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FilosofíaReligiónBiografía

Agustín de Hipona, San (354-430).

San Agustín.

Llamado por algunos el último sabio antiguo y el primer hombre moderno, San Agustín tuvo la genialidad de señalar una nueva dimensión del hombre: la intimidad, donde descubre a Dios. Dos notas caracterizan su existencia: su autenticidad en el obrar -consecuente con sus convicciones en cada momento de su vida-, y su apasionado amor a la verdad.

Vida y obras.

Teólogo y filósofo, padre de la Iglesia latina; santo. Nacido en Tagaste (hoy Souk-Ahras, en Argelia) de padre pagano (Patricio) y de madre cristiana (Mónica). Realizó sus estudios en Tagaste y Cartago, en ambiente dominado por la cultura clásica y donde la lengua latina era patrimonio común de los sectores cultos. Enseñó retórica en Tagaste y Cartago, para pasar más tarde a Roma y a Milán, donde también enseñó retórica. Durante su estancia en Milán (384-387), Agustín maduró su conversión al cristianismo que abrazaría después de haber buscado la verdad en el maniqueísmo. El encuentro con San Ambrosio de Milán le abrió las puertas a la interpretación alegórica de las Escrituras y le orientó hacia la filosofía neoplatónica.

Tras el abandono de la mujer con la que vivía desde hacía catorce años (de la que había tenido un hijo, Adeodato), y la decisión de abandonar la cátedra de profesor de retórica (386), recibió el bautismo probablemente en el año 387. A partir de este acontecimiento, intensificó su labor intelectual. Regresado a su tierra, fue ordenado sacerdote el año 391 y nombrado obispo de Hipona (hoy Annaba, en Argelia). Desde su cátedra prosiguió, junto con su actividad pastoral, su actividad literaria y apologética contra los donatistas, maniqueos y pelagianos. Murió durante el asedio de Hipona por parte de los vándalos, estando él ya muy enfermo.

Entre sus obras más importantes hay que mencionar: las Confesiones (13 libros autobiográficos en los que San Agustín desgrana momentos de su intimidad espiritual); De Trinitate; De civitate Dei (23 libros, su obra cumbre, centrada en la filosofía de la historia). Escribió también tres diálogos: De beata vita (sobre la virtud y la felicidad), Contra Academicos, De ordine. Además: Soliloquia (sobre el conocimiento y la inmortalidad); De inmortalitate animae, De libero arbitrio (sobre la libertad y el mal), De vera religione (sobre la fe y la creencia), Retractationes (sobre los peligros de la filosofía pagana). Su producción se conserva en casi su totalidad.

Aspectos doctrinales.

El conocimiento y la verdad.

Lo que realmente le preocupa a Agustín es alcanzar la sabiduría, la verdad. Si le retienen cuestiones epistemológicas es solamente como preparación a la metafísica y a la teología. Ya en la etapa de su adhesión al maniqueísmo, se cuestiona por la verdad, y al no encontrarla en la doctrina de Mani, se pregunta, desde el escepticismo, si existen verdades auténticamente fiables, absolutas, de las que no se pueda dudar. Ante estas interrogantes, Agustín constata la evidencia de algunas verdades: "¿Duda alguien de que vive, de que quiere, de que piensa? Pues si duda, vive". Basándose en la existencia de verdades en nuestra mente, Agustín presupone un concepto de verdad: la verdad ha de ser eterna y necesaria. Reflexionando sobre sí mismo, el hombre puede estar seguro al menos de tres cosas: de que existe, vive y entiende. Descartada la posibilidad del origen humano de tales ideas, llega a la conclusión de que sólo un ser superior puede depositar en nosotros esas ideas eternas e inmutables: ese ser es Dios. De esta forma queda manifiesta en Agustín la preeminencia del alma en el proceso del conocimiento. Agustín postula, en definitiva, el camino de la interiorización ("No vayas fuera de ti, en el interior del hombre habita la verdad") para alcanzar el verdadero conocimiento en progresión gradual, pues el espíritu es fuente de verdad. En esto consiste la teoría agustiniana de la iluminación; no se trata de la emanación neoplatónica, (porque el alma al contemplar las ideas en sí misma no contempla la esencia de Dios), sino que se trata de una iluminación natural. Con la teoría de la iluminación, Agustín suplanta la reminiscencia platónica.

Dios y la creación.

La intención primordial de Agustín no es demostrar la existencia de Dios, sino más bien comunicar la religación de la creación, del alma humana en primer lugar, a Dios. Más que conocer, Agustín busca e invita a hallar a Dios. No obstante, a lo largo de sus obras apela a varias pruebas de la existencia de Dios: el alma, en su interioridad, descubre su limitación, su mutabilidad, de donde aprehende la necesidad de un Ser como necesidad fundamentadora. Que Dios existe lo demuestra también el orden y contingencia de lo creado, la existencia en nuestras mentes de ideas necesarias y universales, y la creencia universal entre todas las gentes, cuando no media la depravación. En cuanto a la esencia de Dios, Él es inmutable, nada adquiere y nada pierde. Lo que digamos de Él siempre será insuficiente y raquítico.

En contra del emanantismo neoplatónico, Agustín afirma que el mundo ha sido creado no por necesidad, sino libremente y de la nada. Todo fue creado de una sola vez, por tanto todos los cuerpos que existieron, que existen y que existirán, se hallan en potencia desde el principio; su desarrollo posterior, en el tiempo, se debe a los principios activos (razones seminales), que Agustín toma de los estoicos y que son el motor de la evolución, siempre que se den las condiciones apropiadas, puestas al servicio de los planes de Dios. Por otra parte, el mundo no ha sido creado en el tiempo, sino con el tiempo. Es decir, son las realidades creadas las que dan sentido al tiempo. El tiempo sería simplemente conciencia del tiempo, pues no existe para aquellos seres (como los ángeles, por ejemplo) que carecen de materia y de extensión.

El alma.

El alma es inmaterial e inmortal. Hecha a imagen de Dios, es reflejo de la Trinidad en sus tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad. Agustín defiende la unidad del alma con el cuerpo, pero no admite que se trate de fusión. Tampoco el alma está en el cuerpo como cautiva o castigada, pues es ella, precisamente, quien rige, orienta y vivifica el sustrato corporal. Respecto al origen individual del alma, en algún momento defiende una especie de traducianismo (preocupado por el afán de salvaguardar la doctrina del pecado original), pero más parece inclinarse hacia el creacionismo (creación individual de cada una de las almas).

La moral y el bien.

La moralidad tiene su base en la ley eterna, a la que no escapa ningún ser creado. La Ley divina ampara a la ley natural, y la ley temporal, ha de supeditarse a la ley natural, como ésta lo está a ley divina. La ley divina sólo determina inexorablemente a la naturaleza física y a los seres irracionales, no así al hombre, dotado del libre albedrío. Por ser libre, sobre él recaen obligaciones de perfección. En este contexto de ley divina explica Agustín el problema del mal: las cosas de por sí son buenas, pero cuando se apartan del orden querido por Dios, se produce el mal. El mal hay que entenderlo como privación, como relajación del ser. Si Dios tolera el mal, es para que el hombre pueda ejercer su libertad. El hombre alcanza su plenitud, su felicidad solamente en su encuentro con Dios: "Feciste nos ad Te, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te".

La historia y su sentido.

El sentido de la historia nos lo presenta Agustín en La ciudad de Dios, que llegó a ser su obra más conocida. Se trata de un escrito motivado por razones apologéticas, pues los romanos achacaban el resquebrajamiento de su imperio a los cristianos. No los cristianos, responderá Agustín, sino los vicios, la relajación y el desgobierno han llevado al Imperio a la decadencia. Agustín desarrolla en esta obra una teología de la historia: dos ciudades, generadas respectivamente por el amor del hombre hacia Dios (la civitas dei), y por el amor del hombre a sí mismo (civitas terrena), se disputan el dominio de la tierra, y ambas aspiran a la paz. La ciudad terrena aspira a la paz que coincide con el bienestar temporal, mientras que la ciudad celestial aspira a la paz eterna que se obtiene después de la muerte, gracias a la plena posesión de Dios en la visión beatífica.

En el desarrollo de la historia, los contornos de las dos ciudades no son perfectamente netos: la Iglesia no coincide con la ciudad de Dios, ya que en el interior de ella conviven buenos y malos, del mismo modo en que la ciudad terrena no se identifica con ninguna entidad política determinada. Agustín reconoce el carácter natural de la sociedad civil y del Estado. La Iglesia, por su parte, ha de servir de mentora de la sociedad y del Estado, para vigilar y encaminar a los hombres a su salvación. La autoridad civil, si se halla impregnada del espíritu cristiano, puede facilitar y promover la ciudad eterna postulada por la voluntad divina. La influencia de Agustín, determinante en los campos de la dogmática, la política y la pedagogía, se extiende a lo largo de toda la filosofía y teología de la Edad Media, a la reforma luterana, al jansenismo y al espiritualismo contemporáneo.

Aspectos musicales.

En los primeros tiempos de la Iglesia cristiana, eminentes teóricos ofrecían reparos al cultivo de la música. En cambio, concedieron a la música un valor espiritual de suma importancia otros padres tan eminentes como San Basilio, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo y San Agustín. El amor a la música de éste tenía una firme base, ya que fue formado en la teoría musical de la Grecia antigua y, conocedor de la estética dominante de aquel tiempo, la transmitió en sus enseñanzas como retórico. Cuando se adentró en los estudios filosóficos, concibió una vastísima producción dedicada a la enseñanza de la artes liberales que no llegó a concluir, pero de la que subsisten algunos capítulos y fragmentos. Una sección de tan extenso trabajo se titula De Música, cuya primera parte, la única que terminó, trata del ritmo en seis libros. La segunda parte debía tratar sobre la melodía. En estos textos se observa que San Agustín era un escritor inclinado al nuevo platonismo y no aparece aún como autor cristiano. Este aspecto sí resalta en dos obras que le valieron el título de doctor de la Iglesia: Comentarios a los salmos y Confesiones.

San Agustín fue uno de los primeros teóricos musicales de la Antigüedad latina y su influencia fue notable hasta el siglo XVI. Se ha dicho que, entre los padres de la Iglesia, ninguno como San Agustín examinó con sentido más fino y sentimiento más profundo el valor estético-religioso de la música sagrada. Según escribió en Confesiones, lloró muchas veces al escuchar cantos e himnos religiosos, doliéndose haber cedido a la influencia terrenal que le habían hecho entusiasmarse con la música. Sin embargo, al manifestar explícitamente esta "debilidad", escribió: "apruebo la costumbre de cantar en el templo, ya que, mediante el placer del oído, las almas débiles se remontan a los sentimientos piadosos".

Bibliografía.

  • PATANI, L.: Il pensiero pedagogico di s. Agostino, Bolonia, 1967.

  • DE LUBAC, H.: Agostino e teologia moderna, Bolonia, 1968.

  • BOYER, C.: Essais anciens et nouveaux sur la doctrine de s. Augustin, París, 1972.

  • HONEGGER, M.: Diccionario de la Música, Madrid: Espasa Calpe, 1993.

  • MICHELS, U.: Atlas de la Música, Madrid: Alianza Editorial, 1992.

  • SOPEÑA IBÁÑEZ, F.: Historia de la Música, Madrid: Epesa, 1974.

  • Fichero Musical, Barcelona: Daimon.

Autor

  • Cipriano Camarero Gil