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LiteraturaPinturaBiografía

Kantor, Tadeusz (1915-1990).

Pintor, dramaturgo, escenógrafo y director de teatro polaco, nacido en Wielopole (Cracovia) en 1915 y fallecido en Cracovia en 1990. Inclinado desde su temprana juventud al Arte de Talía, se interesó en un principio por el teatro de marionetas y, ya integrado en el mundo de la farándula, comenzó a destacar por su pericia en el diseño de escenarios y decorados teatrales. Impulsado por los postulados estéticos de la Vanguardia, trabajó con ahínco desde sus inicios en nuevas fórmulas expresivas orientadas al desarrollo y la exploración de un teatro informal que pudiera hacer frente a las representaciones dramáticas dirigidas y controladas por el oficialismo de la cultura estatal, caracterizada a la sazón (y no sólo en Polonia, sino en todos los países del Este de Europa) por el celoso intervencionismo de los comisarios políticos. Así, tras haber recibido una esmerada -pero arcaica- formación en la Academia de Bellas Artes de Cracovia, en 1942 decidió pasar a la acción y asumió la dirección del grupo Teatro Independiente, un colectivo clandestino de teatro experimental al frente del cual se mantuvo durante dos años.

Fue por este cauce del teatro alternativo por donde Tadeusz Kantor arribó a la necesidad de fundar su propia compañía, lo que hizo en 1955 para convertirse así en el director del colectivo «Cricot-2», una espléndida agrupación de actores que acompañó al dramaturgo polaco durante toda su dilatada y fecunda trayectoria profesional. Al frente de esta exitosa compañía, Kantor logró llevar a los principales escenarios de todo el mundo su particular y novedosa concepción acerca de lo que debería ser un montaje teatral que, sin traicionar la voluntad del dramaturgo, realmente respetara la especificidad de la escritura dramática, concepción cuya complejidad puede soslayarse -en un artículo de esta naturaleza- con la exposición de sus dos premisas fundamentales: una puesta en escena sobria y austera, capaz de prescindir de casi todos los trucos y artificios tradicionales de la tramoya; y una asimilación lo más vigorosa y expresiva posible, por parte de los actores, del carácter de los personajes que han de encarnar sobre las tablas, por más que su creador literario los haya confeccionado a partir de los clichés manidos y elementales que suelen acompañar a las figuras de ficción caracterizadas por su irrelevancia o mediocridad. En justa coherencia con esta participación creativa que Tadeusz Kantor confiere a los actores que intervienen en sus montajes, la desnudez del escenario que impone en su primer requisito cede protagonismo a esa fuerza expresiva que el director polaco exige a sus intérpretes y obra en favor de su laboriosa construcción de los personajes.

Otras señas de identidad características del trabajo escenográfico de Tadeusz Kantor pueden buscarse en su firme y sostenida rebeldía contra las escleróticas propuestas estéticas e ideológicas de los dramaturgos, directores de escena y críticos teatrales academicistas. Esto se puede ver en su consecuente búsqueda y exaltación de la espontaneidad y la informalidad; y, por ende, en su constante eliminación de cuantas barreras separan el escenario del patio de butacas. Aplicando estos personalísimos criterios teórico-prácticos, Kantor triunfó en los escenarios de todo el mundo con montajes tan brillantes como los de El loco y la monja (1963) y La carta (1967), del gran dramaturgo, filósofo y artista plástico Witkiewicz, al tiempo que sus singulares y sugerentes postulados estéticos comenzaron a identificarle en los principales foros intelectuales y artísticos del mundo occidental con otras figuras de la cultura y el pensamiento tan radicales y renovadoras como el escritor irlandés Samuel Beckett o el filósofo rumano Émile Cioran. Al hilo de este reconocimiento internacional, Tadeusz Kantor decidió plasmar el bagaje teórico que animaba y sostenía sus aplaudidos montajes -y, en general, todos sus conocimientos y elucubraciones sobre el hecho teatral- en diferentes escritos ensayísticos como Manifiesto del teatro informal (1960), Embalajes (1962) y El teatro imposible (1973), reunidos a comienzos de los años ochenta en el volumen Metamorphoses (París, 1982), obra de obligada consulta en todas las escuelas de Arte Dramático de cualquier parte del mundo.

Ya sexagenario, el afamado director de escena polaco -que también había destacado en su juventud por sus dotes pictóricas en el diseño de decorados y carteles teatrales- decidió darse a conocer en su faceta de dramaturgo, para lo que eligió una espléndida obra de su autoría, La clase muerta (1975) que sorprendió gratamente a la crítica y el público y alcanzó a ser galardonada con una de las distinciones teatrales más importantes a escala mundial: el Gran Premio del Festival Mundial de Teatro de las Naciones (Caracas, 1978). Aquel mismo año, Tadeusz Kantor fue objeto de otro prestigioso homenaje que le fue tributado en Basilea con motivo de la concesión, al conjunto de su labor teatral, del Premio Rembrandt de la Fundación Goethe.

Alentado por el éxito de su primera obra original, durante los últimos años de su vida el dramaturgo polaco se entregó a una intensa actividad creativa que incrementó notablemente su ya elevado prestigio y le situó entre los grandes dramaturgos del siglo XX que con mayor acierto han reflexionado en sus textos, desde un enfoque nítidamente existencialista, sobre la angustia del ser humano ante las grandes cuestiones trascendentes y sobre el sentido último de la vida y la muerte. Condecorado, en homenaje a su larga y productiva trayectoria artística, por el Consejo de Estado polaco en 1983, alcanzó a ver el triunfo de otras piezas originales suyas tan destacables como ¡Wielopole, Wielopole! (1980), ¡Que revienten los artistas! (1985) y Nunca volveré aquí (1988), aunque no llegó con vida al estreno de su última creación dramática, titulada Hoy es mi cumpleaños y estrenada en 1991.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.