Ruiz de Apodaca y Eliza, Juan José (1754-1835).
Marino y administrador español, virrey de Nueva España nacido en Cádiz el 3 de febrero de 1754, en el seno de una familia de tradición marinera.
Su inclinación hacia la Armada le llevó a ingresar en la Compañía de Guardamarinas a los trece años; recibió su bautismo de fuego a bordo del navío San Lorenzo en 1767. Ascendió a alférez de fragata a los dieciocho años y, como alferez de navío dos años más tarde se trasladó a Perú, donde realizó trabajos de hidrografía y se ejercitó en salvamentos. Declarada la guerra contra Inglaterra (véase Independencia de los Estados Unidos), en 1778 desempeñó diversas comisiones, fue ascendido a capitán de fragata en 1781 y llevó a cabo numerosas acciones de guerra naval, como el bloqueo de Gibraltar, la escolta de navíos en la travesía del Océano y el combate de 1782 en las cercanías del Estrecho. Tras un viaje a Filipinas, que mereció los mayores elogios, fue nombrado capitán de navío. Se incorporó luego a la escuadra que puso sitio a Tolón, ya que España tomaba parte en la alianza continental contra la Revolución Francesa. (Véase Guerras de la Coalición)
Participó en numerosas acciones de guerra, intervino en el sitio de Rosas, hizo un viaje a las costas de Berbería y se enfrentó a la escuadra inglesa tras una nueva declaración de guerra. Ascendido a brigadier, fue nombrado jefe de escuadra en 1802 y se le destinó a la jefatura del Arsenal de La Carraca (Cádiz) puesto que desempeñó entre 1803 y 1807. Aprovechó estos años para escribir y publicar algunos informes y trabajos de carácter naval.
Al producirse la invasión francesa, Apodaca era comandante general de la escuadra del Océano y entre otras acciones se enfrentó y apresó a la escuadra del almirante Rosilly preámbulo afortunado, según el historiador gaditano Adolfo de Castro, de la batalla de Bailén. Poco después obtuvo el grado de teniente general de la Armada.
En junio de 1808 la Junta Central de Sevilla le envió a Londres en calidad de ministro plenipotenciario y enviado extraordinario, con la misión de alcanzar su reconocimiento. El tratado de paz y alianza que firmó con el secretario de Estado Canning fue ratificado por la Junta Central en febrero de 1809. Durante los tres años que duró su embajada en Inglaterra consiguió levantar el embargo sobre los bienes españoles, favoreció la evasión de las tropas del Marqués de la Romana, desplegadas en Dinamarca por decisión de Napoleón y su regreso a España y participó en las gestiones que permitieron integrar un sólido bloque aliado contra el emperador. El historiador Carlos Seco comenta desfavorablemente que no se le hubiera nombrado representante español en el Congreso de Viena.
A su regreso a Cádiz, en febrero de 1812 se le designó la Capitanía General de la Isla de Cuba y de las dos Floridas, comandante del Apostadero de aquellos mares, Costa Firme y México, así como presidente de la Audiencia de La Habana. Se iniciaba el periodo más difícil y desgraciado de la presencia española en América, en el que se involucró con un despliegue de dotes de diplomacia y prudencia. Se manifestó en favor de la Constitución de Cádiz (véase Cortes de Cádiz y Constitucionalismo español), que publicó y aplicó en la Isla, pero también aceptó y ejecutó en 1814, tras el regreso de Fernando VII a Madrid, la suspensión de la Constitución, la anulación de los decretos y leyes liberales, además de la consiguiente represión.
Durante su mandato en Cuba fomentó el desarrollo comercial e industrial, aumentó los ingresos de la hacienda y desarrolló el cultivo de la caña de azúcar, así como la construcción naval. Se opuso al cierre del puerto de La Habana a los extranjeros y consiguió la revocación de una orden al efecto, por lo que se ganó el reconocimiento y la gratitud del consulado y del comercio local.
Desde este puesto, en contacto con Félix María Calleja, capitán general de Nueva España y don Luis de Onís, embajador de España en Estados Unidos, siguió de cerca los intentos de intervención exterior en la insurgencia de México. Desde La Habana estuvo al tanto de las incursiones en los territorios de Texas y Provincias Externas, entonces bajo la responsabilidad del brigadier Arredondo, en especial las expediciones del exdiputado Álvarez de Toledo y del francés general Humbert, la actuación de la escuadra corsaria del comodoro Luis de Aury y, finalmente, la llegada de Javier Mina a tierras de América.
Nombrado miembro del Consejo del Almirantazgo, cuando a comienzos de 1816 se disponía a partir para la Península el rey decidió que permaneciera en América, con la real orden de sustituir al virrey de Nueva España, hecho que se demoró algunos meses hasta que pudo desembarcar en Veracruz los primeros días de septiembre.
Dedicó sus primeros esfuerzos a la reorganización administrativa y militar del virreinato, al aprovechar el respiro que le había proporcionado la muerte de Morelos, la disolución del Congreso Mexicano y los enfrentamientos entre las facciones rebeldes dispersas por todo el país. También se ocupó de proveer de fondos a otras instituciones de la región, Capitanía General de Cuba y Embajada de España en Filadelfia, a la vez que atendía a los problemas derivados de las disputas fronterizas con Estados Unidos. En sus informes mensuales al ministro de la Guerra especificaba detalladamente estas actuaciones.
El 30 de enero de 1817 publicó un decreto de indulto “amplio y general”, que fue acogido con interés y simpatía por una población cansada y deseosa de aprovechar esta oferta de pacificación más aparente que real, en medio de la derrota y el desánimo, mientras los líderes insurgentes se refugiaban en reductos montañosos o en las selvas del sur. Simultáneamente ordenó la puesta en marcha de una renovada estrategia militar, con el apoyo de los contingentes de oficiales y tropas recién llegados de la Península.
Alertado de que la expedición de Javier Mina trataría de aprovechar algún puerto indefenso en la costa, se apresuró a reconquistar Nautla y Boquilla de Piedras, por medio de un despliegue de fuerzas realistas en puntos estratégicos. Pero, incapaz de prevenir el desembarco de los expedicionarios, tuvo que hacer frente a la invasión al comprobar cómo la pericia de Javier Mina triunfaba sobre los jefes y oficiales enviados a perseguirle. Su decisión más importante fue el nombramiento del brigadier Pascual de Liñán, que asumió el mando conjunto de las tropas realistas y se encargó de sitiar y acosar a los rebeldes. El 20 de noviembre de 1817, preso y fusilado Javier Mina frente al fuerte de San Gregorio, el virrey Apodaca pudo reanudar sus esfuerzos de represión frente a cualquier resistencia.
Con el nuevo título de conde de Venadito, nombre de la hacienda donde se apresó a Javier Mina, se enfrentó a nuevos intentos de intervención exterior, fraguados en Estados Unidos, colaboró con el embajador Luis de Onís en la defensa de Texas y las negociaciones sobre las dos Floridas, ordenó y mejoró la hacienda virreinal, aprobó indultos y condenó a quienes estaban incursos en causas de infidencia. Continuó los trabajos de amurallamiento de la ciudad de México, celebró los funerales por la muerte de los reyes Carlos y María Luisa de Parma así como las bodas reales de Fernando VII, recompensó y graduó a jefes, oficiales y soldados por las campañas de años anteriores, favoreció el poblamiento y los asentamientos en las provincias internas y reanimó las explotaciones agrarias y las relaciones comerciales de las regiones más prósperas.
El Pronunciamiento de Riego del 1º de enero de 1820 y la aceptación de la Constitución de Cádiz por el rey, replantearon la situación general, reavivaron las llamas de la insurrección, enfrentaron a los grupos criollos y peninsulares, además de provocar el malestar de la Iglesia y de los grupos más conservadores. Esta situación obligó al virrey a publicar la Constitución en el mes de agosto, a reponer los ayuntamientos de 1814 y a reintegrar a sus puestos a los funcionarios depuestos. También puso en libertad a los presos políticos, devolvió a su país a los angloamericanos que habían venido con la expedición de Javier Mina y convocó elecciones a Cortes ordinarias, en las que el virreinato tenía asignados siete diputados.
Enfrentado a una doble amenaza: 1) la que procedía de los levantamientos insurgentes, especialmente en las provincias del sur, bajo el mando de Vicente Guerrero, así como la traición del general Agustín de Iturbide, al que había encomendado la represión de esa revuelta y 2) la conspiración política de los grupos que rechazaban la Constitución, en la que se mezclaban peninsulares y criollos, abogados y eclesiásticos, hacendados y funcionarios conservadores. Apodaca se mostró incapaz de resolver la situación, asediado de graves dudas y temores a la hora de tomar cualquier decisión. Agustín Iturbide, de acuerdo con el oidor Bataller de la Audiencia de México y los representantes de las fuerzas opuestas a la Constitución, habían firmado el Plan de Iguala el 2 de marzo de 1821.
Obligado a ceder ante un golpe de estado promovido por los oficiales de los cuerpos realistas, entregó el mando militar y político al mariscal Pedro Francisco Novella el 5 de julio de 1821. La conjura, al parecer iniciada entre los oficiales y la tropa, desembocó en el asalto al palacio virreinal y esta situación, de tensión y enfrentamiento, se resolvió finalmente con la renuncia «espontánea» del virrey.
Regresó a España en el navío Asia, el mismo que había llevado a Juan de O’Donojú a Veracruz, su sustituto nombrado por las Cortes españolas. Después de una breve estancia en Cuba, residió en Madrid los años del Trienio Liberal y en mayo de 1824 fue nombrado comandante de ingenieros de marina. Ejerció el virreinato de Navarra durante un año (1824-1825) y en 1830 recibió el grado de capitán general de la Armada. Fue nombrado presidente de la Junta superior de Marina en 1834. Falleció en Madrid el 11 de enero de 1835.
Bibliografía
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RIVERA CAMBAS, M. Juan Ruiz de Apodaca. México, 1971.
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M. Ortuño