Ortega y Gasset, José (1883-1955).


Filósofo, profesor y escritor español nacido en Madrid el 9 de mayo de 1883 y fallecido el 18 de octubre de 1955.

Síntesis biográfica

José Ortega y Gasset fue una de las personalidades españolas más brillantes de la primera mitad del siglo XX. Hijo de Ortega y Munilla y nieto de Eduardo Gasset, ambos periodistas y promotores de periódicos, estudió con los jesuitas de Cádiz y, en 1904, se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Al año siguiente, se trasladó a Alemania para ampliar sus conocimientos de Filosofía; allí, siguió estudios en Leipzig, Berlín y Marburg, donde profundizó notablemente en el pensamiento neokantiano. En 1910, un año después de su regreso a España, ganó la cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid, desde donde se propuso impulsar su proyecto de regeneración cultural de España.

José Ortega y Gasset, retratado por Zuloaga. Colección particular, Madrid.

Ortega vivió su primer gran momento en 1914, año en el que fundó la «Liga de Educación Política de España», pronunció su conferencia Vieja y nueva política y asistió al nacimiento de la revista España, de la que fue el primer director. Poco tiempo después, animó la fundación del diario El Sol (1917) y de la editorial Calpe (1920), en la que dirigió la «Biblioteca de ideas del siglo XX».

En el prólogo de su primer libro, Meditaciones del Quijote (1914), enuncia lo que sería el núcleo de su pensamiento filosófico. Julián Marías, discípulo suyo, dice de esta obra que constituye una metafísica de la vida, así como la visión de una España en potencia. Desde 1916 hasta 1934 publicó en El Espectador una colección de ensayos que versan sobre temas culturales y literarios; paralelamente, escribió numerosos artículos políticos en El Sol, con el objetivo de crear opinión. Uno de sus libros más polémicos apareció en 1921. Se trata de La España invertebrada, obra en la que, partiendo del concepto de decadencia, denunciaba la deficiente estructuración de la sociedad española, causada por la inexistencia de unas minorías selectas. Ortega consideraba que los males de España estaban ya presentes, al menos su germen, en el débil reino de los visigodos. El tema de nuestro tiempo (1923) es la obra fundamental de su metafísica temprana. En ella superaba la dependencia de su educación neokantiana, al anteponer la vida al pensamiento para ofrecer una razón vital que viene a reemplazar a la razón pura de sus predecesores. La vida es un proceso continuo y las circunstancias destruyen y alteran el papel de la razón. Este mismo año fundó la Revista de Occidente, que se convertería en el pilar de la vida intelectual española. La rebelión de las masas (1930) es su obra más conocida y, a la vez, más polémica. En ella abogó por la creación de los estados unidos de Europa para contrarrestar el nacionalismo y el declive europeo. Su aparición coincidió con momentos especialmente difíciles de la intervención política de Ortega, que desembocaron en el pesimismo y el desengaño.

Separado de su cátedra por Primo de Rivera hasta 1929, pronto abandonó también El Sol. En ese momento fundó la «Agrupación al Servicio de la República» y fue elegido diputado en las Cortes Constituyentes; sin embargo, en 1933 abandonó todo tipo de actividad política. De su retiro de la política queda constancia en su discurso Rectificación de la República (1931). Desde ese momento y hasta su muerte, se dedicó al estudio y a la maduración de su obra.

En el verano de 1936 abandonó España y marchó a Francia, donde vivió hasta 1939, año en el que se trasladó a Buenos Aires. Ensimismamiento y alteración (1939), Historia como sistema (1941) y En torno a Galileo (1942) son algunas de las obras más significativas de esta etapa, cuya redacción alternó con sus trabajos de conferenciante en diversas universidades europeas y americanas. Se trasladó a Lisboa en 1942, y poco después regresó a España.

En 1946 inauguró el Ateneo de Madrid con su conferencia «Idea del Teatro». Dos años más tarde fundó, con Julián Marías, el Instituto de Humanidades. Su presencia prendió con entusiasmo en la nueva generación y supuso un enriquecimiento de la vida intelectual española, especialmente en la universidad, donde su obra se leía y discutía en los pasillos. Gravemente enfermo, regresó a España para morir pocos meses después de su llegada. El mismo año de su muerte vieron la luz sus Obras inéditas.

José Ortega y Gasset, voz original.

[Fragmento de El Quehacer del Hombre, extraído de «El Archivo de la Palabra» del Centro de Estudios Históricos, editado por la Residencia de Estudiantes].

Vida

José Ortega y Gasset nació en Madrid el día 9 de mayo de 1883 en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía que había desempeñado un importante papel en la época de la Restauración. Su abuelo materno, Eduardo Gasset y Artime, había militado en la Unión Liberal de O’Donnell, primero, y en las filas democráticas después, durante el Sexenio Revolucionario; había llegado a ser ministro de Ultramar en el reinado de Amadeo I, y en 1857 fundó El Imparcial. Su hijo, Rafael Gasset y Chinchilla, heredó el periódico y, ardiente defensor del programa de Joaquín Costa, fue nombrado en 1900 ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas con el gabinete conservador de Francisco Silvela, cartera que desempeñaría posteriormente nueve veces. Su abuelo paterno, Ortega Zapata, había sido redactor de varios periódicos como El León Español, El puente de Alcolea o El Eco del Progreso, y su hijo, Ortega Munilla -padre del filósofo-, siguió la misma línea con más entusiasmo y mayor éxito; fue director desde 1879 del suplemento literario «Los Lunes» de El Imparcial y, a partir de 1910, fue director de dicho periódico. Con estos antecedentes no resulta extraño que Ortega y Gasset comentara con frecuencia entre sus amigos y conocidos: «Nací en una rotativa».

Tras aprender las primeras letras en Madrid con don Manuel Martínez y con don José del Río Labandera, en 1891 fue enviado a estudiar el bachillerato al colegio de los jesuitas en Miraflores de El Palo (Málaga). Finalizado éste en 1897, inició sus estudios universitarios de Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto (1898), y al año siguiente pasó a la Universidad Central de Madrid, donde se licenció en 1902 y obtuvo el título de doctor en 1904 con una tesis sobre Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda. En 1905 marchó a Alemania, donde amplió estudios en la Universidad de Leipzig; al año siguiente regresó a ese país, esta vez a Marburgo, donde estudió hasta agosto de 1907 con los neokantianos Hermann Cohen y Paul Natorp. A la vuelta de Alemania a finales de 1907, Ortega se instaló en Madrid y dedicó su actividad intelectual a la crítica de la vida pública como colaborador de El Imparcial. Al año siguiente participó en la fundación de una nueva revista, Faro, cuyo primer número salió al público el 23 de febrero de 1908. Ese mismo año fue nombrado profesor de lógica, psicología y ética en la Escuela Superior de Magisterio, y en 1910 ganó por oposición la cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid. En Faro se inició en su papel de polemista con Ramiro de Maeztu y con Gabriel Maura. En este sentido, el 27 de septiembre de 1909, Ortega continuó su labor periodística en El Imparcial con un artículo polémico contra Unamuno y el 10 de febrero de 1910 polemizó sobre la enseñanza católica y la enseñanza laica. En diciembre de 1910 atacó a los jesuitas a propósito de la publicación del nuevo libro de Pérez de Ayala A.M.D.G. En el ámbito de estas polémicas de los años 1909 y 1910, y desde El Imparcial, Ortega defendió a la revista Europa de la acusación de extranjerismo y propugnó la necesidad de europeización de España manteniendo una interpretación española del mundo. Volvió a Alemania al año siguiente, donde nació su primer hijo, Miguel.

A partir de 1911 y hasta 1913, la actividad polémica y periodística de Ortega se redujo. A la responsabilidad de sus dos cátedras se añadieron sus nuevas preocupaciones en torno a los problemas científicos, al psicoanálisis y, sobre todo, a las relaciones entre vida y creación artística. A partir de 1913, como un buen número de intelectuales españoles, cambió de actitud. En octubre de 1913 asistió con otros jóvenes ateneístas y profesores universitarios al banquete homenaje de Melquíades Álvarez, fundador un año antes del Partido Reformista, y firmó con García Morente, Fernando de los Ríos, Azaña y otros el manifiesto de la Liga de Educación Política Española. El 23 de marzo de 1914 pronunció la conferencia de fundación en el Teatro de la Comedia de Madrid bajo el título de Vieja y nueva política en la que criticaba a los políticos caducos y proponía una nueva política expresión de una España «vital» frente a la España «oficial». La Liga tuvo su órgano de expresión en el semanario España (1914-1915). El éxito del primer número, con una tirada de 50.000 ejemplares, fue enorme, pero la colaboración de Ortega en la revista solamente duró un año. En mayo de 1916 inició una publicación unipersonal, El Espectador, que debía publicarse cada dos meses, pero cuyos ocho tomos se escalonaron entre 1916 y 1934.

El 1 de diciembre de 1917 salió a la luz pública el diario El Sol, fundado por Ortega y el empresario Nicolás María de Urgoiti. La concepción del periódico supuso una gran novedad al incorporar cada día una página dedicada a historia, crítica literaria, medicina y biología, agricultura, pedagogía e instrucción pública. El Sol se siguió publicando durante la Segunda República, aunque Ortega, su grupo de colaboradores y Urgoiti se separaron del periódico para fundar Crisol y posteriormente Luz. En julio de 1919, Urgoiti creó la editorial Calpe y lanzó al mercado una serie de libros en colecciones temáticas dirigidas por los más eminentes intelectuales del momento. La colección «Biblioteca de ideas del siglo XX» fue dirigida por Ortega y Gasset, quien escribió los prólogos de cinco de sus libros entre los que destaca La decadencia de Occidente, de Spengler.De 1927 a 1932, la actividad política de Ortega fue incansable. Entre 1927 y 1928 publicó La rendición de las provincias, un gran proyecto de reforma de España. En 1929 aceptó la petición de dirección, ayuda y consejo salida de un grupo de intelectuales jóvenes deseosos de reformar la vida española. La Universidad española pasaba en vísperas de la Segunda República momentos difíciles de escisión interna. Todos abogaban por la reforma de la Universidad. Ortega pronunció a fines de 1930 su conferencia sobre la Misión de la Universidad donde señalaba los propósitos que había que cumplir y las renuncias imprescindibles. La firmeza de Ortega y Gasset en la defensa de la reforma de la Universidad le llevó a denunciar los privilegios que la Dictadura de Primo de Rivera pretendía conceder a las Universidades de Deusto y de El Escorial, que originaron graves disturbios estudiantiles y el cierre de la Universidad de Madrid, y finalmente se vio obligado a renunciar a su cátedra, al igual que otros de sus compañeros.

El 15 de noviembre de 1930 escribió en El Sol su artículo «El error Berenguer», que terminaba con las famosas palabras: «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia«. El 10 de febrero de 1931 firmó, con Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, el manifiesto fundacional de la Agrupación al Servicio de la República, la gran ocasión para hacer de España el país soñado y proyectado entre 1908 y 1914. Asistió a la proclamación de la Segunda República y fue elegido diputado por León. En septiembre de 1931, herido por las primeras decepciones como la quema de conventos (OC, XI, 297), afectado por el malestar ante lo que algunos republicanos hacían por «contraer la vida española, angostar el horizonte, dejar que triunfe la inspiración pueblerina», y sabiendo que expresaba el sentir de una cantidad inmensa de españoles que colaboraron en el advenimiento de la República con su acción, con su voto y con su esperanza, Ortega escribió su famoso «¡No es esto, no es esto!», y con enorme visión de futuro añadió: «La República es una cosa. El radicalismo, otra. Si no, al tiempo» (OC, XI, 387). Con Marañón y Pérez de Ayala, no tardó en firmar el manifiesto que comunicaba a los españoles la disolución de la Agrupación al Servicio de la República. En diciembre de 1933 publicó sus dos últimos artículos políticos: «¡Viva la República!» y «En nombre de la nación, claridad» (OC, XI, 524-539). Había llegado el momento de sustituir el artículo por el libro para iniciar lo que el año anterior llamó su «segunda navegación» (OC, VI, 354).

Durante la Guerra Civil española, Ortega se exilió en Francia, Holanda y Argentina, para asentarse definitivamente en Lisboa, con prolongadas estancias en España, a partir de 1945. En Madrid fundó, con Julián Marías, el Instituto de Humanidades (1948), donde volvió a dar algunos cursos extrauniversitarios. En los últimos años, antes de su muerte, dio conferencias en Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos e Italia. Murió el 18 de octubre de 1955 sin haber vuelto a ocupar su cátedra universitaria en Madrid. Su muerte produjo en España una gran conmoción nacional y su entierro constituyó un acontecimiento intelectual y político importante para los inicios de la transición española de la dictadura a la democracia, que culminaría con la Constitución de 1978, como ha mostrado José Luis Abellán en su obra Ortega y Gasset y los orígenes de la transición democrática.

Obra

Entre los escritos destacados de Ortega se encuentran Meditaciones del Quijote (1914); El Espectador (ocho volúmenes, 1916-1934); España invertebrada (1921); El tema de nuestro tiempo (1923); Las Atlántidas (1924); La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925); Kant (1924-1929); La rebelión de las masas (1930); Misión de la Universidad (1930); La Redención de las provincias y la Decencia Nacional (1931); Recitificación de la República (1931); Goethe desde dentro (1932); Guillermo Dilthey y la idea de la vida (1933); En torno a Galileo (1933); Ensimismamiento y alteración (1939); Meditación de la técnica (1939); Ideas y creencias (1940); Apuntes sobre el pensamiento: su teúrgia y su demiurgia (1941); Estudios sobre el amor (1941); Historia como sistema (1941); Del Imperio romano (1941); Teoría de Andalucía y otros ensayos (1942); Esquema de las crisis (1942); Dos prólogos. A un tratado de montería. A una historia de la filosofía (1945); y Papeles sobre Velázquez y Goya (1950). Tras la muerte de Ortega se publicaron numerosos inéditos entre los que destacan La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva (1958); Prólogo para alemanes (1958); ¿Qué es filosofía? (1958); Meditación del pueblo joven (1958); Idea del teatro (1958); Origen y epílogo de la filosofía (1960); Meditación de Europa (1960); Vives, Goethe (1967); Pasado y porvenir del hombre actual (1962); Unas lecciones de filosofía (1966); Sobre la razón histórica (1979); e Investigaciones psicológicas (1982).

El pensamiento contenido en estas obras se ha intentado organizar en unas etapas concretas que dieran razón de la evolución intelectual de Ortega, pero los estudiosos del filósofo no se han puesto de acuerdo sobre la acotación cronológica de dichas etapas. José Ferrater Mora distinguió tres etapas: objetivismo (1902-1914), perspectivismo (1914-1923) y raciovitalismo (1924-1955). José Gaos, su discípulo más próximo antes de la guerra civil, estableció cuatro períodos: mocedades (1902-1914), primera etapa de plenitud (1914-1923), segunda etapa de plenitud (1924-1936) y expatriación (1936-1955). Julián Marías mantuvo una posición contraria a cualquier especificación de etapas o períodos y presupuso una unidad sustancial en la obra orteguiana desde el primer momento.

La investigación sobre las fuentes que inspiraron o influyeron en las obras y en el pensamiento de Ortega en general está todavía en sus inicios. No obstante, pueden señalarse algunas presencias significativas en su filosofía. Puede decirse que tuvo como compañeros permanentes de navegación a Nietzsche, Kant, Leibniz y Max Scheler. Brentano y Husserl fueron decisivos, y la fenomenología tuvo una presencia continuada, aunque sutil, en su obra. Otros autores ejercieron una influencia puntual en determinado momento de su evolución. Así, la lectura de Ser y tiempo de Heidegger, en 1927, constituyó un impulso determinante para la profundización de ciertos aspectos de sus planteamientos filosóficos. En los años 1930-31 su historicismo recibió un impulso decisivo de los planteamientos de Dilthey. También debe destacarse que Ortega estuvo abierto a las ideas no sólo de filósofos, sino de cualquiera cuyos planteamientos encontrase interesantes, como Joaquín Costa, Oswald Spengler, Renán, Taine, Goethe, J. von Uexküll, H. Driesch, Leo Frobenius, Einstein, Mommsen, etc.

Tendencias del pensamiento orteguiano

José Ortega y Gasset, regenerador

Los jóvenes que, como Ortega, vivieron la crisis de principios de siglo en España, inmersos en las corrientes de renovación política posteriores al desastre de 1898 y en una coyuntura intelectual dominada por la obra crítica de Joaquín Costa, hicieron del proyecto y de la obra de éste una referencia fundamental (OC, X, 24). Ortega vería en Costa la figura clave para hallar una salida del círculo vicioso en que se encontraban la sociedad y la política españolas (OC, I, 521). Orientación de la voluntad fue la clave de la influencia de Costa sobre Ortega. Esa orientación se ejerció en un doble plano. Por una parte, hacia un impulso regeneracionista que concibe la actividad teórica como un ejercicio práctico dirigido a analizar las raíces del problema español y a poner los medios políticos para su solución. El quehacer filosófico no podía evadirse de las exigencias de la concreta circunstancia española en que le tocó vivir hacia un academicismo tranquilo y brumoso al que invitaba el hacer de sus colegas alemanes (OC, I, 55). Una reforma educativa y cultural auténtica en España sólo sería posible cuando fuera unida a la reforma de otras instituciones igualmente fundamentales (OC, IV, 317). Pero, además, Ortega mantuvo la idea de que solamente se saldría de la crisis cambiando de rumbo la trayectoria histórica de España para orientarla hacia las vías de modernización que llevaban a Europa (OC, I, 521) y, en concreto, a Alemania.

Durante los cursos de 1905-1906 y 1906-1907, Ortega estudió en Alemania. Su primera visita le llevó a la conclusión de que «el centro de gravedad espiritual se había desviado hacia las razas germánicas«. «Alemania no sabe que yo, y en lo esencial yo solo, he conquistado para ella, para sus ideas, para sus modos, el entusiasmo de los españoles» (OC, VIII, 24- 26). En Leipzig, Ortega se dedicó a estudiar a Kant. Fue el «primer cuerpo a cuerpo desesperado con la Crítica de la razón pura«, (OC, VIII, 26) en una batalla que duraría diez años (OC, IV, 25). «Germanismo» significó, al menos en un primer momento, apetito de verdad, afán de autenticidad, tensión espiritual, disciplina mental. El programa de «europeización» de España era fundamental, puesto que Europa, y más en concreto Alemania, se entendía como expresión máxima de la ciencia objetiva. Pero cuando Ortega entendió que este objetivismo no se adecuaba a las necesidades ni a las circunstancias de la cultura española, sintió la necesidad de superar los planteamientos del idealismo kantiano. El punto de vista español le llevó a una perspectiva distinta, que ya se detectaba en 1910 con «Adán en el paraíso», y que tuvo una primera culminación con las Meditaciones del Quijote (1914), obra en la que se daba ya la formulación de una filosofía propia y original.

José Ortega y Gasset, español

Como ha escrito José Luis Abellán, cualquier exposición de la filosofía orteguiana que no haga referencia al «problema de España» desvirtúa su sentido. Ésta fue una de las preocupaciones que Ortega heredó muy tempranamente de la Generación del 98 y que formuló dramáticamente al escribir: «Dios mío, ¿qué es España? En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida en el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental? ¿Dónde está -decidme- una palabra clara, una sola palabra radiante que pueda satisfacer a un corazón honrado y a una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de España?» (OC, I, 360). La cuestión española atrajo constantemente su atención y su dedicación a través de múltiples iniciativas como la Liga de Educación Política, la Agrupación al Servicio de la República, la intervención en los asuntos públicos mediante conferencias y artículos en la prensa y su actividad parlamentaria como diputado. Pero toda esta actividad presuponía un diagnóstico previo sobre el «problema de España».

La preocupación política de Ortega estuvo marcada por su afán de «nacionalizar» la vida pública mediante la defensa del interés colectivo por encima de los particularismos sectoriales de una u otra clase (OC, I, 521); ello se aprecia tanto en varios artículos de Personas, obras cosas (1916), como en La redención de las provincias y la decencia nacional (1931) o en Rectíficación de la República (1932). Pero el libro que Ortega dedicó expresamente al problema español fue España invertebrada (1921). En él analizó el origen de las causas que históricamente han provocado una debilidad constitutiva de la sociedad española y realizó una radiografía sobre el presente de dicha sociedad. Para Ortega, en España no ha habido decadencia porque tampoco hubo nunca momento de verdadera grandeza, y esto remite a un defecto constitutivo y a unas insuficiencias originarias provenientes de una germanización muy débil y de un consecuente feudalismo también muy débil, lo que a su vez involucraba una falta de vitalidad en las minorías rectoras del país. Esto originó un pueblo vigoroso (OC, III, 121) al que de siempre ha faltado una minoría rectora egregia y vital. El presente de la realidad social española en tiempos de Ortega tampoco invitaba al optimismo. En España seguía imperando la indocilidad de las masas, provocada por la ausencia de minorías egregias, por la falta de ejemplaridad de los pocos que debían conducir el país, lo cual conducía al triunfo de los particularismos enfrentados, de los compartimentos estancos, de los separatismos desintegradores y de la acción directa incontrolada. En definitiva, la sociedad española padecía un profundo estado patológico de invertebración. Su diagnóstico llevó a Ortega a la convicción de la necesidad de una pedagogía social de la cultura impartida por una minoría selecta, en la cual Ortega ocuparía el papel de maestro de España, el escultor de su pueblo. La imagen del cincel (OC, III, 128; XI, 417) da cumplida idea de la aspiración escultórica de Ortega, que siente poder moldear a España como una masa sumisa a la razón del maestro.

El fracaso de sus proyectos políticos condujo a Ortega a la convicción de que la verdadera transformación de la sociedad española debía provenir de un cambio cultural. Así lo trató especialmente en El tema de nuestro tiempo. Para Ortega, un pensador puede influir poco en cómo sienta un individuo la existencia en su integridad, en la sensibilidad vital, pero sí en cambio en su ideología, su gusto y su moralidad. Por ello, la primera clave de esta reforma cultural preconizada por Ortega está en no mezclar religión y filosofía, como ha sido tradicional en España, e introducir claridad entre ambos conceptos. Ortega quería conquistar la filosofía para todos los españoles, sin distinciones religiosas de ningún tipo, especialmente sin la que se establece entre católicos y no católicos. La plena reivindicación de la filosofía para España como esfera autónoma y neutral, ajena a intereses extrínsecos de toda clase, incluidos los religiosos, lograría una plena inserción de España en el ámbito de una vida universal, donde los planteamientos puramente racionalistas de la modernidad quedarían superados.

José Ortega y Gasset, europeo

El libro de Ortega más leído en Europa, especialmente en Alemania, ha sido sin duda La rebelión de las masas. Su contenido fue resumido por Julián Marías en los siguientes términos: «En las páginas de La rebelión de las masas aparecen las grandes cuestiones de la época en que se escribió y las que han surgido durante medio siglo más. Se muestra allí lo que ha significado el fabuloso crecimiento de Europa y luego de América, desde comienzos del siglo XIX, y cómo ha estado ligado a la democracia liberal y la técnica. Se compara la «vida noble» presidida por el esfuerzo y la exigencia, a la «vida vulgar» que se abandona y no pide nada de sí misma (y todo de los demás). Se explica la tendencia del hombre-masa a la violencia y el aplastamiento de la libertad. Se ve cómo ha sido difícil formar apresuradamente hombres provistos de los recursos mentales y morales necesarios para vivir, con mayor actividad e intervención que nunca, en un mundo mucho más rico y complejo, y cómo el resultado ha sido una nueva forma de primitivismo. En estas páginas se desliza la alarma por la crisis de las vocaciones intelectuales, incluso científicas, a pesar del extraordinario éxito de la ciencia contemporánea. Declara Ortega que fascismo y comunismo son ‘dos típicos movimientos de hombres-masa’; que, lejos de ser verdaderas innovaciones, son dos pseudo-alboradas, y que el único peligro es que Europa, atraída por el esfuerzo y la empresa del plan quinquenal, se deje llevar por algo que en el fondo le repugna y se entusiasme por el comunismo. El último diagnóstico de Ortega es que Europa se ha quedado sin moral, y la delicada operación social de ‘mandar en el mundo’ está vacante y sin legítimo sujeto titular«.

Pero a pesar de ser La rebelión de las masas una de las obras más famosas de Ortega, no se ha prestado suficiente atención a su contenido europeísta al pasarse por alto una de sus tesis principales: la del advenimiento de los Estados Unidos de Europa (OC, IV, 242). Esa idea de Europa surgió en Ortega como respuesta a la crisis de desmoralización que sufría el continente europeo (OC, IV, 270; 272; 275). Ortega realizó en La rebelión de las masas un certero análisis del proceso de nacionalización e incorporación de los países europeos, una teoría de la nación como forma de sociedad y de Estado, mostrando cómo las naciones de Europa son insuficientes, porque sus problemas van más allá de las fronteras de cada una, y no podrían tener solución más que en su conjunto. Las naciones eran naciones de Europa y, por lo tanto, ésta es, desde hace siglos, una unidad, pero hacía falta que llegara a ser una unión, con instituciones comunes. Ortega postuló con toda energía, como única solución, la Unión Europea, lo que llama los Estados Unidos de Europa.

Este conjunto de ideas, plenamente elaborado en 1930, cobraría fuerza durante sus conferencias en Alemania en los años cincuenta. El 7 de septiembre de 1949, Ortega pronunció en la Universidad Libre de Berlín su conferencia De Europa meditatio quaedam, que tuvo una resonancia extraordinaria entre el público universitario (OC, IX, 246-248). El contenido de esta conferencia no difiere mucho de las ideas centrales que había desarrollado en La rebelión de las masas. Su argumento base fue la existencia de una sociedad europea secular, que ha tenido diversas formas de organización a lo largo del tiempo, pero que las circunstancias históricas actuales exigían que se formalizaran políticamente en un nuevo Estado nacional que comprendiera a las distintas patrias tradicionales. Su idea central fue que «dadas las condiciones de la vida actual, los pueblos de Europa sólo pueden salvarse si trascienden esa vieja idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supranación, hacia una integración europea«.

José Ortega y Gasset, resonador

Escribió Xavier Zubiri sobre su maestro Ortega que éste fue «durante unos cuantos lustros el resonador que ha dejado oír en España la voz de todas las inteligencias fecundas de Europa. España debe a Ortega, en primer lugar, la incorporación viviente de lo más noble y exquisitamente intelectual que se ha producido durante este tiempo fuera de la península«. Si realmente se quería europeizar a España, y ello significa hacer efectivo en ella el rigor científico, la primera tarea consistía en que el españ