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LiteraturaBiografía

Gorki, Máximo (1868-1936).

Poeta, narrador y dramaturgo ruso, nacido en Nizhni Nóvgorod (a cuatrocientos kilómetros al este de Moscú, en la confluencia entre los ríos Oka y Volga) el 28 de marzo de 1868, y fallecido en su ciudad natal el 18 de junio de 1936. Aunque su verdadero nombre era Alexéi Maxímovich Pechkov, es universalmente conocido por su pseudónimo literario de Máximo Gorki. Autor de una extensa y brillante producción literaria que rechaza cualquier tentativa experimentalista para ahondar con realismo -no exento de un cierto toque romántico y sentimental- en las miserias de la vida cotidiana, se sirvió del populismo para denunciar los excesos del capitalismo zarista y abrazó con entusiasmo el socialismo revolucionario, hasta convertirse en uno de los grandes patriarcas de las Letras rusas durante los primeros compases del régimen soviético. Poco antes de su muerte, estaba oficialmente reconocido en la URSS como el mayor exponente de la nueva literatura proletaria, y su obra era señalada como el principal referente de la estética soviética (el realismo socialista).

Desde la publicación del relato Chelkas (1895) en la prestigiosa revista Russkoe bogatstvo (La riqueza rusa), Gorki se convirtió en un escritor profesional que se servía de sus narraciones para reflejar sus preocupaciones sociales y políticas. La publicación de Los vagabundos (1898), una recopilación en dos volúmenes de sus mejores relatos breves, le reportó cierta celebridad en el mundo literario. Un año después entregó a la imprenta su novela Formá Gordéiev, y dos años más tarde Los tres y el poema El canto del Petrel, una alegoría de la proximidad de la revolución que provocó su arresto por parte de las autoridades zaristas.

En 1901 se estrenó su primera obra dramática, Los pequeños burgueses, protagonizada por un dirigente sindical que teme perder el status económico que ha alcanzado en su condición de burgués acomodado. En 1906 tuvo que abandonar su país a causa de su oposición al régimen zarista y viajó por Alemania, Francia y Estados Unidos, hasta establecerse finalmente en la isla de Capri (Italia). Durante esta época publicó La madre (1907), la historia de una anciana que, influida por la participación de su hijo en las revueltas políticas, acaba convirtiéndose en la "madre" de todos los revolucionarios.

En 1913 regresó a Rusia y tomó parte activa en las luchas que allí se desarrollaron, pero dejó nuevamente su país horrorizado por las consecuencias de una Rusia dividida como consecuencia de la revolución. Después de establecerse definitivamente en Moscú en mayo de 1931, asumió la dirección de la revista Nuestros éxitos y llevó a cabo una intensa campaña de alfabetización y educación de los obreros y campesinos. En 1935 publicó su última novela, La vida de Klim Sangin, donde intentó reunir sus pretensiones artísticas y políticas.

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia humilde amenazada constantemente por la miseria -su padre era un modesto tapicero que perdió la vida cuanto el pequeño Alexéi apenas contaba cinco años de edad-, pasó la mayor parte de su infancia y juventud al lado de sus abuelos, un tintorero que ejercía también como remolcador en el Volga para aumentar sus reducidos ingresos, y una mujer alegre y vigorosa que le contagió su vitalidad y su generoso amor a la vida y hacia todos aquellos que le rodeaban. Figura clave en la forja de su carácter durante aquella decisiva etapa infantil, al ejemplo brindado por esta admirable mujer atribuyó, años más tarde, el autor ruso su propia fortaleza psíquica y su capacidad para afrontar sin miedo cualquier adversidad, por dura que pareciera.

Desde los siete años de edad (1873), el pequeño Alexéi se vio forzado a realizar penosas faenas laborales que resultaban imprescindibles para el sostenimiento de la endeble economía doméstica. Carente de recursos para asistir a la escuela, entró de pinche en un vapor del Volga y allí, gracias a la tenacidad de un cocinero algo letrado, aprendió a leer y a escribir. A los nueve años ejercía como aprendiz en una zapatería, y poco tiempo después, decidido a liberar a sus abuelos de la carga que les suponía su mantenimiento, comenzó a ganarse la vida por su cuenta con el desempeño de los más variados oficios. Merced a la gran infraestructura industrial y comercial implantada en las riberas del Volga, no le resultó complicado ejercer algunas profesiones tan peregrinas -en la formación de un futuro hombre de Letras- como auxiliar de pintor, ayudante de panadero, camarero en un barco, vendedor de bebidas y empleado de los ferrocarriles. Esta azarosa y agitada actividad laboral, desplegada sin tregua ni descanso a lo largo de su adolescencia y juventud, influyó también poderosamente en los derroteros por los que habría de guiarse en su edad adulta: las vivencias acumuladas en las márgenes del río, entre estibadores, comerciantes, viajeros y vagabundos, le suministraron abundante material temático para sus futuras obras literarias, al tiempo que le ponían en contacto con círculos políticos clandestinos en los que la clase trabajadora comenzaba a conspirar contra el abusivo capitalismo autócrata de los zares.

Arrastrado, en efecto, por el entusiasmo revolucionario, pronto se convirtió en uno de los pequeños líderes del movimiento proletario de su región, situación que estuvo a punto de poner fin a su existencia cuando aún no había cumplido los veinte años. Ocurrió que, después de haber convencido a sus compañeros de trabajo para que lucharan desde la clandestinidad contra el zarismo, se produjeron en toda Rusia una serie de movilizaciones revolucionarias estudiantiles -en las que tomó parte activa un jovencísimo Lenin (1870-1924)- que fueron vistas con malos ojos por los trabajadores de las orillas del Volga, quienes consideraban a los estudiantes como unos señoritos privilegiados que jugaba a hacer la revolución. Ante la desesperación de Gorki, sus propios compañeros de trabajo quisieron agredir a la masa estudiantil, lo que sumió al futuro escritor en un estado de abatimiento y desesperación del que sólo halló salida por la trágica vía del suicidio. Corría, a la sazón, el año de 1887, fecha en la que el joven Alexéi Maxímovich Pechkov, desolado ante la aparente imposibilidad de aunar las voluntades de los oprimidos para enfrentarse al poder omnímodo de los zares, se disparó un tiro en el corazón; pero erró en su intento de acabar con su vida y alojó la bala en un pulmón, de resultas de lo cual le quedó por secuela crónica una grave afección tuberculosa con la que tuvo que cargar durante el resto de sus días.

De oficio en oficio, viajaba incesantemente por aquellos años, muchas veces a pie, en compañía de zíngaros, buhoneros, vagabundos y otros sujetos marginales que pronto habrían de asumir un relevante papel en sus primeras piezas literarias. Recorrió Ucrania y Besarabia hasta llegar al Danubio, y desde allí, tras bordear el Mar Negro, atravesó Crimea y alcanzó las estribaciones del Cáucaso. Al lado de pescadores, marineros, ferroviarios y otros trabajadores de baja extracción social, fue perfilando sus convicciones marxistas, y durante una prolongada estancia en Kazán -adonde había acudido con la esperanza de recibir una enseñanza gratuita a la que, finalmente, no tuvo acceso- intervino activamente en las reuniones políticas clandestinas que se organizaban en la panadería donde había encontrado trabajo, asambleas en las que se intercambiaba propaganda marxista, se discutían las noticias difundidas por la prensa oficial y se convocaban manifestaciones desestabilizadoras.

Leía, por aquel entonces, con fruición algunas de las obras que le había recomendado su improvisado preceptor -el abnegado cocinero que le enseñara las primeras letras-, entre las que figuraban los libros de Gógol (1809-1852), uno de sus autores predilectos; y, fruto de estas lecturas, comenzaba a pergeñar sus primeras narraciones, que le permitieron darse a conocer como escritor a los veintiséis años de edad, cuando, el día 12 de septiembre de 1894, publicó en Tiflis (capital de Georgia) un relato titulado Makar Chudra, impreso en las páginas del rotativo local Kavkas (El Cáucaso). El pseudónimo elegido para presentar esta opera prima (Máximo Gorki) habría de acompañarle ya hasta el final de su vida.

Al cabo de un mes de este debut literario, fue detenido por la policía bajo la acusación de haber promovido desórdenes sociales. En el expediente policial abierto con motivo de esta detención queda constancia de su comportamiento insolente y desvergonzado ante las fuerzas del orden, actitud por la que siempre se caracterizó quien, frente al amor y la compasión que mostraba hacia los de su clase, no sabía disimular su aspereza y hosquedad ante sus enemigos. Una vez puesto en libertad, regresó a Nizhni Nóvgorod y encontró un empleo como pasante de un abogado, ocupación que le permitió seguir cultivando la creación literaria. Conoció -según sus propias palabras, "por una feliz casualidad"- al gran escritor Vladímir Korolenko (1853-1921), quien se convirtió en su principal consejero literario y le brindó la oportunidad de publicar sus escritos; y así, a mediados de la última década del siglo XIX dio a la imprenta un nuevo relato, Chelkas (1895) que, publicado merced a la recomendación del citado mentor en la prestigiosa revista Russkoe bogatstvo (La riqueza rusa), vino a confirmar plenamente su valía como narrador, lo que le permitió iniciar una fructífera colaboración en la prensa local en calidad de autor de relatos novelados. Se le pagaba en función del número de líneas escritas, por lo que puede afirmarse que narraba a destajo, deseoso de vivir exclusivamente de los beneficios obtenidos por su pluma; esta acuciante necesidad de llenar folios en blanco -tan contraproducente en tantos autores inexpertos- se convirtió en un espléndido acicate para un escritor del vigor expresivo y la feraz inspiración de Gorki, quien aprovechó el espacio brindado a sus narraciones para convertir en material literario el objeto de sus preocupaciones sociales y políticas (la explotación capitalista, los accidentes laborales, la corrupción del funcionariado, etc.).

El éxito de crítica y lectores alcanzado por estos relatos (entre los que cabe destacar, por su calidad literaria, el titulado El canto del halcón, que vio la luz en un rotativo de San Petersburgo) proporcionó a Gorki un merecido prestigio literario del que se sirvió para dar a la imprenta una valiosa recopilación de sus mejores narraciones breves, publicada en dos volúmenes bajo el título de Los vagabundos (1898). Protagonizados por héroes marginales que desafían las convenciones desde unos perfiles anclados todavía en la rebeldía romántica, estos cuentos primerizos convirtieron al autor de Nizhni Nóvgorod en una las grandes revelaciones de las Letras rusas de finales del siglo XIX, al tiempo que ponían de manifiesto su énfasis en la denuncia de la injusticia social y de la opresión que sufrían los menos favorecidos. No era casual que, en el transcurso de aquel mismo año, Gorki fuere uno de los primeros escritores que se afiliaron al recién creado POSDR (Partido Obrero Social Demócrata Ruso), fundado en Minsk en marzo de 1898, del que pronto habría de escindirse una fracción mayoritaria conocida con el nombre de los bolcheviques.

También en 1898 apareció la primera narración extensa de Gorki, una novela titulada Varenka Olesova. Ya inmerso en los principales foros marxistas del país, recurrió a la revista Zhizn (La Vida) -principal órgano de difusión de dicha corriente ideológica- para publicar otras narraciones como Formá Gordéiev (1899) y Los tres (1901), ligadas todavía al universo romántico de los cuentos de Los vagabundos. En dicha publicación apareció también su celebérrimo poema titulado El canto del Petrel (1901), una espléndida composición alegórica que anunciaba el estallido inminente de la revolución, lo que dio pie a la clausura inmediata de la revista y al arresto de Gorki por parte de las autoridades zaristas, que decretaron su confinamiento en Crimea. Entretanto, la compañía del Teatro de Artes de Moscú, dirigida por Konstantin Stanislavski (1863-1938), llevó a las tablas la primera pieza teatral del escritor de Nizhni Nóvgorod, Los pequeños burgueses (1901), un espléndido drama protagonizado por un grupo de individuos paralizados por su propia abulia y torpeza; seres mediocres y vulnerables que, pese a todo, aspiran a una vida más satisfactoria, a pesar de su manifiesta incapacidad para promover cualquier intento de cambio. Vasili, un dirigente sindical inmovilista y aburguesado, ve cómo su entorno familiar está a punto de venirse abajo ante su propia pasividad y la de su mujer (Aculina); ambos son incapaces de enfrentarse al conflicto generacional provocado por sus hijos (Tatiana, Pedro y el adoptado Nil), pero también están atenazados por el temor a perder el status económico que han alcanzado en su condición de pequeños burgueses acomodados.

Al igual que ocurría en el teatro del más grande dramaturgo de la época -Antón Chéjov (1860-1904), quien revisó esta primera incursión dramática de Gorki antes de su estreno-, en Los pequeños burgueses se hace patente esa vulgaridad satisfecha que, asentada en el espíritu de los mediocres, aparece como la única fuerza capaz de derrotar a los héroes. Éste es el mensaje de fondo que intentó transmitir con esta pieza teatral Máximo Gorki, quien, en el momento de su estreno, había concitado en su defensa un clamor de protestas debido al papel que venía desarrollando desde la editorial Znanie, empecinada en publicar los textos inéditos de jóvenes y desconocidos autores atentos a la nueva estética realista. En la primavera de 1901, el escritor había vuelto a ser detenido por las autoridades zaristas, ahora por haber publicado en la prensa su versión particular de los violentos sucesos acaecidos a las puertas de una de las catedrales de San Petersburgo, que concluyeron con una matanza de manifestantes llevada a cabo por la policía. Gorki, que se contaba entre los asistentes a dicha manifestación, contradijo la versión oficial de la propaganda zarista, por lo que fue acusado de llevar a cabo acciones de agitación política en los barrios obreros.

En 1902, su elección como miembro de la Academia de las Ciencias fue anulada por las autoridades zaristas, lo que dio lugar a nuevas manifestaciones solidarias en apoyo del escritor y, en medio de un escándalo mayúsculo en todos los foros intelectuales y políticos de Rusia, a la renuncia de Chéjov y Korolenko a seguir perteneciendo a dicha institución. Entretanto, Gorki seguía incrementando su ya considerable prestigio literario, reverdecido en el transcurso de aquel año con la puesta en escena de su segunda pieza teatral, también llevada a las tablas por la compañía de Stanislavski. Se trata de Los bajos fondos (1902), un drama concebido como una especie de galería de retratos de unos personajes que, de puro marginales, gozan de extrema libertad, aunque son incapaces de utilizarla para cambiar el mundo opresivo que les rodea. La obra presenta a Kostylev, un usurero que regenta un albergue en el que se refugian para pernoctar varios tipos miserables y desarrapados. Entre ellos está Lukas -un charlatán con ínfulas de visionario, capaz de llevar un poco de ilusión a ese sórdido ambiente- y Vaska -amante de Vasilisa, la mujer de Kostylev, aunque en el fondo enamorado de la hermana de ésta, Natasha-. Inducido por la fría maldad de Vasilisa, Vaska asesina al dueño del albergue, pero no con el mismo propósito de su amante: ésta pretendía liberarse de su esposo para poder vivir junto a Vaska, pero él lo que ha buscado con su acción criminal es librar a la pobre Natasha de las humillaciones a las que le sometía el usurero. Consumado el asesinato, Lukas abandona el albergue, que sin su vigorosa presencia y sin su enriquecedora fantasía vuelve a ser el paradigma del desarraigo, la desilusión, la marginalidad y la miseria. Frente a esta capitulación resignada de Lukas, Gorki propone el humanismo vitalista de la lucha revolucionaria, capaz de transformar al hombre liberándole de sus ataduras externas e internas.

Cabeza visible del movimiento obrero revolucionario tanto por sus escritos como por sus actuaciones políticas, Gorki continuó por aquellos años escribiendo dramas en los que pasaba revista a la relación entre los intelectuales y la agitación cívica, como Los veraneantes (1904), Los hijos del sol (1905) y Los bárbaros (1905). Así las cosas, su papel fue destacadísimo en las revueltas de 1905, año que comenzó para él con una nueva "visita" a los calabozos policiales. En efecto, el día 11 de enero la policía, en un registro rutinario de su domicilio, halló un manuscrito de Gorki en el que éste denunciaba las injusticias de los zares e instaba al pueblo a la lucha armada. Fue de inmediato reducido a presidio, pero, mientras la policía amañaba pruebas para forzar una condena ejemplar, las masas organizaron violentos disturbios que propiciaron su liberación. Ante el temor de que un procesamiento judicial del escritor de Nizhni Nóvgorod desencadenara una auténtica revolución popular, las autoridades policiales dieron marcha atrás y pretendieron dar carpetazo al caso; sin embargo, Gorki clamó en voz alta demandando un juicio justo, con el convencimiento de poder demostrar, en su transcurso, no sólo su inocencia, sino los desmanes y las arbitrariedades cometidas por el régimen del Zar ("si tiene lugar el juicio y soy condenado, tendré una excelente ocasión de explicar a Europa por qué me elevo contra el régimen vigente, régimen que lleva a cabo matanzas de ciudadanos pacíficos y desarmados, incluidos niños; por qué soy revolucionario").

El juicio, empero, nunca tuvo lugar, y Gorki siguió escribiendo libremente sus textos literarios y colaborando estrechamente en los principales rotativos del país, entre ellos el órgano portavoz de los bolcheviques Nueva Vida, en cuya fundación había tomado parte activa. En sus páginas aparecieron sus famosas "Notas sobre el espíritu pequeño burgués", que le produjeron un rendimiento económico que, en su setenta por ciento, fue a parar a manos de los organizadores de la lucha revolucionaria. Era costumbre en él, caracterizado siempre por una desmesurada generosidad, entregar la mayor parte de sus ingresos a esta causa.

A comienzos de 1906, tras el fracaso de los primeros episodios revolucionarios del año anterior y las subsiguientes represiones desencadenadas contra los líderes y agitadores marxistas, Máximo Gorki se vio forzado a abandonar su nación, en donde su vida corría un serio peligro. Viajó, entonces, por las principales capitales europeas (como Berlín y París), intentando que los gobiernos de los países por los que pasaba congelasen los créditos que venían concediendo a Rusia desde el estallido de la sangrienta Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), créditos que contribuían a afianzar la política reaccionaria del gobierno zarista. Poco después, se desplazó hasta los Estados Unidos de América con la intención de recaudar fondos destinados a sostener la oposición política contra el Zar, y fue recibido con los brazos abiertos por algunos de los más destacado intelectuales norteamericanos del momento, como los escritores Mark Twain (1835-1910) y William Dean Howells (1837-1920), y la socióloga Jane Addams (1860-1935). Pero una campaña orquestada contra él por la embajada rusa en los Estados Unidos -basada en la "infamante" anécdota de que la mujer que le acompañaba no era su esposa- desató las iras de la prensa sensacionalista norteamericana, que acabó provocando un rechazo generalizado de todo el pueblo estadounidense, anclado entonces en los valores puritanos más retrógrados. Ningún hotel se avino a darle alojamiento en Nueva York, por lo que tuvo que instalarse en precarias condiciones en una comuna de Staten Island, donde comenzó a escribir la que tal vez sea su obra maestra, y, sin duda alguna, una de las mejores piezas de la literatura universal. Se trata de la novela titulada La madre (1907), en la que abordó los avatares de la lucha revolucionaria desde la óptica de una anciana que, gracias a la intervención directa de su hijo en las revueltas políticas, sale de su tradicional resignación inmovilista y comprende y abraza la causa de la revolución.

Pelagea Vlásova, la protagonista de esta espléndida narración, es una vieja campesina que sufre una radical transformación tras la muerte de su marido, un artesano alcohólico y embrutecido que la ha venido maltratando a lo largo de toda su vida conyugal. El responsable de este cambio es su hijo Pavel, un joven obrero socialista que, después de la desaparición de su arisco padre, ha convertido su casa en un centro clandestino de reuniones políticas. El impulso ilusionado de Pavel y de sus camaradas Andréi, Mazin, Vesovshchikov, Natasha y Samoilov cautiva a la anciana, que abraza emocionada la causa revolucionaria y se libera de todas las represiones de su empobrecida vida anterior. Poco después, todos los jóvenes socialistas son detenidos y encarcelados, con lo que Pelagea Vlásova, haciendo acopio de un vigor impropio en una persona de su edad, se convierte en una especie de madre para todos ellos. Durante el proceso judicial, Pavel pronuncia un vibrante alegato en pro de la revolución que, impreso en la clandestinidad, es difundido en octavillas por la aguerrida anciana; al ser descubierta por la policía en esta acción propagandística, "la madre" arroja los papeles a la multitud, mientras eleva su voz para llamar a la lucha a los trabajadores. La violenta carga policial provoca el pánico entre los manifestantes y, en medio del tumulto, la muerte de la combativa anciana.

Por vía de esta deslumbrante novela, que abrió una nueva etapa en la producción literaria de Gorki, el escritor de Nizhni Nóvgorod presentó la lucha revolucionaria como una alternativa a la estéril búsqueda de la libertad protagonizada por los bohemios y vagabundos de sus obras anteriores. Inspirada en los sucesos acaecidos en la fábrica ferroviaria de Sormovo durante la revolución de 1905, La madre se convirtió de inmediato en un rotundo éxito editorial, con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y versiones en numerosos idiomas (en Rusia, donde había sido prohibida, se difundieron miles de copias clandestinas por todos los rincones del país). Iniciada, como ya se ha indicado más arriba, en los Estados Unidos de América -en donde Gorki comenzó también la redacción de una nueva pieza teatral, Los enemigos, y de su famoso folleto político En América, en el que arremetía contra el feroz capitalismo norteamericano y el amenazador militarismo alemán-, La madre fue concluida en la isla italiana de Capri, a la que había llegado el autor ruso, procedente de América, con la intención de hallar un clima más saludable para la grave dolencia tuberculosa que padecía desde su frustrado intento de suicidio. Como se le había prohibido tajantemente regresar a su patria, residió en Capri por espacio de siete años, entristecido por el constante recuerdo de su Rusia natal, a la que adoraba de tal forma que era incapaz de expresarse en cualquier otro idioma que no fuera el ruso (no logró aprender una sola palabra de italiano, a pesar de su prolongada estancia en la bella isla anclada en el golfo de Nápoles).

Una serie de desavenencias en el seno de la facción bolchevique -muy desmoralizada tras el fracaso de los primeros estertores revolucionarios- propició el viaje personal de Lenin hasta Capri para entrevistarse con Gorki y ponerle al tanto de las maniobras de secesión detectadas en el seno de propio movimiento obrero revolucionario. Próximo a la "mística socialista" difundida por el dramaturgo y ensayista Anatoli Lunacharsky (1875-1933) -futuro ministro de cultura soviético entre 1917 y 1933-, Máximo Gorki trataba de conjugar por aquel entonces marxismo y religión, debilidad en la que también cayeron otros muchos escritores revolucionarios rusos de la época, como el gran poeta Alexandr Blok (1880-1921). Fue entonces cuando, influido en lo espiritual y literario por uno de sus autores predilectos, Lev Tolstoi (1828-1920), escribió la obra titulada La confesión (1908), una novela plagada de misticismo que reflejaba a las claras la ya mencionada desmoralización de los revolucionarios, del mismo modo que La madre había reproducido en la ficción su espíritu de rebeldía y su ánimo combativo. En su visita a Capri, Lenin se mostró paciente con estas veleidades espirituales de Gorki, pero le instó a que cerrara la escuela marxista que había abierto en su propia casa, cuna de numerosos separatistas del partido bolchevique.

En su exilio italiano, Gorki escribió otras muchas obras como La ciudad de Okurov (1910), Cuentos de Italia (1910), Mathieu Kojemiakin (1911), Cuentos de Rusia (1913) y En Rusia (1913); y, simultáneamente, continuó desplegando una incesante labor de estímulo y mecenazgo entre los jóvenes autores que se llegaban hasta su casa mediterránea, a los que incitaba a asumir un firme compromiso político y social en sus textos literarios. En 1913 tuvo lugar un segundo choque entre Lenin y el autor de La madre, motivado por un artículo de éste en el que criticaba agriamente a Dostoievsky (1821-1881) por su estilo "corruptor". El líder bolchevique aplaudió esta tesis de Gorki, pero le censuró que siguiera anclado a esa espiritualidad mística que seguía haciéndose patente en varios pasajes de dicho artículo.

A finales de aquel año de 1913, beneficiándose de una amnistía política decretada por el zar, Máximo Gorki pudo al fin regresar a su añorada Rusia e instalarse en una casa sita en el centro de Moscú, donde -siempre bajo una estrecha vigilancia policial- comenzó a escribir un extenso ciclo de obras autobiográficas que se abría con Mi infancia (1913), y que se completó -ya en plena guerra mundial- con Entre los hombres (1915) y Mis universidades (1917). En esta magnífica trilogía memorialista, Gorki no sólo hablaba de sí mismo, sino también de aquellas personas que habían ejercido una influencia decisiva en su carácter, en su educación, en su pensamiento y en la forja de su estilo literario. Por aquel tiempo, siempre comprometido con la actualidad política nacional e internacional, crítico las ambiciones imperialistas que habían dado lugar a la Primera Guerra Mundial y, ante la escisión radical en las filas socialistas rusas, apoyó con firmeza la postura de Lenin contra los mencheviques y se sumó con alborozo a la Segunda Internacional.

Pese a este renovado furor marxista -que alcanzó su cúspide de entusiasmo a comienzos de 1917, durante la Revolución de Febrero, causante de la abdicación del zar Nicolás II (1868-1918)-, el estallido de la Revolución de Octubre -con la inmediata toma del poder por parte de los bolcheviques- sumió a Gorki en una nueva crisis depresiva, esta vez derivada del espanto y la crueldad que pasaban por delante de sus ojos. Después de toda una vida anhelando la revolución, los primeros compases de ésta (es decir, el período denominado "comunismo de guerra") no sólo no traían la paz, la felicidad y la prosperidad para todo el pueblo ruso, sino que daban paso a las mayores lacras de la humanidad, como el hambre, las enfermedades, la guerra civil y la ausencia de libertad, algunas de ellas más intensas, acentuadas y mortíferas de lo que lo habían sido bajo el gobierno zarista. Reaccionando contra esta desesperada situación, Gorki no tuvo reparos en criticar públicamente los excesos cometidos por los bolcheviques (incluyendo en su desaprobación algunas actuaciones del propio Lenin), y convirtió su casa moscovita en un centro de acogida que, como lo había sido su residencia en Capri, era en aquel confuso período el único refugio de quienes huían del hambre, las amenazas o la represión. En su siempre acreditada generosidad, repartió víveres, medicinas y dinero entre sus huéspedes, algunos de los cuales habían sido hasta entonces declarados enemigos suyos; y emprendió una valiente campaña cívica destinada a salvaguardar el patrimonio cultural (amenazado por la ceguera de la guerra), erradicar el analfabetismo (causante de tantas posiciones extremistas), difundir la educación y, en última instancia, reconciliar a todas las facciones del partido social demócrata, sin rechazar la reunificación con los mencheviques (a la que se oponía tajantemente Lenin). Pronunció conferencias pacificadoras en numerosos lugares del país, y mantuvo correspondencia con intelectuales adscritos a las más variadas tendencias del espectro ideológico, actitud conciliadora de la que se aprovechó la reacción para convertirle en intermediario entre la tradición conservadora y la dictadura proletaria; y a tal extremo llegaron sus reclamaciones en favor de algunos de estos reaccionarios, que provocó el recelo de muchos bolcheviques, por lo que el propio Lenin en persona tuvo que aconsejarle que, durante algún tiempo, se retirara discretamente del panorama político.

Así las cosas, aunque se le hacía insoportable la idea de abandonar nuevamente Rusia, en 1921 no tuvo más remedio que salir otra vez del país para instalarse primero en Alemania, de donde pasó a Italia y se afincó en Sorrento (en la bahía de Nápoles), en donde vivió entregado a la causa de lograr la reconciliación entre las dos Rusias -la del exilio y la del interior del país- que la revolución había separado radicalmente. Reanudó también su trayectoria narrativa, que incrementó con Los Artamonov (1925), una brillante parábola del capitalismo ruso desde la desaparición de los siervos de la gleba hasta el estallido de la revolución, plasmada en las vivencias de tres generaciones de una misma familia.

En 1928, ya algo más calmados los ánimos tras más de diez años de gobierno proletario, regresó a su querido país y, por medio de una carta abierta que envió a la revista Europa, reconoció públicamente sus errores y afirmó su apoyo incondicional a los bolcheviques, haciendo notar que el desaparecido Lenin había demostrado poseer un visión política mucho más perspicaz que la suya. Alcanzó, aquel año, la condición de sexagenario, por lo que le llovieron misivas de felicitación desde todos los rincones del país. Tras dos regresos fugaces a Sorrento, en 1931 se asentó definitivamente en Moscú, en donde asumió la dirección de la prestigiosa revista Nuestros éxitos y continuó desplegando una intensa campaña de alfabetización y educación que le llevó a convertirse en el "maestro honorífico" de millones de obreros y campesinos que, hasta entonces, jamás habían tenido acceso a la enseñanza y la cultura.

Consagrado, en fin, como la figura cimera de las Letras rusas del momento -o "el papa de la literatura rusa", como el propio Gorki se refería a sí mismo humorísticamente-, recibía cartas y visitas no sólo de los jóvenes escritores deseosos de contar con su apoyo, sino también de centenares de humildes trabajadores que, recién asomados al universo de la creación literaria, necesitaban la opinión del maestro para saber si estaban capacitados para transitar los ásperos senderos que conducen a la cima del Parnaso. Llevaba a gala responder personalmente a todas las epístolas que recibía, y ello a pesar de que, por aquellos años, estaba enfrascado en la redacción de un ambicioso proyecto narrativo que, iniciado en Sorrento hacia 1925, se concretó finalmente en la tetralogía titulada La vida de Klim Sangin, compuesta por las novelas El espectador (1930), El imán (1931), Otros juegos (1933) y El espectro (1938). La última de ellas, que Gorki había dejado inconclusa en el momento de su desaparición, fue rematada por una comisión de escritores nombrada a tal efecto por el gobierno soviético.

Tanto sus textos literarios como sus cartas, conferencias y escritos críticos fueron utilizados para sentar las bases de la nueva estética del régimen soviético, el realismo socialista, de la que se convirtió en el mejor exponente. Por aquellos años postreros de su existencia, su figura había recobrado tal protagonismo en la vida política y cultural de la URSS que el propio Stalin (1879-1953) convocaba veladas nocturnas con otros escritores en la residencia moscovita de Gorki, con el propósito de fijar dichos valores estéticos revolucionarios (que, por otra parte, tantos pesares trajeron a los autores que, por diversas razones, no comulgaban con ellos). No es de extrañar, por ende, que el Primer Congreso de Escritores Soviéticos (1934), en el que se le tributaron honores de gran patriarca y fundador de la literatura soviética, cumpliera con el honroso encargo de leer el informe preliminar, del que difícilmente pudieron alejarse las posiciones de los restantes congresistas.

El reconocimiento literario de que gozaba en todo el mundo le permitía, por aquel tiempo, fijar su residencia en cualquier punto del extranjero que gozase de un clima más favorable para su dolencia tuberculosa que el riguroso frío moscovita. Pero eligió seguir viviendo en su amada patria, donde perdió la vida a finales de la primavera de 1936, después de haber retornado a su añorada ciudad natal.

Otras obras de Gorki no citadas en parágrafos anteriores son Veintiséis hombres y una muchacha (1899) -una recopilación de relatos breves-, Los ex-hombres (1905) y Decadencia (1927).

Bibliografía

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  • SLONIM, Marc. Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967 (Madrid: Alianza Editorial, 1974) [tr. de Aurora Bernárdez].

  • TROYAT, Henri. Gorki (Barcelona: Noguer y Caralt Editores, S. A., 1990) [tr. de Guillermo Solana Alonso].

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.