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Cortés, Hernán (1485-1547)

Célebre conquistador de México, nacido en Medellín (Extremadura) en 1485 y muerto en Castilleja de la Cuesta (cerca de Sevilla) el 2 de diciembre de 1547. Vilipendiado y glorificado como ningún otro conquistador español, a excepción quizás de Francisco Pizarro, venció a la Confederación Azteca y fue fundador del México colonial.

Hernán Cortés.

La formación de un conquistador

Cortés fue hijo de unos hidalgos pobres, el escudero Martín Cortés, según indicó el padre Las Casas, y Catalina Pizarro Altamirano, hija de la condesa de Medellín, según el cronista Francisco López de Gomara. Fue un niño enfermizo que, al cumplir los catorce años fue enviado a Salamanca con su tía paterna Inés de Paz, pues sus padres deseaban que estudiara leyes en la Universidad. En esta ciudad vivió dos años, durante los cuales estudió gramática y latín con Francisco Núñez de Valera, aunque no llegó a entrar en la universidad; así pues, regresó a Medellín, con el consiguiente disgusto de sus padres.

Joven bullicioso y amigo de las armas, en 1501 decidió embarcar en la expedición de Ovando a Indias, pero se lo impidió el trauma que sufrió al caerse de un muro cuando rondaba a una dama casada. Al recobrarse se dirigió a Valencia para embarcarse a Italia con las tropas del Gran Capitán, pero tampoco logró hacerlo. Después de vagabundear por las ciudades españolas durante un año, retornó a Medellín, y anunció a sus padres su deseo de ir a América. En 1504, con diecinueve años, partió para al fin para las ansiadas Indias.

Una vez en Santo Domingo, Cortés se quedó algún tiempo en la capital. Allí se enroló en la hueste de Diego Velázquez, que sojuzgó la rebelión indígena de la cacica Anacaona. Esa fue la única acción militar cortesiana antes de la conquista de la confederación azteca. Al término de la campaña, fue recompensado con un repartimiento de naturales en Daiguao y con la escribanía del ayuntamiento de Azúa, ciudad que ayudó a fundar. Allí vivió cinco o seis años de las rentas que le pagaban sus indígenas encomendados, dedicado a galantear a diversas damas.

En 1509 llegó a La Española el gobernador Diego Colón con un gran séquito de españolas casaderas, entre las cuales vino Catalina Juárez, con la que tuvo relaciones íntimas, y dos años después se enroló en la expedición de Diego Velázquez para conquistar Cuba. Al parecer, en esa ocasión no actuó como soldado, sino como secretario o tesorero de Velázquez. Cortés se vió envuelto luego en una conspiración de los conquistadores de Cuba contra Velázquez, al que acusaron de fraude al fisco real. Tuvo ocasión de mostrar entonces el talante político maquiavélico que le encumbraría a la fama y la riqueza. Juan Juárez, un compañero de Cortés, llegó en esos momentos desde Santo Domingo acompañado por sus hermanas y su madre, una de sus hermanas era Catalina Juárez, La Marcaida, la cual entabló relaciones con Cortés; Velázquez por su parte, se enamoró de otra de las hermanas de Juan Juárez con la que contrajo matrimonio. Esto fue aprovechado por Cortés para realizar un pacto con Velázquez, cuya amistad selló con una alianza familiar al casarse con Catalina Juárez, enlace en el cual Velázquez ofició de padrino, y convertirse de ese modo, en concuñado suyo. Esta interesada amistad le valió una encomienda de indios en Manicarao y la posesión de un hato con vacas, ovejas y yeguas. Con el paso del tiempo, Cortés se convirtió en un hombre rico y tuvo una hija con una indígena, que apadrinó el gobernador Velázquez.

En 1519, los españoles preparaban desde Cuba el asalto a un imperio situado al Occidente, identificable con el de los aztecas. Velázquez preparó entonces una expedición a Yucatán, cuya costa acababan de recorrer Fernández de Córdoba y Grijalba, y puso a su compadre Cortés al frente de ella. En teoría, se trataba de realizar en la costa mexicana intercambios con los indígenas y descubrir los secretos de la tierra. Pese a lo modesto del plan, Cortés levantó una hueste de trescientos hombres, con la que partió precipitadamente de Santiago para evitar que Velázquez le revocara el nombramiento, lo que hizo efectivamente a poco de partir. En Trinidad, se le unieron otros doscientos españoles, y luego en La Habana y el cabo de San Antón se le sumaron algunos más.

La armada cortesiana partió de Cuba el 10 de febrero de 1519 con once naves, a bordo de las cuales iban 109 marineros, 508 soldados, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 16 jinetes y 200 indios de servicio, además de algunos negros. Su artillería consistía en 10 cañones de bronce y 4 falconetes. Al llegar a la isla de Cozumel, Cortés rescató al español Jerónimo de Aguilar, que llevaba ocho años en la costa yucateca a causa de un naufragio. Aguilar hablaba maya, y fue una valiosa ayuda para entenderse con los naturales de aquella región. La navegación continuó por la costa de Yucatán hasta la desembocadura del río Grijalva, donde tuvieron un combate con los naturales de Tabasco, en el que murieron dos españoles y ochocientos indios. La paz fue negociada a través de Aguilar, que obtuvo a cambio del cese de hostilidades la entrega de alimentos y veinte mujeres, entre las que estaba la famosa doña Marina, que se convertiría en amante y consejera de Cortés. Marina, la Malinche, hablaba el náhuatl y la lengua de Tabasco o mayance, que era la que había aprendido Aguilar, con lo que Cortés se aseguró la comunicación con los naturales.

La marcha a Tenochtitlan

El proyecto de Hernán Cortés no era el de hacer rescates y comerciar en la costa, por lo que se dirigió directamente a San Juan de Ulúa; allí, contraviniendo las órdenes de Velázquez, desembarcó e instaló un real o campamento. Dos días después llegó una embajada azteca con presentes (piezas de oro, ropa fina y adornos), que confirmó la riqueza del imperio lejano cuya existencia se confirmaba a cada paso. Cortés invitó a sus generosos anfitriones a una misa cantada por dos sacerdotes, al término de la cual les comunicó que los españoles eran cristianos y súbditos del mayor emperador del mundo, les regaó cuentas de vidrio, una silla de caderas y una gorra y les solicitó una entrevista con su monarca. La entrevista concluyó con una exhibición de caballos corriendo por la playa y numerosos disparos de artillería, que impresionaron profundamente a los naturales.

A la semana siguiente llegó otra embajada azteca con mas presentes (dos ruedas grandes de oro y plata, granos de oro, ropa fina de algodón, animales, etc.) y la respuesta de su monarca, que se negó a recibir a los españoles. Cortés se quedó con los regalos, envió otros, y volvió a insistir en la entrevista. Al cabo de unos días arribó una tercera embajada para comunicar a Cortés que su rey no podía recibirles y les conminaba a coger lo que necesitaran anes de abandonar el país.

Las riquezas aztecas decidieron a Cortés a terminar con la pantomima de los rescates, convirtiéndose en conquistador, y en rebelde ante el gobernador Velázquez. Promovió con este fin un motín: sus adictos le pidieron entonces desobedecer las ordenes de comerciar y le obligaron a poblar la tierra. Cortés recurrió a una de sus clásicas estratagemas, ya que manifestó estar sorprendido por la solicitud y pidió una noche de plazo para pensar si aceptaba. Al día siguiente, impuso que le nombraran capitán general y justicia y que le dieran el quinto real del botín que obtuvieran, después de sacado el quinto del Rey. Este “golpe” institucional se consolidó entre el 5 y el 19 de julio de 1519 mediante la fundación de una población, la Villa Rica de la Veracruz, que eligió un Cabildo adicto a Cortés; sus primeros alcaldes fueron Hernández de Portocarrero y Montejo. Desde entonces, y hasta el 12 de octubre de 1522 en que el Consejo de Indias le absolvió de la acusación de traición formulada por el gobernador Velázquez, Cortés fue rebelde y usurpador de un título que no le correspondía. Como tal rebelde, emprendió la conquista de México.

La estrategia de acercamiento al imperio azteca fue muy meditada, y reprodujo algunas de las tácticas empleadas en la reconquista española. Cortés buscó un puerto de apoyo, el de Cempoala, y pasó al poblado de Quiahuiztla, donde estrechó relaciones con los Totonacas, a los que ofreció librarles de los impuestos que pagaban a los aztecas. Tras edificar la población de Veracruz, deshizo un complot de los velazquistas, aceptó la ofrenda de numerosas mujeres (con la condición de que se bautizaran para poderlas repartir luego como amantes a sus capitanes), exhortó a los indios a abandonar sus dioses y sus prácticas homosexuales y destruyó las imágenes de dioses que encontró en un templo o cu cercano, donde mando poner una cruz y decir misa. Cortés culminó esta etapa mandando a España unos procuradores con el quinto real para Carlos V y su primera Carta de Relación sobre el territorio. En un gesto de gran importancia simbólica, ordenó también destruir las naves, para que nadie pudiera volver a Cuba a informar de su rebelión. Además, reforzó su hueste con los cien marineros que las tripulaban.

El 16 de agosto de 1519 Cortés y su hueste emprendieron la definitiva conquista de la fantástica Tenochtitlán; eran cuatrocientos infantes, quince o dieciséis jinetes, y mil trescientos indios totonacas aliados. En Villa Rica quedaron unos ciento cincuenta hombres, la mayor parte de ellos enfermos o inútiles, bajo las ordenes de Gutiérrez Escalante. Por consejo de los totonacas los españoles se dirigieron a Tlaxcala, una confederación de cuatro pueblos nahuas, enemiga tradicional de los aztecas. Los tlaxcaltecas rechazaron la oferta de alianza de Cortés y se defendieron heroicamente durante varios días, al cabo de los cuales decidieron negociar la paz. Se repitió entonces la entrega de indias a los españoles; tras veinte días en Tlaxcala, la hueste cortesiana, acompañada ahora de numerosos guerreros tlaxcaltecas, partió hacia Cholula, la ciudad santa azteca, donde se produjo una terrible matanza. Según indicó el conquistador, los aztecas le habían tendido allí una celada para evitar que pasara a Tenochtitlan. La trampa fue descubierta por doña Marina; cerca de tres mil naturales fueron muertos por los españoles y sus aliados tlaxcaltecas en aquella ocasión.

La marcha hacia el valle de México de la hueste, pasando por las ciudades de Amecameca, Tlamanalco, Chalco e Iztapalapa, fue el siguiente acto de la conquista. En Iztapalapa esperaba a los españoles y sus aliados una embajada formada por los reyes de Cuitláhuac y de Cholloncan, que los condujo hasta Tenochtitlan. Allí les recibió Motecuhzoma, que se presentó sobre andas, rodeado de señores y con todo un aparato ceremonial alrededor. Cortés y sus soldados quedaron profundamente impresionados. Era el 8 de noviembre de 1519.

El fabuloso mundo azteca

Moctezuma, que tenía el cargo de Huey Tlatoani o emperador azteca condujo a los recién llegados al palacio de Axayácatl, donde fueron alojados. Los españoles visitaron luego la ciudad, que les impresionó mucho: se trataba de una ciudad lacustre, unida a tierra firme por cuatro calzadas, con una enorme población (entre 150.000 y 300.000 habitantes), que recibía el agua potable de un gran acueducto. Tenía las casas bajas con azoteas y una zona monumental de grandes templos, entre los que destacaba el mayor o Gran Cu, desde donde partían las calzadas. El templo mayor era una gran pirámide de ciento catorce gradas en cuya parte superior estaban las capillas de los dioses Huitzilopochtli (de la guerra) y Tláloc (de la lluvia).

Las relaciones con los aztecas fueron buenas al principio, con mutuas visitas de Cortés y Motecuhzoma, pero empeoraron a medida que los propósitos de permanencia de los españoles se hicieron más evidentes. Cortés comprendió entonces que su tropa afrontaba una situación muy comprometida, pues estaba encerrada en un palacio situado dentro de una ciudad enorme, de la que solamente se podía salir por las calzadas que iban a tierra firme.Tomó entonces la decisión de apoderarse de la persona del Tlatoani y mantenerlo como rehén, lo que justificó con el argumento de que Motecuhzoma había mandado atacar a los españoles de Veracruz. Haciendo gala de una gran temeridad, el 14 de noviembre se presentó en su palacio acompañado de sus capitanes y le obligó a trasladarse al suyo en calidad de preso. El monarca azteca recibió luego varias embajadas de su pueblo que le preguntaron si atacaban a los españoles, pero cometió la debilidad de no dar dicha orden. Tuvo que asistir así inerme a la quema de los súbditos que habían atacado a los españoles de Villa Rica “obedeciendo” sus ordenes; en esa ocasión, Cortés mostró una innecesaria crueldad.

Desde ese momento, el conquistador se sintió fuerte, perdió la prudencia y emprendió distintas acciones, ya que mandó reformar Veracruz, explorar el territorio en busca de oro y buscar un buen puerto. Además, apresó varios señores aztecas como supuestos “conspiradores” contra los españoles y conminó a Motecuhzoma a declararse vasallo de Carlos V, al que envió el tesoro del palacio de Axayácatl y el botín obtenido en las ciudades aztecas. El cronista Bernal Díaz afirmó que este botín fue de 600.000 pesos, aparte de numerosas joyas y tejuelos de oro, pero Cortés lo tasó en sólo 162.000; tras separar su parte y el quinto real, pagó los gastos de la expedición y las perdidas sufridas y repartió el resto. Cada soldado obtuvo sólo cien pesos; el descontento entre la tropa fue acallado por Cortés con entregas de oro bajo cuerda a los que más protestaban.

Llegaron entonces las noticias de que había arribado a San Juan de Ulúa una fuerza española de mil cuatrocientos hombres, ochenta jinetes y diez o doce cañones enviados por el gobernador Velázquez desde Cuba para someter al “rebelde” Cortés. Éste decidió entonces enfrentarse con sus paisanos, consciente de que no podría soportar un ataque conjunto de los recién llegados y los aztecas. Tras dejar en Tenochtitlan ciento veinte hombres al mando de Pedro de Alvarado, partió con los ochenta restantes hacia la costa, y recibió a los velazquistas con promesas de riqueza. El 28 de mayo, sin la menor lucha, Cortés fue aclamado por todos, y regresó a Tenochtitlan al frente de mil trescientos soldados, noventa y seis jinetes, ochenta ballesteros e igual número de escopeteros y dos mil aliados tlaxcaltecas. Al acercarse a la capital azteca, se dirigió directamente al palacio de Axayácatl, donde encontró a sus hombres cercados; en un acto de enorme torpeza, Alvarado había acometido una matanza contra los aztecas en la fiesta a Tezcatlipoca, que hartó a los naturales, y les decidió a poner cerco a los españoles. Cortés y sus hombres quedaron también atrapados en el mismo palacio, que atacaban ya abiertamente los guerreros aztecas dirigidos por Cuauhtémoc, sobrino de Motecuhzoma. Para aliviar la situación, Cortés pidió al Tlatoani prisionero que se dirigiera a su pueblo desde un balcón de palacio y les pidiera que depusieran su actitud. El desgraciado Motecuhzoma supo entonces que había sido depuesto, pues el Consejo había nombrado en su lugar a su primo Cuitláhuac, señor de Iztapalapa. Los aztecas tiraron piedras a los españoles, y una de ellas dio a Motecuhzoma , que murió por las heridas sufridas, aunque otra versión indica que falleció de inanición al negarse a ingerir alimentos.

La situación española se hizo insostenible y Cortés dispuso la retirada de Tenochtitlan el 30 de junio de dicho año. Fue la famosa “Noche Triste”. Los españoles no pudieron retirarse amparados en la oscuridad, y fueron descubiertos y atacados desde los lagos. Iban tan cargados de botín que apenas podían defenderse; murieron cerca de ochocientos soldados y unos cinco mil indios aliados. La vanguardia se salvó en gran parte, pero casi toda la retaguardia cayó en manos aztecas. La retirada prosiguió hasta Tlacopan, en cuyo templo se refugiaron aquella noche, y luego hasta Otumba, donde lograron rehacerse contra sus perseguidores. Finalmente, pudieron alcanzar sus cuarteles en Tlaxcala.

La guerra de conquista

A partir de la Noche Triste, Cortés proyectó cuidadosamente una guerra sin cuartel contra la confederación azteca. Tras lanzar una campaña contra Tepeaca, ocupó Tepeyácac y fundó Segura de la Frontera, que convirtió en base de operaciones. Desde allí, logró dominar la región oriental azteca. La hueste fue disciplinada, se prohibió el juego y algunos descontentos fueron remitidos a Cuba. Finalmente, Cortés reforzó su tropa y mandó fabricar en Tlaxcala unos bergantines por piezas, que debían permitir a la hueste moverse en el entorno lacustre de Tenochtitlan. El 29 de diciembre de 1520 partió de Tlaxcala hacia Texcoco con quinientos cuarenta infantes, cuarenta caballeros y unos diez mil tlaxcaltecas. Una vez en los lagos, ordenó ensamblar y botar los bergantines y emprendió una ofensiva para controlar sus riberas. No todo fueron triunfos, pues estuvo a punto de caer en manos de los aztecas dos veces y tuvo que hacer frente a una conspiración interna, tras la cual organizó su propia guardia personal.

En mayo de 1520, la hueste cortesiana empezó el asedio formal a Tenochtitlan; lo primero fue cortar el acueducto de agua potable de Chapultepec y atacar las calzadas que iban a la ciudad. La situación de los sitiados se volvió desesperada por falta de agua y por una epidemia de viruela, enfermedad desconocida por los aborígenes, que había traído desde Cuba un negro propiedad del navegante y conquistador Pánfilo de Narváez. Cortés empleó en esta fase la táctica de tierra arrasada y destruyó cuanto encontraba a su paso. La resistencia azteca se centró en Tlatelolco, donde los aztecas sufrieron por igual la barbarie española y la de los tlaxcaltecas. El 13 de agosto se hizo la ultima ofensiva contra la capital y numerosos indios huyeron en canoas. El capitán García Holguín, que iba a bordo de uno de los bergantines, capturó la canoa en que huía el Tlatoani Cuauhtémoc, que fue llevado prisionero ante la presencia de Cortés. Era el fin de la resistencia azteca. Tenochtitlan había soportado 85 días de asedio, durante los cuales, como dijo Bernal Díaz “no se hallado generación en el mundo que tanto sufriese el hambre y sed y continuas guerras, como esta”.

El Marqués del Valle de Oaxaca

Una vez consumada la conquista, Hernán Cortés emprendió la reconstrucción de la capital azteca para convertirla en la del reino de la Nueva España. Siguió los usos de la Península, con un centro ceremonial en la plaza mayor, que contenía los edificios del gobierno, el cabildo y la catedral. A pesar del tormento al que fueron sometidos Cuauhtémoc y el señor de Tacuba para que confesasen donde tenían escondidos los tesoros, el botín logrado sumó una cantidad relativamente escasa, 380.000 pesos. Tras el pago de quintos y gastos, tocaron cien pesos a los de caballo y cincuenta a sesenta a los infantes; todo el mundo quedó descontento, pero México había entrado en una nueva era.

La trayectoria personal de Cortés desde entonces conoció diversas variantes. En el verano de 1522, Catalina Juárez apareció en el palacio de Coyoacán, que era la residencia del conquistador; tres meses después murió en extrañas circunstancias. A fines de ese mismo año le llegó el título de gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España, expedido por Carlos V el 15 de octubre anterior, como premio a sus hazañas. Sin embargo, la corona, decidida a evitar en América que su autoridad fuera discutida, le rodeó de una camarilla de funcionarios e impidió que encomendara indios o les impusiera tributos. En esos años, aparece también el Cortés colonizador, que emprende una campaña para traer misioneros e importar plantas y ganados, y apoya la exploración del territorio enviando sus capitanes a Tehuantepec, Guatemala y El Salvador (Alvarado), Pánuco (Sandoval), Honduras (Olid), Jalisco y Nayarit (Francisco Cortés) e intenta descubrir la Mar del Sur con unos bergantines construidos en Zihuatanejo.

El 12 de octubre de 1524, él mismo emprendió su expedición a Honduras o las Hibueras, como se decía entonces, para someter a Olid, que se había rebelado contra el, siguiendo su mismo ejemplo, o quizá para descubrir un estrecho interoceánico que suponía se encontraba en dicha región. Fue una expedición por tierra, con numerosa caballería, indios y algunos señores aztecas, Cuauhtémoc entre ellos. Tras pasar por Orizaba, siguieron la costa y entraron en tierras pantanosas, donde las privaciones y enfermedades diezmaron la tropa. Antes de llegar a Izancanac, Cortés creyó tener pruebas de que Cuauhtémoc se había comunicado con los suyos para promover un alzamiento en México. Tras someter a tormento a los cabecillas, mandó ahorcar a varios de ellos, entre los cuales estaba Cuauhtémoc. El supuesto complot del caudillo azteca parece haber sido un fruto del temor de Cortés. La expedición continuó hasta encontrar a los hombres de González Dávila, por quienes supieron que Olid había sido asesinado. Luego, Cortés exploró el golfo Dulce, fundó Puerto Caballos y regreso por mar a México, donde supo que los oficiales reales le habían despojado del gobierno. Era el 24 de enero de 1526.

Entramos entonces en los años de litigios de Cortés, que llegan hasta su muerte en España. El pesquisidor Luis Ponce de León le abrió juicio de residencia, pero a causa de su muerte el juicio pasó a manos del letrado Marcos de Aguilar, que también murió inesperadamente. El nuevo juez, el tesorero Estrada, desterró a Cortés de la capital y empezó a recoger acusaciones en su contra. El conquistador decidió viajar a España para defenderse. El 17 de marzo de 1528 retornó a la península junto a sus capitanes Sandoval y Tapia, muchos compañeros, una buena suma de tejuelos de oro y un espectacular acompañamiento compuesto de cuatro nativos que hacían maravillas con los pies, aves exóticas, dos jaguares, etc. El desembarco en Palos de la Frontera tuvo lugar el 18 de abril. Cortés había faltado de su patria 23 años; volvía con 43 y rico. Tras escribir al emperador y a sus amigos, fue a Guadalupe para orar y de paso galantear a Francisca de Mendoza, aunque ya estaba prometido a doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar.

Carlos V recibió a Cortés en Toledo en el otoño de 1528. El emperador escuchó sus relatos y premió sus servicios con el título de marqués del Valle de Oaxaca, primero que se dio a un indiano. Aunque se le ratificaron sus nombramientos, no se le dio el de gobernador de México, ante el temor de que tuviera tentaciones señoriales. Pese a su título y a su matrimonio con doña Juana de Zúñiga, Cortés no fue aceptado por la vieja nobleza castellana, que le veía como un advenedizo y criticaba su ostentación. Cansado de la vida en Castilla, en la primavera de 1530 Cortés zarpó rumbo a México. Se detuvo dos meses en Santo Domingo, al cabo de los cuales arribó a Veracruz.

Cuando llegó a la capital, la audiencia le recibió hostilmente y le prohibió residir en ella. A fines de dicho año se organizó la segunda audiencia, presidida por Ramírez de Fuenleal, que suavizó las tensiones con él, pero luego discutió sus pretensiones. Cortés quería contar con 23.000 vecinos como vasallos, mientras que la audiencia insistía en que la corona le había hecho señor de 23.000 personas (los vecinos multiplicaban por cuatro el número de personas). A causa de las disensiones Cortés se encerró en su palacio de Cuernavaca, donde organizó su señorío y se dedicó a aclimatar algunas especies agrícolas.

Su último sueño de conquistador fue encontrar otra “Nueva España” en el océano Pacífico, para lo cual mandó construir seis bergantines en Acapulco y Tehuantepec. Los primeros salieron en 1532 con su primo Diego Hurtado de Mendoza al mando, pero no pasaron de la bahía de las Banderas, al noroeste mexicano. La segunda salió de Santiago en 1533 con dos naves mandadas por Becerra y por Hernando Grijalva. La nave de Becerra fue a parar a California, desde donde regresó a Jalisco. La de Grijalva descubrió el archipiélago de Revillagigedo y retornó a Acapulco. Una tercera expedición en 1535 con tres navíos se dirigió a California con el propósito de establecer allí una colonización formal. Cortés se encontraba al mando de dicha empresa cuando recibió orden de regresar a México para entrevistarse con el nuevo virrey de Nueva España; la colonia española fundada por Cortés se convirtió entonces en el primer virreinato de America.

Las relaciones entre el virrey Mendoza y Cortés fueron cordiales al principio, pero empeoraron cuando Mendoza interfirió en sus planes de exploración. Cortés decidió ir a España para reclamar, y salió de Veracruz acompañado de sus hijos Martíny Luis. Encontró muy poca receptividad a sus demandas, y quizás en un intento de lograr el favor del emperador se enroló en la famosa expedición de Argel de 1541, que constituyó un desastre personal, ya que perdió una parte de su fortuna y sufrió el desdén de Carlos V. Tras la retirada de Argel, Cortés volvió a sus pleitos, pero agotado por el paso de los años decidió retornar a México. El viaje a Sevilla, donde pensaba embarcar, lo hizo con gran dificultad y al fin falleció en Castilleja de la Cuesta. El conquistador de México contaba con 62 años; había vivido lo suficiente para contemplar tanto la creación del imperio indiano como la postergación de los hombres que lo habían alumbrado.

Bibliografía

Fuentes

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Autor

  • Manuel Lucena Salmoral