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HistoriaBiografía

Manrique, Rodrigo, Conde de Paredes (1406-1476).

Aristócrata castellano, señor de Belmontejo (Cuenca), comendador de Segura de la Sierra (Jaén), maestre de la Orden de Santiago y primer conde de Paredes de Nava, desde la concesión de esta dignidad por parte de Juan II en 1453. Nació probablemente en Paredes de Nava (Palencia) en el año 1406 y murió en Ocaña (Toledo) el 11 de noviembre de 1476, enfermo de cáncer. Aunque debe su fama y posteridad a ser el protagonista de las inmortales Coplas escritas por su hijo, el poeta Jorge Manrique, el conde de Paredes fue una de las más importantes personalidades políticas y militares del siglo XV castellano durante los reinados de Juan II y Enrique IV, así como una pieza clave en la subida al trono de la Reina Católica.

La encomienda de Segura de la Sierra

Rodrigo Manrique fue el segundo hijo del matrimonio entre Leonor de Castilla (nieta de Enrique II) y Pedro Manrique, señor de Amusco y Paredes de Nava, Adelantado Mayor de Castilla y León. En su infancia fue educado en el arte militar, educación en la que sobresalió por su valor, destreza y coraje. Con apenas 12 años ya libró su primera batalla, en 1418, cuando acompañó a su padre a las campañas granadinas. Desde ese mismo momento, el Adelantado Manrique, movido por la amistad y confianza que mantenía con el entonces maestre de Santiago, el infante Enrique de Aragón (hijo de Fernando de Antequera), intentó buscar un sitio dentro de tan prestigiosa orden militar para su segundogénito. Finalmente, en 1419, Rodrigo Manrique fue investido como comendador de Segura de la Sierra (Jaén), uno de los puestos más comprometidos debido a que la cercanía del enclave a territorio musulmán y, por ende, ser susceptible de sufrir continuos ataques.

Durante esta etapa, Rodrigo alternó las estancias en Segura de la Sierra con frecuentes viajes a Paredes de Nava, donde apoyaba la causa de su padre, que militaba en el bando aragonesista de Castilla, totalmente opuesto al gobierno omnímodo de Álvaro de Luna, favorito de Juan II. El hito más destacable de esta primera etapa de su vida fue la conquista de Huéscar (Granada), acontecida el 11 de noviembre de 1434. La empresa era muy dificultosa, toda vez que el reclutamiento llevado a cabo por Rodrigo Manrique en tierras de Alcaraz, Úbeda y Campo de Montiel no había dado el resultado apetecido y las fuerzas castellanas eran muy pobres, en comparación con el enemigo. Pese a ello, el arrojo del comendador Manrique hizo posible la conquista de tan importante enclave; en la famosa Crónica del Halconero, su autor, Pedro Carrillo de Huete, insertó una carta que el propio comendador Manrique envió a Juan II para notificarle la toma de Huéscar. En ella, Rodrigo describe en primera persona el esfuerzo y las heridas recibidas en el campo de batalla (Crónica del Halconero, ed. cit., p. 170):

E, señor, como yo vi la dispusiçión de cómo estaua el fecho, veyendo grande el trabajo que de ally nos podía benir, tomé comigo fasta diez omes de armas, e salí a pelear con ellos. E plugo a Nuestro Señor, e al buen esfuerço que desde allá vuestra señoría en nuestros coraçones pone, yo les tomé la puerta por fuerça, e los encerré por las puertas del castillo. E de quarenta o çinquenta que eran, quedaron ay muertos fasta syete o ocho. E los caualleros quando aquello vieron desviáronse luego de allí algún tanto. E yo, señor, fuy de allí ferido, de vn pasador que me pasó el guardabraço e el braço derecho de parte a parte.

Juan II recibió con alegría la noticia de semejante hazaña y recompensó al comendador con unas condiciones inusuales: quinta parte del botín obtenido, 300 vasallos en Alcaraz y un juro de heredad de 20.000 maravedíes. Su carrera ascendente en la orden de Santiago se completó en 1440, cuando fue elegido Trece de la orden, es decir, uno de los trece caballeros con voto en el Capítulo de Santiago. La fama del buen caballero comenzaba a ser grande en toda Castilla para Rodrigo Manrique.

Los enfrentamientos contra Álvaro de Luna

En 1436, el Adelantado Pedro Manrique cedió a su hijo la posesión señorial de Paredes de Nava, solar conocido del linaje. El hijo primogénito, Pedro Manrique, conde de Treviño y posterior duque de Nájera, andaba más ocupado en sus propios asuntos, por lo que el Adelantado debió de pensar que era el valiente Rodrigo el más digno para ocuparse de ella, ante los previsibles problemas que podría causar el cada vez mayor enfrentamiento entre el Adelantado y Álvaro de Luna. Las hostilidades políticas entre ambos sufrieron un brusco cambio el 13 de agosto de 1437, cuando el condestable Luna persuadió a Juan II para encarcerlar al Adelantado. Sus hijos mayores, Pedro, Rodrigo y Diego, enseguida pidieron entrevistarse con el rey para poner fin a lo que consideraban como una enorme injusticia. Fiel a su carácter, Juan II comenzó a darles largas, por lo que, a instancias de Rodrigo, los Manrique comenzaron a reunir a sus tropas señoriales, obligando al condestable Luna a disponer una guardia para el rey de más de mil caballeros, ante el temor de posibles ataques.

No obstante, ni era esa la manera de actuar de Rodrigo ni el Adelantado había perdido sus facultades: apenas un año más tarde, el 20 de agosto de 1438, Pedro Manrique se descolgó de su prisión en el castillo de Fuentidueña y escapó hacia territorio favorable. Sus hijos le recibieron en Paredes de Nava y, de nuevo gracias a la insistencia de Rodrigo, los Manrique decidieron unir sus fuerzas al bando de los infantes de Aragón para combatir a Álvaro de Luna. Esta unión con el partido aragonesista se fortaleció mucho más después de la muerte del Adelantado Pedro Manrique, el 21 de septiembre de 1440, a raíz de una enfermedad contraída en prisión. A pesar de ser el segundogénito, Rodrigo se hizo con la dirección política del linaje, dirección que tenía como principal objetivo destruir a Álvaro de Luna.

En 1441, las tropas nobiliarias antilunistas, dirigidas por Rodrigo Manrique y Enrique de Aragón, penetraron en territorio toledano, donde el condestable tenía la mayor parte de su patrimonio territorial, buscando finalizar con su poder mediante la fuerza de las armas. Tras varios amagos de escaramuzas en Casarrubios y en Maqueda, finalmente el condestable prefirió no arriesgar y no presentarse a la pelea. Las tropas nobiliarias cayeron en la trampa y se dedicaron a devastar el terreno, talando y quemando las posesiones del condestable. La queja de éste ante Juan II puso al monarca en una situación comprometida, pues sabía que cualquier intento de amonestar a Rodrigo enfurecería más a éste. La solución de compromiso para calmar los ánimos fue la de iniciar una nueva campaña contra los musulmanes de Granada: en junio de 1441, el comendador Manrique, junto a otros destacados nobles como el maestre de Santiago, Gabriel Manrique (conde de Osorno) y Alonso Pimentel (conde de Benavente), comandó las tropas castellanas en la inútil campaña granadina de ese verano, que en realidad sólo trataba de calmar los encrespados ánimos de la nobleza castellana.

De la batalla de Olmedo a la pugna por el maestrazgo

Las pugnas dentro del Consejo Real empeoraron la ya de por sí frágil relación entre los nobles y Álvaro de Luna, por lo que las diferencias no tuvieron otro modo de solucionarse que en el campo de batalla. Tras casi un año de preparativos, en el que hubo algunas deserciones de resonancia en el bando nobiliario (principalmente, la del marqués de Villena, Juan Pacheco, y la del marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza), el bando nobiliario rebelde cercó a las tropas realistas en Olmedo. Cuando al final parecía que los dos bloques se avendrían a negociar, el entonces Príncipe de Asturias (futuro rey Enrique IV), cuando ya el sol se ocultaba, realizó una ostentosa cabalgada a la jineta con parte de su hueste; tal bravuconada enfureció a Rodrigo Manrique, que ordenó a sus tropas atacar al príncipe y dar comienzo a la batalla. A pesar de que las bajas no fueron demasiadas por ninguno de los dos bandos, la herida y posterior muerte del maestre de Santiago, Enrique de Aragón, posibilitó cierta desorganización del bando opositor, lo que avaló que el condestable Luna se presentase como el vencedor, al restaurar la supuesta obediencia a la monarquía de todos los rebeldes. En cualquier caso, la lucha en Olmedo sólo significó la descomposición del reino, ya que la situación era insostenible por ambos bandos. Las satíricas Coplas de la Panadera, escritas a raíz de la batalla de Olmedo, no dejan en demasiado buen lugar al otrora gran conquistador de Huéscar (vv. 69-76):

Con lengua brava e parlera
y el coraçón de alfeñique,
el comendador Manrique
escogió bestia ligera,
y dio tan gran correndera
fuyendo muy a deshora
que seis leguas en un hora
dexó tras sí la barrera
.

Precisamente la muerte del maestre, y la consiguiente vacante de uno de los oficios nobiliarios más codiciados, encendió de nuevo la mecha de la discordia entre Rodrigo Manrique y Álvaro de Luna. Los priores de la Orden y los Treces se reunieron en Ávila para elegir al nuevo maestre, elección que favoreció a Álvaro de Luna, que se apresuró a tomar hábito, condición indispensable para acceder al maestrazgo. Ante esta irregularidad, el que don Álvaro no tuviese hábito antes de la elección, el comendador Manrique no desaprovechó la situación y se autoproclamó maestre también de manera irregular, pues lo hizo sin las bulas papales y sin el consentimiento de Juan II y de los demás freires. No obstante, debido a su carisma, obtuvo la obediencia de muchos enclaves santiaguistas, sobre todo de los de la Corona de Aragón, que le apoyaron a ciegas para debilitar el poder de Álvaro de Luna. Cuando éste, legalmente maestre de la Orden, nombró prior de Aragón a su primo Jaime de Luna, el conflicto estalló en 1446, con enfrentamientos entre las tropas de Jaime de Luna y de Alonso de Olcina, comendador de Aragón por parte de Rodrigo Manrique. El condestable Luna y el comendador Manrique se aprestaron a negociar: a cambio de que el comendador otorgase validez a la elección del condestable como maestre, don Álvaro se comprometía a restituirle su villa de Paredes de Nava (que había sido confiscada después de la batalla de Olmedo por haber participado don Rodrigo en el bando contrario a Juan II), así como a volver a la obediencia del monarca sin ninguna contrapartida. El comendador Manrique, intuyendo que la batalla estaba perdida, aceptó y decidió esperar mejor ocasión para acceder al maestrazgo.

Cambio de protagonistas

Los últimos años del reinado de Juan II se caracterizaron por la caída en desgracia del condestable Luna, maestre de Santiago, que acabó sus días en el cadalso de Valladolid (5 de julio de 1453). Antes de ello, la tregua pactada entre el comendador Manrique y el maestre estuvo a punto de quedarse en nada merced al secuestro que el de Luna hizo de los bienes de Diego Manrique, conde de Treviño y hermano de don Rodrigo. Las tropas del señor de Paredes hicieron acto de presencia en territorio de Treviño, tratando de imponer por la fuerza de las armas que el condado volviese a su dueño, pero lo único que consiguieron fue enfurecer al valido, quien, con la anuencia de Juan II, decretó en 1449 la desposesión de bienes para todo el linaje Manrique y la prisión del conde de Treviño. Desde 1450 hasta la muerte del condestable, Rodrigo debió de permanecer acantonado en su solar de Paredes de Nava, temiendo que cualquier ausencia fuese aprovechada por sus enemigos para penetrar en sus casas. Pero la caída del condestable propició su reconciliación con Juan II, que poco antes de morir le honró con el título de conde de Paredes de Nava y prometió restituirle sus villas y rentas, así como liberar a su hermano, el conde de Treviño.

El fallecimiento de Juan II (20 de julio de 1454) dejó las cosas en suspenso, hasta que el nuevo monarca, Enrique IV, cedió a las pretensiones del nuevo conde de Paredes: restitución de sus bienes y liberación de su hermano, Diego Manrique. De esta esperanzadora forma comenzaba el reinado de Enrique IV para el conde de Paredes, que se prestó gozoso a realizar el juramento de fidelidad al monarca y le acompañó en 1455 como uno de los capitanes de las tropas castellanas que combatían contra los musulmanes en la vega de Granada (véase: Guerra de Granada). Al año siguiente, en 1456, el conde de Paredes tuvo una destacada participación en la toma de Jimena (Cádiz), junto al duque de Medina Sidonia. En los meses siguientes, su lanza también brilló en un torneo que el propio duque de Medina Sidonia organizó en Sevilla para celebrar tal conquista. De nuevo en 1457 Rodrigo Manrique combatió en Granada junto a Enrique IV: el 15 de junio escoltó al monarca hacia Alcalá la Real, donde se reunieron con el resto de tropas, y en agosto partió hacia Córdoba. Allí llegó el 3 de septiembre y después recibió la orden de que fuese a Écija, donde le esperaba el rey para entrar de nuevo en al vega granadina. En cualquier caso, las campañas no dejaron de ser utilizadas por Enrique IV con el mismo fin que su padre: mantener a la nobleza entretenida para que las conspiraciones cortesanas no provocasen más conflictos.

El camino hacia la farsa de Ávila

Un nuevo valido o privado comenzaba por aquella época a detentar el mismo omnímodo poder que Álvaro de Luna había detentado en época de Juan II: Juan Pacheco, marqués de Villena. Las oscuras maniobras políticas en el seno del Consejo Real del marqués de Villena, marcadas por el doble juego constante a Enrique IV y a la nobleza, acabaron por desquiciar a todos, de tal forma que muy pronto comenzaron los primeros enfrentamientos. En 1461, el conde de Paredes, junto a su hermano Íñigo (obispo de Calahorra) y otros destacados nobles, asistió a una entrevista en Buitrago en la que Enrique IV, por vía del marqués de Villena, les expuso el descabellado plan de atacar Aragón si le juraban fidelidad, como prueba de la expansión castellana que el monarca quería abanderar. A pesar de que el conde de Paredes (y con él todo su linaje) juró fidelidad al rey, la tradicional amistad de los Manrique con los Trastámara aragoneses le hizo desechar la invasión. Una nueva entrevista entre Rodrigo Manrique y el marqués de Villena, efectuada en Ocaña a finales de 1461, tampoco consiguió convencerle; es más: sólo sirvió para que la desconfianza aumentase.

Las acciones de Villena y la proverbial abulia de Enrique IV iban sumando al reino paulatinamente en el caos. En mayo de 1464, el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, realizó una convocatoria nobiliaria en su villa de Alcalá de Henares con el objetivo de poner fin a estos enfrentamientos larvados. A ella asistió el conde de Paredes y firmó el documento con las pretensiones del estamento nobiliario: el destierro de Beltrán de la Cueva, conde de Ledesma y nuevo favorito de Enrique IV, que el monarca ofreciese garantías de buena gobernación y, sobre todo, la libertad de movimientos del infante Alfonso, hermanastro de Enrique IV. De manera paralela, el conde de Paredes tuvo que hacerse cargo del condado de Treviño, pues su hermano Diego había fallecido y el heredero, su sobrino Pedro Manrique, era aún un niño. Aprovechando tal cuestión, el marqués de Villena quiso pactar con el conde de Paredes su fidelidad a Enrique IV, pero Rodrigo ya estaba precavido de las aviesas intenciones del marqués. El caos nobiliario era total, el descontento contra Enrique IV iba en aumento y la rebelión sólo podría tener un fin: el 5 de junio de 1465, el conde de Paredes se hallaba entre los nobles que elevaron al cadalso abulense un muñeco de trapo que simbolizaba a Enrique IV, le desposeyeron de sus atributos regios y proclamaron al infante Alfonso como nuevo rey (véase: Farsa de Ávila). La lucha civil había comenzado.

Rodrigo Manrique, condestable alfonsino

Como consecuencia de esta división del reino, el nuevo monarca repartió cargos y rentas entre sus partidarios. En el organigrama alfonsino, el conde de Paredes quedó instaurado como condestable de Castilla, lo que equivalía a la jefatura suprema del ejército, además de ser recompensado con unas jugosas rentas: las tercias de Paredes de Nava, Cardeñosa y Villanueva del Rebollar. Durante los desórdenes que siguieron a la proclamación de Alfonso, Rodrigo se hizo cargo de la vigilancia de las provincias de Toledo y Valladolid, además de desbaratar las continuas algaradas que tropas enriqueñas realizaban sobre su solar de Paredes de Nava. En la primavera de 1466, el conde de Paredes sitió a los rebeldes en Becerrill y puso fin a los alborotos en la provincia de Palencia. En junio del mismo año, participó en la reunión nobiliaria celebrada en Talavera de la Reina, en la que los principales sostenes de Alfonso XII (el propio Rodrigo, el conde de Benavente, el arzobispo Carrillo y el almirante don Fadrique Enríquez) pactaron cuál sería la estrategia a seguir. El arzobispo y el conde de Paredes fueron los encargados de transmitírsela al monarca, que vivía en su cuartel general de Arévalo. Desde allí, el condestable volvió al campo de batalla, participando en la toma del puente de Peñalvo (sobre el río Duero) y en la conquista de las villas de Castromocho y Capillas, ocupadas por partidarios de Enrique IV.

Pero a pesar de que el linaje Manrique mantuvo una encomiable fidelidad a la causa alfonsina, no tardaron tampoco en surgir discordias internas. El marqués de Villena (incansable en su doble juego con ambos monarcas) y el arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca el Viejo, hicieron correr el rumor de que el conde de Paredes había insinuado al rey Alfonso adoptar el título de Rey de Granada y dejar el resto de territorio a su hermano Enrique IV. La ofensa fue respondida por el caballero palentino a la usanza de la época: publicando un cartel de desafío caballeresco retando en duelo singular a quien osara mantener la veracidad de esta insinuación. Seguramente estas discordias internas fueron las causantes de que el conde de Paredes se ausentase de la segunda batalla de Olmedo, celebrada el 21 de agosto de 1467, en la que el empate tácito entre ambas facciones, enriqueña y alfonsina, significó el principio del fin para las aspiraciones de Alfonso XII.

Durante el último año de bicefalia en la monarquía castellana del siglo XV, la actividad de Rodrigo Manrique osciló entre continuar con el apoyo a Alfonso XII o volver a la obediencia de Enrique IV. El 13 de diciembre de 1467 el conde de Paredes se enfureció notablemente en la reunión mantenida con el nuncio apostólico, Antonio de Véneris, que el papa Paulo II había enviado a Castilla para intentar solucionar el conflicto fraternal. Poco tiempo después, participó en la frustrada ocupación de Segovia (el tradicional feudo enriqueño), y también en aquella patraña organizada por el marqués de Villena a la que se quiso llamar reconciliación de Enrique IV con su nobleza. En este último acto, celebrado en la catedral de Segovia el 1 de octubre de 1467, el conde de Paredes ejerció de portavoz de la nobleza, enunciando una curiosa contrarréplica al burdo discurso de Enrique IV. Como las expectativas políticas no le satisficieron, tras la muerte del llamado Alfonso XII (5 de julio de 1468), el conde de Paredes pasó a militar abiertamente en el bando favorable al cumplimiento del Pacto de los Toros de Guisando: la infanta Isabel sería la heredera de Enrique IV.

El advenimiento de la Reina Católica

El arzobispo Carrillo fraguó el apoyo de los Manrique a la causa isabelina merced a una entrevista en Yepes, celebrada a finales de 1468. En ella, Rodrigo Manrique no sólo juró fidelidad a la princesa Isabel sino que se comprometió a trabajar con ahínco para que el candidato preferido por ella, el entonces heredero de Aragón, el príncipe Fernando, fuese su marido. A partir de este momento, la acción de los Manrique fue conjunta, ya que en esta operación pro-isabelina participaron tanto el conde de Paredes como sus hijos, el poeta Jorge y el sucesor Pedro, además de su hermano, el también poeta Gómez Manrique. En 1471, el conde participó en la lucha contra la ocupación de Alcaraz por el alcaide enriqueño, Juan de Haro, así como en la toma de Tordesillas; en esta última acción, Rodrigo Manrique combatió por vez primera junto al futuro Rey Católico. El prestigio militar del conde era tan grande que incluso se atrevió a sugerirle a Fernando que relevase del mando de las operaciones en Tordesillas a Alfonso Enríquez (hijo del Almirante y primo, por tanto, de Fernando de Aragón), debido a su inexperiencia. Como el monarca no aceptó, las consecuencias fueron negativas: no sólo Tordesillas siguió en manos enriqueñas, sino que los enemigos consiguieron hacer prisionero a García Manrique, hermano del condestable, y al hijo de aquél, Fadrique Manrique.

No es de extrañar, pues, que esta desconfianza hacia los Enríquez del conde, por su absoluto dominio de la situación bélica merced a su parentesco con Fernando de Aragón, le hiciese solicitar al arzobispo Carrillo el traslado de Isabel y Fernando desde Medina de Rioseco (solar de los Enríquez) hacia Dueñas o, incluso, Paredes de Nava. El propio conde se mostró dispuesto a sufragar de sus arcas los elevados gastos de la estancia regia en sus dominios, pero el plan no prosperó: en septiembre de 1471, Rodrigo acató las órdenes de Fernando de Aragón y marchó a defender Montes de Oca de los ataques enriqueños.

En 1474 regresaron las contiendas internas entre nobles castellanos: el conde de Benavente y el conde de Treviño, ambos sobrinos del conde de Paredes, se habían enzarzado en una guerra campal por la posesión de la villa de Carrión. El cronista Alfonso de Palencia deja entrever que, de nuevo, las relaciones entre Rodrigo Manrique y el príncipe Fernando de Aragón no eran demasiado fluidas por culpa del absoluto dominio de los Enríquez en las cuestiones políticas (Crónica de Enrique IV, ed. cit., II, p. 120):

rápidamente [i.e., el conde de Paredes] dio al Príncipe prudentes consejos enderezados a convencerle de que las exigencias del verdadero honor obligaban a dal el prometido auxilio, recriminándole que se ocupara en juegos y distracciones en tan críticas circunstancias.

Por ello, a pesar de que el prestigio de Rodrigo Manrique ayudó a solucionar algunas otras disputas nobiliarias, como la acontecida en marzo de 1474 entre el conde de Buendía, Pedro de Acuña, y el Almirante de Castilla, Alfonso Enríquez, a propósito de la recepción a los embajadores del duque Carlos de Borgoña, su posición no era demasiado sólida en Castilla, como lo demuestra la asamblea en la que el marqués de Villena y Pedro González de Mendoza le inquirieron acerca de los sucesos de Tordesillas. La princesa Isabel tenía a los Manrique como sus principales y más leales caballeros, pero las discrepancias con Fernando eran mayores.

Rodrigo Manrique, maestre de Santiago

El 4 de octubre de 1474 falleció el marqués de Villena y maestre de Santiago, Juan Pacheco. Para el eterno aspirante al maestrazgo como Rodrigo Manrique, la situación volvía a ser similar a la acontecida veintinueve años antes tras la primera batalla de Olmedo, pero esta vez supo adelantarse a las circunstancias. El Capítulo de la orden, reunido en Uclés, ofreció una votación sin paliativos: ocho de los Treces votaron al conde de Paredes como maestre, por su prestigio y por sus más de cincuenta años al servicio de la orden de Santiago. Pero los problemas pronto surgieron desde dos focos: el primero, cuando una vez fallecido Enrique IV (el 12 de diciembre de 1474), Isabel y Fernando, como reyes de Castilla, comenzaron a presionar al papado para obtener la administración perpetua de todas las órdenes militares, maniobra efectuada para evitar que las luchas por los maestrazgos fueran fuentes de conflictos nobiliarios. El segundo problema, y mucho mayor, fue que el convento de San Marcos (León) no aceptó la votación de Uclés y eligió a Alonso de Cárdenas como maestre de la Orden en la provincia de León.

El problema se dejó en suspenso por el giro tomado por algunos nobles castellanos, entre ellos el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, el maestre de Calatrava y el nuevo marqués de Villena (hijos ambos del fallecido Juan Pacheco), quienes no aceptaron el gobierno de la Reina Católica y se apresuraron a declarar heredera a Juana la Beltraneja, la hija de Enrique IV. La consiguiente invasión portuguesa, mediante la que Alfonso V reclamaba los derechos al trono de su esposa la Beltraneja, dejó a Alonso de Cárdenas más pendiente de pelear contra los lusos que de racionalizar la bicefalia en el maestrazgo de Santiago. Por otra parte, Rodrigo Manrique tomó las riendas de la resistencia en La Mancha, donde luchó por la restitución del maestrazgo de Calatrava a favor de Alfonso de Aragón (hermano bastardo del Rey Católico). En agosto de 1475, después de una reunión en Ciudad Real, al conde de Paredes se le unieron el conde de Cabra (Diego Fernández de Córdova), el comendador mayor de Calatrava (Fernando Ramírez de Guzmán) y el clavero de la misma orden (García de Padilla). En los meses siguientes, atacaron Almagro, Almodóvar, Malagón, Caracuel, Manzanares, Villarubia y Daimiel. A la vez, el conde de Paredes se alió con el Adelantado de Murcia, Pedro Fajardo, para que éste atacase el marquesado de Villena. Como bien supo ver el cronista Alfonso de Palencia (op. cit., II, p. 237), Rodrigo Manrique, so pretexto de acabar con la resistencia de los rebeldes a la corona, se encontraba "más empeñado en recabar para sí el Maestrazgo de la provincia de Castilla" que a otros menesteres.

Muerte y descendencia

En la primavera de 1476, las tropas afines al maestre Manrique ocuparon Uclés y Ocaña, además de derrotar al maestre de Calatrava y al marqués de Villena en Baeza y en Ciudad Real. Pero fue el último esfuerzo: en agosto de 1476, Rodrigo Manrique se recluyó en la fortaleza santiaguista de Ocaña donde finalizó sus días consumido por el cáncer en noviembre del mismo año. La estatua yacente del mausoleo edificado para la ocasión ya deja entrever que la leyenda y la fama esperaban al fallecido caballero: "Aquí yace muerto un hombre, que vivo queda su nombre".

Rodrigo Manrique contrajo matrimonio por tres veces. Del primero de ellos, con Mencía de Figueroa (hija de los condes de Feria, Gómez Suárez de Figueroa y Elvira Laso de la Vega), tuvo una copiosa descendencia: Pedro Manrique (que le sucedería en el condado de Paredes), Rodrigo Manrique, Jorge Manrique (poeta y comendador de Montizón, en la orden de Santiago), Leonor Manrique (casada con Pedro Fajardo, Adelantado de Murcia) y Elvira Manrique (casada con Gómez de Benavides, señor de Frómista). El segundo matrimonio, con Beatriz de Mendoza (hija de los señores de Cañete, Diego Hurtado de Mendoza y Teresa de Guzmán), no dejó ningún hijo, ya que la dama era estéril. Y siendo ya un veterano caballero, a finales de 1468, el conde de Paredes aún se casó con Elvira de Castañeda, hija de los condes de Fuensalida, Pedro López de Ayala y María de Silva. De este nuevo matrimonio tuvo Rodrigo tres hijos más: Enrique Manrique (que heredó las posesiones maternas en tierras de Toledo), Rodrigo Manrique (caballero de Santiago, casado con Ana de Castilla y Mendoza) y Alonso Manrique (que fue obispo de Badajoz y de Sevilla). Este hecho inusual causó más de un problema en el linaje ya que, por ejemplo, su hijo Jorge Manrique estaba casado con una hermana de su madrastra. La pluma satírica de Jorge Manrique, en el famoso "convite que fizo a su madrastra", ya deja entrever la mala relación entre los hijos más mayores del maestre y los más jóvenes. En su testamento, Rodrigo Manrique ya previó este tipo de problemas, por lo que dejó escrito:

Otrosí mando al dicho don Pedro y a los otros mis hijos, assí hayan mi bendición, que miren y acaten a la Condesa mi mujer como a verdadera madre, y miren por los otros hijos chiquitos que en ella ove, sus hermanos.

La fama del conde de Paredes

Si las Coplas de la Panadera satirizaban la cobardía de todos los nobles que participaron en la batalla de Olmedo, incluido Rodrigo Manrique, las coplas que sobre su muerte compusiera Jorge Manrique constituyen una de las cumbres de la literatura hispana de todos los tiempos. Dejando atrás los tópicos de la vida perecedera, el ubi sunt?, y las comparaciones con los clásicos, lo cierto es que la presentación del maestre es sobrecogedora (coplas XXV-XXVI, ed. cit., pp. 234-236):

Aquel de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente,

sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hazer caros,
pues el mundo todo sabe
quáles fueron.

Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡qué enemigo de enemigos!,
¡qué maestro de esforçados
y valientes!

¡Qué seso para discretos!,
¡qué gracia para donosos!,
¡qué razón!,
¡qué benigno a los subjetos!
Y a los bravos y dañosos,
¡un león!

No sólo su hijo, movido por la filial obediencia, le dedicó este tipo de loas. Otro contemporáneo, Hernando del Pulgar, ha legado la descripción más ajustada a la realidad, pero también aderezada con los debidos tintes encomiásticos (Claros varones, ed. cit., pp. 90-95):

Fue omme de mediana estatura, bien proporcionado en la conpostura de sus mienbros; los cabellos tenía roxos e la nariz un poco larga. Era de linaje noble castellano [...] Esperaua con buen esfuerço los peligros, acometía las fazañas con grande osadía, e ningún trabajo de guerra a él ni a los suyos era nueuo [...] Preciáuase mucho que sus criados fuesen dispuestos para las armas [...] Tenía tan grand conoscimiento de las cosas del canpo [i.e., de la guerra] e proueyalas en tal manera, que donde fue el principal capitán nunca puso la gente en logar do se ouiese de retraer, porque boluer las espaldas al enemigo era tan ageno de su ánimo que elegía antes recebir la muerte peleando que saluar la vida huyendo.

Otra de las facetas del afamado caballero y del valeroso capitán, no tan conocida habitualmente, es su producción poética. Efectivamente, en el Cancionero general que recopilase Hernando del Castillo en 1511, existen diversas composiciones atribuidas al "conde de Paredes" y otras a "Rodrigo Manrique". La polémica de las atribuciones es grande entre los especialistas en poesía cancioneril, sobre todo en saber si el "conde de Paredes" del Cancionero general es el mismo Rodrigo o alguno de sus descendientes. En cualquier caso, además de una agria polémica contra Juan de Valladolid (poeta converso), en la que el conde de Paredes demuestra ciertos tintes satíricos antihebreos, sus poesías se ajustan al modelo de amor cortés establecido en la época, como es el caso de la que sirve para poner punto final a su devenir biográfico.

Grandes albricias te pido
no las niegues, Coraçón,
que eres al lugar venido
do lo ganado y perdido
acaban nueva prisión,
adonde del mal passado
te ha libertado el presente,
porque es tan alto cuidado
que, aunque estés apassionado,
tu fe tal mal no le siente.

Por lo qual, si albricias pido,
la causa da la ocasión,
que eres al lugar venido
do lo ganado y perdido
acaban nueva prisión.

Bibliografía

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Autor

  • Óscar Perea Rodríguez