Humboldt, Alexander von (1769-1859).
Naturalista y explorador alemán, nacido el 14 de septiembre de 1769 en Berlín y fallecido el 6 de mayo de 1859 en la misma ciudad. Alexander Von Humboldt está considerado como el padre de la Geografía moderna, del mismo modo que Charles Darwin pasa por ser el forjador de la moderna Biología. Ambos no son sólo las dos figuras más influyentes en las ciencias de la vida del siglo XIX, sino también dos de los últimos ejemplares de una tradición muy antigua, tan antigua como Plinio el viejo: la de los naturalistas viajeros.
Humboldt, pues, no fue un descubridor geográfico en el sentido clásico del término, sino bastante más que eso. Su actividad exploradora fue incansable, recorrió físicamente selvas y montañas, cruzó océanos y numerosos accidentes o fenómenos geográficos llevan hoy su nombre: razones suficientes como para ser incluido en esa categoría. Pero más allá de sus viajes y observaciones, Humboldt fue también, y sobre todo, un científico de talla universal, un hombre capaz de reunir con su mirada lo singular y lo abstracto, capaz de recorrer el mundo para, después, someterlo a regla y medida.
Nació en el seno de una familia acomodada en la Prusia de Federico el Grande. Su infancia discurrió en Berlín y sus alrededores. Allí, en una pequeña localidad llamada Tegel, se alzaba la mansión materna, «el castillo del aburrimiento», tal y como él la denominó. Su padre murió cuando tenía nueve años, y de su madre recibió un trato severo y distante, algo que parece explicar -según todos sus biógrafos- las graves carencias afectivas que presidieron su vida. Pronto se aficionó a las ciencias naturales. Ya de adolescente gustaba de recoger y coleccionar conchas, mariposas y piedras en sus paseos por Tegel, hasta el punto de que era llamado «el pequeño boticario». Como miembro de la aristocracia (su padre había sido chambelán del rey), recibió una educación esmerada y frecuentó círculos eruditos. Uno de ellos fue el del médico judío y discípulo de Kant, Marcus Hertz, cuya mujer presidía una de las tertulias características de la Ilustración germana. Era en ese tipo de reuniones donde la física y el mundo experimental convivían con la música, las lenguas, la filosofía y otras formas de cultura.
Entre sus preceptores destacan el fisiócrata y liberal Dohm y el botánico Willdenow, de quien aprendió las primeras nociones taxonómicas el hombre destinado a formular la geografía de las plantas. Estudió en Frankfort del Oder junto a su hermano Wilhelm, quien llegaría a ser igualmente un sabio de prestigio internacional en el campo de la filología. En 1789 se trasladó a la Universidad de Gottinga. Allí conoció al joven conde de Metternich, futuro artífice del orden europeo tras las guerras napoleónicas, y al gran arqueólogo y filólogo clásico Heyne. Pero sin duda fue George Forster, entre todos sus maestros, el que mayor impronta le produjo. Compañero del capitán Cook en sus viajes alrededor del mundo, Forster llevó al joven Humboldt en un tour por diversos países europeos en el año de 1790. Juntos visitaron los Países Bajos, Inglaterra y Francia. Gracias a este viaje, Humboldt se puso en contacto con naturalistas como Banks y astrónomos como Herschel, y pudo presenciar la Revolución Francesa en vivo, algo que le dejaría una huella indeleble. El barón de Humboldt fue desde entonces un confeso admirador de las ideas republicanas.
Durante la década de los noventa, su biografía estuvo ligada a la administración prusiana de minas. Estudió en la Escuela de Minería de Friburgo, bajo la dirección del gran geólogo Werner, y pronto pasó a desempeñar puestos de responsabilidad como funcionario del departamento. De estos años datan sus primeras aportaciones al campo de la geología y la mineralogía, así como sus primeras exploraciones por la cuenca del Rhin y Franconia. En 1797 abandonó su fulgurante carrera para dedicarse sólo al estudio de las ciencias naturales. En Jena conoció a Schiller y Goethe, cuya influencia en el pensamiento filosófico de nuestro autor fue notable, y al poco marchó de nuevo a París para trabar ya su relación profesional más duradera con el naturalista Aimé de Bonpland, su compañero de viajes por la América española.
En 1799 cobró forma su viejo anhelo de realizar una gran exploración científica en los trópicos. Las autoridades españolas le dieron permiso para trasladarse junto con Bonpland a los dominios americanos. Partieron de La Coruña en la corbeta «Pizarro» y, tras la reglamentaria escala en Canarias, donde Humboldt ascendió al Teide(3.718 m), desembarcaron en Cumaná en julio de aquel año.
Exploraron parte del territorio que hoy corresponde a Venezuela y confirmaron la bifurcación del Orinoco. Se adentraron en la famosa cueva del Guácharo, de 472 m de profundidad, convirtiéndose en los precursores de la espeleología científica de Iberoamérica, y en el campo de la ornitología aportaron una valiosa información, al descubrir un nuevo género y especie de ave, Steatornis caripensis, conocido popularmente como guácharo.
En 1800 pasaron a Cuba y al año siguiente regresaron al continente: Cartagena de Indias, la meseta andina y el Reino de Quito ocuparon los primeros años del nuevo siglo a nuestros investigadores. Allí efectuó la celebrada ascensión al volcán del Chimborazo, una gesta que le valió gran reputación pues llegó a los 5.800 metros, algo jamás logrado por ningún ser humano con anterioridad. En 1803 arribaron a Acapulco. Emplearon un año en recorrer y estudiar diversas provincias de la Nueva España. Tras una última visita a La Habana y una ligera estancia en Filadelfia y Washington, abandonaron el Nuevo Mundo en julio de 1804.
Tal vez sería más sencillo decir en qué rama del conocimiento no trabajó Humboldt durante su exploración del continente americano. Sus observaciones, mediciones, estudios y experimentos abarcaron la mayor parte de las ciencias naturales: análisis de los suelos, indagaciones barométricas, clasificaciones botánicas y geografía de las plantas, ensayos sobre las propiedades químicas de los minerales y trabajos sobre enfermedades ambientales y salubridad son sólo algunas de ellas. Así por ejemplo, fue el primero en trazar las líneas isotermas que hoy día se emplean en los mapas climáticos, y que unen todos aquellos puntos que representan valores idénticos de temperatura en un momento o tiempo determinados. Junto a Bonpland recolectó y estudió numerosas plantas, las asociaciones vegetales y en sus viajes descubrió un principio ecológico muy importante: la relación que existe entre latitud y altitud. En el océano Pacífico observó una corriente marina que luego fue bautizada con su propio nombre, Corriente de Humboldt.
La magnífica edición de sus trabajos sobre la naturaleza americana consta de más de 30 volúmenes, publicados principalmente en francés durante su prolongada estancia en París, donde residió la mayor parte del tiempo entre 1804 y 1827. La obra lleva por título general Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, y entre sus monografías más famosas se encuentran los Cuadros de la Naturaleza, un texto donde se combina la mirada científica y la poética, o las Vistas de Cordilleras, un trabajo que suma a las bellísimas ilustraciones y a los conocimientos geográficos grandes aportaciones a la antropología de las culturas precolombinas. También están los Ensayos políticos sobre la Nueva España y Cuba, magnos inventarios de los recursos naturales y económicos de ambos territorios; y, por supuesto, el Ensayo sobre la distribución geográfica de las plantas, diversos atlas geográficos y físicos y varias monografías sobre astronomía y geología. Con ellos Humboldt se convirtió en el padre de la biogeografía, la geografía climática, la sismología, la fitogeografía y la física marítima.
Todo lo cual está compendiado de alguna forma en Cosmos (1845-1858), su obra más ambiciosa. Escrita durante el tramo final de su vida en Berlín, Cosmos supone un testimonio incomparable de un saber universal y enciclopédico. Concebida como repaso exhaustivo de todas las ciencias naturales, Humboldt quiso también que fuera un libro atractivo y accesible para toda la humanidad. En este sentido, Cosmos no sólo fue el gran «Libro de la Naturaleza» de la Edad Moderna (así había titulado Alberto Magno su compendio del conocimiento natural en la Edad Media), sino que también quiso ser el primer gran libro de divulgación científica de la época contemporánea. Su gran mérito intelectual reside en poner en juego, y bajo una misma mirada, todos los conocimientos de las distintas disciplinas. Cuando Humboldt estudia la disposición seriada de los volcanes alrededor del globo, o la relación entre altitud y morfología de las plantas, en realidad está sentando las bases de un método experimental, comparativo y analítico que permite entender la tierra y los fenómenos naturales como un todo, una suma de fuerzas y equilibrios relacionados entre sí, por decirlo en sus términos, una física del globo.
En Cosmos también se incluyen las observaciones que Humboldt realizó en su otra gran exploración científica, la que realizó en 1829 por los Urales, Asia y el Mar Caspio. Otras disciplinas científicas también cultivadas por el gran sabio prusiano fueron el galvanismo, la química, la fisiología y la física experimental. Con él colaboraron Gay-Lussac, Arago, Poisson, Cuvier, Volta, Morse, Kunth, Caldas, Mutis y muchos otros entre los más prestigiosos científicos de su época. Su relación con Goethe y con el Sturm und Drang es un lugar común entre los especialistas. Y en realidad parece como si a Humboldt todo le cupiera: la Ilustración y el Romanticismo, la historia de los fenómenos y la de las ideas, el Viejo y el Nuevo Mundo, las ciencias naturales y las sociales. Es justo decir, por tanto, que su figura es parangonable con los grandes sabios universales del Occidente moderno: Leonardo, Descartes, Leibniz, Newton.
En 1829, a la edad de 60 años, emprendió un viaje a Rusia, atravesó toda Siberia y llegó hasta la frontera china. Pudo comprobar las diferencias geológicas, ecológicas y geográficas de dos grandes continentes, y sus observaciones meteorológicas le llevaron a establecer el «principio de continentalidad», por el cual las regiones interiores de los continentes presentan temperaturas extremas estacionales, debido a la gran distancia del océano y por tanto a la ausencia de su influencia moderada.
Hombre no sólo de teoría, sino también de acción, en Humboldt conviven el perfil del erudito y el del explorador. Desde esta perspectiva quizás se entienda mejor su profunda vocación política. El más reputado científico de su época, miembro de más de un centenar de academias en todo el mundo, fue también consejero de reyes, presidentes y soberanos, entre los que se cuentan el zar Nicolás, el rey Luis Felipe de Francia o el príncipe Guillermo de Prusia. Tras las guerras napoleónicas estuvo en el Congreso de Aquisgrán y en el de Verona, dos de las muchas muestras de su actividad diplomática. Igualmente conoció y mantuvo correspondencia con Bolívar, el libertador de buena parte de la América Hispánica, y Jefferson, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos. Acérrimo enemigo de la esclavitud, Humboldt abanderó los ideales de justicia y libertad en numerosos episodios de su larga vida. No es de extrañar, por tanto, que países como México, Colombia o Venezuela lo consideren como un baluarte de su emancipación intelectual, ni que Francia, Alemania o España se disputen un legado como el suyo. Tal vez nos falte el aire cosmopolita que presidió su vida. Y en todo caso, no parece descaminado concluir diciendo que, a través del estudio de la Naturaleza, Humboldt trató de poner en práctica su reiterada divisa: «el hombre debe aspirar a lo grande y a lo bueno».
Bibliografía
Fuentes
Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent (1799-1804); dividido en seis grupos temáticos: descripción general, zoología, estudios «políticos» y geográficos de México, astronomía, geografía de las plantas y botánica.Die Jugendbriefe Alexander von Humboldts 1787-1799, edición dirigida por Ilse Jahn y Fritz G. Lange, Berlín: Akademie-Verlag, 1793, pp. 648-682. (Su correspondencia durante su estancia en España).Lettres américaines d’Alexandre de Humboldt (1798-1807), edición dirigida por E. T. Hamy, París: E. Guilmoto, 1905.
Estudios
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Thomas F. GLICK