López de Mendoza, Íñigo. Marqués de Santillana (1398-1458).
Aristócrata y poeta castellano, nacido el 19 de agosto de 1398 en Carrión de los Condes (Palencia) y fallecido en Guadalajara el 25 de marzo de 1458. Poeta culto y erudito, su obra es considerada como la base del humanismo castellano (véase: Humanismo en España) del siglo XV. Más allá de su dedicación literaria, fue el marqués un destacado participante en la política del reino de Castilla durante la primera mitad del siglo XV. Además del título nobiliario de marqués de Santillana, por el que es más conocido, también fue conde del Real de Manzanares y titular de diversos señoríos: Guadalajar, Gumiel de Izán, las Asturias de Santillana, de la Vega, de Campoó de Suso, Campoó de Yuso y Campoó de Enmedio.
Síntesis biográfica
Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana, es uno de los personajes más destacados del siglo XV castellano, tanto por su faceta como militar como por su talla literaria. Hijo segundo del almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, y de doña Leonor de la Vega; miembro por tanto de una de las familias nobiliarias más poderosas y cultas de Castilla. En 1403, tras la muerte de su hermano mayor García, pasó a ser el heredero del patrimonio de sus padres. Al año siguiente falleció don Diego Hurtado de Mendoza dejando como heredero al joven Íñigo, el cual debido a su corta edad, tenía seis años, permaneció bajo la tutela de su madre. Doña Leonor de la Vega, en beneficio de su hijo, tuvo que hacer frente a una serie de pleitos por los derechos de la herencia que le disputaba su hermanastra, doña Aldonza de Mendoza, la cual hasta su muerte en 1435 no dejó de luchar por sus propios derechos en perjuicio de Íñigo López de Mendoza.
En 1414 acompañó a Fernando de Antequera a Aragón con motivo de la coronación de éste como rey de aquellas tierras. Ese mismo año contrajo matrimonio con doña Catalina Suárez de Figueroa, hija del Maestre de Santiago. En 1416, tras fallecer Fernando de Antequera y ser sucedido por Anfonso V, la posición de Íñigo López de Mendoza se fortaleció. En 1418 falleció su abuela, doña Mencía de Mendoza, e Íñigo heredó cuantiosos bienes debido al lazo especial que unía a ambos familiares. Fue durante su estancia en Aragón cuando comenzó a tener relación con los Humanistas catalanes del siglo XV y por tanto cuando se produjo su formación literaria.
A partir de 1420 empezaron los enfrentamientos entre Íñigo y don Álvaro de Luna, el futuro condestable de Castilla y favorito de Juan II. Dichos enfrentamientos se vieron marcados por la pertenencia de Íñigo al bando de los Infantes de Aragón, los cuales se oponían a la política del aristócrata castellano. En 1429 Íñigo luchó contra Juan II de Aragón y I de Navarra en las luchas que enfrentaron a éste con Castilla. En 1436, don Íñigo López de Mendoza recibió el nombramiento de Capitán Mayor de la Frontera de Granada e inició entonces una serie de campañas contra el reino nazarí.
En 1435 inició la construcción del castillo de Manzanares el Real, que edificó sobre el núcleo de una antigua ermita. Esta fortaleza, de planta rectangular y con torres cilíndricas en los lados, es uno de los pocos edificios representantes del gótico civil construido por la nobleza de sangre castellana. Los ricos dominios de su casa se extendían desde Guadalajara hasta Madrid a lo largo del Sistema Central.
El 5 de agosto de 1444 recibió los títulos de marqués de Santillana (Santander) y conde del Real de Manzanares en reconocimiento a su labor en la batalla de Olmedo. En 1453 tomó parte activa en la caída del condestable don Álvaro de Luna, cuya ejecución fue celebrada en varios poemas emanados de su pluma.
En 1454 el marqués de Santillana ejerció como uno de los firmantes y mayores impulsores de la definitiva paz entre Castilla y Aragón. Al año siguiente, el marqués de Santillana hizo su última aparición militar, en concreto en el séquito que acompañó al nuevo monarca castellano, Enrique IV, en la guerra contra los nazaritas de Granada. Ese mismo año falleció su esposa y el marqués se retiró a Guadalajara donde pasó los últimos años de su vida, hasta que el 25 de marzo de 1458 falleció.
Vida
Don Íñigo fue hijo segundo de Diego Hurtado de Mendoza, Almirante de Castilla y señor de Tendilla, Hita y Buitrago, y de doña Leonor de la Vega, una rica dama de la nobleza asturiana cuya posesión más preciada era la villa de Santillana del Mar (Santander). Desde el fallecimiento de su padre en 1404, el joven Íñigo se vio envuelto en todas las diatribas que un miembro del más alto escalafón del estamento nobiliario debía padecer. En efecto, toda la vida del futuro marqués de Santillana estuvo marcada por una constante ambición por defender los intereses de su linaje y, especialmente, por la gran cantidad de pleitos que tuvo que establecer para defender las posesiones que le habían sido otorgadas por mor de su alcurnia.
Tras el deceso paterno, Íñigo pasó a ser el heredero de las posesiones debido a que su hermano mayor, don García, había fallecido a la edad de ocho años en 1403, un año antes de la defunción del Almirante. Desde 1404 hasta 1416 su vida estuvo marcada por los constantes pleitos y querellas mantenidos entre él y toda una pléyade de nobles que esgrimían derechos y tenencias contrarios al reparto de los bienes de su padre. Entre los más importantes lugares que dieron lugar a pleitos destacaron la villa de Buitrago y el Real de Manzanares. En el primero de los casos fueron las reticencias de los propios habitantes los causantes de los problemas, mientras que en el segundo, en el Real de Manzanares, fue la acción de su hermanastra, doña Aldonza de Mendoza, y de su marido, el conde de Trastámara don Fadrique, la causante de no pocos quebraderos de cabeza para el patrimonio del futuro marqués. También durante esta primera época comenzó a fraguarse la estrecha amistad entre Íñigo y uno de sus primos, Fernán Álvarez de Toledo, que sería conde de Alba con el tiempo.
Pacto de esponsales y viaje a Aragón
Con motivo de los numerosos problemas que afectaban a las posesiones de Íñigo, su madre doña Leonor, con la anuencia del monarca Juan II, eligió a Lorenzo Suárez de Figueroa, señor de Feria y Maestre de la Orden de Santiago, como garante en la corte de los bienes de su familia. Los estrechos vínculos entre ambas familias quedaron sellados el 1 de agosto de 1408, cuando ambos progenitores pactaron, entre otros matrimonios con sus hijos, el de Íñigo López de Mendoza con Catalina Suárez de Figueroa, hija del Maestre de Santiago. Al ser los futuros cónyuges primos en tercer grado de parentesco fue necesaria la solicitud de dispensa papal. Desde el pacto de su matrimonio hasta 1412, Íñigo López de Mendoza, su madre y sus vasallos tuvieron que pleitear largo y tendido por la posesión de la villa de las Asturias de Santillana, logro finalmente conseguido casi a la vez de la formalización de los desposorios y, hecho crucial para el futuro del marqués, la elección por los compromisarios del reino de Aragón de Fernando de Antequera como monarca legítimo, en el llamado Compromiso de Caspe (28-VI-1412). A raíz de ello, Íñigo López de Mendoza emprendió, en 1414, una larga estancia en tierras del reino de Aragón, pues gracias a los vínculos existentes entre su linaje y el victorioso Trastámara, Íñigo pasó a formar parte del séquito del flamante nuevo monarca aragonés, donde ya era Copero Mayor desde 1413. En el mismo año de su marcha, contrajo matrimonio con su prometida e intervino en el reparto de los bienes de su abuela doña Mencía de Mendoza, fallecida en diciembre de 1418 y a quien unía un lazo de cariño especial, pues había pasado su infancia en el palacio que ésta poseía en su villa natal, Carrión. La muerte de Fernando de Antequera en abril de 1416 propició la llegada al trono de su hijo Alfonso V el Magnánimo, con lo que la actividad de Íñigo en la corte de Aragón ganó nuevos enteros, a juzgar por el excelente sueldo del que gozaba y los numerosos donativos y regalos que recibió de los monarcas. Con respecto a su formación literaria, fue durante su estancia al servicio de Aragón cuando comenzó a tener relación con los Humanistas catalanes del siglo XV, como Jordi de Sant Jordi, Joan de Valterra, Ausías March y el resto de hombres de letras de la corte de Alfonso V.
Participación política
A partir de la mayoría de edad, entre 1416 y 1418, Íñigo López de Mendoza puso fin a la tutoría de sus posesiones por parte de su madre y tomó la dirección de todos sus señoríos y bienes. Al mismo tiempo, comenzaban los graves acontecimientos con respecto a las relaciones del rey de Castilla, Juan II, con una parte de nobles de su reino alineados junto a los hijos de Fernando de Antequera, Juan y Enrique de Aragón. A raíz del suceso conocido como Atraco de Tordesillas (7 de marzo de 1420), en el que el infante don Enrique de Aragón secuestró a Juan II y le tuvo bajo su custodia hasta finales de año, Íñigo se alineó con el partido enriqueño, comenzando la época de fricciones con el que iba a ser su gran enemigo: Álvaro de Luna. La pertenencia del futuro marqués de Santillana a la facción de don Enrique hasta el año 1421 significó cierto enfriamiento de sus relaciones con la corona castellana, lo que iba a propiciar un recrudecimiento del conflicto que sostenía con doña Aldonza de Mendoza, condesa de Trastámara, a propósito de la tenencia del Real de Manzanares.
Entre 1423 y 1427, la documentación manejada por los investigadores no ofrece muchas noticias del futuro marqués de Santillana, al que se le supone apartado del ruido de sables de la corte castellana, retirado en Carrión de los Condes. Tan sólo se le menciona en la liga nobiliaria que, en 1425 y con el objetivo de acabar con el poder de Álvaro de Luna, formaron Enrique de Aragón y los linajes castellanos de Velasco, Manrique, Stúñiga y, naturalmente, Mendoza. Recuperada la confianza con el monarca castellano, en enero de 1428 un documento expedido por la Real Cancillería le otorgaba la confirmación de todos sus privilegios, posesiones y derechos labrados por su linaje desde los tiempos de la guerra civil del siglo XIV.
Las crónicas de la época revelan la participación de don Íñigo en varias competiciones festivas y lúdicas acontecidas en el marco del reino castellano; sin embargo, la vuelta del condestable Luna de su destierro barruntó una nueva época de enfrentamientos entre los diferentes intereses nobiliarios, luchas que, tras la expulsión de Castilla del infante Enrique, desembocaron en el inicio de la guerra entre Castilla y Aragón a mediados del año 1429, casi al tiempo que nacía el sexto hijo de don Íñigo, Pedro González de Mendoza, el que habría de ser Gran Cardenal de España.
El futuro marqués tomó partido por el bando de Juan II, ocupándose de la defensa de la frontera castellano-navarra, concretamente en la ciudad de Agreda. Poco tardó don Íñigo en entrar en combate: al mando de unos doscientos hombres, las tropas castellanas bajo sus órdenes fueron derrotadas en noviembre de 1429 por tropas aragonesas, pese a lo cual, como es habitual en la historiografía de la época, don Íñigo salió bien parado de las mismas:
Comenzó a ser reputado por muy varón, por causa de los trances militares que con moros y christianos ovo, aunque en la batalla de Araviana con los aragoneses, y en otra que dicen de Torote, perdió ambas jornadas; pero de la una y de la otra quedó honrado y herido, y no desestimado, sino estimado en esas y otras muchas batallas, por valiente capitán.(Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquagenas, ed. cit., I, pp. 46-47)
El conflicto entre Castilla y Aragón finalizó en 1430, con la firma entre los contendientes de las llamadas Treguas de Majano. La defensa de la frontera hecha por don Íñigo le procuró el favor de Juan II, pues éste le recompensó tanto con varias villas como con sus 500 hombres y sus rentas. Inmediatamente después, don Íñigo partió hacia las Asturias de Santillana, pues, durante todo el siglo XV, fue constantemente habitual que los pleitos nobiliarios por posesiones sufrieran alteraciones a favor de los presentes en la villa y en contra de los ausentes en la defensa de sus intereses. Sin apenas solucionar nada, el futuro marqués de Santillana marchó a la guerra contra el infiel: una campaña perfectamente orquestada por el condestable Luna para, con la excusa del secular conflicto contra los musulmanes, mantener distraídos a sus enemigos nobiliarios en el frene de batalla mientras su «equipo» de colaboradores se hacía con las riendas del Consejo Real de Castilla. En la famosa batalla de la Higueruela (1431), don Íñigo no llegó a participar, al quedar enfermo en Córdoba; sí participaron sus tropas, comandadas por Pero Meléndez Valdés y su sobrino, Gómez Carrillo de Albornoz. Vuelto a su señorío alcarreño de Hita tras la finalización de la campaña granadina, don Íñigo recibió con pesar la noticia de la prisión de su primo, Fernán Álvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, y de Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, dos nobles afines a sus posiciones políticas y, por ende, enemigos acérrimos del hombre que les mandó encarcelar, Álvaro de Luna.
Luchas en la frontera de Granada
El siguiente hito en la biografía del futuro marqués fue el fallecimiento de su madre, doña Leonor de la Vega (septiembre de 1432), por lo que heredó, mediante testamento, la casa y solar de la Vega, aunque repartió varias posesiones entre él y su hermano, Gonzalo Ruiz de Mendoza y Elvira de la Vega, intentando evitar convenios y pleitos entre sus propios hermanos, aunque sin éxito, pues éstas se alargaron hasta 1434. Desde 1430 hasta 1437, el período denominado por Luis Suárez Fernández como gobierno privado del Condestable, la tradicional enemistad de Álvaro de Luna con don Íñigo dio paso a unas relaciones más distendidas entre ambos: las crónicas de la época les citan a ambos participando en torneos y diversos fastos de la corte; posiblemente, el futuro marqués de Santillana pasaba por una época de profundo bienestar, toda vez que la muerte de doña Aldonza de Trastámara en 1435 eliminaba el último escollo en la resistencia de su posesión de las Asturias de Santillana. En este clima de bonanza, Íñigo López de Mendoza comenzó a edificar el castillo de Manzanares el Real (Madrid), tal vez el ejemplo más representativo del arte gótico en edficios privados de toda la Castilla medieval.
Por otra parte, entre 1435 y 1436 don Íñigo comenzó una política de matrimonios entre sus hijos que le emparentarían con lo más granado de la nobleza castellana, como los condes de Medinaceli, los Ribera andaluces o los condes de Haro. Pocos días después, el 20 de junio de 1436, don Íñigo López de Mendoza recibía el nombramiento de Capitán Mayor de la Frontera de Granada, lo que acarreaba su inmediato traslado hacia Córdoba y Jaén. Antes de ello, y en previsión de los posibles pleitos, recibió un albalá de Juan II por el que se ordenaba a todos los vasallos de la corona no mantener pleitos con el Capitán mientras éste estuviera en su puesto fronterizo; a partir de 1437, don Íñigo se centró en la preparación del asedio de Huelma, villa y castillo que fue tomada al año siguiente. De nuevo es el cronista Fernández de Oviedo quien mejor resume en sus Batallas y Quinquagenas (ed. cit., I, p. 60) todas las informaciones de las crónicas contemporáneas que relataron el suceso:
Diré en suma cómo se ovo como prudente capitán este señor; porque haviendo tomando aquella villa por combate, retraydos los moros a la fortaleza, Íñigo López combatió aquel castillo. Y ya que se le querían dar los moros, estando en aquesta plática, dixéronle que el rey de Granada venía con todo su poder a socorrer aquella villa. Íñigo López quiso cavalgar y salir al campo, y los cavalleros que con él estavan se lo contradecían y aconsejavan otra cosa, y él les dixo que no le parecía cosa hacedera a cavallero curar del trato estando en el campo los enemigos. Y así determinado y queriendo salir, supo que no era verdad la venida del rey de Granada y la fortaleza se dio.
En 1439, último año de su estancia en tierras andaluzas, tomó parte, junto a los embajadores enviados a la sazón por Juan II, en la firma de diferentes concordias entre los musulmanes granadinos y el reino de Castilla. Por una parte, y pese al citado albalá expedido por Juan II, los pleitos contra sus posesiones hereditarias habían sufrido un menoscabo tras otro, especialmente debido la interesada acción de Álvaro de Luna; por otra parte, también directamente relacionado con maniobras del condestable, la prisión del Adelantado, Pero Manrique, en 1437 había propiciado la vuelta a la escena política castellana de los infantes de Aragón. El enfrentamiento se aprestaba a llegar, aunque se trató parcialmente de solucionar por la vía de la concordia en el denominado Seguro de Tordesillas (junio de 1439), en el que don Íñigo se alió contra el condestable Luna y a favor de la facción aragonesista. Entre este año y 1441, el futuro marqués de Santillana apareció con plausible voluntad defensora de la línea de los infantes en varias confederaciones y ligas nobiliarias contrarias al condestable, lo que provocó un nuevo destierro de éste. También en este último año comenzó una sórdida polémica con el heredero del trono castellano, el entonces Príncipe de Asturias don Enrique, debido al conflicto establecido en el reparto de las rentas de las merindades de Asturias. Don Íñigo participó también en la liga nobiliaria de Arévalo, mediante la cual el clima de enfrentamientos encubiertos pasó a ser una verdadera guerra civil debido a la postura ofensiva de don Álvaro. En estas circunstancias, correspondió a don Íñigo tomar al asalto la madrileña villa de Alcalá de Henares, en cuyos alrededores se encontraban las tropas del Adelantado de Cazorla, Juan Carrillo, a las órdenes del Primado de Toledo, Juan de Cerezuela, hermano bastardo del condestable Luna. La escaramuza entre los contendientes, acontecida el 6 de abril de 1441, resultó funesta para el futuro marqués, por cuanto quedó malherido y sus fuerzas derrotadas. Con todo, la victoria final fue para los infantes, que provocaron la huida del condestable hacia sus posesiones del maestrazgo de Santiago. Don Íñigo volvió a participar firmemente en las decisiones que, con respecto al reparto territorial y a los destierros de personas afines al de Luna, se tomaron en los años siguientes (Pérez Bustamante, op. cit., p. 65).
Esplendor del marqués
Desde su fenomenal posición en la corte, incluido el agradecimiento en forma de cesión de la villa de Coca prestado por el infante Juan (ya rey de Navarra), don Íñigo volvió a retomar el tema de los pleitos por sus posesiones, especialmente en las Asturias de Santillana . Así pues, no sin antes haberse producido agrios y violentos altercados entre la población asturiana, daba comienzo en 1441 el famoso Pleito de los Valles, no solucionado hasta la reversión de la corona en 1581. Con todo, su posición en todos los conflictos pareció estabilizarse hacia 1442, especialmente en Guadalajara, Carrión, Coca y el Real de Manzanares. Pasando a su actividad política en el reino, el inevitable regreso a la corte de don Álvaro de Luna trajo aparejada la desaparición de la escena castellana del gobierno de los infantes de Aragón, profundamente antipopulares entre el pueblo castellano y, factor importantísimo, cuya política de concesiones había comenzado a granjear los recelos de sus antiguos aliados, de los que don Íñigo no era una excepción. Cuando los infantes, henchidos de su poder, secuestraron de nuevo al monarca Juan II en el denominado golpe de estado de Rámaga, la baraja castellana se rompió definitivamente entre los partidarios de la corona y los que, sospechosamente, defendían un poder extranjero en la monarquía. A pesar de que Álvaro de Luna volvió a convertirse en el estandarte del poder regio, esta vez juzgó oportuno don Íñigo alinearse, por fidelidad debida, junto a su menoscabado rey Juan II. En los preparativos previos de la guerra «civil», don Íñigo aparece en la documentación como uno de los más preciados consejeros del rey, junto al intrigante Juan Pacheco, marqués de Villena y privado del Príncipe de Asturias. El acercamiento entre estos tres hombres propició, el 5 de agosto de 1444, la concesión a don Íñigo López de Mendoza del título por el que ha pasado a la posteridad: el marquesado de Santillana. Para entonces, la fama literaria y caballeresca de don Íñigo ya era capital, como puede entreverse en la semblanza que el cronista Hernando del Pulgar le dedicó en sus Claros varones de Castilla (ed. cit., pp. 36-45):
Fue omme de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus mienbros, e fermoso en las faciones de su rostro, de linaje noble castellano e muy antiguo. Era omme agudo e discreto, y de tan grand coraçón que ni las grandes cosas le alteravan ni en las pequeñas le plazía entender. En la continencia de su persona e en el raçonar de su su fabla mostrava ser omme generoso e magnánimo. Fablava muy bien, e nunca le oían dezir palabra que no fuese de notar, quier para dotrina quier para plazer. Era cortés e honrrador de todos los que a él venían, especialmente de los ommes de ciencia. […] Tovo en su vida dos notables exercicios: uno, en la disciplina militar, otro en el estudio de la ciencia […] Tenía grand copia de libros, dávase al estudio, especialmente de la filosofía moral, e de cosas peregrinas e antiguas. Tenía siempre en su casa doctores e maestros con quien platicava en las ciencias e lecturas que estudiava. Fizo asimismo otros tratados en metros e en prosa muy dotrinables para provocar a virtudes, e refrenar vicios: e en estas cosas pasó lo más del tiempo de su retraimiento. Tenía grand fama e claro renombre en muchos reinos fuera de España, pero reputava mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos.
De Olmedo al fin de sus días
Un año más tarde, el 19 de mayo de 1445, el marqués de Santillana se encontró entre los confirmantes de la ley XXV de la II Partida, la confirmación del poder real, en el Real sobre Olmedo, paso previo obligado por Álvaro de Luna para combatir en la famosa batalla celebrada en el villa y que finalizó con el poder que los hijos de Fernando de Antequera habían tenido en Castilla durante la primera mitad del siglo XV. Es importante destacar que tal vez con ocasión de la batalla de Olmedo, el marqués de Santillana añadió uno de sus puntos más negros en su historial como caballero y como político, ya que después de haber apoyado a los infantes de Aragón durante todo el siglo XV, no tuvo inconveniente en pasarse al bando del condestable Luna, quien supuestamente defendía el autoritarismo monárquico, únicamente por intereses particulares: don Íñigo sabía que el título de marqués le había sido concedido por esta razón y no quiso que, como en otras ocasiones anteriores, militar en el bando perdedor en Olmedo hubiera significado el secuestro de sus bienes y el despojo de sus títulos, rentas y dignidades entre los principales caballeros del bando vencedor. Curiosamente, una de las pocas descripciones negativas del marqués en la literatura de la época se halla en las anónimas Coplas de la Panadera (ca. 1445), en las que el compositor ridiculiza a todos los participantes en la batalla de Olmedo, por su cobardía, su falta de escrúpulos y su nula preocupación en el bien del reino. El marqués de Santillana no salió bien parado bajo la procaz sátira de esta composición:
Con habla casi estranjera,armado como françés,el noble nuevo marquéssu valiente voto diera,e tan rezio acomitieracon los contrarios sin ruego,que vivas llamas de fuegoparesçió que les pusiera.(Coplas de la Panadera, vv. 249-256).
Como ya puede entreverse, los problemas en Castilla comenzaron casi al mismo tiempo de la celebración de los loores por la victoria del bando lunista en Olmedo. La entrada en la escena política de varios e intrigantes nobles, especialmente los hermanos Juan Pacheco y Pedro Girón, contribuyó poderosamente al inicio de nuevas tensiones aunque antiguas a la vez. La frágil voluntad del principal mentor en Castilla de ambos personajes, el príncipe de Asturias, hizo que los otros nobles, capitaneados por el marqués de Santillana y partidarios de concordias que evitasen el derramamiento inútil de sangre, se vieran relegados a un segundo plano. Tan sólo con ocasión de la boda entre Juan II y la princesa Isabel de Portugal, celebrada en agosto de 1447, todos los nobles del reino se mostraron en la misma fila, mas los ánimos se encontraban más enardecidos que nunca. Una vez más, fue don Álvaro de Luna quien, tras la concordia con Juan Pacheco y la prisión de los condes de Alba y Benavente, rompió el pacto verbal sellado con don Íñigo; decididos los nobles castellanos a acabar definitivamente con el omnímodo poder del valido de Juan II, el marqués de Santillana apareció en 1449 como uno de los auspiciadores de la denominada Gran Liga nobiliaria, pactada en Coruña del Conde contra las acciones de Álvaro de Luna. De igual modo, al año siguiente tuvo lugar la firma de una nueva confederación entre los que, quizá, fuesen los más poderosos personajes del reino, junto con su citado enemigo: don Juan Pacheco, Pedro de Stúñiga y el propio Íñigo López de Mendoza. De forma paralela, la actividad del inacabado conflicto entre los castellanos y Juan de Aragón (ahora Juan I, rey de Navarra) continuaba en varias posesiones que éste se había reservado en territorio de Castilla; era la villa de Torija uno de esos lugares, al que las tropas del marqués de Santillana y del Arzobispo de Toledo tomaron al asalto en el verano de 1449 (Pérez Bustamante, op. cit., p. 75).
En la época de plenitud del marqués de Santillana siguió incrementando su patrimonio nobiliario, especialmente por las acciones militares llevadas a cabo a favor de los intereses de Juan II. Poco tiempo después de 1451, los nobles, entre los que don Íñigo desempeñaba un papel primordial, presionaron al monarca Juan II para que solucionase definitivamente el problema que, para la paz del reino, desempeñaba Álvaro de Luna. Cuando éste fue degollado en el cadalso de Valladolid (3 de julio de 1453), la sensación de Íñigo tuvo que ser agridulce: no en vano, él había participado en tantas acciones junto a él o contra él que bien podía haber sido suya la misma suerte, a juzgar por los sentimientos que destila su célebre Doctrinal de Privados, especie de regimiento moral para quienes sustituyesen en parangón social al defenestrado condestable Luna. Con todo, la participación activa del marqués de Santillana en el suceso fue grande, prestando armas, hombres y su propia presencia, si había hubiese sido menester, para finalizar con el conflicto.
Pese a ello, la situación política del reino volvió a ser inestable; se alzaba como gran ganador del juego político el marqués de Villena, quien, bajo el auspicio del futuro rey Enrique IV, pasó a controlar gran parte del patrimonio del fallecido don Álvaro. El marqués de Santillana, empero, fue uno de los principales causantes de la firma definitiva de la paz entre Castilla y Aragón, acontecida en marzo de 1454, tras lo cual la proclama de Enrique IV como rey de Castilla iba a iniciar una de las épocas más violentas del panorama político castellano en la Baja Edad Media. Tan terrible futuro no iba a formar parte de la vida del marqués, puesto que su última aparición militar data de 1455, cuando acompañó al séquito del nuevo monarca en la guerra contra los musulmanes de Granada. Realmente, el fallecimiento en ese mismo de año de su mujer, Catalina Suárez de Figueroa, y de uno de sus grandes amigos, el poeta Juan de Medina, terminaron por vencer las escasas fuerzas de Íñigo López de Mendoza, puesto que desde ese momento, retirado en Guadalajara, procuró luchar por sus posesiones y establecer un testamento justo con sus descendientes. El marqués de Santillana falleció el domingo 25 de marzo de 1458, siendo enterrado, según su voluntad, en el monasterio de San Francisco. Desde el mismo momento de su muerte comenzó su trasvase al olimpo de la fama, ya que destacados poetas, como Gómez Manrique (sobrino del marqués) y Diego de Burgos (secretario de Santillana y después de su hijo, el Cardenal Mendoza), le dedicaron larguísimas composiciones retóricas, llenas de cultismos y de imágenes amplificadas comparando al marqués con las auctoritates de la Antigüedad Clásica, a modo de lamento por la muerte de Íñigo López de Mendoza.
Descendencia del marqués de Santillana
El testamento y el reparto de su patrimonio entre sus hijos auspició, en el futuro, el lugar preeminente que su descendencia tendría en los siguientes acontecimientos de la historia de España. Los hijos de Íñigo López de Mendoza y de Catalina Suárez de Figueroa fueron los siguientes:
– Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana y primer duque del Infantado.- Íñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla.- Lorenzo Suárez de Figueroa (o de Mendoza), conde de Coruña.- Pero Lasso de Mendoza, señor de Mondéjar. Casó con Inés Carrillo, señora propietaria de Mondéjar.- Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, Canciller mayor de Castilla y Cardenal de Jerusalén.- Juan de Mendoza, señor de Portillo y Atienza.- Juan Hurtado de Mendoza, señor de Colmenar, Cardoso y Fresno de Torote.- María de Mendoza, casada con Per Afán de Ribera, Adelantado de Andalucía.- Menc