima, que gravaba las transacciones comerciales. A partir de 1512 se llevaron a cabo una serie de reformas, conocidas en su conjunto con el nombre de Ordenamientos Manuelinos, cuyo fin era el perfeccionamiento de los sistemas recaudatorio e impositivo. Aquel año se promulgó un nuevo reglamento de las sisas para evitar el fraude fiscal derivado de la aplicación de las antiguas normativas, que nombraban monedas en desuso; en septiembre de 1514 se reformó el reglamento de contadores y en octubre de 1516 entraron en vigor nuevas normativas para la Hacienda y para la Casa de Indias. Aunque hubo una primera edición de los Ordenamientos en 1512 (o 1513) y una posterior de 1514, éstos quedaron definitivamente fijados en 1521. Con diversas modificaciones y añadidos, los Ordenamientos de 1521 siguieron fielmente a aquellos ya promulgados setenta años antes por Alfonso V. El primer libro, que reglamentaba las actuaciones de los oficiales de Justicia y Hacienda, fue el que más modificaciones sufrió. Tuvo lugar una completa reordenación de los tribunales de lo civil y de suplicación y se llevó a a cabo la separación del Tribunal de Desembargo de Palacio de la Casa de Suplicación; además, para evitar los inconvenientes que la administración de justicia acarreaba a los moradores de los núcleos pequeños o apartados, se dio un reglamento especial a los antiguos jueces rurales, que pasaron a denominarse juizes clé vintena. El libro II trató de las relaciones de la Corona con la Iglesia y los nobles y de él desapareció toda la legislación referente a judíos y musulmanes. El libro III trató de los procesos judiciales. El IV sobre los contratos y derechos de sucesión. El V y último libro regulaba los procesos penales.

A pesar de los pingües beneficios que proporcionaba el comercio ultramarino, la situación financiera de Portugal durante el reinado del Afortunado no fue nunca muy pujante. Pronto se arrepintió el monarca de la decisión tomada en 1498 de eximir del pago de tributos a la Iglesia, porque después, con el pretexto de la guerra contra los infieles, solicitó y logró del papa el derecho de gravar los rendimientos eclesiásticos. Don Manuel hizo acuñar nuevas monedas: en 1499 inició la acuñación de portugueses de oro, con un valor de cuarenta cruzados y de índios de plata, con un valor de treinta y tres reales; cinco años después ordenó la acuñación de portugueses de plata, que valían cuatrocientos reales de cobre.

Semblanza Personal de Manuel el Afortunado

El cronista Góis describe a Manuel I como un hombre de elevada estatura, cuerpo delgado, ojos verdes y cabellos castaños. De él han quedado varios retratos, en el tríptico de Nossa Senhora da Misericórdia de Oporto, en las iluminaciones de los Livros da Leitura Nova y la Crónica de Rui Pina y una estatua orante en el pórtico de los Jerónimos. El mismo cronista apunta que el rey era una persona que realizaba sus obligaciones con diligencia, gran trabajador y con una buena disposición hacia el lujo y los refinamientos, que le hacía estar siempre rodeado de músicos y literatos. Sin embargo el auge de la literatura portuguesa no tuvo lugar hasta el reinado de su sucesor y fue la arquitectura el arte que más floreció en su época, con un estilo de decoración característico, que recibió el nombre de estilo manuelino; el rey encargó y financió la construcción de palacios, conventos y fortalezas, tanto en la propia Portugal como en las tierras recién descubiertas.

Bibliografía

  • BIRMINGHAM, D. Historia de Portugal. Cambridge, 1995.

  • MARQUE, A.H. Historia de Portugal: desde los tiempos más antiguos hasta el gobierno de Pinheiro de Azevedo. México, 1984.

  • PAYNE, S. Breve Historia de Portugal. Madrid, 1982.

  • VERÍSSIMO SERRAO, J. História de Portugal, vo. II: Formaçao do Estado Moderno (1415-1495). Lisboa, 1978.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero