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PolíticaHistoriaBiografía

López Dávalos, Rodrigo, Condestable de Castilla (ca. 1360-1428).

Aristócrata castellano, duque de Arjona, conde de Ribadeo y condestable de Castilla. Nació en Úbeda (Jaén) hacia el año 1360 y murió en Valencia el 6 de enero de 1428. De humildes orígenes, su valía militar y su destreza política le convirtieron en el hombre fuerte del reinado de Enrique III (1390-1406), de tal forma que llegó a ser el personaje más poderoso del reino en cuanto a títulos nobiliarios, rentas, patrimonios territorial y preeminencia política. Durante los difíciles comienzos del reinado de Juan II (1406-1454), Ruy López Dávalos (como era conocido en la época) se alineó con el partido aragonesista de Castilla, que defendía los intereses de los hijos de Fernando de Antequera, los famosos infantes de Aragón. La pugna que sostuvieron los infantes de Aragón contra el privado de Juan II, Álvaro de Luna, fue la causa de su caída en desgracia, ya que López Dávalos fue el peón ofrecido en sacrificio por los infantes de Aragón para pretensiones más altas.

Origen y primeras hazañas (1360-1390)

La familia Dávalos, procedente del territorio solariego de Navarra, se había establecido en tierras andaluzas desde los primeros años del siglo XIV en busca de mejor fortuna. Ruy López Dávalos fue hijo de Diego López Dávalos, que había sido nombrado alcaide de la fortaleza de Úbeda durante el reinado de Alfonso XI. Un tío de Ruy, Pedro López Dávalos, era alcaide del castillo y villa de Quesada, por lo que se denota que el linaje, si bien de humilde posición, al menos mantenía la condición de hidalguía, imprescindible en la época para poder poseer una alcaidía de un castillo. No se conocen demasiados datos más sobre la educación o la infancia del joven Ruy, aunque se le supone imbuido en la formación caballeresca y militar inherente al estamento social al que pertenecía. Un contemporáneo suyo, el escritor Fernán Pérez de Guzmán, le retrataría años más tarde de la siguiente forma:

Onbre de buen cuerpo e buen gesto, muy alegre e graçioso, de dulçe e amigable conuersaçión, muy esforçado e de grande trabajo en las guerras, asaz cuerdo e discreto, la rasón breue e corta pero buena e atentada, muy sofrido e sin sospecha [...] Fue bienquisto del rey don Iohan, pero con el rey don Enrique, su fijo, ouo tanta graçia e alcançó tanta priuança con él, que un tiempo todos los fechos del reyno eran en su mano.

(Generaciones y semblanzas, ed. cit., p. 31).

Durante el primer año del reinado de Juan I (1379), Ruy López Dávalos sufrió su bautismo de fuego en el campo de batalla, ya que acompañó a su tío, el alcaide de Quesada, a pelear contra los musulmanes de Granada, que habían roto las treguas firmadas con Enrique II y se aprestaban a realizar una de sus acostumbradas expediciones de saqueo. El resultado de la batalla fue desastroso para los castellanos, que sufrieron multitud de bajas, y especialmente para los Dávalos, ya que no sólo el alcaide de Quesada, Pedro López, halló la muerte, sino que el joven caballero Ruy López fue hecho prisionero y llevado a Granada como rehén. Es posible que su cautiverio granadino le impidese participar en el compromiso bélico más importante de la época: la batalla de Aljubarrota (1385), en la que las esperanzas depositadas por Juan I en coronarse rey de Portugal fueron totalmente barridas del mapa, además de las grandes pérdidas humanas de la lucha. Según todos los indicios, hasta 1387 no regresó el caballero a Castilla, aunque en este mismo año darían comienzo sus afamadas hazañas causantes de su posteridad.

López Dávalos el valiente (1387-1392)

Las intervenciones militares de Ruy López tuvieron como marco concreto de acción el principal problema exterior sufrido por Juan I después del revés de Aljubarrota: la renovación de las pretensiones al trono de Castilla de Juan de Gante, duque de Lancáster. Todavía coleaba la irregular entronización de la dinastía Trastámara, derivada de la derrota de Pedro I en el campo de Montiel (1369) a manos de su hermano bastardo, Enrique II; por ello, el duque de Lancáster, casado con doña Constanza, hija de Pedro I, ya había intentado esgrimir sus derechos al trono castellano en los meses posteriores al conflicto fratricida. Después del desastre castellano de Aljubarrota, el belicoso Juan de Gante intentó pescar en río revuelto la presa que se le había escapado años atrás y, con la complicidad del nuevo monarca portugués, Juan de Avís, invadió Castilla en 1386, desembarcando sus tropas en La Coruña.

Juan I dispuso un contingente para defender la villa de Benavente, la plaza fuerte de la ruta de Galicia hacia Castilla; en este lugar fue dónde López Dávalos, entonces un simple soldado castellano, surgió para comenzar a edificar su leyenda, ya que durante el cerco inglés de Benavente desafió a un caballero de la compañía del duque de Lancáster y lo venció. El genealogista López de Haro (op. cit., I, p. 105) describe cómo fue el episodio:

En un desafío que tuvo con uno de los capitanes del duque en el puente de Benavente, siendo las condiciones que el vencedor quedasse con la bandera del vencido, y que si don Ruy López Dávalos venciesse al capitán inglés, descercasse la villa el duque, y si venciesse el contrario, se le diesse la villa, poniendo las vanderas del duque en ella. Fue vencido el capitán inglés por don Ruy López Dávalos, cortada la cabeça y echada al río, ganándole su vandera.

A partir de este momento, la carrera de López Dávalos en el entorno de la monarquía Trastámara fue meteórica hasta convertirse en camarero mayor de Juan I. Con él se halló el 25 de julio de 1390 en Segovia, cuando el rey piadoso se comprometió a fundar el monasterio del Paular. La confianza del monarca en el hidalgo era amplia, como lo demuestra el hecho de que López Dávalos estuviera al cargo de las arcas privadas de Juan I cuando el monarca falleció.

La privanza de López Dávalos (1392-1400)

A lo largo del difícil reinado de Enrique III (1390-1406), López Dávalos continuó con su ascenso dentro del organigrama de poder de la corte Trastámara. Durante la minoridad del Rey Doliente, el gobierno efectivo del reino lo detentó un consejo de regencia formado en su mayoría por clérigos, como Pedro Tenorio (el prelado más directamente unido a la causa Trastámara), Juan García Manrique y los recientemente nombrados tutores y educadores del joven monarca, Diego de Anaya y Álvaro de Isorna. López Dávalos ya figuraba en 1392 como Camarero del rey, mientras que en el bienio 1393-1394 se convirtió, junto al Mayordomo, Juan Hurtado de Mendoza, y el Justicia Mayor, Diego López de Estúñiga, en uno de los consejeros privados del monarca. Los integrantes de este particular triunvirato estaban totalmente enfrentados a los llamados epígonos Trastámaras, es decir, a los nobles ligados al linaje regio que no cesaban de intentar acaparar el poder durante la minoría de Enrique III.

A través de su valía en el campo de batalla, López Dávalos fue labrando un inmejorable prestigio militar que le abrió el camino hacia rentas, señoríos, oficios y dignidades tituladas. Así, en 1395 fue enviado a Murcia para sofocar la rebelión de esta ciudad contra los oficiales de Enrique III, donde de nuevo el hidalgo demostró su capacidad de maniobra en situaciones extremas y obligó a los rebeldes a capitular. En consideración, Enrique III le nombró adelantado de Murcia, iniciándose de esta forma la relación económica y señorial de López Dávalos con la villa mediterránea. Al año siguiente, en la apertura de hostilidades entre Castilla y Portugal, Ruy López fue nombrado capitán de las tropas castellanas reunidas en Salamanca; al frente de ellas, penetró en territorio luso y conquistó la ciudad de Viseu. En esta ocasión, López Dávalos estuvo acompañado por Pero Niño, el futuro conde de Buelna, otro de los más destacados caballeros castellanos en el tránsito entre los siglos XIV y XV. Ambos personajes, maestro y discípulo en el campo de las armas, enseguida emparentaron mediante matrimonio, lo que fue la raíz de su protagonismo posterior en las acciones bélicas de la época.

En los años posteriores se reanudaron las hostilidades entre los dos reinos ibéricos rivales, sobre todo entre 1397 y 1399. La primera parte de las operaciones estuvieron dirigidas por el almirante de Castilla, Diego Hurtado de Mendoza, que infligió a los lusos un severo castigo; en segundo término, López Dávalos emprendió las campañas por tierra y corrió a socorrer Alcántara, que se hallaba sitiada por el enemigo. Después de deshacer el cerco de Alcántara, López Dávalos pasó a Portugal y se hizo con el control de las fortalezas de Peñamacor y Miranda, tomada ésta en agosto de 1399 en compañía de las tropas de la orden de Alcántara, dirigidas por el maestre Fernán Rodríguez de Villalobos. Las victorias castellanas obligaron a capitular a los portugueses, por lo que, de camino, la vieja aspiración del duque de Lancáster sobre el trono castellano quedó desbaratada, al pactar que Enrique III, soberando de Castilla, se casaría con Catalina de Lancáster, hija del duque Juan de Gante y nieta de Pedro I de Castilla, con lo que también se restituía cierta legitimidad en la dinastía Trastámara. Sin embargo, el duque de Lancáster aún quiso gastar otra celada a los castellanos, pero López Dávalos, una vez más, dio muestras de una exacerbada valentía y de una honda lealtad a las misiones que los monarcas le encomendaron:

Teniendo este serenísimo príncipe rey don Henrique Tercero hechas capitulaciones con el sobredicho Duque de Alencastre [i.e, Lancáster], que se avían de firmar a cierto tiempo, faltándole para el plaço asignado un día, y si aquél passava el rey castellano caía en el comisso y suma de dinero si el día aplazado no se hiziesse al duque notificación de lo capitulado, que a este tiempo estava en la otra parte del río. Y no hallándose barca en que passar, por averla mandado romper el duque, este generoso cavallero, don Ruy López Dávalos, a cuyo cargo estava el hazer la notificación, viendo la traça y orden del enemigo, echóse a nado en su cavallo, passando de la otra parte a gran peligro de su persona, y lo notificó al duque, de manera que cumplió con su fidelidad y voluntad de su rey.

(López de Haro, Nobiliario genealógico, I, p. 105).

Poco después de esta nueva heroicidad, López Dávalos compró el condado de Ribadeo a Pierre de Vilàines, que lo había recibido de Enrique II, además de recibir un gran patrimonio territorial en tierras de Ávila: Candeleda, Arenas de San Pedro, La Adrada y Colmenar (actualmente, Mombeltrán). Asimismo, recibió el título y las rentas de Arjona. Como puede suponerse, este ascenso a las más altas dignidades tituladas comenzó a crear los recelos y las suspicacias del resto de nobles castellanos, sobre todo los epígonos Trastámaras. La actitud de López Dávalos fue la del cauteloso político que ya empezaba a ser. Así, al tiempo que procuraba mantener contento y satisfecho al más peligroso de los epígonos, Fadrique de Trastámara, duque de Benavente, no dudó en aprovecharse de los despojos que Enrique III realizaba sobre él, acogiendo parte del patrimonio territorial que era del duque rebelde, como sucedió en 1394 con la villa de Paredes de Nava. Tal vez la culminación de su ascenso al poder lo conformó su nombramiento, posiblemente hacia 1398, como condestable de Castilla, lo que equivalía a ser el comandante en jefe de las tropas castellanas.

Breve destierro y regreso a la corte (1400-1406)

En la semblanza dedicada al condestable por , ya se apuntaba uno de los momentos de mayor tensión en la vida de López Dávalos:

Fizo [i.e., López Dávalos] en la guerra de Portugal notables actos de cavallería, pero después, por mezcla de algunos que mal lo querían, e porque comúnmente los reyes, desque son onbres, desaman a los que cuando niños los apoderaron, fue así apartado del rey e puesto en grande indignaçión suya, que fue çerca de perder el estado e la presona.

(Generaciones y semblanzas, ed. cit., p. 32).

Además de las desavenencias con el rey, el principal enemigo de López Dávalos en la corte de Enrique III parece haber sido el cardenal Pedro Fernández de Frías, personaje oscuro y enigmático, más conocido por haber sido uno de los embajadores castellanos al concilio de Basilea. Sin embargo, el cardenal Frías fue quien finalmente logró convencer a Enrique III para que desterrase a López Dávalos, hacia el año 1400, a la vez que el propio cardenal se hacía con el puesto de privanza que detentaba el condestable. Sin embargo, no duró demasiado esta situación, ya que en 1403 Enrique III llamó de nuevo a su antiguo favorito, que se había refugiado en sus dominios señoriales de Arenas de San Pedro, y éste regresó a la corte como la piedra angular del reino, el hombre que garantizaba el equilibrio entre el autoritarismo regio y las pretensiones gubernamentales de la nobleza castellana.

En marzo de 1405, durante las Cortes celebradas en Valladolid para jurar al recién nacido príncipe Juan como heredero del trono, el cardenal Frías recibió el juramento por parte del estamento nobiliario, incluido, por supuesto, un Ruy López Dávalos que ya había vuelto de su exilio y recuperado la privanza anterior. Buena prueba de la situación de privanza que continuaba teniendo el condestable Dávalos es que en 1404 fue nombrado corregidor de las villas de Baeza y de su Úbeda natal, con el fin de poner coto a los desmanes que las banderías causaban en estas ciudades andaluzas. Asimismo, durante 1405 y 1406, en su oficio de condestable, López Dávalos realizó diversas inspecciones de las fortalezas de la frontera, como previo paso a la reanudación de la guerra de Granada planeada por Enrique III. Sin embargo, la muerte del monarca dejó en suspenso estos planes, posteriormente retomados por el infante Fernando de Antequera.

Las tensiones de época de Juan II (1406-1419)

Tras la muerte de Enrique III, López Dávalos continuó ostentando una situación envidiable de preeminencia en la corte castellana, como lo prueba el hecho de que fuese uno de los testamentarios del finado monarca y uno de los miembros del consejo de regencia durante la minoridad de Juan II, junto a Alfonso Enríquez, almirante de Castilla, Diego López de Estúñiga, Justicia Mayor del reino, y Juan de Velasco, Camarero Mayor de Enrique III. Junto a ellos, el infante Fernando, hermano de Enrique III, y la reina viuda, Catalina de Lancáster, quedaron nombrados tutores del joven rey. Todos ellos asistieron a la ceremonia de coronación de Juan II, efectuada en la iglesia mayor de Segovia el 15 de enero de 1407, no sin que antes, y según algunos testimonios de crónicas, el condestable Dávalos hubiese intentado convencer al infante Fernando de que se coronase rey de Castilla en detrimento de su sobrino.

En principio, a esta posición privilegiada del condestable Dávalos en el entorno de la monarquía castellana se le unió la total confianza que el hombre más poderoso del reino, Fernando el de Antequera, depositó sobre él, haciéndole uno de los principales agentes del denominado partido aragonesista de Castilla. En consecuencia, la enemistad con la reina regente, Catalina de Lancáster, así como con la facción cortesana de la corte encabezada por Leonor López de Córdoba, privada de la reina, determinó que, tras el reparto del reino en dos gobernaciones efectuado en 1406, Ruy López Dávalos acompañase a Fernando hacia las campañas granadinas que el finado Enrique III había dejado aprobadas antes de su muerte.

Naturalmente, López Dávalos se halló en la campaña militar que daría fama al infante don Fernando, la famosa conquista de Antequera (1410), lo que demuestra que el nivel de afinidad entre el condestable y el regente no había mermado pese a la mediación de López Dávalos a favor de Pero Niño, su antiguo soldado, que había contraído matrimonio con Beatriz de Portugal sin el permiso del infante Fernando. Además de ello, es preciso señalar que la intervención de López Dávalos en Antequera se ajustó precisamente a su rango oficial, es decir, a su oficio de condestable. En aquella ocasión, López Dávalos se halló al frente de la vanguardia de las tropas, tal como correspondía a su oficio.

Tras haber dedicado todos sus esfuerzos a la causa aragonesista en Castilla, el condestable López Dávalos presenció en Zaragoza (1414) la fastuosa ceremonia de coronación de Fernando de Antequera como rey de Aragón. Sin embargo, el cambio generacional de los protagonistas de la alta política castellana dejó al condestable Dávalos en una situación complicada. Muerto Fernando I (1416), quedó al cuidado del partido aragonesista de Castilla, representado por los hijos de aquel a quien había servido, los famosos infantes de Aragón, Juan y Enrique. El enfrentamiento con la reina Catalina de Lancáster continuó patente hasta la muerte de la madre del rey, en 1419, año en el que el condestable se mostró partidario de acelerar la mayoría de edad de Juan II. Los diferentes puntos de vista mantenidos por los infantes de Aragón en cuanto a la política a realizar en Castilla quebraron la pretendida unidad de acción prevista por Fernando de Antequera; ante esta tesitura, el condestable se alineó con los postulados de Enrique de Aragón, maestre de Santiago, lo que, a la postre, le significó la caída en desgracia y el despojo de todos sus bienes.

La caída del condestable Dávalos (1419-1428)

Después de la declaración de mayoría de edad de Juan II, efectuada en las cortes de Madrid de 1419, comenzaron los problemas entre el rey y el condestable, en principio motivados por la negativa del monarca a aceptar los consejos que, sobre su conveniente matrimonio, le realizaron tanto López Dávalos como Pero Manrique, adelantado de Castilla. Por si fuera poco, la fidelidad debida del condestable al partido aragonesista le hizo participar en el más desafortunado suceso que el vehemente Enrique de Aragón protagonizó: el llamado Atraco de Tordesillas, en el que el maestre de Santiago quiso cortar de un tajo las desavenencias existentes entre él y su hermano Juan (que se hallaba ausente del reino para contraer matrimonio con la reina de Navarra) y secuestró a Juan II en su propio lecho de Tordesillas. López Dávalos acompañó al infante hacia la cámara real y allí verificó el secuestro, ante el escándalo del reino.

Uno de los caballeros a los que le fue permitido acompañar a Juan II en su cautiverio vigilado fue Álvaro de Luna, entonces un humilde contino de origen aragonés, que sería, con el paso del tiempo, el émulo del condestable Dávalos en la política de la época, relevándole en el papel de hombre fuerte de la monarquía castellana. Precisamente fue Álvaro de Luna quien, en compañía de algunos nobles segundones, como Garci Fernández de Toledo, señor de Oropesa, o Pedro Carrillo de Huete, halconero del rey y cronista de estos hechos, diseñó un plan para que Juan II se fugase de la vigilancia de Enrique de Aragón y escapase en la fortaleza de Montalbán. A instancias del maestre de Santiago, el condestable Dávalos intentó cercar a los fugitivos por las tierras fronterizas entre Ávila y Toledo, pero la llegada de Juan de Aragón, enfurecido ante los acontecimientos, le hizo detenerse. Finalmente, en 1421 el rey fue restituido en toda su libertad y se dictó orden de prisión contra Enrique de Aragón y, por supuesto, contra el condestable Dávalos, aunque esta orden era un tanto especial.

Álvaro de Luna, cabeza visible de la facción contraria al partido aragonesista, presentó al rey catorce cartas, firmadas por Ruy López Dávalos y validadas con su sello, en las que demostraba su connivencia con el rey de Granada para que el condestable y Enrique de Aragón aprobasen una hipotética invasión musulmana de Castilla. La maniobra de Álvaro de Luna iba descaradamente encaminada a debilitar al hombre fuerte en el Consejo Real de los infantes de Aragón, en una pugna que se adivinaba larga y nada favorable. En estas circunstancias, el condestable Dávalos, que se hallaba en Arjona enfermo, decidió huir. Días más tarde, en compañía de la infanta doña Catalina de Castilla, hermana de Juan II y esposa del encarcelado Enrique de Aragón, López Dávalos abandonó a toda prisa Arjona y se dirigió hacia el reino de Aragón, donde fue excelentemente acogido, merced a los servicios prestados a Fernando I y a sus hijos, por Pere Maça. La marcha de Castilla le costó la vida a su esposa, Elvira de Guevara. Desde allí, López Dávalos se dirigió a Segura y más tarde a Valencia, donde Alfonso V el Magnánimo había ordenado que se le dispensase todo tipo de atención, en mutua reciprocidad por el apoyo realizado a la rama aragonesa de los Trastámara.

En 1422 fue hecho prisionero Alvar Núñez de Herrera, mayordomo del condestable Dávalos, que negó las acusaciones vertidas sobre él y sobre su señor, haciendo evidente la trampa diseñada por Álvaro de Luna sobre el veterano caballero andaluz. Pese a todo, Juan II se mostró inflexible y requisó al condestable todos sus títulos, dignidades, bienes y patrimonio. Fadrique, conde de Trastámara, recibió el ducado de Arjona; Alfonso Enríquez, almirante de Castilla, recibió Arcos de la Frontera; Diego de Sandoval, Adelantado Mayor, recibió el señorío de Osorno; Pedro de Estúñiga, Justicia Mayor, recibió la villa de Candeleda; el conde de Benavente, Rodrigo Alonso de Pimentel, recibió Arenas de San Pedro. No es casualidad que el propio Juan de Aragón también se beneficiase del despojo sometido a su antiguo colaborador (recibió la villa abulense de Colmenar, actual Mombeltrán), ni tampoco que Álvaro de Luna fuese nombrado conde de Santisteban de Gormaz y nuevo condestable de Castilla. No es casualidad porque, en la hora de la desgracia, a Rodrigo López Dávalos le abandonaron todos sus antiguos aliados.

Durante los tres años de duración del cautiverio sufrido por Enrique de Aragón, López Dávalos vivió en Valencia mientras esperaba una acción favorable de los infantes de Aragón, a quienes siempre había apoyado, para retornar a su antiguo status. Cuando en 1425 Alfonso el Magnánimo y su hermano Juan I de Navarra pactaban una ofensiva diplomática para liberar de la prisión a Enrique de Aragón y restituir los bienes de los nobles castellanos afines que habían sido despojados de sus bienes tras el atraco de Tordesillas, es posible que el condestable Dávalos albergase alguna esperanza sobre su causa; sin embargo, en la partida de ajedrez que los infantes de Aragón libraban contra Álvaro de Luna por el control del poder de Castilla, el condestable fue el gran sacrificado:

En las contiendas políticas, lo mismo que en las militares, siempre hay vencedores y vencidos, quienes obtienen provecho y beneficio y otros a los que les corresponde perder. Y Ruy López Dávalos no tuvo suerte y fue el gran sacrificado a la hora de ajustar y componer la política que los hijos de don Fernando de Antequera intentaban mantener en Castilla.

(Torres Fontes, op. cit., p. 74).

La solución pactada fue un compromiso puramente político, hecho público el 23 de noviembre de 1427, mediante el cual Álvaro de Luna ocupaba el papel de López Dávalos a todos los efectos. En primer lugar, Juan García de Guadalajara, escribano al servicio de Álvaro de Luna, fue ejecutado por haber redactado y falsificado las cartas que inculpaban al condestable Dávalos, con lo que, al menos, quedaba a salvo el honor del caballero. Pero, en segundo lugar, los infantes de Aragón aceptaban el despojo de los bienes de su más leal colaborador, con lo que Álvaro de Luna pasaba a ser nuevo condestable de Castilla y también a gobernar gran parte del patrimonio territorial del defenestrado López Dávalos. No sin razón, Juan Torres Fontes sospechó que el conocimiento de esta infamia aceleró el fin de Ruy López Dávalos, fallecido apenas un mes más tarde, el 6 de enero de 1428.

Posteridad del condestable y descendencia

Su mayordomo, Alvar Núñez de Herrera, inició desde la muerte del condestable un proceso dirigido a restituir su buen nombre demostrando la falsedad de las acusaciones, al tiempo que intentaba que el despojo de las posesiones no dejase a los numerosos hijos de López Dávalos sin ningún tipo de fortuna. Pero todo fue en vano, ya que el amplísimo patrimonio territorial del finado condestable pasó a repartirse entre los nobles castellanos en un dificilísimo juego de equilibrios y alianzas políticas que, en caso de revertir la situación, produciría graves desórdenes internos. Por ello, a López Dávalos sólo le quedó la mezcla de esos dos tópicos tan típicamente medievales: la volubilidad de Fortuna y el acceso a la fama. En la literatura de la época, la huella del condestable Dávalos es profundísima, pues no en vano fue de los más famosos caballeros de la época, cuyas andanzas pueden leerse en las crónicas, en los nobiliarios e, incluso, en el más representativo cancionero de la primera mitad del siglo XV, el Cancionero de Baena. Debido a su fama caballeresca y también a la fijación escrita casi invariable de varias de sus más destacadas hazañas, en los círculos académicos existe la sospecha de que pudo existir un texto medieval, hoy perdido, que tuviera como base las andanzas del condestable Dávalos.

Ruy López Dávalos contrajo tres matrimonios a lo largo de su vida, lo que le valió una extensa prole que, a la postre, fue la máxima damnificada por el despojo paterno, ya que salvo aquellos descendientes (hijas sobre todo) que casaron con miembros de la nobleza castellana, el resto de hijos tuvo que hacer diversas carreras militares para sobrevivir, sobre todo en Italia, a donde muchos de ellos fueron acogidos por Alfonso el Magnánimo, antiguo protector del condestable.

De su primer matrimonio, con la dama María de Fontecha, natural de Carrión, tuvo el condestable los siguientes hijos:

- Pedro López Dávalos, adelantado mayor del reino de Murcia. Casado con María de Orozco y Figueroa, hija del maestre de Santiago Lorenzo Suárez de Figueroa.
- María Dávalos, casada con Rodrigo de Guzmán, hijo de Luis de Guzmán, maestre de Calatrava. Esta rama del linaje emparentaría en el siglo XV con la familia Ayala, señores de Cebolla.
- Diego López Dávalos, señor de Castil de Bayuela. Casado con Leonor de Ayala, hija de Pero López de Ayala, alcalde mayor de Toledo.

Casó el condestable en segundas nupcias con Elvira de Guevara, hija del señor de Oñate, Pero Vélez de Guevara. La mayoría de estos descendientes fueron quienes hicieron carrera militar en Italia a la órdenes de los monarcas aragoneses:

- Beltrán Dávalos y Guevara, rama principal de los condes de Potenza.
- Hernando Dávalos, regidor de Toledo, casado con María Carrillo, hija del regidor Alonso Carrillo.
- Mencía Dávalos y Guevara, casada con Gabriel Manrique, comendador mayor de Castilla y conde de Osorno.
- Constanza Dávalos y Guevara, casada con el noble valenciano Luis Maza.

El tercer matrimonio del condestable fue con Constanza de Tovar, hija de Sancho Fernández de Tovar, guarda mayor de Enrique III. Los hijos de este matrimonio también emigraron a Italia en busca de mayor fortuna:

- Íñigo Dávalos, origen principal de la casa de los marqueses de Pescara.
- Alonso Dávalos, muerto en la adolescencia.
- Rodrigo Dávalos, casado con Mencía Carrillo. Origen de la rama Dávalos asentada en Toledo durante el siglo XV.
- Leonor Dávalos, casada con Mendo Rodríguez de Viedma y Benavides, señor de Santisteban del Puerto.

Bibliografía

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Autor

  • Óscar Perea Rodríguez