Mozart, Wolfgang Amadeus (1756-1791).


Compositor y músico austríaco nacido en Salzburgo el 27 de enero de 1756 y fallecido en Viena el 5 de diciembre de 1791. Fue el gran niño prodigio de la música occidental y uno de los músicos más importantes del Clasicismo. A pesar de la brevedad de su existencia, pues tan sólo vivió treinta y cinco años, su vida fue muy intensa musicalmente hablando. Fue bautizado con el nombre de Johannes Chrysóstomus Wolfgangus Theopolis Mozart Pertl (el sobrenombre de «Amadeus» se lo puso él mismo, un sinónimo latino del griego Zeofilos, ‘que ama a Dios’). Escribió más de seiscientas composiciones, entre las que, grosso modo, se cuentan cuarenta y seis sinfonías, veinte misas, ciento setenta y ocho sonatas para piano, veintisiete conciertos para piano, seis para violín, veintitrés óperas, otras sesenta composiciones orquestales y otras cientos de obras más.

Wolfgang Amadeus Mozart.

Sus obras fueron recopiladas por Ludwig Von Köchel en 1862, de ahí la letra «K» seguida de un número que se utiliza siempre para catalogar sus composiciones.

Vida

Hijo de Leopold Mozart, músico al servicio del príncipe arzobispo de Salzburgo, y de Anna María Pertl, la vida de Mozart ha sido una de las más estudiadas de la historia de la música. No en vano fue un afamado niño prodigio, quizá el más famoso de la historia de la música culta. El joven Wolfgang creció en compañía de su hermana Anna, que le llevaba cuatro años y medio de edad (ambos eran los únicos supervivientes de siete hermanos, algo habitual con la alta mortalidad infantil de la época). Su padre hizo de ambos pequeños dos prodigios al piano, pero en especial se centró en su hijo, a quien hizo progresar mediante un trabajo sistemático y riguroso.

Leopold Mozart, miembro pues de la capilla arzobispal de Salzburgo y maestro de violín, tomó rápidamente conciencia de la ingente tarea que tendría como educador de Wolfgang. El jovencísimo músico tocaba el clavicordio con cuatro años, comenzó a componer a los cinco, a los seis tocaba con destreza el clave y el violín, podía leer música a primera vista y contaba con una capacidad asombrosa para improvisar frases musicales. Habilidoso para las matemáticas y con una memoria prodigiosa, todas estas virtudes eran vistas como milagrosas por su progenitor, hombre inteligente, orgulloso y religioso que se tomó como una obligación la educación y el cultivo de las artes de su hijo. De hecho, a pesar del éxito obtenido por la publicación de un libro sobre el arte del violín el mismo año en que nació su hijo, abandonó todas las tareas que no fueran estrictamente concernientes a su cargo oficial para dedicarse por completo a la formación de su hijo.

No falta quien haya visto tanto interés por parte de su progenitor como una mera explotación. Lo cierto es que para Mozart la figura de su padre fue siempre opresiva y autoritaria, y ésta fue una imagen que le acompañó durante toda su vida.

Los viajes

Pronto comenzaron los viajes, ya que Leopold decidió llevar el talento de su hijo a todos los rincones de la vieja Europa en los que pudiera valorarse su capacidad interpretativa. El primero de ellos les llevó a Múnich, y el segundo nada menos que a Viena para tocar ante la Corte en el palacio de Schönbrunn. Tras el éxito obtenido, comenzaron un extenso viaje por toda Europa occidental en el que París y Londres fueron las escalas fundamentales. Musicalmente este viaje supuso la toma de contacto para el joven Mozart con la música instrumental (muy alejada de la tradición de Salzburgo y Viena) y con la ópera parisina y las sinfonías y óperas italianas. Durante el viaje, Mozart compuso una serie de sonatas para piano y violín, otras piezas para piano, sus primeras sinfonías y algunas arias y piezas de música religiosa. También dio conciertos como pianista, y se presentó asimismo como compositor e improvisador, y como violinista y organista.

En estos primeros años estuvo desbordado de trabajo, tanto por componer sus primeros encargos (el pequeño oratorio Die Schuldigkeit des ersten Gebots, KV 35; y el drama escolar Apollo et Hyacinthus, KV 38) como por seguir la estricta educación que le proporcionaba su progenitor. De hecho, Mozart no pisó una escuela, sino que su educación corrió a cargo de su propio padre o de profesores particulares.

En 1767, ya en Viena, Mozart recibió el encargo imperial de componer la ópera bufa La finta semplice (‘La fingida tonta‘, KV 51), aunque no fue representada. Antes de regresar a Salzburgo dejó compuestos el singspiel Bastian y Bastiana (KV 50), una misa solemne, un concierto para trompeta, varias sinfonías y sus primeros lieder. En esta época los músicos vieneses no veían con buenos ojos que un compositor tan joven hiciera tan buena música, y creían que era su padre el verdadero autor de tantas composiciones. Estas intrigas no hicieron mella en Leopold ni su hijo, pero predispusieron a ambos a ser conscientes de que no todo el mundo estaba a favor de ellos, a pesar del tono triunfal de su gira. En definitiva, que el camino no iba a ser tan fácil como aparentaba.

Con tan sólo catorce años, en 1769, fue nombrado «konzermeister» (‘maestro de conciertos’) del arzobispo de Salzburgo. No obstante, el cargo no incluía una asignación económica, lo que fue suplido con un viaje de estudios. Así, emprendió un nuevo periplo con su padre por Italia que, en este caso, le llevó hasta Nápoles. El éxito que cosechó en toda Italia fue espectacular, motivo por el cual le fue concedido la Orden de la Espuela de Oro, con el título de «cavaliere». Con todo, y a pesar de viajes y obligaciones concertísticas, Mozart continuó estudiando y componiendo, además de ingresar en la Academia Filarmónica de Bolonia, uno de los más importantes centros de erudición musical de la época. En diciembre de 1770 presentó su obra Mitrídates, Rey del Ponto en Milán, lo que supuso la culminación de su primera larga estancia en Italia. Por otro lado, Mozart conoció a Giovanni Martini, un importante teórico de la música del momento por el que el compositor sintió un gran afecto durante toda su vida.

En agosto de 1771 emprendió su segundo viaje al país latino, tras haber pasado unos meses en Salzburgo. En octubre de ese mismo año su Ascanio en Alba fue representada en Milán con motivo de un matrimonio de la familia imperial, y obtuvo un gran éxito. De vuelta de nuevo a Salzburgo continuó con su frenética producción; de este período destacan obras religiosas de gran factura, sinfonías, divertimentos, lieder y otras obras, como El sueño de Escipión, que fue representada en 1772 para homenajear la llegada de un nuevo arzobispo a la ciudad del río Salzach, el conde Hieronymus Colloredo. Esta situación supondría un revés para su relación con la Corte arzobispal, ya que el anterior y fallecido mitrado, el arzobispo Schrattenbach, siempre había sido un apoyo para la familia Mozart, mientras que el sucesor, Colloredo, se mostraría inflexible con el cumplimiento de las obligaciones impuestas a sus subordinados, incluida la familia del compositor. El joven Wolfgang, en concreto, fue uno de los más perjudicados por ello.

En 1772 viajaron de nuevo a Italia, en este caso para el estreno de su segunda ópera «seria», Lucio Silla, que también obtuvo un rotundo éxito. Tras ello, Mozart pasó una larga temporada en su ciudad natal, en la que acrecentó enormemente su producción. Sin embargo, la monotonía de una vida dedicada por completo a la creación musical comenzó a aburrir sobremanera al joven músico, por lo que aprovechaba algunos viajes para distraerse de su encorsetada vida, como los que realizó a Viena y Múnich. Incluso cuando tenía más tiempo para el ocio reservaba espacio para la composición; prueba de ello son los seis cuartetos de cuerda KV 168-173 o la segunda ópera bufa La falsa jardinera, además de sinfonías y conciertos para piano, fagot y cuerda que compusiera en esta época.

Después de la ópera, la música instrumental fue en la que más concienzudamente trabajó Mozart en estos años. Destacan sus trabajos inmediatamente posteriores, como los cinco conciertos para violín y los cuatro conciertos para oboe, así como los divertimentos y serenatas que compuso por órdenes del arzobispo. Empero, las relaciones con éste no fueron muy fluidas, y la prohibición por parte del mitrado de que Mozart realizara un viaje a París supuso la ruptura definitiva de relaciones entre ambos, y la renuncia del joven músico a la protección de su benefactor, toda vez que pidiera la dimisión de su cargo.

Así pues, Mozart realizó a la postre ese viaje a París en 1777, en este caso en compañía de su madre. Antes de llegar a la ciudad del Sena hicieron una larga escala en Mannheim de más de cinco meses, durante los cuales el director de la célebre orquesta de la ciudad, Christian Cannabich, les acogió con gran satisfacción. El contacto con este director y con la alta cultura orquestal que atesoraba fue muy importante para Mozart, amén de que durante su estancia en la ciudad mantuvo un intenso romance con la cantante Aloysia Weber (de tan sólo quince años de edad), lo que le hacía retrasar cada vez más su viaje a París. Esta situación fue solventada por su padre con una enérgica carta en la que le conminaba a marcharse de inmediato. Así pues, en marzo de 1778 madre e hijo llegaron por fin a París.

Estancias en París y Salzburgo

La estancia en París, probablemente debido al poco interés que despertó en Mozart desde un principio, no fue muy fructífera para su repertorio, incluso a pesar de los esfuerzos que Melchior Grimm, antiguo colaborador de su padre, hizo para que el joven compositor se abriera camino en el complicado mundo musical parisino, donde las disputas entre los partidarios de Gluck y Piccini eran más que acaloradas. Además, el 3 de julio de 1778 falleció su madre de un infarto, lo que contribuyó aún más a hacer difícil su estancia en París. Sin embargo, Mozart retrasó todo lo posible su regreso a Salzburgo, lugar que detestaba, más cuando supo que su padre le reservaba una plaza de organista en la Corte. Con todo, no tuvo más remedio que regresar, pero también dilató mucho dicho viaje, pues no llegaría a su ciudad natal hasta 1779, tras haber roto con Weber.

Su trabajo en la Corte coincidió con una intensa actividad creativa, ya fuera porque le proporcionara una seguridad profesional o porque simplemente odiaba esta situación y utilizaba la composición para alejarse de ella. Lo cierto es que el arzobispo le proporcionó más sueldo, pero también más obligaciones, y fue, por tanto, mayor el tiempo que a éstas debía dedicar. Escribió en este período tres sinfonías, varios conciertos, dos sonatas para violín y piano y varias obras religiosas, entre ellas la Misa de la Coronación (KV 317) y la Misa KV 337, además de la revisión de la música de la obra el Rey Thamos, el singspiel Zaide (aunque inconcluso) y, sobre todo, la ópera Idomeneo, rey de Creta (KV 336). Precisamente, esta última obra fue la que más contribuyó a distraerle de sus obligaciones cortesanas, pues fue un encargo de la Corte de Múnich, por lo que tuvo que viajar a dicha ciudad para perfilar la obra, ensayarla y estrenarla, lo que ocurrió el 29 de enero de 1781. El estreno fue un gran éxito, pero un éxito fugaz. Mozart intentó encontrar un empleo en la ciudad, pero tuvo que resignarse y volver a Salzburgo tras una orden del propio arzobispo.

Sus quejas por desaprovechar el tiempo en una Corte demasiado absorbente y de perder oportunidades de conocer a gente muy influyente, entre ellas el propio emperador, no eran muy tenidas en cuenta por su padre. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron tras una disputa con el arzobispo, en la que acabó presentando de nuevo la dimisión. Con esto quedaba claro su nula intención de mantener una relación de práctica servidumbre, propia de los músicos de Corte de su época, y su interés por ganarse la vida como músico independiente, aclamado ya en toda Europa, donde los nobles le trataban como un igual, mientras que en la Corte era continuamente subestimado por el arzobispo. Para ello debía impartir lecciones, conseguir contratos para conciertos por suscripción y mantener una frenética actividad como compositor, amén de la esperanza de conseguir el encargo de una ópera.

Todo ello se convirtió en realidad al conseguir instalarse definitivamente en Viena, cuando le encargaron la composición de El rapto del serrallo, según el libreto del singspiel homónimo. Así se produjo el gran salto de músico puro a compositor dramático.

Viena y la Corte imperial

Tras separarse de Aloysia Weber, Mozart inició un largo noviazgo con la hermana pequeña de ésta, Constance, noviazgo que acabó en boda el 4 de agosto de 1782, por lo que terminó ingresando en la familia de su amor de juventud. Ambos eran proclives a disfrutar de los placeres que ofrecía una ciudad como la bullente Viena de la época, y los avatares de la vida cotidiana les pilló de sorpresa. Constance, además, a pesar de tocar el piano y cantar, no supo en ningún momento valorar las enormes cualidades compositoras de su marido, y se limitó a preocuparse más por la vida práctica que por la artística. Con todo, Mozart estuvo enamorado de ella desde el primer día, y fue un marido tierno y obsequioso hasta su muerte. Tuvieron seis hijos, de los cuales sobrevivieron dos, Kart Thomas y Franz Xaver.

Los primeros años de casado en Viena estuvieron centrados en terminar la ópera que se le había encargado y algunas obras menores (entre ellas la Sonata para dos pianos KV 448, el Rondó de concierto KV 382 y la Sinfonía Haffner KV 385), además de darse a conocer en la Corte de José II y en la alta sociedad vienesa, y dar clases y conciertos por encargo. Las relaciones con su padre, que siempre habían sido tan estrechas a pesar de la disparidad de criterios, se enfriaron de manera drástica tras su matrimonio con Constance. Ni siquiera el viaje en el verano de 1783 de los esposos a Salzburgo (donde Constance interpretó como soprano los primeros fragmentos de la Misa en do menor, KV 427) contribuyeron a devolver la normalidad a la relación entre padre e hijo, situación que se mantuvo hasta la muerte de Leopold, ocurrida el 28 de mayo de 1787, cuando contaba con 67 años de edad.

Mozart. Misa en do menor, KV 427.

El rapto del serrallo tuvo un enorme éxito desde su estreno el 16 de julio de 1782, y alcanzó un gran número de representaciones en vida del compositor. Fue el inicio de un período feliz para el matrimonio, pues Mozart era aclamado por toda la sociedad vienesa, tuvo muchísimo trabajo y su reputación como músico alcanzó las más altas cotas, sobre todo en el triunfal año de 1782.

Entre su llegada a Viena y 1786 Mozart desarrolló una gran actividad como concertista, al mismo tiempo que compuso un buen número de estos conciertos para piano para su propio uso, el de sus alumnos o el de otros pianistas (en total quince, que tienen una gran importancia en el corpus de su obra, así como otros cuatro conciertos para corno compuestos para su amigo, el instrumentista Ignaz Leutgeb). También de esta época son los seis cuartetos de cuerda dedicados a Joseph Haydn, varios tríos con piano, los dos cuartetos con piano KV 478 y 493, varias sonatas para violín y piano, así como un sinfín de obras menores.

En esta época, por otro lado, formó parte del círculo del influyente barón Gottfried van Swieten, donde se interpretaban obras de Haendel y de ambos Bach, padre e hijo, entre otros compositores. Mozart aprovechó estas reuniones sociales para dar rienda suelta a sus creaciones musicales menos convencionales, como fantasías, fugas y fragmentos de fugas. También en esta época (en concreto en 1784) fue recibido por la logia masónica de Viena, para la que escribió un buen número de composiciones.

A pesar de sus buenas relaciones con la alta sociedad vienesa, Mozart no conseguía encargos para componer obras para el teatro, a la sazón verdadero escaparate para la fama de un compositor de esa época. Incluso inició la composición de obras dramáticas por su cuenta y riesgo, como Lo sposo deluso, o Oca del Cairo, pero no fueron terminadas. El único encargo que en esa época llegó de la Corte fue la música para una pequeña obra cómica, Der Schauspieldirektor, que se componía de una obertura y cuatro números cantados y que fue estrenada el 17 de febrero de 1786 en el castillo de Schönbrunn. Sin embargo, la ocasión sirvió a Mozart para entrar en contacto con Lorenzo da Ponte, poeta dramático que prometió al compositor entregarle un libreto para una ópera, a pesar de estar solicitadísimo por la Corte para componer obras en italiano. Así nació el libreto de Las bodas de Fígaro, adaptado por Da Ponte de una obra de Beaumarchais que había sido un rotundo éxito en las tablas de París en 1784. En un principio José II puso reparos, al considerar la obra subversiva, pero la habilidad del propio libretista hizo que al final fuera apta para los ojos reales. Mozart terminó la música en octubre de 1785; la celeridad con que realizó el encargo, teniendo en cuenta que no era ni mucho menos su única ocupación, da una idea de la importancia que le concedió a esta obra. Así, el estreno se celebró el 1 de mayo de 1786 con un enorme éxito, lo que hizo que su fama se extendiera más allá de la capital, especialmente en Praga, adonde Mozart acudió con su esposa en 1787 para ver alguna representación.

Representación de Las bodas de Fígaro, de Mozart.

Precisamente en ese viaje a Praga, donde él mismo dio un concierto en el que fue presentada su reciente sinfonía (la Sinfonía Praga, KV 504), recibió el encargo de su siguiente ópera, Don Giovanni, tras firmar un contrato con el empresario Bondini. Mozart se puso inmediatamente en contacto con Da Ponte, y la obra estuvo lista para su estreno en esa misma ciudad el 29 de octubre de ese mismo año, dirigida por el propio compositor, con un clamoroso éxito. La composición de esta ópera tuvo lugar en un momento especialmente crítico en la vida de Mozart, toda vez que le llegara la noticia del fallecimiento de su padre, con quien no había mantenido una relación fluida desde su enlace con Constance.

La crisis de los últimos años

Tras Don Giovanni, Mozart pareció decidido a desvincularse de la musica compuesta para satisfacer al gran público o a los poderosos que se la encargaban y dedicarse con más ahínco a la música creada para su propia satisfacción. Como cabría esperarse, esta decisión, lógica desde el punto de vista del creador, ocasionó una disminución progresiva de sus ingresos y, por ende, un empeoramiento de su situación financiera. Ni siquiera su nombramiento como compositor de cámara imperial el 7 de diciembre de 1787 (al que acompañaba una compensación de 800 florines) puso remedio a esta situación. Además, el estreno de Don Giovanni en Viena, el 7 de mayo del año siguiente, no alcanzó el aplauso deseado, sin duda por el creciente éxito de los compositores dedicados a crear obras de moda, accesibles a todos los públicos, y que copaban los teatros y las salas de conciertos de la capital imperial. Para corroborar esto puede mencionarse que las tres grandes sinfonías KV 543, 550 y 551, creadas por Mozart en 1788, no fueron interpretadas en vida del compositor. De esa época son también, amén de varias danzas encargadas por la Corte, el Concierto para piano KV 537 (llamado «Concierto para la Coronación», pues fue compuesto para la coronación del sucesor de José II, Leopoldo II), sonatas para piano, piezas de música de cámara, arias, lieder y cánones.

Mozart. Sinfonía nº 41, «Júpiter» KV 551.

Con el ánimo de sanear su situación financiera, emprendió un viaje por Europa para buscar nuevos encargos y dar algunos conciertos. Así, visitó Praga, Dresde, Leipzig y Berlín, donde dio varios conciertos y recibió encargos del rey Federico Guillermo II. Sin embargo, el viaje resultó infructuoso desde el punto de vista económico, pues no contribuyó en nada a aliviar sus penurias. Justo en ese momento desesperado la Corte se acordó de él y le encomendó la tarea de componer Cosi fan tutte (‘Así hacen todas‘), de nuevo con Da Ponte, a finales de 1789. Su estreno, en enero del siguiente año, fue un éxito, aunque no consiguió mantenerse mucho tiempo en cartel. A dicha ópera acompañaron ese mismo año otras composiciones, como numerosas arias, tres cuartetos de cuerda (KV 575, 589 y 590) compuestos para Federico Guillermo II, el quinteto con clarinete KV 581 y la última sonata para piano KV 576, entre otras.

Con motivo de la coronación de Leopoldo II, Mozart comenzó una gira de conciertos en otoño de 1790 que le llevó a Frankfurt, Maguncia, Mannheim y Múnich. Aunque este periplo le sirvió para cargarse de moral, su situación financiera continuaba siendo muy delicada. Aún así, desestimó la oferta que desde Londres le hizo el organizador de conciertos Peter Salomon para que presentara sus nuevas obras en la ciudad del Támesis.

En su último año de vida sufrió un continuo empeoramiento de su situación económica y de su salud. En mayo fue nombrado adjunto al maestro de capilla de la Catedral de San Esteban, pero era un puesto sin remuneración, y sólo le daba derecho a ser nombrado maestro a la muerte del titular. A pesar de ello, los encargos continuaron acumulándose. Así, en marzo el libretista Emanuel Schikaneder le encargó una ópera para su teatro Freihaus auf der Wieden, y en julio un enviado del conde Franz Walsegg zu Stuppach le encargó una misa de réquiem por su esposa recientemente fallecida, además de que los estados de Bohemia le encargaron oficialmente que escribiera una ópera solemne para la coronación del nuevo emperador. Así, con todo este trabajo, se vio tan ocupado como en las mejores etapas de su carrera, componiendo obras de la talla del último Concierto para piano KV 595, los dos últimos quintetos de cuerda KV 593 y 614, el concierto para clarinete KV 622 y el Ave verum corpus KV 618. Asimismo, comenzó a trabajar en el encargo de Schikaneder, La flauta mágica, obra que acabó casi en su totalidad a finales de verano, lo mismo que en el Réquiem para el conde y, sobre todo, la ópera para la coronación, La clemencia de Tito, que fue estrenada el 6 de septiembre en Praga.

Por primera vez en su carrera una obra «grande» fue un fracaso. La clemencia de Tito, escrita sobre un libreto de Pietro Metastasio, adaptado por Caterino Mazzolá, no gustó al público en el estreno, por lo que Mozart volvió a Viena cargando con dicho revés. Remató entonces La flauta mágica, que fue estrenada el 30 de septiembre bajo su propia dirección. A pesar de que el éxito no fue inmediato, se fue consolidando según avanzaban las representaciones, hasta convertirse en un verdadero fenómeno social que traspasó las fronteras del Sacro Imperio. Sin embargo, su salud fue poco a poco empeorando, a la vez que cundía su desánimo por la escasez de dinero y el exceso de trabajo. Parece entonces lógico pensar que el que se dedicara en exclusiva al Réquiem en sus últimas semanas de vida fuera un anuncio de su propio fin, como si la obra estuviese realmente pensada para su propia muerte.

Mozart. Requiem KV 626.

Murió el 5 de diciembre de 1791 de una fiebre reumática, tras quince días de convalecencia. Obsesionado por acabar el Réquiem, dictaba sus líneas a Süssmayer, su ayudante, desde su lecho; de hecho, la muerte le sorprendió trabajando en éste. El cadáver fue levantado al día siguiente, y fue enterrado el día 7 en una fosa común del cementerio de San Marcos, tal y como era la costumbre de la época, pues nadie (posiblemente por negligencia) se encargó de procurarle mejor enterramiento. La ausencia de lápida o inscripción alguna ha hecho imposible la localización de sus restos.

La leyenda de su muerte y la fama póstuma

Mucho se ha escrito sobre la muerte de Mozart. El ideal romántico de que fue envenenado tenía incluso un protagonista: Antonio Salieri, músico de éxito de la época al que la leyenda dibuja como un artista mediocre que supo, como ninguno en su época, comprender el original genio de Mozart y, muerto de envidia, no pudo soportar la idea de que un hombre aniñado tuviera semejante don. El paroxismo llegó al extremo de creer que Mozart fue enterrado en una fosa común para borrar las huellas del homicidio. Hasta tal punto esta leyenda se extendió que fue la protagonista de la ópera Mozart y Salieri, de Rimski-Kórsakov, así como a la obra de teatro del célebre escritor ruso Alexandr Pushkin y el drama Amadeus de Peter Shaffer (texto en el que se basa la exitosa película homónima de Milos Forman, estrenada en 1984 y protagonizada por Tom Hulce). En cualquier caso no existe ningún referente histórico que pueda corroborar dicha versión, tan sólo indicios que, en ningún caso, han podido demostrarse.

La casa natal de Mozart, en Getreidegasse nº 9, es uno de los lugares más visitados de Salzburgo. Convertido en un museo, con gran cantidad de objetos de la época y algunos de los instrumentos que tocó Mozart en su niñez, es un lugar de peregrinación para todos los amantes de su música que se acercan a esta ciudad austríaca desde todos los rincones del mundo.

Casa de Mozart. Salzburgo (Austria).

Con motivo del 250º aniversario de su nacimiento Austria, su país de origen, se volcó en la celebración de actos, exposiciones, conciertos y representaciones de su obra, en lo que vino a llamarse «el año Mozart». Para su inauguración, Nikolaus Harnoncourt dirigió la Filarmónica de Viena en un concierto conmemorativo celebrado en el Mozarteum, donde sonó la Sinfonía número 40. En abril, por su parte, el vienés Museo Albertina inauguró una gran exposición titulada «Mozart. Experimento de la Ilustración», compuesta por más de mil cien objetos entre los que destacan partituras, bocetos de decorados, el piano donde compuso Don Giovanni, cartas, cuadros, etc. Por otro lado, se inauguró una nueva casa museo (una de las trece que tuviera el compositor en Viena) con una exposición permanente sobre la época en la que compuso Las bodas de Fígaro.

Obra

Son muchos los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de valorar la música de Wolfgang Amadeus Mozart. El primero de ellos, además de lo prolífico de su número, es la gran variedad de estilos que componen su repertorio. Puede afirmarse que es el único de los grandes maestros de la historia de la música culta que cultivó todos los géneros de su época con el mismo interés.

Mozart. Rondo alla turca.

Otro aspecto importante es la pasión por la composición que acompañó a toda su vida. Fue un compositor tan precoz que traspasó los límites de lo que se entiende por un niño prodigio. Sin embargo, lo verdaderamente llamativo es que su nivel de producción no decayó a lo largo de su vida (lo más habitual es que los niños tan aventajados pierdan del todo el interés al llegar a la pubertad), lo que hace que prácticamente su vida como compositor se equipare a su existencia real. Además, por lo que se infiere de lo mucho que se ha escrito sobre el genio de Salzburgo, la intensidad del trabajo que le acompañó toda su vida no le impidió tener una personalidad alegre y desenfadada, incluso en la niñez, algo completamente alejado de otros de los grandes nombres de la música mundial. De hecho, sus contemporáneos le describen como un hombre de mundo, apasionado y degustador de los placeres de la vida, consumado bailarín y preocupado por sus relaciones sociales, lo que choca con la idea que podría tenerse de un compositor de su talla, autor de tal magnitud de obras de calidad. Parece, pues, lógico pensar que se creara a su alrededor una idea de que el Mozart mundano nada tenía que ver con el Mozart que se sentaba al piano, como si un ser superior se apoderase del hombre distraído y bromista que conocieron sus cercanos.

Algo similar ocurrió con su obra. Si al Mozart mundano no se le prestaba especial atención, su música no despertaba tampoco el suficiente interés, puesto que los músicos contemporáneos, centrados más en satisfacer los gustos del momento (con menos talento, por supuesto) que en desarrollar un nuevo mensaje musical, fueron alabados y agasajados abiertamente, mientras que Mozart se perdía en el olvido, salvo en puntuales momentos de gloria. No sería verdaderamente hasta La flau