A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaBiografía

Fernández de Velasco, Pedro. Conde de Haro (ca. 1430-1492).

Aristócrata castellano, segundo conde de Haro desde 1470 y primer condestable de Castilla de su linaje desde 1473, nacido hacia 1430 y muerto en Burgos el 6 de enero de 1492. Tras mantener una actitud ambigua durante el reinado de Enrique IV, fue uno de los colaboradores más destacados de los Reyes Católicos, tanto en la política interna de los monarcas como en la última fase de la conquista de Granada.

Primeros años

El linaje Velasco había ido escalando posiciones en la corte de los Trastámara castellanos desde que el abuelo del condestable Pedro, Juan de Velasco, fuese nombrado camarero mayor de Enrique III en los años finales del siglo XIV. El hijo de Juan de Velasco, padre homónimo del condestable Pedro, continuó con esta preeminencia del linaje en la corte castellana hasta que en 1430 fue recompensado por Juan II con el título de conde de Haro, dando el paso decisivo para encumbrar a los Fernández de Velasco a la nobleza titulada. Nacido hacia estos mismos años, el futuro condestable veló sus primeras armas dirigiendo las tropas señoriales de su padre en la reanudación de la empresa granadina efectuada por Enrique IV en el año 1455, año en el que el nuevo monarca intentó acabar con los conflictos entre la nobleza castellana haciendo que todos ellos combatieran contra un enemigo común. Así pues, en 1455 Pedro Fernández de Velasco tomó parte en el infructuoso asedio de Málaga; con todo, las noticias transmitidas por el cronista Alonso de Palencia al respecto de la participación de don Pedro en la campaña están más encaminadas a ensalzarle como uno de los jóvenes nobles que se mostraban totalmente contrarios a la política de Enrique IV (Crónica de Enrique IV, I, pp. 73-74). A pesar de esta oposición, don Pedro asistió en Córdoba, en el mismo año de 1455, a la segunda boda del monarca, contraída con Juana de Portugal. En 1456, también junto a su padre, comandó la corriente de opinión nacida en el seno de la nobleza en contra de la aplicación de un gravoso impuesto por parte de Diego Arias Dávila, converso, contador mayor de Enrique IV, a propósito de la concesión por parte de la Santa Sede de una nueva bula sobre cruzada. La cuestión se saldó con un pacto negociado, pero, desde luego, Pedro ya había dado profundas muestras de desencanto con la dirección política de Enrique IV.

En 1457, Pedro Fernández de Velasco contrajo matrimonio con doña Mencía de Mendoza, hija del marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, y de su mujer, Catalina Suárez de Figueroa. Mediante este enlace, dos de los más importantes linajes castellanos no sólo emparentaban sino que quedaban obligados, por pactos familiares, a prestarse mutuo socorro en caso de enfrentamiento con otras familias. Por este motivo, Velascos y Mendozas, con don Pedro entre ellos y junto a otros linajes, se entrevistaron en Buitrago de Lozoya con Enrique IV en 1461, con el objeto de conocer la opinión del rey ante la crisis acontecida en el reino de Aragón por motivo de la rebelión del príncipe de Viana contra su padre, el monarca aragonés Juan II. Aunque el caldo de cultivo para la inminente guerra civil estaba creado, al menos Pedro Fernández de Velasco mantenía una actitud de respeto para con Enrique IV, pero no dejaba de estar presente en diversas reuniones donde se conspiraba para hacer caer al monarca. Prueba de que aún don Pedro no se hallaba enemistado del todo con el rey fue que en junio de 1464, su padre, el conde de Haro, le ofreció como rehén al más intrigante de todos los nobles de la época, el marqués de Villena don Juan Pacheco, para que éste tuviese garantías de integridad en una entrevista que se iba a celebrar en la corte. En los meses siguientes, con motivo de otra reunión entre los nobles y Enrique IV acontecida en Cabezón, Pedro Fernández de Velasco fue nombrado juez por parte del monarca, para mantener la seguridad de todos los asistentes (Crónica de Enrique IV, I, pp. 150 ss.)

Guerra civil y discordias internas

Todo el aparente juego de alianzas políticas se quebró en junio de 1465, cuando parte de la nobleza castellana depuso a una efigie que representaba a Enrique IV y elevó al trono al hermano de éste, Alfonso el Inocente. El acto, conocido como farsa de Ávila, significó en la práctica la división del reino de Castilla en dos bandos, partidarios de uno u otro hermano. Curiosamente, el anciano conde de Haro, padre de don Pedro, se mantuvo leal a Enrique IV, pero ello no fue óbice para que su hijo militara en el bando alfonsino, al menos durante los primeros meses de la discordia. Así, a finales de junio de 1465, Pedro Fernández de Velasco tomó la ciudad de Burgos, proclamándola leal al monarca intitulado Alfonso XII de Castilla y León. Un año más tarde, en 1466, don Pedro se hizo con la villa de Portillo capitaneando las tropas de Alfonso Carrillo, el belicoso arzobispo de Toledo, uno de los principales enemigos de Enrique IV. La militancia alfonsina de Pedro Fernández de Velasco provocó un cierto distanciamiento entre su linaje y los Mendoza, parientes de su esposa, cuya obediencia al monarca legítimo era absoluta. En esta tesitura, Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana y cuñado de don Pedro, se reunió con éste en el verano de 1467 para aconsejarle un retorno al bando enriqueño; las presiones de los Mendoza, junto con el consejo de su padre, hicieron posible que Pedro Fernández de Velasco cambiase de partido poco antes de la segunda batalla de Olmedo, en la que ya defendió los intereses de Enrique IV. En este cambio de militancia, don Pedro buscaba seguramente mayor cantidad de prebendas y rentas, siguiendo la línea política de otros nobles castellanos, línea que ya en la propia época el cronista Bernáldez definió de manera acertada con la frase Viva quien vence.

Una vez fallecido Alfonso el Inocente (1468), Pedro Fernández de Velasco continuó apoyando los planes de Enrique IV, en especial el matrimonio de la princesa Isabel, futura Reina Católica, con el rey de Portugal, Alfonso V, en detrimento de la opinión de la propia Isabel y de sus consejeros más allegados, que pretendían un enlace con el futuro Fernando II de Aragón. A juzgar por la narración del cronista Alonso de Palencia, parece ser que don Pedro estaba plenamente convencido de la misión que le encargase Enrique IV, que no eran otra sino entrevistarse en Yepes (Toledo) con la princesa Isabel y convencerle de las bondades del matrimonio presupuestado por su hermano el rey:

Encargó [i.e., Enrique IV] a D. Pedro de Velasco que, pretestando aconsejarla, hablase a la Princesa y la amenazase con la reclusión si en asunto de tanta monta como el del matrimonio no sometía su voluntad a la de su señor y hermano, y a la de los magnates que le acompañaban. En esta entrevista habló el de Velasco con tan excesiva libertad, que arrancó lágrimas a la doncella, la cual, llena de rubor, apeló al amparo del Omnipotente para librarse de tamaña vergüenza y rechazar tan cruel injuria.
(Palencia, Crónica de Enrique IV, I, p. 270).

Conde de Haro y condestable de Castilla

A pesar de su empeño, Pedro Fernández de Velasco, como el resto de partidarios del matrimonio entre Isabel y Alfonso V de Portugal (incluido el propio Enrique IV), no pudo impedir que la princesa se casase en 1469 con Fernando de Aragón. Desde la perspectiva de don Pedro, las circunstancias sufrirían un vuelvo trascendental a raíz de la muerte de su padre, el anciano conde de Haro, acontecida en los últimos meses de 1469, lo que le obligó a viajar hacia las posesiones señoriales del condado para suceder en la titulación. Así, en 1470, dejó como administradora de Haro y del resto de señoríos de su patrimonio a su esposa, Mencía de Mendoza, para continuar con su carrera en el seno de la corte de Enrique IV, ya como conde de Haro. Cuando, tras el matrimonio de Isabel y Fernando, en Castilla se vio claramente que el futuro del reino pasaba por ellos, el conde de Haro quiso jugar a dos bandas para intentar sonsacar el máximo provecho posible a su posición; la entrevista de Yepes no obtó para que Isabel de Castilla tendiese la mano al conde de Haro, rogándole que intercediese para que una embajada francesa, que venía a tratar el enlace entre el duque de Guyena y la princesa Juana, llamada la Beltraneja, no llegase a buen puerto. El conde de Haro, a su vez, intentó aprovechar la cuestión para hacerse con el señorío de Vizcaya, dominio anexo a su titulación condal. Sin embargo, la maniobra despertó los recelos de Enrique IV y del resto de linajes castellanos, en especial los Mendoza y los Pacheco, por lo que el conde debió retirarse de nuevo a sus dominios señoriales.

El siguiente hito de su biografía se estableció en el año 1473, cuando, tras la muerte de Miguel Lucas de Iranzo, Enrique IV decidió recompensar al conde de Haro con el oficio de condestable de Castilla. A partir de este momento, y hasta la definitiva supresión del cargo en el año 1726, la condestablía de Castilla se convirtió en hereditaria para los condes de Haro del linaje Velasco. A pesar de esta recompensa por sus servicios, el condestable don Pedro fue uno de los primeros nobles castellanos que tras la muerte de Enrique IV, en diciembre de 1474, se apresuró a jurar fidelidad a la reina Isabel, acompañándola incluso en su coronación, efectuada en la ciudad de Segovia, el feudo enriqueño por antonomasia, en los días inmediatamente posteriores al fallecimiento del rey Enrique. Este apoyo a los Reyes Católicos se vio confirmado por su colaboración militar al lado de Fernando de Aragón en el asedio de Burgos, conquistado para la causa isabelina durante 1475, así como su dirección de la caballería castellana que finalizó con el hostigamiento de tropas francesas en Fuenterrabía (Palencia, Crónica de Enrique IV, II, p. 235 y 276). El propio cronista nos informa del especial afecto que, en los primeros años de Fernando el Católico como rey de Castilla, había tomado éste con el conde de Haro:

Don Fernando [...] se había detenido mucho tiempo en Segovia. Allí estuvo algunos días aguardando al conde de Haro D. Pedro de Velasco, que se había detenido en la provincia de Álava todo el tiempo que pudo, porque el retraso favorecía grandemente sus intereses. Era él el único de los Grandes que acompañaba al Rey; el Cardenal [i.e., Pedro González de Mendoza], con quien le unía recíproca amistad, seguía a la Reina, y podía decirse que era el árbitro de los negocios; uno y otro parecían poderosísimos en todas partes, mientras el Rey, separado de la Reina, se gobernase exclusivamente por el consejo del Conde.
(Palencia, Crónica de Enrique IV, II, p. 317).

Al servicio de los Reyes Católicos

Pero no por ello, o tal vez por esta preeminencia, el condestable fue ajeno a las intrigas del Consejo Real ni a las reuniones en las que las alianzas y las conspiraciones estaban a la orden del día. Así, a principios de 1477, el cardenal Pedro González de Mendoza y el conde de Haro celebraron una reunión en Madrid, en la que intentaron atraer hacia la causa de los Reyes Católicos al marqués de Villena, Diego López Pacheco, con diversas promesas de rentas, patrimonios y enlaces matrimoniales ventajosos. Pero, en el caso del conde de Haro, es preciso mencionar que siempre evitó entrar en las intrigas de manera ofensiva, manteniendo la fidelidad a los monarcas legítimos. Esta actitud provocó el que fuese recompensado, sobre todo por parte de Fernando de Aragón, con diversos cargos y con la gran confianza que el rey depositó en durante algunos momentos concretos de su reinado.

En el verano de 1477, el condestable acompañó a los monarcas en su viaje a tierras andaluzas, donde tenían el propósito de confirmar la obediencia a su causa del marqués de Cádiz, Rodrigo Ponce de León. El conde de Haro debió de viajar en solitario y reunirse con ellos ya en Sevilla, pues meses antes, hacia marzo de 1477, el propio Rey Católico le había encomendado el mando de las tropas del norte de Castilla. El nivel de intimidad que el condestable se mantuvo en los acontecimientos posteriores: el 9 de julio de 1478, cuando tuvo lugar en la iglesia sevillana de Santa María la Mayor la ceremonia de bautismo del recién nacido príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos, Pedro Fernández de Velasco fue uno de los padrinos del príncipe. En 1479, el escenario cortesano dejó pasó a la guerra, estableciéndose el condestable Velasco en Montánchez, fortaleza asediada por los castellanos en la todavía no acabado conflicto entre Castilla y Portugal. Allí recibió una misiva de Hernando del Pulgar, en la que éste elogiaba el comportamiento militar del condestable y da a conocer la fama de frío con que contaba entre sus contemporáneos:

Ilustre señor: Rescibí la letra de vuestra señoría, en que mostráis sentimiento por los trabajos que pasáis y peligros que esperáis en ese cerco que tenéis sobre Montanches. Cosa por cierto nueva veemos en vuestra condición, porque en las otras cosas que por vos han pasado, prósperas o adversas, ni os vimos movimiento en la cara ni sentimiento en la palabra.
(Pulgar, Letras, ed. cit., p. 59)

En diciembre de 1480 el conde de Haro formaba parte del séquito de don Juan, príncipe de Asturias, que viajó hacia Toledo, lugar en el que el príncipe fue jurado por las Cortes como legítimo heredero del reino. Con posterioridad, los Reyes Católicos nombraron al conde de Haro gobernador de Castilla y León mientras estuviesen ausentes del territorio por motivo de la conquista del reino nazarí. Sin embargo, haciendo gala de su oficio, el condestable, aun aceptando el honor de que le hicieron depositario, se mostró resuelto a acompañar a sus monarcas en la conquista de Granada, como recogió siglos más tarde el genealogista López de Haro (op. cit., I, p. 184):

Mandóle la Reyna Católica quedar por Virrey en Castilla. Respondióle con humilde suplicación diziendo que si en ella avía guerra, como en el Andaluzía, estaría en tal caso a su real eleción mandalle que en una de dos partes le sirviesse, pero que se compadecía que yendo Reyes contra moros quedasse él en tierra pacífica siendo su Condestable.

Por ello, el conde de Haro, aun siendo gobernador de Castilla, participó en algunas fases de la guerra de Granada, como en en abril de 1485, durante la campaña de Val de Cártama y Ronda. Don Pedro permaneció en tierras andaluzas hasta junio, cuando participó en la fiesta del Corpus Christi, como describe el cronista Bernáldez (op. cit., pp. 162-163):

Este dicho día se celebró la fiesta del Corpus Christi en Ronda, siendo ya la mezquita mayor convertida en iglesia, e bendita por don fray Luis de Soria, obispo de Málaga; e llevaron los cetros con el cielo, sobre el arca de la amistança de Nuestro Señor Redenptor Jesucristo, el rey e el maestre de Santiago e el Condestable e el duque de Medina Sidonia e el duque de Náxera e el conde de Ureña e el maestre de Alcántara e otros grandes. Fízose muy solene fiesta, con los instrumentos músicos e cantores del rey e de los grandes señores.

En los primeros meses de 1486 el conde de Haro regresó a sus estados señoriales de Castilla; haciendo gala de su oficio de gobernador en ausencia de los Reyes Católicos, en la primavera del citado año colaboró con el arzobispo de Santiago, Alonso de Fonseca el Joven, en sofocar varias rebeldías de nobles gallegos, principalmente en la ocupación de Ponferrada por el conde de Lemos, que fue tan grave que necesitó la propia intervención del Rey Católico para finiquitar la cuestión. En 1488 todavía se hallaba don Pedro en Castilla, pues no participó en el asedio y caída de Málaga, aunque sí lo hicieron sus tropas señoriales al mando de su hijo, Bernardino Fernández de Velasco. Esta ausencia hay que achacarla a la avanzada edad del conde de Haro, pues su prensencia en las crónicas es muy escasa, lo que puede ser indicativo de que se había retirado de la vida política y militar. Y, en efecto, el mismo día en que los Reyes Católicos se apoderaban de Granada, el condestable de Castilla fallecía en la ciudad de Burgos, con el consiguiente dolor de los monarcas, que perdían a uno de sus más fieles colaboradores en la política interna.

Descendencia y valoración

Tras su muerte, su sucesor en todos los estados y dignidades fue su hijo Bernardino Fernández de Velasco, séptimo condestable de Castilla, quien, en el mismo año de su ascenso a la dirección del linaje, fue recompensado por los Reyes Católicos con el título de duque de Frías. El matrimonio entre Pedro Fernández de Velasco y doña Mencía de Mendoza dejó una copiosa descendencia, especialmente femenina, que sirvió de vínculos mediante ventajosos matrimonios para concretar la profunda presencia del linaje Velasco en el amalgama nobiliario de la Castilla del tránsito entre los siglos XV y XVI. La descendencia del conde de Haro, además del citado Bernardino, fue la siguiente:

- Íñigo Fernández de Velasco, sucesor de su hermano Bernardino en el condado de Haro, en el ducado de Frías y en el oficio de condestable tras la temprana muerte de aquél (1512).
- Beatriz de Velasco, casada con Garci Fernández Manrique, marqués de Aguilar.
- Catalina de Velasco, casada con Pedro de Estúñiga y Avellaneda, conde de Miranda.
- María de Velasco, casada en primeras nupcias con Juan Pacheco, marqués de Villena, y en segundas nupcias con Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque.
- Leonor de Velasco, casada con Juan Téllez Girón, conde de Ureña.
- Mencía de Velasco, monja del monasterio de Santa Clara de Briviesca.
- Isabel de Velasco, casada con Juan de Guzmán, duque de Medinasidonia.

Emparentado familiarmente con dos de los linajes más importantes en la historia cultural del siglo XV hispano, los Manrique y los Mendoza, el conde don Pedro demostró, además de sus cualidades políticas y militares, un gran aprecio por labores de mecenazgo cultural, tal como era habitual entre la nobleza castellana de la época. Heredó de su padre una excelente biblioteca, que se preocupó de acrecentar y de mantener en perfectas condiciones. También trabó amistad con algunos escritores del incipiente humanismo castellano, en especial con Hernando del Pulgar, con quien no sólo el condestable mantuvo intercambio epistolar sino una relación de afecto o mecenazgo que explica, por ejemplo, el que Pulgar dedicase al conde de Haro sus Glosas a las Coplas de Mingo Revulgo. Asimismo, en el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511) existe un poemita de tres versos, la aguda invención del penacho de penas, atribuido a un "condestable de Castilla" sin identificar, pero parece probable que su autor sea don Pedro (o bien su hijo Bernardino). Suficientes muescas, pues, para aquilatar la condición humanística a la par que militar y política de este destacado noble castellano del siglo XV.

Bibliografía

  • BERNÁLDEZ, A. Memorias del reinado de los Reyes Católicos. (Eds. J. de M. Carriazo y M. Gómez-Moreno, Madrid, RAH, 1946).

  • GOICOLEA JULIÁN, F. J. Haro: una villa riojana del linaje Velasco a fines del Medievo. (Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1999).

  • LAWRANCE, J. N. H. "Nueva luz sobre la biblioteca del Conde de Haro: inventario de 1455". (El Crotalón, 1 [1984], pp. 1073-1111).

  • LÓPEZ DE HARO, A. Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España. (Madrid, Luis Sánchez, 1622. Ed. facsímil, Ollobarren, Wilsen Editorial, 1996, 2 vols.)

  • PALENCIA, A DE. Crónica de Enrique IV. (Ed. A. Paz y Melia, Madrid, Atlas, 1973-75, 3 vols.)

  • PULGAR, H. DEL. Letras.- Glosas a las Coplas de Mingo Revulgo. (Ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1949).

  • TORRES FONTES, J. "Los condestables de Castilla en la Edad Media". (Anuario de Historia del Derecho Español, XLI [1971], pp. 57-112).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez.