Rotrou, Jean de (1609-1650).
Dramaturgo francés, nacido en Dreux (Eure-et-Loir) en 1609 y fallecido en su lugar de origen el 27 de junio de 1650. A pesar de su breve existencia -perdió la vida a los cuarenta y un años de edad-, dejó una extensa y brillante producción teatral que ha llevado a la crítica especializada a considerarle el mejor dramaturgo francés de la primera mitad del siglo XVII, después de la figura excepcional de Pierre Corneille (1606-1684). De hecho -y aunque nació tres años más tarde que el genial autor de Ruán-, se le ubica entre los precursores de su teatro, debido a que sirvió de enlace entre la obra de Alexandre Hardy (1560-1532) y la del propio Corneille, a quien sugirió, además, la idea de inspirarse en la figura del español Rodrigo Díaz de Vivar(1043-1099) para crear una de las obras más célebres del teatro francés de todos los tiempos, Le Cid (El Cid, 1636).
Vida
Abogado de profesión, llegó muy joven a París para darse a conocer como escritor. Aún no había cumplido los veinte años de edad cuando, en 1628, estrenó en el famoso teatro del Hôtel de Bourgogne su primera pieza teatral, una tragicomedia titulada L’hypocondriaque, en la que, muchos años después, habría de inspirarse Goethe (1749-1832) para el libreto de la opereta Lila. En la corte, Jean de Rotrou gozó de la protección personal del cardenal Richelieu (1582-1642), y llegó a formar parte del selecto grupo de autores que trabajó a sus órdenes en la Comédie des Thuileries (1635). Desde tres años antes (1632), Rotrou ya era uno de los autores ligados por contrato al Hôtel de Bourgogne para que suministrara nuevos textos a su compañía de actores, faceta en la que el dramaturgo de Dreux acreditó una asombrosa fecundidad: en la actualidad, se le atribuyen con certeza treinta y cinco piezas teatrales, diecisiete de las cuales pertenecen al género de la tragicomedia, doce al de la comedia y seis al de la tragedia.
Entre los episodios más notables de su vida, conviene destacar su nobleza y honradez en la famosa polémica que, a propósito del estreno de Le Cid, envolvió a todos los dramaturgos franceses de la primera mitad del siglo XVI. Jean de la Rotrou fue uno de los pocos que se mantuvo al margen de la querella, y prácticamente el único que mostró sin ambages su admiración por Corneille, a quien reputó como el mejor autor teatral de su tiempo.
A finales de la década de los años treinta, después de haber triunfado en París con la mayor parte de sus estrenos, Jean de la Rotrou aceptó un cargo administrativo en su localidad natal, a la que se retiró para contraer matrimonio y fijar allí nuevamente su residencia. Continuó, empero, cultivando la creación literaria, hasta que una virulenta epidemia de fiebres le sorprendió en pleno ejercicio de sus labores burocráticas; y aunque la mortandad causada por el mal le aconsejaba abandonar estas obligaciones, se negó a dejar vacante su puesto y pereció, víctima del letal brote epidémico, a comienzos del verano de 1650.
Obra
En líneas generales, el teatro de Rotrou apuesta claramente por ese juego de las apariencias tan caro a la estética y la mentalidad del Barroco (en sus obras son frecuentes las máscaras y los disfraces, las confusiones de la personalidad y, sobre todo, las muertes aparentes de unos personajes que, en un momento dado, reaparecen «vivos y coleando» sobre la escena, causando un sorprendente efecto en el auditorio). Sus piezas juveniles poseen, además, una acusada tendencia hacia la extravagancia y la experimentación, tendencia que a veces desconcertaba al espectador, aunque en la mayor parte de los casos le seducía con sus notables hallazgos e innovaciones.
Respecto a los temas y argumentos habituales en las obras del dramaturgo de Dreux, cabe reseñar su gusto por la variedad, que unas veces le lleva a reflejar situaciones de lo más fantasioso y novelesco, y otras veces le invita a reproducir sobre la tablas escenas realistas de la vida cotidiana.
Entre sus obras más dignas de recuerdo, conviene citar las comedias La bague de l’oubli (El anillo del olvido, 1635) y La belle Alphrède (La bella Alfreda, 1639); las tragicomedias Laure persécutée (Laura perseguida, 1639) y Venceslas (Wenceslao, 1648); y las tragedias Le véritable Saint Genest (El verdadero San Ginés, 1639) y Cosroès (1649). En esta última pieza -y, en general, en todas las que escribió en sus postreros años de existencia-, se aprecia claramente la progresiva evolución del teatro de madurez de Rotrou hacia unos modelos clásicos bastante alejados de las innovaciones extravagantes de sus piezas juveniles.