Scarron, Paul. (1610-1660).
Poeta, narrador y dramaturgo francés, nacido en París en 1610 y fallecido en su ciudad natal en 1660. Autor de una ingeniosa y satírica producción literaria en la que, haciendo gala de una singular capacidad para los géneros burlescos, arremetió contra las modas estéticas de su época (especialmente, contra el denominado «preciosismo» y el abuso de ciertas modalidades genéricas explotadas hasta la extenuación por sus contemporáneos), está considerado como una de las plumas más brillantes e incisivas de la literatura francesa del siglo XVII, así como uno de los grandes comediógrafos galos de un período en el que hubo de competir con otros geniales monstruos de la escena como Corneille (1606-1684) y Molière (1622-1673).
Vida
Nacido en el seno de una familia nobiliaria procedente de la comarca italiana del Piamonte y perteneciente a los estratos más bajos de la aristocracia, recibió en su niñez una esmerada formación cultural, tendente a orientar sus pasos por el sendero de la magistratura, en el que habían desarrollado sus actividades profesionales casi todos sus antepasados. Su infancia quedó marcada por la temprana muerte de su madre y el matrimonio en segundas nupcias de su progenitor, que le deparó una madrastra avara y muy poco interesada en su crianza y educación. Debido a ello, el joven Paul Scarron llevó en su adolescencia una vida desordenada y disoluta, en un París mundano y disipado donde enseguida tuvo ocasión de entablar algunas amistades que le descubrieron los secretos de los ambientes galantes y libertinos.
A los diecinueve años de edad, decidido a no seguir esa carrera de leyes a la que parecía destinado por tradición familiar, se determinó a abrazar la condición eclesiástica, por más que no poseyera ni rastro de la vocación necesaria para la vida religiosa. Sin dejar de frecuentar los círculos libertinos que conocía desde su desahogada juventud, apeló a su espléndido bagaje cultural y a sus innatas dotes intelectuales para progresar rápidamente en la carrera eclesiástica; y así, en 1629, recién iniciada su andadura «espiritual», ya ostentaba la dignidad de abad. Nunca se distinguió, ciertamente, por su piedad, ni por otras virtudes atribuibles a un ministro de la Iglesia; sin embargo, supo llevar una vida libre e independiente sin dar lugar al escándalo, lo que le permitió medrar en el escalafón eclesiástico, en el que vivió cómodamente durante buena parte de la década de los años treinta bajo el amparo de Charles de Lavardin de Beaumanoir, obispo de Mans. En efecto, hacia 1632 este alto dignatario de la Iglesia católica tomó a Scarron a su servicio y se lo llevó a la ciudad de Mans, en cuyo palacio episcopal el escritor parisino llevó una vida tranquila y regalada: allí alcanzó, en 1636, la dignidad de canónigo, con la que se aseguraba un futuro sin grandes tribulaciones económicas, y allí ejerció como secretario del susodicho prelado, lo que le permitió codearse con lo más granado de la sociedad local y ofrecer amplias muestras de su ingenio y su talento. Fruto de estas ventajosas relaciones sociales fue el despertar de su vocación literaria, alentada por quienes celebraban su inteligencia natural y, en particular, por el conde de Belin, un gran aficionado al Arte de Talía que empujó a Scarron hacia la escritura teatral.
Este interés por la literatura dramática empujó al joven secretario del obispo de Mans a tomar parte activa en una ruidosa controversia que pronto fue conocida en todos los salones literarios franceses como la «querelle du Cid» («polémica sobre El Cid«). Suscitada entre los partidarios y los detractores de la célebre tragedia de Corneille -puesta en escena por vez primera en el parisino Thêatre du Marais, el 4 de enero de 1637-, esta enconada disputa sobre la mayor o menor corrección de las novedosas técnicas teatrales propuestas por el dramaturgo de Ruán caló hondo en el joven y apasionado Scarron, quien pronto adquirió una gran notoriedad en los mentideros artísticos e intelectuales del París de la época por su vehemente defensa de otro dramaturgo de gran celebridad, Jean Mairet (1604-1686), publicada bajo el título de Apología. Tras la aparición de este escrito, Paul Scarron -junto a su admirado Mairet- se convirtió en uno de los más destacados detractores del teatro de Corneille, lo que, a pesar del favor popular de que gozaba el dramaturgo de Ruán, le otorgó también un cierto prestigio que pronto se encargó de consolidar con su propia producción literaria.
Entretanto, gravísimos problemas de salud afectaron directamente su vida social y laboral. En 1638, cuando aún no había alcanzado los veintiocho años de edad, padeció una virulenta tuberculosis ósea que, tras ponerle al borde de la muerte, le afectó a las transmisiones nerviosas de la médula espinal, de resultas de lo cual vino a quedarle de por vida una penosa parálisis que le inmovilizó ambas extremidades inferiores. Relegado, en fin, a una silla de inválido durante el resto de sus días, decidió abandonar la carrera eclesiástica y pidió ser trasladado a París, con la esperanza de sobrellevar su desgracia en su ciudad natal con las pocas fuentes de ingresos que le quedaban intactas: su poderoso ingenio, su vasta erudición y, en suma, su innata vocación literaria.
Afincado, pues, nuevamente en la Ciudad del Sena a partir de 1638, se vio amenazado por la pobreza hasta que consiguió recuperar el favor de las viejas amistades de su etapa libertina y establecer nuevas relaciones que habrían de servirle de gran ayuda, como la de Marie de Hautefort (1616-1691), servidora y amiga de la reina Ana de Austria (1602-1666) y -según los rumores que corrían por París- amante al mismo tiempo del esposo de ésta, Luis XIII (1601-1643). Por mediación de dicha favorita del monarca, en 1640 Paul Scarron fue llamado a la Corte por la propia Ana de Austria, quien le buscó acomodo y propició que se entregara de lleno a la creación literaria, al otorgarle una pensión en calidad de «enfermo de la reina».
Con la seguridad que le brindaba este amparo procedente de tan altas esferas, Paul Scarron vivió en la Corte sus mayores momentos de plenitud creativa, y durante toda la década de los años cuarenta fue uno de los autores literarios más leídos y celebrados en todo país. En 1652, ya consagrado como uno de los grandes escritores de su tiempo, contrajo nupcias -a pesar de que su grave parálisis le imposibilitaba para la vida conyugal- con la joven de diecisiete años Françoise d’Aubigné (1635-?), nieta del gran poeta, historiador y escritor satírico Théodore Agrippa d’Aubigné (1550-1630), y prácticamente abocada a recogerse en un convento si nadie la desposaba, pues era pobre y huérfana (había venido al mundo en el presidio de Niort, donde sus progenitores se hallaban recluidos por su airada defensa del protestantismo). Por liberarla de ese destino monacal que ella aborrecía, Paul Scarron se avino a casarse con Françoise d’Aubigné, con lo que dio pie a un feliz matrimonio de conveniencia en el que él otorgó siempre carta de libertad a su joven esposa para que gobernara a su antojo su vida privada, mientras que ella se ofrecía como solícita compañera en la vida social del escritor y llevaba la carga más pesada en la organización de tertulias y reuniones celebradas con asiduidad en la residencia de ambos, pronto erigida en el punto de encuentro más frecuentado por los artistas, escritores y pensadores libertinos de París.
Tras la muerte de Scarron, su viuda solicitó seguir cobrando la pensión que tan generosamente había otorgado la reina al escritor; poco después, merced a los influyentes contactos que había establecido durante su matrimonio, fue encargada de la educación de los hijos de Luis XIV (1638-1715) y Madame de Montespan (1641-1707), cargo que aprovechó para ganarse la confianza del propio soberano, del que llegó a ser amante e, incluso, esposa morganática (pues ambos se casaron secretamente en 1684 ó 1685). La poderosa viuda de Paul Scarron, que durante un buen período de tiempo tuvo totalmente sometido a sus caprichos al Rey Sol, obtuvo de éste el título de «Marquesa de Maintenon», y con el nombre de Madame de Maintenon ha pasado a la historia quien se introdujo en la Corte gracias a su enlace conyugal con el inválido escritor parisino.
Obra
En la pluma de Scarron, el género satírico-burlesco experimentó un auge insospechado en la Francia del siglo XVII. El escritor de París volvió los ojos hacia la tradición barroca de la Italia contemporánea para buscar allí una inspiración cómica que no encontraba en las Letras francesas, y quedó deslumbrado por el alcance burlesco de algunos poemas de Francesco Bracciolini (1566-1646); por la dimensión paródica de L’Eneida travestita (1633), de Giambattista Lalli; y por otras muestras de la literatura humorística italiana de la época, como el poema heroico-cómico El cubo robado, del escritor de Módena Alessandro Tassoni (1565-1635).
Poesía.
Cierto es que, en la Francia del primer tercio del siglo XVII, otros autores se habían adentrado ya en el cultivo de los géneros burlescos, como Guez de Balzac (1597-1654) y Antoine Girard de Saint-Amand (1594-1660); pero ninguno de ellos con la fuerza, la inspiración, la intensidad y el acierto de que hizo gala Paul Scarron cuando dio a la imprenta, en la década de los cuarenta, su célebre Recueil de quelques vers burlesques (Colección de algunos versos burlescos, 1643), obra que fascinó a los lectores parisinos tanto como su siguiente entrega poética, presentada bajo el título de Typhon ou La gigantomachie (Tifón o La gigantomaquia, 1644). Se trata de un magnífico poema cómico-heroico inspirado en esos modelos italianos citados en el parágrafo anterior, y pronto reputado entre la crítica literaria como la primera epopeya burlesca de las Letras francesas.
Trabajaba, entretanto, el escritor parisino en su particular versión de la Eneida en versos burlescos, según el ejemplo que le había brindado el ya mencionada Lalli con su Eneida travestita. Entre 1644 y 1648 inició y concluyó la redacción de su pronto famosísimo poema cómico Virgile travesti (Virgilio disfrazado), obra que fue pasando por la imprenta en un largo proceso de edición que se prolongó por espacio de otros cuatro años (1648-1652). Con estos textos poéticos de carácter burlesco y paródico, Paul Scarron no pretendía -como pronto apuntaron algunos estudiosos del hecho literario- capitanear la reacción contra los excesos del «preciosismo», ni muchos menos reivindicar la exploración literaria de los dominios de la vulgaridad o la grosería (a través de unos argumentos, unas situaciones y un léxico que, supuestamente, eran específicos de dicho ámbito); en su intención última había más bien un deseo de reivindicar la poesía como instrumento apto para la comunicación de mensajes graciosos o jocosos, es decir, como un medio de expresión -plagado, claro está, de tantas posibilidades estéticas como las que adornaban a la poesía «seria»- de una concepción alegre y distendida de la vida que se oponía a la severidad, austeridad y elevación de las tendencias artísticas e intelectuales dominantes en el siglo XVII.
Teatro
El interés de Paul Scarron por la literatura dramática le impulsó, al margen de esa intervención directa en la famosa «querelle du Cid«, a producir una obra teatral propia que quedó inaugurada a mediados de los años cuarenta, cuando, ya cómodamente establecido en la Corte, estrenó su comedia Jodelet ou Le maître valet (Jodelet o El maestro valet, 1645). Su llegada a la escena francesa coincidió con el triunfo, en los gustos teatrales del público parisino, de los modelos formales y temáticos de la comedia española, y en particular de las comedias de capa y espada. Scarron compuso en total nueve obras inspiradas en dichos modelos -concretamente, en piezas de Tirso de Molina (¿1571 ó 1579?-1648) y Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648)-, siete de ellas estrenadas en vida del autor, y las dos últimas publicadas dos años después de su muerte. A pesar de los ingredientes impuestos por el género -amores ocultos, pasiones encontradas, relaciones equívocas, malentendidos, ofensas, desafíos, duelos, etc.-, Scarron logró imprimir también en estas obras ese sello humorístico que individualiza toda su obra, bien es verdad que relegando las partes cómicas a escenas y situaciones muy determinadas, generalmente protagonizados por el criado que encarna el papel del «gracioso».
Muchas de estas comedias de Scarron fueron llevadas a las tablas por Molière y su compañía de actores, grandes admiradores de la capacidad del comediógrafo parisino para adaptar temas y personajes de la tradición cultural e histórica española a la realidad francesa de mediados del siglo XVII, y dotar al mismo tiempo a todas sus piezas de un refrescante tono humorístico que hacía las delicias de la crítica y los espectadores. Entre estas comedias de Scarron, cabe recordar algunas tan aplaudidas por el público de su tiempo como Don Japhet d’Armenie (Don Japhet de Armenia, 1652), La fausse apparence (La falsa apariencia) y, de forma muy señalada, Les boutades du Captain Matamore (Las boutades del capitán Matamoros, 1647), obra que inauguró un nuevo subgénero teatral denominado «lever de rideau«.
Obra en prosa: La Roman comique.
Paul Scarron llevó también sus preferencias por la literatura humorística y desenfadada al terreno de la prosa de ficción, al que aportó una vasta obra narrativa, la Roman comique (Novela cómica, 1651-1657) que inauguró también una nueva modalidad de escritura en la novelística francesa del siglo XVII. La obra, concebida en tres partes, quedó a la postre reducida a dos (la primera de ellas publicada en 1651, y la segunda en 1657), pues Scarron murió antes de haber afrontado la redacción de la tercera. En ella, apelando al recuerdo de su larga estancia en Mans como secretario del Obispo, el escritor parisino trató de ofrecer un vasto, ameno y pintoresco cuadro de las formas de vida, las costumbres y las mentalidades propias de los franceses de provincias; para ello, tuvo la genial ocurrencia de recurrir a otro ámbito que también había conocido in situ -el mundo del teatro- y entresacar de él una ficticia compañía de cómicos itinerantes que recorren, de pueblo en pueblo, la Francia profunda y provinciana, tan alejada de los usos y costumbres de la capital. Al hilo de este argumento básico, numerosas historias secundarias -unas de tono burlesco, otras picarescas, otras galantes, etc.- se entrelazan en el vivir de los comediantes, concebidos en un principio por Scarron como el vehículo más adecuado para ofrecer una parodia del mundo del teatro, pero convertidos a la postre en auténticos personajes mimados por la pluma del escritor.
La burla y la parodia de le Roman comique, además del entorno provinciano y el Arte de Talía, alcanzan otros muchos dominios bien conocidos por Scarron y por los lectores de la época, como el género épico y las novelas de aventuras (herederas de los antiguos libros de caballerías, y ridiculizadas aquí al presentar como grandes duelos las disputas triviales entre los bufones itinerantes). El contraste entre los diversos estilos que impone esta recreación paródica, así como su mezcla de elementos de muy distinta procedencia y la libertad con que Scarron baraja cualquier situación cómica, por más descabellada que parezca, convierten a la Roman comique en uno de los mejores exponentes de la literatura barroca francesa. No es de extrañar que fuera admirada y emulada por otros autores franceses del siglo XVII, como el susodicho Molière, el poeta y lexicógrafo Antoine Furetière (1619-1688) y el celebérrimo fabulista La Fontaine (1621-1695); y ensalzada en el siglo XIX por Théophile Gautier (1811-1872), quien basó en la figura de Scarron su famosa obra titulada Le Captain Fracassa.