Nanni, Giovanni, o Annio da Viterbo (1432-1502).


Humanista, literato, historiador, religioso dominico y maestro del Sacro Palaci nacido en Viterbo (en la actual región del Lacio) en 1432 y fallecido en Roma en 1502. Aunque su verdadero nombre era el de Giovanni Nanni, latinizó su antropónimo en la fórmula Annio da Viterbo. Autor de una densa obra historiográfica centrada en las conquistas del Imperio Otomano y en la Historia Antigua universal, en la actualidad es principalmente recordado por sus escritos de mixtificación e, incluso, falsificación del pasado histórico, apoyados en otras fuentes auténticas que, por su reconocida autoridad, confundieron durante mucho tiempo a la erudición europea.

Alentado desde su juventud por una acusada inclinación hacia los saberes humanísticos, adquirió una extraordinaria cultura dominada por el conocimiento en profundidad del latín, el griego y las lenguas semíticas. Profesó en la orden de los dominicos y, aupado por sus brillantes estudios, llegó a ocupar altos cargos religiosos y civiles, al servicio de los papas Sixto IV y Alejandro VI, y de los Reyes Católicos. Adquirió un notable prestigio intelectual por sus estudios acerca de las conquistas de los turcos, plasmados en algunas obras tan valiosas para la historiografía posterior como las tituladas Tractatus de imperio Turcorum y De futuris christianorum triumphis in Turcos et Saracenos, ad Systum IV et omnes principes christianos; pero la obra por la que habría de pasar a la posteridad fue un monumental estudio sobre la Antigüedad, compuesto por diecisiete volúmenes, que salió a la luz en la Roma de finales del siglo XV bajo el título de Antiquitatum variarum volumina XVII cum comentariis (1498), y que pronto fue más conocido como Commentaria super opera diversorum auctorum de antiquitatibus loquentium. Se trata de un curioso y muy elaborado intento de falsificación de la historia que, pese al aroma pseudocientífico que se encargó de imprimirle su autor, en la actualidad tiene más importancia por sus involuntarios logros literarios -radicados en los poderosos alardes imaginativos de Giovanni Nanni- que por sus valores historiográficos, que son prácticamente nulos.

Inmerso en la corriente humanista de su tiempo, Annio da Viterbo se empecinó en buscar raíces veterotestamentarias (es decir, procedentes del Antiguo Testamento) en los orígenes de las civilizaciones francesa y, sobre todo española, con el propósito de halagar a las naciones a las que, por vía de esta obra, adjudicaba un linaje esplendoroso que se remontaba a los grandes mitos de la tradición bíblica y de la Antigüedad clásica greco-latina. La buena recepción que obtuvo su mixtificación de la historia sólo se explica, en buena medida, por el afán renacentista de volver los ojos hacia el pasado remoto y buscar en él las claves de la moderna civilización europea; y, en parte también, por la habilidad del dominico italiano a la hora de disfrazar sus «investigaciones» bajo la autoridad de otros prestigiosos historiadores de la Antigüedad a los que adjudicó obras de su propia invención (obras que, curiosamente, venían a «demostrar» sus hipótesis sobre el origen grandioso de algunas naciones como España). Así, por ejemplo, no tuvo inconveniente en atribuir fuentes apócrifas al sacerdote e historiador babilonio Beroso, que vivió en tiempos de Alejandro Magno y escribió en griego sus Babiloniaká, un compendio de tres libros en los que relató la historia de Babilonia. Según la fértil imaginación de Annio da Viterbo, Beroso había escrito también unos textos -curiosamente, ofrecidos por el dominico italiano en latín, aunque el historiador babilonio se había servido del griego para sus trabajos historiográficos- en los que, al repasar los personajes míticos universales desde el Diluvio hasta la época alejandrina, atribuía la fundación de España a Túbal, quinto hijo de Jafet, que era a su vez hijo del patriarca Noé. A partir de estos «reveladores» documentos, reforzados por la «autoridad» de otras falsificaciones similares sobre trabajos de Catone, Fabio Pittore y otros historiadores del pasado, Annio da Viterbo estableció una minuciosa genealogía de los reyes hispanos en la que se mezclaban las tradiciones míticas con las leyendas grecolatinas, genealogía que debió de halagar mucho a los Reyes Católicos, a quienes el avispado dominico había dedicado su obra. Según la cronología apócrifa fijada por el erudito falsificador, la fundación de Tarifa -atribuida al rey Tago- había tenido lugar en el año 2128 de la creación del Mundo, es decir, el 1333 a.C. Este rey Tago sería -siempre a tenor de las invenciones de Giovanni Nanni- el quinto monarca de la primera dinastía legendaria de España, que habría sido inaugurada por el citado Túbal.

Lo más curioso, empero, es que, gracias al manejo de otras fuentes griegas y latinas auténticas -con independencia de que los datos que transmiten son más legendarios que históricos-, Giovanni Nanni logró engañar no sólo a los profanos en Historia Antigua, sino también a algunos eruditos de tanto prestigio como el historiador zamorano Florián de Ocampo y el guipuzcoano Esteban de Garibay, quienes, en sus respectivas obras Los cuatro libros primeros de la crónica general de España (1543) e Ilustraciones genealógicas de los católicos reyes de las Españas y los cristianísimos de Constantinopla (1596), dieron por válidas las imaginativas investigaciones del mixtificador dominico.

No obstante, pronto se descubrió que casi todos los documentos «exhumados» por Annio da Viterbo eran apócrifos, como enseguida denunciaron otros eruditos como el filólogo Pedro Crinito -autor de una famosa Vida de Virgilio-, Sabellico -bibliotecario de la veneciana catedral de San Marcos- y, con singular rigor, Raffaele Maffei, il Volterrano -secretario apostólico, teólogo y notable historiador y literato, autor de los célebres Commentarii rerum urbanorum libri XXXVIII-. En España, fue Francisco de Quevedo quien, en sus facetas de historiador y humanista, negó la autenticidad de la genealogía inventada por Viterbo y demostró que la supuesta existencia de algunos reyes legendarios como Túbal y Gerión sólo obedecía a invenciones de la Antigüedad y falsificaciones de historiadores modernos (como el propio Giovanni Nanni).

La práctica de mixtificar las historia a partir de ciertos documentos apócrifos atribuidos a intelectuales de la Antigüedad no fue inventada por Annio da Viterbo. Ya una sospecha similar había recaído sobre algunos escritos de su contemporáneo Giulio Pomponio Leto (1428-1498), humanista y filólogo de Salerno, fundador de la Academia de Roma y autor de algunos tratados tan consultados por la erudición de su tiempo como De magistratibus, sacerdotiis et legibus Romanorum, De romanae urbis antiquitate libellus y Compendium historiae romanae; pero el religioso dominico llevó su afán mixtificador hasta extremos que bien pueden tildarse de novelescos, ya que, no contento con las invenciones acuñadas en su obra Antiquitatum variarum volumina XVII cum comentariis, llegó a falsificar una lápida, supuestamente egipcia, en la que quedaba constancia de la fundación de su ciudad natal por parte de Isis y Osiris. El propio Giovanni Nanni enterró dicha lápida en las inmediaciones de Viterbo y luego, «casualmente», hizo público su hallazgo, con lo que, durante algún tiempo, sus convecinos se sintieron muy honrados al creerse descendientes de las remotas deidades egipcias.