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LiteraturaBiografía

Conrad, Joseph (1857-1924).

Narrador británico de origen ruso-polaco, nacido en Berdichev (ciudad polaca sometida, a la sazón, al Imperio Ruso, y actualmente perteneciente a Ucrania) el 3 de diciembre de 1857, y fallecido en Bishopsbourne (cerca de Canterbury, en el condado británico de Kent) el 3 de agosto de 1924. Aunque su verdadero nombre era el de Teodor Józef Konrad Korzeniowski, es universalmente conocido como Joseph Conrad, adaptación al inglés de su antropónimo y patronímico, que él mismo adoptó cuando recibió la nacionalidad británica. Autor de una extensa y deslumbrante producción narrativa en la que, en líneas generales, aborda el problema de la soledad del individuo abandonado en un mundo hostil y sometido a los inesperados golpes de la fortuna, está considerado como una de las figuras cimeras de la narrativa universal de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria.

Vida

Nacido en el seno de una familia relevante en el ámbito cultural y político de la Polonia de mediados del XIX, quedó huérfano a muy temprana edad, por lo que se educó bajo la tutela de su tío materno, Thaddeusz Bobrowski. Fue el único vástago del matrimonio formado por Appolonius Nalecz Korzenowski -poeta romántico, traductor al polaco de algunas obras de Shakespeare (1564-1616) y ferviente patriota- y Evelina Bobrowska -también luchadora por la independencia de su pueblo, aunque algo más conservadora que su esposo-. El padre del futuro escritor, militante activo en la lucha independentista, fue uno de los integrantes del comité que encabezó la insurrección polaca contra el dominio ruso, por lo que fue detenido en 1861 -cuando el pequeño Józef sólo contaba cuatro años de edad- y deportado a Vologda, una inhóspita región del nordeste de Rusia. Un año después, su mujer y su hijo viajaron hasta allí para reunirse con él, y la familia entera permaneció en Vologda hasta 1865, en medio de unas deplorables condiciones de vida que, a buen seguro, habrían de influir posteriormente en la obra del escritor, dominada por la vulnerabilidad del ser humano y la inestabilidad moral que se apodera de él en situaciones extremas.

Levantado el castigo que pesaba sobre Appolonius Nalecz Korzenowski, la familia entera regresó a Polonia, donde, a consecuencia de las privaciones vividas durante el exilio, perdió la vida la madre del futuro escritor (1865), que había contraído una afección tuberculosa en las heladas tierras de Vologda. Huérfano, pues, de madre a los ocho años de edad, el pequeño Józef quedó al cuidado de su ilustrado progenitor, quien, para asegurar su manutención, se consagró a sus labores intelectuales y comenzó a traducir al polaco algunas obras maestras de la literatura universal -entre ellas, las del citado dramaturgo inglés y las del romántico francés Victo Hugo (1802-1885)-. Esta constante dedicación de su padre a la traducción sumió a Józef Konrad en largos períodos de soledad, pero también le brindó la oportunidad de ampliar tempranamente sus horizontes culturales y adquirir una formación que habría de ser fundamental durante el resto de su vida; y así, recibió de su propio padre los primeros rudimentos de la lengua inglesa -en la que luego habría de escribir toda su obra-, y comenzó a interesarse vivamente por la lectura, con especial predilección por las obras de algunos autores angloparlantes como Sir Walter Scott (1771-1832), James Fenimore Cooper (1789-1851), Charles Dickens (1812-1870) y William Makepeace Thackeray (1811-1863), a los que leyó unas veces en polaco y otras en francés, idioma -este último- que ya dominaba a la perfección a tan temprana edad.

Esta fecunda convivencia entre padre e hijo quedó brusca y dramáticamente interrumpida en 1869, cuando Appolonius Nalecz Korzenowski falleció, víctima también de la tuberculosis, dejando desamparado a su hijo de doce años de edad. Fue entonces cuando Thaddeusz Bobrowski, hermano de su madre y abogado de profesión, asumió gustosamente la tutela de su jovencísimo sobrino, al que trató y educó como si de su propio hijo se tratase, mostrándole siempre un afecto extremo, cubriendo todos sus gastos y proporcionándole la mejor educación que podía pagar. Fue, en efecto, su tío quien costeó los estudios y el mantenimiento de Józef Konrad en Cracovia y, poco después, en Suiza; quien corrió con los gastos de los preceptores particulares que ampliaron la instrucción del muchacho, y quien llegó incluso a apoyar firmemente su proyecto inicial de ingresar en la Universidad de Cracovia (con el consiguiente desembolso económico que ello hubiera supuesto). Pero el joven e inquieto Józef, llevado por su espíritu aventurero, no correspondió en su justa medida a los desvelos educativos de su generoso tutor: apenas contaba diecisiete años de edad cuando, impulsado por una irresistible vocación marinera, abandonó sus estudios y se marchó a Marsella, en tanto que su tío, lejos de abandonarle a su suerte, le asignaba una pensión anual de dos mil francos y le ponía en contacto con una compañía naviera francesa. Fue así como el futuro escritor realizó, en 1874, su primera travesía naval, en calidad de mero pasajero durante este periplo inicial, aunque en su segundo viaje logró ser admitido como aprendiz.

Durante cerca de cuatro años ejerció de marinero raso en la marina mercante francesa, donde tuvo ocasión de vivir algunas singladuras novelescas que luego habrían de surtir de abundante material narrativo a sus obras. Así, v. gr., en 1876 tomó parte en una travesía a las Islas Occidentales que, bajo la tapadera de la actividad comercial, escondía un turbio negocio de tráfico ilegal de armas. El primer oficial de la tripulación enrolada en esta singladura, un ciudadano corso llamado Dominic Cervoni, dejó una huella imborrable en su vida y en su obra (en la que apareció reflejado como el protagonista de su novela Nostromo). Al mismo tiempo, su experiencia vital se enriquecía con numerosos lances rocambolescos que, convenientemente adornados después por su imaginación de escritor -en opinión de sus más autorizados biógrafos-, le convirtieron también en un personaje cercano a sus entes de ficción: al parecer, vivió peligrosamente endeudado durante mucho tiempo, se enamoró de mujeres que no le correspondieron (una de las cuales le arrastró hasta un intento fallido de suicidio) y sufrió varias heridas de extrema gravedad (provocadas por accidentes de trabajo y por románticos duelos que no han podido ser verificados por los estudiosos de su vida y obra).

En 1878, cumplidos los veintiún años de edad, Józef Konrad fue requerido para el cumplimiento de sus obligaciones militares. Para eludirlas, abandonó la marina mercante francesa y se enroló en un buque inglés que, tras tocar puerto en Estambul, regresó a su punto de partida y desembarcó al joven en las costas británicas de Lowestoft, donde por vez primera pisó la tierra de la nación a la que había de quedar vinculado durante el resto de su vida. Al servicio, a partir de entonces, de la flota mercante británica, refrescó pronto aquellos rudimentos de inglés que había aprendido al lado de su padre y protagonizó, nuevamente, otras muchas aventuras dignas de sus mejores novelas. Entre ellas, por su importante reflejo en su posterior producción literaria, cabe destacar la que vivió a bordo del navío Palestine, a cuya tripulación se unió en abril de 1881 para colaborar en el transporte de un gigantesco cargamento de carbón hasta el Lejano Oriente. La colosal embarcación, de más de cuatrocientas toneladas, fue azotada durante la navegación por vientos huracanados que estuvieron a punto de hundirla; poco después, sufrió en su quilla el impacto de un buque de vapor, lo que provocó el pánico de la tripulación y el abandono de la nave por parte de muchos marineros; y, para colmo de males, antes de arribar a su destino final en las Islas Orientales, se declaró a bordo un pavoroso incendio originado en la carga de carbón, lo que obligó a los escasos tripulantes que aún navegaban en el Palestine a abandonarlo urgentemente en botes salvavidas. En uno de ellos escapó de la tragedia Józef Konrad, quien, tras más de trece horas a la deriva, tocó finalmente tierra en una isla de Sumatra. El recuerdo de esta accidentada singladura le habría de inspirar, años después, la novela breve titulada Youth (Juventud, 1902).

Subyugado por esta vida de emociones y aventuras, Józef Konrad formó parte de las tripulaciones de otras dos naves durante 1882 y 1883, y a finales de dicho año decidió que había llegado el momento de empezar a poner por escrito los recuerdos de sus vivencias y las reflexiones extraídas de ellas. Sin embargo, aún le faltaba mucho para dedicarse profesionalmente a la creación literaria, por lo que siguió navegando hasta alcanzar, en 1886, el certificado de capitán de altura, al tiempo que solicitaba -para poder ejercer su profesión en la nación que le había acogido- la ciudadanía británica. Surcó, a partir de entonces, todos los mares -aunque con recurrente presencia en el archipiélago malayo-, y en una penosa travesía desde Bangkok hasta Singapur se hizo cargo por vez primera de una embarcación, de nombre Otego, cuyo capitán había fallecido en plena travesía.

En el verano de 1889, recién llegado a Londres después de muchos meses de navegación, Józef tomó alojamiento en una habitación que daba al Támesis y empezó a redactar la que, al cabo de seis años, habría de convertirse en su primera novela publicada, Almayer's Folly (La locura de Almayer, 1895), centrada en las vivencias de un comerciante holandés que había conocido en Borneo. Pero antes de exhibir su nombre por vez primera en los estantes de las librerías londinense, protagonizó otras muchas aventuras exóticas, como la que le condujo en 1890 hasta el Estado Libre del Congo. Al parecer, desde su niñez solitaria y ensoñadora en Polonia había albergado la ilusión de conocer aquellas misteriosas tierras africanas, en las que por fin, a los treinta y tres años de edad, logró pasar cuatro intensos meses, fascinado por una serie de vivencias y sensaciones que, años después, habrían de quedar plasmadas en la que tal vez sea su obra más célebre, Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas, 1902).

A su regreso a Inglaterra en enero de 1891, continuó redactando la novela iniciada a las orillas del Támesis, ocupación que interrumpía cada vez que le surgía la posibilidad de enrolarse en una nueva singladura. Pero, en 1894, la noticia del fallecimiento de su tío Thaddeusz le sumió en un hondo pesar que, tras un largo período de reflexión, le llevó a plantearse la necesidad de abandonar una forma de vida para la que ya no contaba con el vigor y la ilusión de sus años juveniles. Resuelto, pues, a probar suerte como escritor profesional, envió el manuscrito de Almayer's Folly a una editorial que inmediatamente asumió su publicación, y que, en efecto, la puso en las librerías londinenses en abril de 1895, bajo la nueva -y, a partir de entonces, definitiva- forma británica de su nombre: Joseph Conrad. Pocos meses después, ilusionado por este feliz comienzo de su trayectoria literaria, celebró su enlace conyugal con Jessie George -una joven británica diecisiete años menor que él-, matrimonio del que nacieron dos hijos.

Al año siguiente, ya decidido a ganarse la vida como escritor, Joseph Conrad dio a la imprenta su segunda narración extensa, An Outcast of the Islands (Un vagabundo de las islas, 1896), a la que pronto se sumaron, en una fecunda y vertiginosa carrera creativa, otras excelentes prosas de ficción como The Nigger of the "Narcissus" (El negro del "Narcissus", 1897), Tales of Unrest (Cuentos de inquietud, 1898) -una colección de cinco relatos que sobresalen por su reflejo irónico de la sociedad de su tiempo, distinguida con una mención favorable de la Royal Academy-, Lord Jim (1900) -obra en la que adoptó por vez primera la técnica del relato dentro del relato, en la que se reveló como un consumado maestro-, The Inheritors (Los herederos, 1901) -escrita en colaboración con su amigo Hueffer- y la ya mencionada Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas, 1902).

Con la publicación de estos y otros libros posteriores, Joseph Conrad logró vivir de los beneficios de su pluma hasta el final de sus días, pero sin grandes lujos. Sus últimos años de existencia se vieron amargados por la discreta recepción de sus nuevas novelas -que tampoco alcanzaban, ciertamente, la calidad de las que había dado a la imprenta en su etapa inicial-, por una grave afección de gota que le causaba fuertes dolores, y por la enfermedad de su esposa, aquejada de parálisis. Su postrer contacto con el mar tuvo lugar en 1923, año en el que realizó una visita a los Estados Unidos de América; a su regreso a Inglaterra, el primer ministro del Gobierno británico, James Ramsay MacDonald (1866-1937), le ofreció el título de Sir, honor al que rehusó el solitario y desengañado aventurero que aún llevaba dentro. Poco después, un fulminante para cardíaco ponía fin a su existencia.

Obra

Desde un punto de vista meramente lingüístico, el caso de Joseph Conrad constituye una auténtica rareza, ya que logró alcanzar un reconocimiento literario universal expresándose en la que era su cuarta lengua (antes que inglés, había aprendido polaco, ruso y francés). A pesar de ello, su limpia y brillante prosa literaria es un modelo excelente de adecuación de la palabra exacta a la idea que se quiere expresar. Según su propio testimonio, buscó siempre la manera más bella de dotar a la frase de "forma y sonido", y de alcanzar en su prosa "un color y una plasticidad" que, al tiempo que ponían de relieve la finalidad estética del hecho literario, resaltasen a la perfección el sentido preciso de cada palabra. Ya en el prólogo a su temprana novela The Nigger of the "Narcissus" (1897) había manifestado que el artista, frente a la actitud habitual del científico, "apela a nuestra capacidad para el deleite, para la admiración; a nuestra intuición del misterio que rodea la vida; a nuestro sentido de piedad, belleza y dolor; a la latente sensación de hermandad con todo lo creado y la sutil -pero invencible- fe en la solidaridad que una la soledad de innumerables corazones [...], que enlaza estrechamente a toda la humanidad: los muertos con los vivos y los vivos con los no nacidos". Y era consciente de que, para poder alcanzar esta fuerza conmovedora de la palabra poética, era necesario que "la luz mágica de la sugestión pudiera brillar un instante sobre la superficie vulgar de las palabras: de esas viejas, muy viejas palabras, desgastadas a fuerza de usarse, desfiguradas por siglos de descuidada manipulación".

En efecto, sus novelas y relatos -especialmente, los de su primera etapa- cautivaron a la crítica y los lectores no sólo por el exotismo de las peripecias aventureras, sino también por su excelente ritmo narrativo y por la inusitada belleza de su lenguaje. En este sentido, la producción literaria de Conrad rinde tributo al estilo y la intención de dos geniales predecesores: el anglo-norteamericano Henry James (1843-1916) y el francés Gustave Flaubert (1821-1880), ambos obsesionados por reproducir en sus páginas la crisis espiritual de la sociedad de sus respectivas épocas, con especial interés en la compleja y atribulada dimensión psíquica de sus personajes, y exquisito cuidado en la elaboración de un discurso literario capaz de reflejar ese tormento interior del ser humano. Siguiendo su estela, Conrad -que había leído a conciencia a ambos maestros- creó un universo ficticio habitado por seres heroicos que, en su radical individualismo -anclado en el profundo abismo de soledad que les rodea-, se enfrentan esforzadamente contra los más inesperados vaivenes de la fortuna, con una resistencia estoica y tenaz que, a la postre, les permite conquistar una identidad propia que se había disuelto en su condición de seres marginales, solitarios y desarraigados. Y aunque el ambiente más adecuado para reflejar esta lucha agónica entre el hombre y el medio hostil que le rodea es -como cabe esperar de la propia peripecia vital del escritor- el vasto océano, Conrad logró situarse a un relativo distanciamiento de la historia narrada, para crear unas atmósferas de vaga ambigüedad en las que triunfa la objetividad del narrador y desaparece cualquier riesgo de caer en el patetismo derivado de la memoria autobiográfica.

Ello no impide que el narrador sea, frecuentemente, un viejo marinero retirado -y, a la vez, trasunto o alter ego del propio Conrad- que relata los hechos desde ese buscado distanciamiento, aunque con amplios conocimientos para referir todos los pormenores de la aventura marina y, a la vez, sobrada experiencia para presentar objetivamente la constante lucha entre el bien y el mal que sostienen esos personajes agónicos en su búsqueda desesperada de ideales supremos.

Primera etapa (1895-1906)

La producción literaria de Joseph Conrad, desarrollada a lo largo de tres etapas bien diferenciadas entre sí, consta de trece novelas, veintiocho narraciones breves y dos volúmenes de memorias. En su primera etapa -sin duda alguna, la de mayor brillantez-, resulta obligado destacar los títulos siguientes: Almayer's Folly (La locura de Almayer, 1895), An Outcast of the Islands (Un vagabundo de las islas, 1896), The Nigger of the "Narcissus" (El negro del "Narcissus", 1897) -un bello e inquietante acercamiento a la lacra de la discriminación racial, centrada en la figura de un enigmático marinero negro y en la aventura de una nave azotada por una tormenta en el Cabo de Buena Esperanza-, Tales of Unrest (Cuentos de inquietud, 1898), Lord Jim (1900) -sobre los remordimientos de un veterano marinero que no logra olvidar su cobardía durante un naufragio que vivió en su juventud-, Heart of Darkness (El corazón de la tinieblas, 1902), Youth (Juventud, 1902), Typhoon (Tifón, 1903), Nostromo (1904) y The Mirror of the Sea (El espejo del mar, 1906). Además, publicó durante esta primer fase de su trayectoria literaria dos libros escritos en colaboración con Hueffer: el ya mencionado The Inheritors (Los herederos, 1901) y Romance (1903).

El negro del "Narcissus" (1897)

A bordo del "Narcissus" reina una tensa atmósfera provocada por un marinero negro que, tras haber caído gravemente enfermo durante la travesía, hace pesar sobre toda la tripulación la responsabilidad de su delicada situación. Todos los marineros le odian secretamente por servirse de su enfermedad como instrumento para el chantaje moral; sin embargo, nadie le niega su auxilio y protección, aún a riesgo de la propia vida. La tensión dominante -ambiguamente repartida entre la compasión hacia el enfermo y el temor que causan sus amenazas- sólo se disipará tras el fallecimiento del marinero negro, cuyos chantajes ha llegado incluso a empujar a sus compañeros hasta el amotinamiento.

Lord JIm (1900)

Ante el peligro de hundimiento que amenaza al Patna, que ha colisionado con los restos de un naufragio, el joven Jim abandona la nave en compañía del capitán de la misma. Esta actitud deshonrosa es duramente reprobada en el transcurso de la investigación encargada de aclarar los hechos, al término de la cual Jim intenta rehacer su vida sin lograr desprenderse de la mala conciencia que le recuerda constantemente su comportamiento cobarde. Después de numerosas peripecias en las que busca esa paz interior que el remordimiento le impide alcanzar, el protagonista arriba a Patusan, una isla del archipiélago malayo en la que es generosamente acogido por los indígenas. Allí, a la postre, tendrá ocasión de expiar esa culpa que le sigue atormentando: traicionado por un bandido blanco que, sirviéndose de su confianza, saquea la isla, se ofrece como chivo expiatorio y muere asesinado bajo el furor vengativo de los naturales del lugar.

El corazón de las tinieblas (1902)

Una compañía comercial dedicada al transporte de marfil encarga a Marlowe que ocupe el puesto de un capitán de navegación fluvial que ha muerto asesinado por los indígenas en el centro de África. Marlowe se desplaza hasta el lugar de los hechos en un carguero francés, y al arribar a la zona donde debe realizar su trabajo descubre, con horror, las penosas condiciones en que vive la población indígena, reducida a la esclavitud por parte de los explotadores del marfil y condenada a perecer por hambre y agotamiento. Al poco tiempo de su llegada, comienza a tener vagas noticias de un misterioso Mr. Kurtz, de cuyo paradero nadie sabe nada desde hace mucho tiempo, pero al que se recuerda como un gran personaje y un esforzado y meritorio trabajador, capaz de enviar por su cuenta más marfil que el reunido por todas las estaciones de la explotación. Tras embarcarse en una larga travesía fluvial por un afluente del río principal, Marlowe descubre por fin a Mr. Kurtz, a quienes los indígenas de las remotas tierras vírgenes en las que se halla rinden culto como si de una deidad se tratara. Pero este tributo divino no ha mejorado sus condiciones de vida; antes bien, Kurtz es ahora un hombre enajenado, consumido por las enfermedades, desesperado en su soledad y horrorizado por los crueles ritos y sacrificios que, en su honor, celebran los indígenas que le han "divinizado". Marlowe, impresionado por el lamentable estado de Kurtz, le convence para que se marche con él en su barcaza fluvial; pero durante la travesía de regreso Kurtz pierde la vida, después de haber pronunciado un alucinado discurso en el que trataba de ocultar, con bellas palabras, las tinieblas que anidaban en su corazón.

Nostromo (1904)

Fidanza, un italiano famoso por su valentía entre los estibadores del puerto de Costaguana, es conocido como Nostromo en dicho lugar, ubicado en una imaginaria república sudamericana que vive amenazada por una constante agitación revolucionaria. Las últimas maniobras de los revolucionarios apuntan a conseguir la valiosa plata de una mina, empeño que consigue frustrar Nostromo llevándose el preciado metal a una isla cercana. Pero a su regreso la rebelión ha sido sofocada, y, en medio de la calma aparente, nadie parece valorar su arriesgada hazaña, por lo que Nostromo, herido en su orgullo, difunde la noticia de que la plata se ha hundido en el fondo del mar. Al mismo tiempo, su azarosa vida sentimental tampoco recibe los favores de la fortuna: enamorado de Gisella, se ve en cambio unido a su hermana Linda en cumplimiento de una promesa que hizo a la madre de ambas cuando ésta se hallaba en su lecho de muerte. Los celos atormentan a Linda, sabedora de que Nostromo está enamorado de su hermana; de ahí que, tras averiguar que ha sido traicionada, convenza a su padre para que dé muerte a Nostromo, quien, abandonado por todos, decide morir sin revelar a nadie el lugar donde ha ocultado el tesoro.

Segunda etapa (1907-1911)

Sorprendentemente, Conrad viró hacia la novela de contenidos políticos en plena madurez de su carrera literaria, cuando ya se había consagrado como un auténtico especialista en el género de aventuras, al que enriqueció con su lúcido y objetivo tratamiento de los temores y las angustias que anidan en el interior del ser humano. Su propósito de denunciar el despotismo de la Rusia zarista (y, al mismo tiempo, de rechazar el espíritu revolucionario, pues en su opinión los dogmas revolucionarios asfixian la libertad individual del hombre) quedó bien patente en sus dos mejores obras de esta segunda fase de su producción: The Secret Agent (El agente secreto, 1907) -inspirada en la lucha clandestina del anarquismo europeo- y Under Western Eyes (Bajo la mirada de Occidente, 1911) -en la que ofreció a sus lectores un nuevo análisis de la convivencia entre los seres humanos, sujeto ahora a los condicionamientos de una moral propia que Conrad aspiraba a ver convertida en universal-.

A este período pertenecen también otros títulos menores como A Set of Six (1908), The English Review (1909) -fruto de una nueva colaboración con Hueffer-, la novela breve The Secret Sharer (1910), el libro de memorias Some Reminiscences (Algunos recuerdos) -más tarde reeditado bajo el título de A Personal Record-, y Twixt Land and Sea (1912).

El agente secreto (1907)

Verloc, un espía infiltrado en el movimiento anarquista clandestino que opera en Londres, recibe el encargo de cometer un atentado terrorista que provoque la ira de la opinión pública contra el anarquismo y justifique una violenta reacción policial contra sus militantes y simpatizantes. El agente secreto reside en el londinense barrio del Soho, en compañía de Winnie, su esposa, y Stevie, un hermano pequeño de ésta al que la mujer protege desde su infancia, a pesar de que se comporta siempre como un auténtico irresponsable. A la hora de cometer su innoble acción terrorista -planificada contra el simbólico Observatorio de Greenwich-, Verloc se hace acompañar por Stevie, quien de camino al lugar de los hechos tropieza con el artefacto explosivo en sus manos y, de resultas del violento estallido, queda totalmente destrozado. Personada en el lugar de los hechos, la policía halla una única pista para iniciar su investigación: un trozo de tela de la indumentaria de Stevie, en el que figura una dirección en el Soho. Cuando llegan con esta prueba a su casa, Winnie identifica, horrorizada, la ropa de su hermano, aunque no revela ningún detalle del plan trazado por Verloc. En el fondo, está convencida de que éste ha provocado intencionadamente la muerte de Stevie, por lo que lo apuñala mientras duerme. Presa, entonces, del pánico, decide huir de Inglaterra antes de que se descubra su acción asesina, y parte rumbo a Europa en compañía de Ossipon, un viejo camarada de Verloc que tiempo atrás había estado enamorado de Winnie, y que ahora ha aceptado acompañarla porque está convencido de que fue Verloc quien murió en la explosión. Pero al descubrir la verdad se niega a seguir a su lado, por lo que Winnie, abandonada y desesperada, se suicida arrojándose por la borda del buque en el que estaba atravesando el Canal de la Mancha.

Tercera etapa (1912-1924)

El exotismo geográfico y la aventura marítima reaparecieron en las obras de su tercera y última etapa, en la que se hizo patente el perfeccionamiento de su exquisito estilo literario -que, pese a ello, no logró remontarse a las altas cimas de intensidad poética alcanzadas por sus primeras narraciones-, Se abrió este postrer período de su producción con la espléndida novela Chance (Azar, 1912), a la que luego siguieron otras obras de ficción de notable interés, como la recopilación de relatos Whitin the Tides (1915), Victory (Victoria, 1915) -narración extensa ambientada en los mares del Sur-, The Shadow Line (La línea de la sombra, 1917) -novela en la que recreó sus experiencias como capitán del Otego-, The Arrow of Gold (La flecha de oro, 1919) y The Rescue (La liberación, 1920).

A ésta última etapa pertenece también su adaptación al teatro de la novela The Secret Agent (1907), estrenada en 1922, así como una serie de obras publicadas póstumamente, como la novela inconclusa Suspense (1925), la colección de reflexiones Last Essays (Últimos ensayos, 1925) y la recopilación de relatos Tales of Hearsay (1926). Más de medio siglo después de su desaparición, han salido a la luz otros textos escritos por Conrad, entre los que cabe destacar su epistolario (Collected letters, 1986), sus anotaciones personales durante su estancia en África (Congo Diary, 1995), y su narración inédita Freya, la de las siete islas (1999).

Bibliografía

  • CAMPO GÓMEZ, Jesús del. Tesoros, selvas y naufragios: de Stevenson y Conrad a Theroux Goetzee (Oviedo: Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, 1996).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.