Huerta Romero, Efraín (1914-1982).


Poeta y periodista mexicano, nacido en Guanajuato en 1914 y fallecido en Ciudad de México en 1982. Desde unos planteamientos iniciales posmodernistas, en los que ya estaba presente el clamor exaltado que habría de caracterizar el resto de su obra, su producción poética fue evolucionando por diversos senderos temáticos y estilísticos que, en su asombrosa variedad, le convirtieron en una de las voces poéticas más fecundas, originales y significativas de las Letras mexicanas del siglo XX.

La infancia de Efrén Huerta (que pronto habría de abandonar su verdadero nombre de pila por la forma más poética y eufónica de Efraín) transcurrió por diferentes ciudades del interior de México en las que -como en Irapuato, León y Querétaro- cursó sus estudios primarios y secundarios, siempre decididamente inclinados hacia los saberes humanísticos. En su temprana juventud, se trasladó a la capital del país para matricularse en la Facultad de Derecho, donde aprobó los tres primeros años de una carrera de Leyes que dejó abandonada ante la necesidad de ejercer diferentes oficios que le asegurasen la subsistencia. Así, una vez desestimadas sus pretensiones ilusorias de llegar a convertirse en una gran figura del toreo, hubo de enfrentarse a la crudeza de la realidad que le envolvía y aceptar un puesto de campanero de iglesia, para emplearse después en otros menesteres algo más afines a sus inquietudes literarias, como la venta de periódicos y la composición tipográfica. Estas ocupaciones forzosas, alternadas con otras dos grandes aficiones que había alimentado desde niño (el dibujo y la práctica de deportes, con especial dedicación al fútbol y a las pruebas atléticas de fondo), no le impidieron forjarse, al mismo tiempo, una exaltada y personalísima voz poética que irrumpió gratamente en el panorama literario de su país a mediados de los años treinta, por medio de una brillante opera prima titulada Absoluto amor (México; Fábula, 1935). La crítica y los lectores especializados, sorprendidos por la frescura y calidad literaria de esta primera entrega lírica de Efraín Huerta, aplaudieron el tono angustioso de las elegías amorosas que daban forma a la mayor parte de este libro, al tiempo que señalaban las claras influencias de la corriente posmodernista que aún gozaba de cierta vitalidad en las Letras hispanoamericanas del momento.

Sin embargo, apenas un año después de la salida a la calle de este primer poemario de Huerta vio la luz una segunda entrega lírica del vate de Guanajuato que, bajo el título de Línea del alba (México; Fábula, 1936), rompía de forma radical con la corriente estilística y temática de sus versos anteriores para adentrarse con vigor y audacia en la mejor estela del surrealismo hispanoamericano, siempre agitado por unas preocupaciones sociales y políticas que integraban, en su cauce de imágenes deslumbrantes, la voz cercana al hombre de la calle. Ya por aquel entonces, el joven Efraín Huerta se había convertido en una de las cabezas visibles del bullicioso grupo Taller, un colectivo cultural que, constituido por algunas voces tan prometedoras para la literatura mexicana como las de Octavio Paz y Miguel Nicolás Lira, postulaba una profunda renovación del quehacer literario desde todos los frentes posibles, en medio de una proteica asimilación de la conciencia colectiva del momento, muy sacudida por los acontecimientos históricos y las revueltas políticas que tenían lugar en todo el planeta. Así, en el segundo poemario de Efraín Huerta se mantienen confuerza las encendidas composiciones amorosas y las osadas pinceladas eróticas que se habían hecho presentes en Absoluto amor, pero aparece también una feraz vena política que riega todas sus páginas e introduce de lleno la actividad cultural del grupo Taller en la dolorosa realidad de los conflictos bélicos que, por aquellos años, sacudían al Viejo Continente.

En plena Guerra Mundial, la conciencia política del poeta de Guanajuato adoptó un nítido contorno de canto civil que se hizo patente en algunos poemas como «España, 1938», «Esa sangre» y «Elegía y esperanza», todos ellos recopilados en una tercera entrega poética que vio la luz, a mediados de los años cuarenta, bajo el título de Poemas de guerra y esperanza (México; Tenochtitlán, 1944). Ya por aquel entonces, Efraín Huerta estaba considerado como uno de los mejores periodistas del país azteca, donde sobresalía con luz propia merced a los artículos de crítica literaria y artística que se publicaban en diferentes medios de comunicación desde que, en 1936, confirmara su valía literaria con la mencionada publicación de Línea del alba. Comenzó, en efecto, a darse a conocer como periodista por medio de unas excelentes crónicas que juzgaban la actualidad teatral y cinematográfica mexicana de los años treinta, a las que añadió sus interesantes opiniones sobre los libros de reciente aparición y sobre las exposiciones plásticas de la época. Su facilidad para expresarse en las páginas culturales de numerosos periódicos y revistas le permitió contar con una vasta legión de lectores fieles que le siguió cuando empezó a abordar todas las modalidades de la prensa escrita, en la que llegó a convertirse en un modelo de rigor informativo y calidad literaria, lo que le valió -entre otros muchos honores y reconocimientos- el Premio Nacional de Periodismo otorgado en 1976.

No obstante, esta fecunda actividad periodística no mermó la constante dedicación de Efraín Huerta al cultivo de la creación poética. Aún no había concluido la Segunda Guerra Mundial cuando dio a la imprenta su cuarto volumen de versos, presentado bajo el epígrafe de Los hombres del alba (México; Géminis, 1944). En esta obra, el poeta de Guanajuato plasmó mejor que nunca las dos vertientes temáticas que constituyen el eje central de su poesía: por un lado, el canto cívico alentado por sus continuas preocupaciones sociales y políticas, y aquí enfocado a las bruscas diferencias sociales que podían observarse en las grandes ciudades mexicanas (así, v. gr., en el poema titulado «Declaración de odio»); y, por otra parte, su permanente mirada introspectiva hacia ese sentimiento amoroso que, en el reflejo de su sensible intimidad, siempre cobra tintes angustiosos y desgarrados (como queda patente en los poemas titulados «Declaración de amor» y «La muchacha ebria»).

Al margen de su creación literaria, el compromiso cívico de Efraín Huerta salió a relucir también en algunas actuaciones públicas que le llevaron a prestar diferentes servicios políticos y diplomáticos. Así, desempeñó varios cargos sindicales hasta que, en 1952, fue nombrado secretario general del Congreso Nacional de la Paz de México, lo que le permitió realizar numerosos viajes por Europa y los Estados Unidos de América. Fruto de estas experiencias fueron los poemas recogidos, a mediados de los años cincuenta, en la quinta entrega lírica del vate de Guanajuato, titulada Poemas del viaje (1949-1953) (México; Litoral, 1956), un volumen en el que Huerta reflejó con hondo sentir poético y agudo acento cívico las impresiones recibidas durante la contemplación de diferentes espacios naturales y urbanos (el Mississippi, la Florida, el cielo neoyorquino, el curso del Danubio, Praga, Budapest, etc.), así como el dolor que le produjo el conocimiento de otras realidades foráneas (como la actuación del Ku Klux Klan en el estado de Alabama). Casi al mismo tiempo, Huerta dio a la imprenta otro poemario -el sexto de su ya celebrada producción lírica- en el que volvía a abordar el sentimiento amoroso y la preocupación urbana presentes en Los hombres del alba, bien reflejados ahora -respectivamente- en «Esto es un amor» y «Avenida Juárez», dos de las mejores composiciones del volumen que lleva por título Estrella en alto y nuevos poemas (México; Metáfora, 1956). Tres años después, la obsesión de Efraín Huerta por las salvajes contradicciones que se producían a diario en las grandes urbes de su patria fructificó en otro poemario titulado ¡Mi país, oh mi país! (1959).

Posteriormente, y tras la publicación de dos nuevos libros de versos que recuperaban con nostalgia los años juveniles –El tajín (México; Cuadernos de Pájaro Cascabel, 1963)- y el desgarrado sentir amoroso –Poemas prohibidos y de amor (México; Siglo XXI, 1973-, Efraín Huerta volvió a los anaqueles de las librerías con Los eróticos y otros poemas (1974), obra que continuaba valiéndose de la explosión de ese filón amoroso que tanto interés despertaba en su amigo y compañero de aventuras literarias juveniles Octavio Paz.

A pesar de las críticas que recibió por sus cada vez más frecuentes e intempestivas incursiones en el canto cívico (sustentadas, en buena medida, en los elogios que Paz dedicara a la producción erótico-amorosa de Huerta, en menoscabo de sus composiciones comprometidas), el audaz poeta mexicano se volcó de lleno en la vertiente socio-política de su creación, para dar a la imprenta dos recopilaciones de sus últimos poemas caracterizadas por su tono elegíaco y airado -en ocasiones, verdaderamente exaltado y colérico-, así como por la recuperación de algunas de las figuras cívicas y literarias que mayor influencia dejaron en su forma de pensar y de escribir. Si ya en Poemas prohibidos se había hecho patente el homenaje del poeta de Guanajuato a algunos autores como Federico García Lorca y Sor Juana Inés de la Cruz, en estas dos muestras antológicas de su reciente quehacer literario -presentadas bajo los títulos de Poesía (La Habana; Casa de las Américas, 1975) y Antología poética (Guanajuato; Gobierno del Estado de Guanajuato, 1977)- sorprendió la aparición de algunos nombres propios tan significativos como los de Ernest Hemingway, Roque Dalton, Franz Kafka, Ernesto «Che» Guevara e, incluso, el líder vietnamita Ho Chi Minh1. Durante las décadas de los años sesenta y setenta, Efraín Huerta se había convertido desde sus aclamadas tribunas periodísticas en un privilegiado observador de los grandes acontecimientos políticos que sacudían al Tercer Mundo, con especial atención a los conflictos bélicos y los procesos revolucionarios desarrollados en África, Asía y, sobre todo, en Hispanoamérica, donde la evolución del nuevo régimen cubano constituyó uno de los temas predilectos del autor. Gran parte de las reflexiones que le suscitaron estos acontecimientos históricos tomaron forma poética para dar substancia a sus últimas entregas líricas, entre las que sobresalen las tituladas Circuito interior (1977), Transa poética (1980) y Amor, Patria mía (1980).

Al tiempo que pergeñaba estos últimos libros de versos, Efraín Huerta desarrolló una nueva vertiente creativa que, caracterizada por el humor, la ironía, la crítica mordaz y un toque de moderada sabiduría oriental, fue floreciendo en los denominados «poemínimos», una serie de brevísimas composiciones líricas que participaban por igual del espíritu y la forma de los hai kai japoneses, las greguerías de Gómez de la Serna, los aforismos presocráticos y, en definitiva, cuantas manifestaciones de la poesía y el pensamientos breves ha producido de la historia universal de las Letras. Creados por Efraín Huerta hacia finales de los años sesenta, estos originales e ingeniosísimos poemas vieron la luz en una interesante recopilación publicada diez años después, bajo el título de Estampida de poemínimos (Puebla; Premio Editora S. A., 1980).

Entre los numerosos premios y reconocimientos que consagraron a Efraín Huerta como una de las grandes figuras de la literatura hispanoamericana del siglo XX, sobresalen «Las Palmas Académicas» concedidas por el gobierno francés en 1949, además del prestigioso Premio Xavier Villaurrutia (1975), el Nacional de Literatura y el ya mencionado Nacional de Periodismo.

Bibliografía

  • AGUILAR, Ricardo D. «Efraín Huerta. La estructura de su poesía», en Plural (México, 96 1979).

  • ARELLANO, Jesús. «Efraín Huerta, el poeta proscrito», en Nivel (México), págs.10-16, (14 1975).

  • CASTRO LEAL, Antonio. La poesía mexicana moderna, pág. 140 (México; Fondo de Cultura Económica, 1953).

  • MONSIVÁIS, Carlos. La poesía mexicana del siglo XX, págs. 55-59 (México; Empresas Editoriales, S. A., 1966).

  • SOLANA, Rafael. «Efraín Huerta», en Nivel, págs. 1-4 (México, 26,1961).