Jackson, Andrew (1767-1845).


Andrew Jackson.

Abogado, militar y político estadounidense, séptimo presidente de los Estados Unidos de América (1829-1837). Nació el 15 de marzo de 1767, en Waxhaw (estado de Carolina del Sur), y murió el 8 de junio de 1845, en Hermitage, localidad próxima a Nashville (estado de Tennessee). Conocido con el sobrenombre de Old Hickory (Viejo nogal americano), fue el primer presidente electo nacido en los territorios enclavados al oeste de los Apalaches y también el primero en hacer pública su investidura presidencial. Su elección presidencial trajo consigo una profunda transformación de la clase política y una nueva forma de gobernar y ejercer el poder en los Estados Unidos de América. Sin duda alguna, Andrew Jackson fue, de todos los presidentes precedentes, el que gozó de mayor apoyo y popularidad por parte del pueblo estadounidense, por su origen humilde y capacidad para luchar y llegar a lo más alto de la cúspide política, lo cual aprovechó para llevar a cabo su programa político, conocido como Era jacksoniana, que tanto influyó en los años posteriores. Así mismo, Jackson ha sido considerado como el prototipo por excelencia del hombre de frontera, ya que fue el presidente que impulsó el definitivo movimiento migratorio de los colonos hacia los vastos territorios del Oeste.

Los comienzos de su carrera

Miembro de una familia de origen escocés e irlandés recién emigrada, su padre murió antes de que él naciera. Una vez que la familia se asentó en Carolina del Sur, Andrew Jackson se vio obligado a abandonar sus estudios al estallar la Guerra de la Independencia. Se alistó enseguida en el Ejército Continental cuando los británicos iniciaron la invasión de las dos Carolinas, en los años 1780-81, el mismo período en el que su madre y sus dos hermanos murieron víctimas de la barbarie de la guerra. Desde ese momento, Jackson no dejó de profesar un odio extremo hacia los británicos.

Educado por un tío materno que poseía una pequeña plantación de esclavos, Jackson decidió estudiar la carrera de Derecho en 1784, en la Universidad de Salisbury (Carolina del Norte). Se graduó dos años después y montó, en la misma ciudad, un bufete de abogados. En el año 1788, fue designado fiscal de la región de Cumberland, distrito perteneciente a Carolina del Norte que poco después se convertiría en el nuevo estado de Tennessee. Como fiscal, se ganó una merecida fama de hombre duro e inflexible en el cumplimiento de la ley y de las penas contra los malhechores y deudores -aplicó con rigor el peso de la ley-, lo que hizo que se granjease poderosos enemigos.

Cuando el distrito pasó a ser el nuevo estado de Tennessee, Andrew Jackson se convirtió rápidamente en uno de los personajes más influyentes: tomó parte activa en la Convención Constituyente y en la redacción de la nueva Constitución estatal. Fue elegido representante de la Asamblea estatal y, más tarde, en 1797, senador de Estados Unidos por Tennessee, cargo al que renunció, un año más tarde, para ocupar el puesto de juez del Tribunal Supremo de Tennessee. Admirador y gran amigo del coronel John Donelson Robards, Jackson acabó casándose con su hija, Rachel, y se dedicó a reforzar su carisma y popularidad entre sus conciudadanos. Realmente nada podía hacer presagiar la brillante carrera política de Jackson, y menos aún por su gran vinculación con el antiguo vicepresidente Aaron Burr, a quien el presidente Thomas Jefferson hizo juzgar en 1807 por el delito de alta traición, circunstancia a la que se unía el carácter violento del propio Jackson, muy dado a enfrascarse en duelos y reyertas.

En el año 1802, fecha en la que Andrew Jackson ya era un próspero terrateniente al más puro estilo sureño, fue nombrado general de la milicia de Tennessee, tras lo cual se retiró a su propiedad para dedicarse a su próspero negocio de cultivo de algodón.

Sus éxitos militares. El nacimiento de un héroe

El inicio de la Guerra Anglo-estadounidense, en junio del año 1812, ofreció a Jackson la posibilidad de alcanzar el primer plano político y dar comienzo así a una carrera vertiginosa. Fue capaz de reunir cerca de 50.000 hombres con los que se ofreció a ayudar al Gobierno federal del presidente James Madison (1809-1817). La tardanza gubernamental en aceptar la ayuda hizo posible que los indios creeks, aliados de los británicos, cometieran todo tipo de desmanes en las fronteras meridionales. En el mes de agosto de 1813, Jackson, ascendido al grado de general, fue el encargado de llevar a cabo una campaña militar contra los indios, a los que derrotó en la Batalla de Tohopekc (también conocida como Horseshoe Bend), el 27 de marzo de 1817, por la que consiguió su primera aclamación nacional. Gracias a su victoria, la belicosa tribu de los creek no volvió a traspasar los límites fronterizos; además, consiguió anexionar al país un territorio de más de 8 millones de hectáreas.

Su siguiente acción militar de relieve fue la conquista, en noviembre del mismo año, de una buena parte de La Florida española, justificando su acción por la alianza en la guerra entre España y Gran Bretaña. Cuando se disponía a penetrar más al sur, en dirección a la ciudad de Pensacola, Jackson tuvo que retroceder y dirigirse con urgencia a Nueva Orleans, a la que llegó en diciembre del mismo año, el tiempo justo para poder fortificarla adecuadamente y vencer, el 8 de enero de 1815, en la Batalla de Nueva Orleans, a las tropas del general británico Pakenham. A raíz de su segundo triunfo sonado consecutivo, Jackson fue considerado como un héroe nacional, se le comparó, por sus hazañas militares, al mismísimo Padre de la Patria, George Washington.

Nombrado comandante en jefe del ejército de Tennessee, a finales del año 1817 el Gobierno de James Monroe (1817-1825) ordenó a Jackson castigar con dureza a los indios seminolas de La Florida, incluso perseguirlos hasta territorio español si era necesario. Aprovechándose de la vaguedad de sus instrucciones, Jackson inició una invasión en toda regla de La Florida oriental, tomó varios fuertes españoles, depuso al gobernador español y ejecutó a dos oficiales británicos por incitar a los indios contra el dominio de los estadounidenses. A pesar de las fuertes protestas que suscitó en el Congreso su actuación (realmente el presidente Monroe jamás dejó entrever oposición alguna sobre el incidente), Jackson consiguió el apoyo decisivo del por aquel entonces secretario de Estado John Quincy Adams (futuro presidente), quien, mediante el disimulo de una compra de los territorios a España por valor de 5 millones de dólares, ratificada en el Tratado Adams-Onís, en 1819, anexionó otro estado más a la Unión. Como premio y reconocimiento a su labor militar, Jackson fue nombrado gobernador del nuevo estado de La Florida.

El camino hacia la Casa Blanca

Los incuestionables triunfos militares convencieron a Jackson para intentar su asalto definitivo a la política nacional. No en vano, en esos momentos era el personaje público más popular y con más carisma de todo el país. Así pues, en el año 1823, Jackson fue elegido senador por Tennessee, puesto desde el que sus amigos e influyentes amistades políticas le convencieron para que se presentara como candidato a las próximas elecciones presidenciales de finales de 1824.

En dichas elecciones, Andrew Jackson obtuvo la lista más votada, con 99 votos, por delante de los otros tres candidatos: John Quincy Adams, con 48; William H. Crawford, con 41; y, por último, Henry Clay, con 47. En vista de que ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta establecida por la Constitución, la decisión le correspondió al Congreso. Eliminada la candidatura de Crawford por enfermedad, la llave del resultado recayó en Henry Clay, quien era además el presidente del Congreso. Clay se decantó finalmente por Adams, tal como habían pactado ambos de antemano, a cambio de ser nombrado por éste, una vez que fuera elegido presidente, secretario de Estado.

Decepcionado pero decidido a tomarse la revancha a la menor oportunidad, Jackson, junto a sus seguidores, cada vez más numerosos y mejor organizados en el nuevo Partido Demócrata creado por él mismo con la ayuda de su mano derecha, Martin Van Buren, obstaculizaron la administración de John Quincy Adams de manera constante y efectiva. Durante el transcurso de la campaña política para la presidencia del año 1828, Jackson y los suyos pusieron en práctica una serie de tácticas que acabaron por erosionar la candidatura de John Quincy Adams, abriendo una etapa de acusaciones, injurias, duelos, intercambios recíprocos de insultos y descalificaciones de todo tipo. La «corte de los jacksonianos», tal como se les empezó a llamar, acusaron a Adams de monárquico, hipócrita y parásito. Por fin, en diciembre de 1828, Jackson derrotó en las urnas a John Quincy Adams, por 178 votos a 83. Pero la alegría momentánea por un triunfo tan querido y esperado se tornó en desgracia por la repentina muerte de su mujer, el 22 de diciembre.

La presidencia de Andrew Jackson

La llegada a la presidencia de Andrew Jackson, el 4 de marzo de 1829, fue considerada por el pueblo llano como una victoria propia.

Partidario de las prácticas democráticas y sabedor de que tenía al pueblo de su parte, Jackson gobernó, siempre que lo estimó oportuno, apoyándose en él para luchar contra el Congreso e incluso contra el propio Tribunal Supremo. Bien asesorado por su secretario de Estado, Martin Van Buren, Jackson implantó el sufragio universal equiparándolo a la condición de soberanía, suprimiendo el injusto sufragio censitario, todo ello con el objeto de crearse una nueva y potente clientela política, circunstancia que desarrolló todavía mejor al introducir e institucionalizar el sistema conocido como Spoils System (Sistema de Despojos o Espolios), que consistía en el reparto de los cargos más importantes de la Administración entre amigos y fieles colaboradores del partido en el poder. Aunque Jackson usó dicha prebenda de una manera moderada, sentó un grave precedente en las posteriores administraciones, hasta el punto de que los cincuenta años siguientes el Spoils System asolaron la vida política estadounidense, degradaron la eficacia de la labor del gobierno, con incalculable perjuicio para el país, como demostraron las administraciones de Ulysses S. Grant y otros presidentes.

Jackson no dejó de recalcar la intención de su Gobierno de no interferir en ninguna esfera política legítima de los estados, tal como demostró al vetar un proyecto de ley de carreteras en Kentucky, alegando la inconstitucionalidad del hecho de asignar dinero público para un asunto puramente estatal. Para él era mejor saldar la deuda nacional y redistribuir convenientemente el dinero entre los estados para que éstos financiasen sus propias obras y mejoras internas. Defensor a ultranza de los derechos estatales y de la no injerencia federal, Jackson era, sin embargo, un nacionalista intransigente, opuesto a cualquier tipo de veleidad secesionista, rebelde o contestataria, que pudiera poner en peligro la Unión. Tuvo ocasión de demostrar ambos extremos en dos ocasiones durante su presidencia.

En el año 1828, tras el descubrimiento de un importante filón de oro en Georgia, la Asamblea del estado declaró nulas las leyes que databan del año 1791 por las cuales los nativos cherokees del estado fueron considerados como una nación aparte con todos sus derechos. Ante semejante maniobra, los representantes de la tribu llevaron el caso hasta el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, cuyo presidente, John Marshall, acabó dándoles la razón al declarar inconstitucionales las medidas derogativas adoptadas por los políticos de Georgia. Cuando Georgia desafió abiertamente la sentencia del tribunal, Andrew Jackson se erigió en el paladín de los derechos estatales y apoyó la rebeldía jurídica de los georgianos, los cuales no desaprovecharon la ocasión para expulsar, a punta de bayoneta, a los indefensos indios cherokees, a los que se obligó a iniciar una penosa marcha (conocida con el nombre de Sendero de las Lágrimas), de más de 6.000 kilómetros hasta asentarse más allá del cauce del Mississippi. En dicha marcha pereció más de un tercio del pueblo cherokee.

Por el contrario, durante la llamada «crisis de la invalidación», surgida entre los años 1832 y 1833, fruto del descontento de Carolina del Sur con la política arancelaria proteccionista del Gobierno, que aplicó una subida sustancial a los aranceles, Jackson no dudó en amenazar con una intervención armada en toda regla cuando supo que la Asamblea del estado estaba dispuesta a anular la ley federal. Una vez más, Jackson salió ganando, esta vez erigiéndose como el más firme defensor del poder federal unionista.

Durante toda la campaña presidencial del año 1832, Jackson dirigió todos sus esfuerzos en la que sería otra de sus grandes acciones como presidente, la conocida como «guerra del Banco», concretamente contra el Segundo Banco Nacional, fundado en el año 1816. Jackson atacó directamente al que consideraba un «monstruo» que controlaba los bancos estatales, haciéndole particularmente odioso para los grupos más poderosos del país, tanto sudistas como nordistas. Acusó al Banco de inconstitucional e innecesario, señalando particularmente a su presidente, Nichollas Biddle, como el culpable y causante de la corrupción de la vida política y de ser un instrumento en manos de la aristocracia del dinero, además de poner al pueblo una argolla monetaria y de oprimir a la clase trabajadora. Una vez que consiguió su triunfo electoralista, Jackson aceleró el proceso de disolución del Banco, el cual se llevó a cabo en el verano de 1834; fue reorganizado como un banco estatal más según las leyes del estado de Pennsylvania. La mayoría de los analistas estadounidenses son de la opinión de que el verdadero motivo de la disolución del Banco no fue otro que el apoyo que tenía Jackson de los bancos de Wall Street, cuyo principal objetivo era el de desembarazarse de cualquier competencia molesta que pudiera obstaculizar sus pingües negocios, y de la oligarquía financiera del país, molesta por el control fiscal que ejercía el Banco Nacional sobre sus negocios y transacciones comerciales con el extranjero.

En conclusión, durante los ocho largos años que Jackson estuvo al frente de la Casa Blanca, la autoridad del ejecutivo aumentó considerablemente; imprimió a la labor presidencial un carácter más efectivo, espectacular y personal, bien arropado por su grupo de asesores, con Martin Van Buren a la cabeza, al que se conoció como «el gabinete de la cocina», ya que era costumbre de tan selectivo grupo reunirse en la cocina de la casa presidencial.

En el ámbito de la política exterior, Jackson siguió la misma línea política de los anteriores presidentes, basada en la Doctrina Monroe («América para los americanos»): exigió y obtuvo de Francia el pago de 25 millones de dólares en concepto de indemnizaciones de guerra atrasadas y mantuvo a raya las pretensiones territoriales de los británicos en la frontera norte.

Antes de abandonar la Casa Blanca, Jackson fue testigo del nacimiento del Partido Whig, surgido para enfrentarse con el Partido Demócrata. A pesar de una moción de censura promulgada y dirigida contra su Gobierno por el presidente del senado, Henry Clay, Jackson pudo mantenerse en el poder, ignorando la oposición del Congreso y preparando el camino a la presidencia de su protegido y delfín político, Martin Van Buren, como así sucedió en las siguientes elecciones.

El 4 de marzo de 1837, el Viejo Roble Americano abandonó la Casa Blanca para retirarse a su propiedad de L´Hermitage, donde murió el 8 de junio de 1845. Conservó siempre intacto el gran prestigio que se supo ganar.

En conjunto, se puede afirmar que la presidencia de Jackson representó un ideal, el regreso utópico a la viejas virtudes jeffersonianas, más que un programa coherente de transformación. En cualquier caso, su período fue clave en la constitución del futuro modelo político estadounidense. Precisamente, en ese aspecto reside la importancia y trascendencia de su presidencia.

Bibliografía

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  • FERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Mario: Historia de los Estados Unidos de América: de la REpública burguesa al Poder presidencial. Madrid: Marcial Pons, 1997.

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  • MORISON, Samuel Eliot: Breve Historia de los Estados Unidos. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.

C. Herráiz García.