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HistoriaPolíticaBiografía

Alí Ibn Abu Talib (600-661).

Cuarto califa ortodoxo del Islam (656-661), primo hermano y yerno de Mahoma, con cuya hija Fátima se casó, unión de la que nacieron al-Hassan y al-Hussayn. Nacido en torno al año 600, en La Meca (Arabia Saudí), y murió en enero del año 661, en Kufa (Irak), asesinado por un miembro de la secta jariyí cuando salía de rezar de la mezquita. Tras la esposa del Profeta, Hadiya, Alí fue la segunda persona que se convirtió al Islam, combatiendo con honor en los primeros y duros momentos de la propagación de la nueva fe. En torno a su figura y aspiraciones políticas se creó el partido de la sia, cuyos seguidores son conocidos en la actualidad como siíes o chiítas, una de las dos ramas junto con la de los sunnitas (literalmente los ortodoxos) en las que se ha dividido el islamismo hasta nuestros días. Los siíes han considerado siempre a Alí y a sus descendientes directos, tanto por parte de Fátima como de otras mujeres con las que se casó, como los únicos sucesores legítimos del Profeta en la dirección de la umma (comunidad de creyentes musulmanes).

Vida y obra.

Hijo de Abu Talib, tío de Mahoma, Alí pertenecía al noble clan de los hachemíes de La Meca, integrado en la tribu de los qurays, el mismo al que pertenecía Mahoma, de quien llegó a convertirse en su más fiel colaborador y aliado en la lucha contra los infieles. Mahoma le encargó la destrucción de los ídolos mecanos, al mismo tiempo que participó en todas las expediciones militares decretadas por éste, en las que cobró una merecida fama por su valentía, arrojo y pietismo exagerado con la nueva fe. En el año 623, Alí contrajo matrimonio con Fátima, enlace que le convirtió en el posible sucesor del Profeta, aunque éste nunca tuviera en cuenta ni se refiriese en toda su vida al problema sucesorio. Tras la muerte de Mahoma, el 8 de junio del año 632, sus principales compañeros se pusieron de acuerdo para designar a Abu Baker como califa del Islam, decisión que Alí no reconoció hasta seis meses después, pasando a ocupar entonces el puesto de consejero personal acorde con su rango, ocupación que repitió con el siguiente califa, Omar (634-644), pero siempre sin ostentar cargo militar o político de importancia debido a sus nada disimuladas ansias por hacerse con el califato. En este contexto, Alí comenzó a aglutinar en torno a su persona a un numeroso grupo de partidarios que se dedicaron a divulgar la noticia de que el Profeta, en su lecho de muerte, había expresado el deseo de que su yerno le sucediera en el liderazgo de la umma, pretensión a todas luces difícil de admitir, ya que Alí apenas contaba con 32 años de edad cuando Mahoma murió y lo delicado de la situación requería a una persona con gran talento político, de mayor edad y experiencia, cualidades que Alí ciertamente no poseía sin por ello menoscabar su valía como guerrero y ardoroso defensor de la nueva fe.

Con el advenimiento del califato de Otmán (644-656), surgieron graves diferencias entre éste y Alí que desembocaron en la primera y más importante fitna (separación, división traumática en sentido islámico) dentro del seno del Islam. La elección de Otmán como califa, aunque no era un hombre sobresaliente de la talla de Omar o Abu Baker, era en cierto modo un hecho lógico tal y como se había venido desarrollando y creciendo el Islam. Otmán pertenecía a la aristocracia más poderosa de los qurays, potencia económica y social dominante en La Meca desde hacía siglos, a la que el Profeta nunca quiso destruir, sino todo lo contrario, atraerla para la causa islámica y así fortalecer todavía más la unión del Islam. en suma, la designación de Otmán venía a testimoniar esa deseada y mutua reintegración entre hermanos de sangre.

Reafirmándose en una postura legitimista y reivindicativa, Alí prosiguió demandando el califato, para lo cual inició una feroz campaña propagandística con el objeto de desacreditar a Otmán, al que acusaba de falsificar la doctrina islámica con sustituciones y supresiones realizadas en la primera edición oficial del Corán escrito que el califa mandó copiar a una comisión de eruditos, hasta la fecha transmitido a trozos y a merced de la memoria oral colectiva de los creyentes. Alí también aprovechó la delicada coyuntura política y social que atravesaba el Islam durante el califato de Otmán, víctima de su propia evolución y expansión territorial, para socavar su poder y ponerse al frente de una poderosa coalición. La evolución de las costumbres árabes como resultado del enriquecimiento proporcionado por las conquistas, el reparto de los ingresos procedentes de los impuestos entre las provincias que se iban anexionando y el Gobierno central de La Meca, y, por último, el difícil control de la gestión de los jefes provinciales semiautónomos sobre los territorios ocupados obligaron a Otmán a hacer profundos cambios administrativos que derivaron en el cese de ilustres musulmanes, compañeros de armas desde el principio del Islam, por familiares del califa, mucho mejor controlados y cuya fidelidad y riqueza quedaban ligadas con el califa y su poder o estabilidad. Semejante práctica de nepotismo por parte de Otmán fue flagrante con el nombramiento de un sobrino suyo, Muawiya, al que nombró gobernador de la rica provincia de Siria con capital en Damasco. Con estas prácticas, Otmán ayudó sin querer a Alí a formar un partido opositor potente integrado por personalidades tan influyentes como Aixa, la esposa favorita del Profeta, los notables qurays Talha y Zubayr y el defenestrado gobernador de Egipto Amr.

La crisis califal estalló en todo su esplendor a principios del año 656, cuando Otmán fue brutalmente asesinado mientras rezaba en la mezquita de La Meca. Sin que fuera posible dictaminar la parte de culpa de Alí en el asesinato, lo cierto es que éste no lo desaprobó conservando además en torno suyo a algunos de sus autores aun a costa de aparecer ante la opinión pública como cómplice. Tras el asesinato de Otmán y la huida de todos los familiares directos de Muawiya a Siria ante el temor de posibles represalias, Alí por fin fue declarado califa del Islam. Pero, impuesto por un partido a diferencia de sus predecesores, su designación, como era lógico pensar, no fue reconocida por toda la umma. Las circunstancias poco claras del asesinato de Otmán se volvieron en su contra y hicieron florecer a la superficie el descontento de sus antiguos aliados. Los notables qurays Talha y Zubayr, apoyados por Aixa, que detestaba profundamente a Alí, arrastraron a grandes poblaciones en contra de Alí. Por otra parte, todos aquellos que, según la tradición árabe, reclamaban venganza por la sangre derramada del califa asesinado, se agruparon alrededor del gobernador de Siria, Muawiya, quien poseía la ventaja de disponer de enormes recursos materiales de su rica provincia para sufragar la oposición armada contra Alí y de ser un hombre con una gran talla política, en múltiples ocasiones bastante pragmático.

La primera revuelta fue aplastada por Alí fácilmente en la batalla del Camello, llevada a cabo el 9 de diciembre del año 656, desarrollada en las proximidades de Basora (Irak), llamada así porque se llevó a cabo alrededor del camello que montaba Aixa. Después de esta batalla, Alí aseguró su dominio sobre el Irak, trasladando la capital del Islam a Kufa, donde contaba con más adeptos que en La Meca, ciudad que acabó por convertirse durante generaciones en el centro de propaganda de los alidas.

La segunda revuelta, mucho más grave que la anterior, partió de Siria, donde Muawiya siguió sin reconocer el califato de Alí mientras éste no le entregara a los asesinos de Otmán, pretexto que en el fondo de la cuestión lo único que entrañaba era un enfrentamiento entre dos concepciones divergentes e irreconciliables en cuestiones tan espinosas como el de aplicar una política a seguir para toda la comunidad islámica, que no paraba de crecer al mismo tiempo que los éxitos militares expansionistas, y el papel que debían desempeñar los diversos territorios que conformaban el Islam.

Al convencerse Alí de que la postura de Muawiya era irreductible y más asentada cada día que pasaba, decidió atacarlo de frente en la batalla de Siffin, en el verano del año 657, ciudad ubicada en el curso medio del Éufrates, entre Siria y Mesopotamia. En medio del fragor de la batalla, con un resultado indeciso por ambas partes, los ejércitos de Muawiya, en un gesto piadoso que se hizo célebre, izaron hojas del Corán en la punta de sus lanzas, gesto con el que pretendían significar el escándalo de una lucha fratricida y la necesidad imperiosa de someterla al juicio de Alá, es decir, confiar la decisión a unos árbitros de la ley islámica. Ante tan inaudito hecho, Alí fue forzado por sus lugartenientes a entablar una disputa en la que se estudiaría el comportamiento de Otmán y se juzgaría si su asesinato podía ser admitido y, en consecuencia, también si la postura rebelde de Muawiya tenía validez o no. Esta circunstancia provocó la inmediata protesta de un grupo de partidarios de Alí alegando que era un sacrilegio poner en manos de los hombres un juicio que sólo le correspondía a Alá y que era necesario, conforme a un versículo del Corán, continuar combatiendo a los rebeldes. Mientras se esperaba la solución del litigio, estos partidarios de Alí, llevados por la pura lógica de sus razonamientos, se aislaron de los dos partidos para crear un tercer grupo, al que se le dio el nombre de jariyíes (literalmente "los que se salen de algo o algún sitio"), formación que con el paso del tiempo se constituyó en la primera secta como tal surgida en el Islam, con poco éxito pero siempre perturbadora en su lucha y protesta contra los sunnitas y siíes.

El arbitraje, celebrado en la ciudad de Adruh, absolvió por completo a Otmán de todos los cargos que los siíes le amputaban, por lo que Alí se encontró automáticamente deslegitimado como califa, ocasión que aprovechó Muawiya para ser proclamado el califa verdadero en Damasco. Alí, antes de combatir a Muawiya, decidió retirarse a Kufa, donde organizó un poderoso ejército con el que masacró sin piedad a los jariyíes refugiados en Nahrawan, acción que resultó a la larga del todo punto infructuosa para sus planes, ya que no logró acabar con la oposición jariyí, a la par que contribuyó a su descrédito ante la umma y al ascenso definitivo de su mortal enemigo Muawiya, quien no dejaba de ganar terreno y adeptos en Egipto y en el Hiyaz, zonas hasta entonces de claro predominio alida. Finalmente, con todos los apoyos perdidos, Alí fue asesinado en enero del año 661 paradójicamente en circunstancias muy parecidas a las de Otmán, cuando salía de orar de la mezquita de Kufa, víctima del rencor acumulado por un partidario jariyí. Su muerte aseguró el triunfo de la familia omeya, de la que era jefe Muawiya.

Con la muerte de Alí no desapreció, ni mucho menos, el movimiento siíta. Su hijo mayor al-Hassan le sucedió durante seis meses, para acabar desapareciendo voluntariamente de la escena política al aceptar su inferioridad ante Muawiya, después de recibir una importante cantidad de dinero y tierras con los que pudo vivir holgadamente el resto de sus días. Al-Hussayn, el segundo hijo de Alí, trató de organizar un ejército en Kufa con el que poder recuperar el califato que correspondía a su familia según la tradición alida. Pero, al no poseer las mínimas cualidades para ostentar la jefatura y mucho menos de líder espiritual, confiando tan sólo en la justicia legítima de su causa, se dejó sorprender con un pequeño destacamento en Kerbala, donde fue masacrado junto con todos sus compañeros de aventura por los ejércitos omeyas. Aun siendo tan poco importante, militarmente hablando, el drama de Kerbala, donde un nieto del Profeta había hallado el martirio combatiendo a los usurpadores, conmovió profundamente la sensibilidad de mucha gente, simpatizantes o no de la causa alida, confiriendo al movimiento de la sía una aureola de sufrimiento que había faltado hasta entonces al Islam. Con el tiempo, y en tanto que lugar de martirio de al-Hussayn, Kerbala se convirtió en la principal ciudad santa de los siíes, incluso por delante de al-Nayaf (Irak), donde se encontró la tumba de Alí, convertida hoy en día en el centro neurálgico de un enorme cementerio sií.

Significación de la figura de Alí y el siismo en el Islam.

Figura emblemática y gigantesca por sus proporciones durante los primeros momentos de la gestación y posterior triunfo del Islam, Alí es respetado por todo el conjunto de musulmanes por una u otra razón. Los sunníes, detentadores de la ortodoxia, veneran a Alí por su papel incuestionable como guerrero de la fe, como modelo de piedad y de erudición en materia religiosa, transmisor de un buen número de hadices (tradiciones) sobre los hechos y dichos del Profeta en vida, papel al que, sin duda alguna, contribuyó de una manera decisiva el grado de parentesco tan próximo que había entre ambos. En relación con el sufismo y sus adeptos, movimiento religioso dentro del Islam encaminado a acceder a la presencia y conocimiento directo de Alá y cuyos miembros se comportaban como ascetas y místicos (siguiendo el ejemplo de sus homólogos cristianos), Alí fue venerado como productor de una rica fuente doctrinal de naturaleza esotérica; sus dichos y sermones, recogidos en la obra El sendero de la elocuencia (Nahy al-Balaga), sirvieron durante mucho tiempo de modelo a seguir para el buen uso de la lengua árabe. Pero, donde su figura adquirió y sigue adquiriendo las proporciones exactas de un mito es, sin duda alguna, en el mundo sií, ya que está considerado como el primer mahdí (literalmente el "guiado por Alá"), un imán, es decir, un intermediario entre Alá y el hombre, el único que ostenta, junto con sus descendientes directos, la legitimidad sucesoria del Profeta al frente del Islam y de la umma. Un imán impecable e infalible, y aquí radica la principal diferencia con los sunníes que conciben al califa como un soberano temporal encargado de proteger la religión y de hacer cumplir y aceptar las disposiciones de la ley. La figura de Alí es inmensamente popular en el Islam por su doble cualidad de santo y guerrero, y también por su infausto destino. Fue capaz de crear alrededor de su persona un movimiento de una tremenda importancia política, religiosa e histórica, que con el transcurrir del tiempo desembocó en diferentes ramas o sectas: los zaydíes (muy próximos al sunnismo), los duodecimanos (la secta principal) y los septimanos o ismailíes, estos últimos subdivididos en drusos, nizaríes, nusayríes y un largo etc, todos ellos con su particular idiosincrasia o elemento definidor. Por último, fue también por Alí y sus descendientes por los que los jerifes reivindicaron su posición eminente e ilustre como descendientes del Profeta, a pesar de que el Corán predicaba la igualdad de todos los musulmanes, a la hora de poder ostentar cargos de estado o hacerse con tronos a los largo de toda la historia del Islam, tal como sucede por ejemplo con la actual dinastía alauita que reina en Marruecos desde el año 1668.

Bibliografía.

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  • SHABAN, M. A: Historia del Islam (750-1055). (Madrid: Ed. Guadarrama. 1976-78).

Carlos Herráiz García.

Autor

  • Carlos Herraiz García