Felipe II. Rey de España (1527-1598)


Rey de España, llamado el Prudente, nacido el 21 de mayo de 1527 en Valladolid y muerto el 13 de septiembre de 1598 en El Escorial. Fue hijo primogénito del emperador Carlos V y de la emperatriz Isabel de Portugal.

Felipe II. Sánchez Coello.

La infancia del príncipe Felipe

El 11 de marzo de 1526, en el alcázar de Sevilla, Carlos V contrajo matrimonio con su prima Isabel de Portugal. La joven pareja pasó su luna de miel en la Alhambra granadina, donde fue concebido el futuro Felipe II.

El 21 de mayo de 1527, con la Corte trasladada a Valladolid, la reina se puso de parto. El alumbramiento fue difícil y largo, duró trece horas. Según cuentan las crónicas de la época, la comadrona que asistía a la reina Isabel la instó a que gritara, a lo que la reina contestó, en su portugués natal: Nao me faleis tal, minha comare, que eu morirei, mas no gritarei.

Seis semanas después del parto, el príncipe fue bautizado por el arzobispo de Toledo en el convento de San Pablo de Valladolid. Como padrinos ejercieron el condestable de Castilla, el duque de Béjar y la hermana mayor del Emperador, Leonor. La situación política internacional provocó que la alegría de Carlos V fuera efímera, ya que la guerra con Francia se recrudeció en estas fechas. El 6 de mayo de 1527 las tropas imperiales habían castigado la alianza del papa Clemente VII con el rey francés en el famoso Saco de Roma. Las noticias de este suceso llegaron a Valladolid en el mes de junio, lo que provocó el fin de los festejos. La difícil situación política absorbió la atención del Emperador, que en los años siguientes apenas pudo encargarse de la educación de su primogénito.

El 10 de mayo de 1528, los procuradores de las Cortes se reunieron en el convento madrileño de San Jerónimo donde reconocieron al niño como regente del reino. El 27 de julio de 1529 el Emperador embarcó en Barcelona, para no regresar hasta 1533.

La infancia del príncipe transcurrió entre las ausencias de su padre y los desvelos de la Corte, encabezada por su madre. Tuvo una infancia solitaria, como casi todos los príncipes de la época, alejado del contacto con otros niños de su edad. Ello, unido a la temprana muerte de su madre, marcó su carácter. Felipe creció muy unido a sus hermanas: María y Juana; y a su madre. En los primeros años de su vida tuvieron gran protagonismo los personajes portugueses de la Corte de Isabel, especialmente la dama Leonor Mascarenhas.

Fue la emperatriz Isabel la que inculcó a su hijo el sentido del deber y la profunda religiosidad de la que hizo gala a lo largo de toda su vida. La Emperatriz procuró en todo momento estar junto a sus hijos, pero Carlos V consideraba necesario que el que estaba llamado a ser su sucesor recibiera una cuidada educación y que no pasara su infancia rodeado de mujeres, por ello, nombró a Pedro González de Mendoza mayordomo mayor y ayo del príncipe. La labor de González de Mendoza consistió en instruir al príncipe en el protocolo de la Corte, ofrecerle una sólida formación religiosa e inculcarle los valores que Carlos V consideraba imprescindibles en su sucesor. El ayo del príncipe tenía la misión de informar asiduamente al Emperador de los progresos y del aprendizaje de su heredero. A este efecto, González de Mendoza mantuvo una amplia correspondencia con el Emperador, que supone un importante testimonio no sólo de la educación recibida por el príncipe sino también de la vida en la Corte.

Emperador Carlos V. Tiziano.

En 1533 Carlos V regresó a España y tomó las riendas de la educación del príncipe. Al año siguiente nombró como preceptor al erudito Martínez de Silíceo. La preceptura de Martínez de Silíceo tuvo graves deficiencias, hasta el punto de que el príncipe Felipe aún no sabía leer ni escribir a los siete años de edad. En 1535, el Emperador decidió que había llegado la hora de que su heredero tuviera casa propia y saliera de la tutela de su madre y las damas de la Corte. Pedro González de Mendoza fue sustituido por Juan de Zuñiga, que enseñó al príncipe equitación, esgrima y maneras cortesanas. El nuevo ayo era mucho más austero y severo que el anterior. Ese mismo año Carlos V volvió a abandonar España, los años siguientes estarían marcados por un continuo ir y venir del Emperador. En estos años se redactaron una serie de manuales especiales destinados al aprendizaje del príncipe. También, se tradujo al castellano la obra de Erasmo de Rotterdam Institución del príncipe cristiano, para que sirviera de guía a sus educadores. Entre 1535 y 1540 Martínez Silíceo mantuvo una nutrida correspondencia con el Emperador informándole de los avances en la educación de su hijo.

La salud del joven príncipe no era especialmente mala, aunque a lo largo de su infancia padeció enfermedades provocadas por sus hábitos alimenticios. En 1535, al parecer por culpa de un envenenamiento por salmonela, estuvo a punto de morir. A partir de entonces se extremaron las preocupaciones en la Corte y Felipe desarrolló una eterna preocupación por su estado de salud y su higiene personal. En contraposición a su más o menos débil salud, el príncipe era agraciado físicamente y, según un reciente estudio del historiador Henry Kamen (Felipe de España. Madrid, Siglo XXI, 1997), se convirtió en un gran seductor al que apasionaban las aventuras amorosas. Era un gran bailarín y disfrutaba de las fiestas y la música.

En el verano de 1538 Carlos V regresó a España en busca de fondos y hombres para las guerras europeas. En octubre se convocaron Cortes en Toledo. Estas supusieron una gran decepción para el Emperador, ya que se negaron a proporcionar más dinero. Durante la primavera de 1539 la emperatriz, de nuevo embarazada, enfermó en Toledo. A finales de abril de ese año sufrió un aborto y su estado de salud empeoró. El 1 de mayo de 1539 la emperatriz Isabel falleció. Esta muerte afectó mucho al príncipe Felipe, hata el punto de que en esa fecha se puede decir que acabó su infancia y se inició su larga preparación como heredero del Emperador. Ese mismo año Carlos V salió de España para acabar con una revuelta en Gante. Debido a la edad del príncipe, se formó un consejo de regencia formado por el cardenal Tavera, el duque de Alba y Francisco de los Cobos.

Duque de Alba. Tiziano.

El año de 1540 fue especialmente difícil tanto para Carlos V como para el Imperio. La Reforma Protestante se extendía por Alemania, el rey de Francia fomentaba las aspiraciones de los protestantes y reclamaba el estratégico ducado de Milán; Castilla sufría los efectos de las malas cosechas y las excesivas guerras. A todo ello se sumaba la amenaza otomana, cada vez más poderosa gracias a la dirección de Solimán.

La mayoría de edad: su formación como gobernante

La muerte de la emperatriz y la deficiente educación del príncipe, llevaron a Carlos V a tomar medidas para convertir a Felipe en un buen heredero. En 1541 Silíceo fue destituido, Carlos V nombró a nuevos profesores, Cristóbal Calvete de Estrella, Honorato de Juan y Juan Ginés de Sepúlveda. Por expresa recomendación de Martínez de Silíceo no se buscó ningún profesor de lenguas modernas, por lo que el príncipe nunca fue capaz de hablar las lenguas de sus dominios ni de los reinos vecinos, aunque llegó a entenderlas. El joven Felipe no fue un buen alumno, pese a los esfuerzos de sus profesores y a la insistencia de su padre, nunca llegó a dominar el latín, su caligrafía no era buena, sus conocimientos del griego muy elementales, y su estilo literario, en el mejor de los casos, mediocre. Mostró mayor interés por la danza, la música y la caza. A partir de 1540 tuvo un profesor de música, Luis Narváez. A partir de 1541, el príncipe dispuso de un secretario personal, Gonzalo Pérez. Ese mismo año Felipe fue declarado mayor de edad y puso fin al luto que había guardado por su madre.

Los profesores del príncipe Felipe recibieron considerables recursos económicos para formar una biblioteca para el heredero. En la década de 1540, Felipe inició una de las mayores aficiones de su vida, el coleccionismo de libros. El príncipe llegó a formar una de las mayores bibliotecas de su tiempo, atesorada en su obra magna, el Monasterio de El Escorial. Entre sus aficiones se encontraban también los torneos y las justas, tanto era así que el Amadís de Gaula fue siempre uno de sus libros predilectos. Desde pequeño, el príncipe organizaba torneos y justas con sus compañeros de estudios, entre los que se encontraba el hijo de Juan de Zúñiga, Luis de Requesens. El príncipe Felipe mantuvo un gran interés por las artes en general, lo que le llevó a ser uno de los mayores mecenas de su tiempo, pero mostró especial predilección por la arquitectura.

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Herrera. Madrid.

Por orden de Carlos V se redactó un libro que describía como fue educado el príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos. Una vez redactado el libro, se ordenó a Zúñiga que lo usara como modelo para educar al príncipe Felipe. Gracias a estos esfuerzos, la educación del príncipe mejoró considerablemente. Se puso especial énfasis en enseñar al joven príncipe a ser disciplinado, autocontrolarse y no mostrar sus emociones en público.

En 1542 el príncipe Felipe realizó su primer viaje de Estado. Carlos V, tras su desastrosa expedición a Argel se refugió en Bugía (Argelia), de donde pasó a Cartagena a finales de 1541, desde allí hizo llamar a su hijo y ambos se encontraron en Ocaña en mayo de 1542. Una vez allí emprendieron viaje a Valladolid y el 22 de mayo la comitiva viajó hasta Burgos. El 2 de junio se dirigieron a Navarra y el día 22 llegaron a Monzón, en Aragón. El objetivo del viaje era que el príncipe jurase los fueros de la Corona de Aragón. Por ello, se convocaron las cortes en Monzón. Felipe enfermó de fiebres y estuvo convaleciente hasta el mes de agosto. Entre finales de septiembre y principios de octubre las distintas cortes juraron al príncipe. En esos meses los franceses amenazaron la frontera. El 12 de octubre el príncipe marchó hacia Zaragoza y Carlos V a Barcelona. Ambos volvieron a reunirse a principios de noviembre en Barcelona, donde el príncipe disfrutó de la vida nocturna de la ciudad y de las fiestas que se hicieron en su honor. En noviembre la comitiva marchó a Valencia y a finales de año el príncipe regresó a Castilla.

Tras este viaje, el Emperador inició la que sería su ausencia más larga, estuvo catorce años fuera, y dejó a su hijo al frente del gobierno. Para ayudar al joven príncipe, Carlos V confeccionó un consejo de regencia integrado por políticos de su confianza: Francisco de Cobos, el Duque de Alba, el cardenal Tavera y Fernando de Valdés. El Emperador recomendó a su hijo, en dos cartas, conocidas como Instrucción, la mejor manera para tratar con sus consejeros e imponer su autoridad. Los consejos que le dio su padre, acompañaron a Felipe a lo largo de toda su vida: no fiarse nunca de nadie, no demostrar sus emociones, aparecer en público a horas determinadas, ser devoto, temeroso de Dios y justo. En la segunda de las cartas, Carlos V hizo una serie de recomendaciones a su hijo sobre su vida privada que Felipe no atendió.

A medida que el príncipe se iba haciendo con las riendas del gobierno y aprendía el funcionamiento de los diferentes consejos de la Monarquía Hispánica, cada vez fueron mayores los roces entre padre e hijo. El Emperador solicitaba continuamente fondos para sufragar sus campañas y Felipe se quejaba del perjuicio que estas peticiones hacían al bienestar de los reinos. En 1544 el Emperador firmó con el rey de Francia la Paz de Crêpy, para alivio de la Corte y de su hijo. A pesar de estas diferencias, Carlos V nunca desautorizó a su hijo en público, es más, estaba orgulloso de la independencia del príncipe y de su buena voluntad para el gobierno. Felipe se entregó a sus nuevas responsabilidades, mostrando un gran interés por todo lo que sucedía en sus dominios. Zúñiga en una carta al Emperador fechada el 8 de junio de 1543 decía a este respecto: «Su Alteza recibió las Instrucciones, con los poderes q V. Mgd. le invia para la overnacion destos reynos y de Aragon. Y despues de leydo todo, invió las instruciones particulares a los tribunales y consejos, y a començado a entender con mucho quydado en lo q se le manda, y hasta aqui con buena voluntad. Y todo se comunica con el duque de Alba y el Comendado Mayor de Leon«. A finales de 1543 la autoridad del príncipe era incontestable, manejaba todos los asuntos importantes del gobierno, participaba en los consejos, dictaba órdenes y recibía audiencias.

En esos momentos la Corte se encontraba dividida en dos facciones antagónicas, que pese a sus diferencias siempre colaboraron con las decisiones reales. Por un lado se encontraba el grupo dirigido por el cardenal Tavera, presidente del Consejo de Estado, arzobispo de Toledo e inquisidor general. El otro grupo estaba dirigido por Francisco de los Cobos, que controlaba la administración. De este grupo formaban parte Fernando de Valdés, presidente del Consejo Real; y Francisco García de Loaysa. El Duque de Alba se encontraba ajeno a ambos grupos, aunque acabaría aliándose con la facción de Cobos. Entre ellos, el más importante de los colaboradores del príncipe fue Gonzalo Pérez, su secretario personal y secretario del Consejo de Estado.

En 1543 la Casa del Príncipe, presidida por Zúñiga, estaba compuesta por 110 personas. Los gastos corrientes ascendían a 32.000 ducados, una octava parte de los gastos de la Casa del Rey. El príncipe basaba su alimentación en el consumo de carne, en ocasiones se incluían hortalizas y frutas, pero nunca pescado.

En 1542 Carlos V había firmado las Leyes Nuevas, un intento de regularizar la situación de los territorios americanos. Una figura capital en su implantación fue Bartolomé de Las Casas, que en 1544 regresó a América, como obispo de Chiapas, para impulsar la nueva legislación. La aplicación de las Leyes Nuevas estuvo a punto de provocar un motín entre la población española de América, que no estaba dispuesta a perder sus privilegios. La situación fue especialmente grave en el Virreinato del Perú, donde Gonzalo Pizarro encabezó una revuelta. El príncipe Felipe reunió a sus consejeros en 1545 para buscar una salida. Finalmente se envió un negociador, Pedro de la Gasca, que logró, en 1548, acabar con la sublevación y ejecutó a Pizarro. Para el príncipe Felipe esta fue su primera acción de gobierno importante.

El primer matrimonio: María Manuela de Portugal

A partir de 1541 Carlos V empezó a considerar la necesidad de casar a su heredero para asegurar la sucesión dinástica y fortalecer las alianzas internacionales. El Emperador pensó inicialmente en la francesa Juana de Albret, heredera del Bearne, una rica región situada al sur de Francia; pero el proyecto fue vetado por Francisco I, ya que si el Bearne caía en manos de Carlos V, éste podía poner en peligro la unidad territorial de Francia.

Francisco I de Francia con su familia y miembros de la corte.

Tras el fracaso de las negociaciones, Carlos V consideró la posibilidad de mejorar las relaciones con Francia a través de un doble enlace con los hijos de Francisco I. Pensó casar a Felipe con Margarita de Valois, y al heredero de Francia, Enrique, con la princesa María, sobrina del Emperador e hija de Fernando de Austria. Para afianzar esta unión, Carlos V estaba dispuesto a ceder, el Milanesado o los Países Bajos. El príncipe Felipe se negó al matrimonio al considerar inadmisible tanto la cesión del Milanesado como la de los Países Bajos.

El propio príncipe presentó dos candidatas a su padre, María Tudor; y su favorita, María Manuela de Portugal. La preferencia de Felipe por María Manuela pudo estar motivada por la juventud de ésta y por el recuerdo de su madre, la emperatriz Isabel, que también era portuguesa. El Emperador accedió a los deseos de su hijo e inició los trámites con la corona portuguesa. Para el Emperador, Portugal suponía un buen aliado frente a Francia y, además, albergaba esperanzas de conseguir una buena dote.

Las negociaciones matrimoniales fueron complejas debido al parentesco que unía a ambos príncipes. El rey portugués Juan III, era hijo de Manuel I El Afortunado y de la infanta María, hija de los Reyes Católicos; y era hermano de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V y madre del príncipe Felipe. Por otra parte, el emperador Carlos era hermano de Catalina de Austria, la esposa de Juan III. A la complicada relación de parentesco, se sumaba la mala situación económica de Portugal. Juan III pretendía casar a su hija con su hermano, el infante Luis, para rebajar la dote. La intervención de la reina Catalina de Austria fue fundamental para los planes de Carlos V. Las presiones de Catalina, la gran diferencia de edad entre el infante Luis y su sobrina María Manuela y las enormes posesiones territoriales de Carlos V acabaron por decidir a Juan III.

Un sector de la nobleza portuguesa se oponía al enlace debido a que en caso de que el príncipe Juan Manuel, el heredero al trono, falleciera sin descendencia, los derechos sucesorios pasarían a la princesa María Manuela y por tanto al príncipe Felipe.

A principios de 1543 se fijaron las capitulaciones matrimoniales, en las que además se incluía el matrimonio del heredero portugués con la hija de Carlos V, Juana de Austria. Desde ese momento se iniciaron los trámites con el Papado para obtener la necesaria dispensa que permitiera en enlace entre los primos hermanos. La dote fue fijada en trescientos mil ducados.

El matrimonio por poderes se celebró en Portugal el 12 de Mayo de 1543. El representante del príncipe Felipe fue Luis Sarmiento de Mendoza. Tras las primeras celebraciones la princesa emprendió viaje para encontrarse con su futuro esposo, en este viaje estuvo escoltada por el duque de Braganza y el arzobispo de Lisboa. Por su parte, el Emperador eligió a Juan Alfonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia y a Martínez Silíceo, obispo de Cartagena, para recibir a la princesa. Tras encontrarse ambas comitivas, una serie de incidentes diplomáticos estuvieron a punto de hacer fracasar el proyecto.

El 13 de noviembre de 1543 María Manuela y Felipe llegaron a Salamanca, donde el día 14 se celebró el matrimonio. Las fiestas populares se sucedieron durante cinco días. Tras los fastos, los jóvenes se dirigieron a Valladolid y a su paso por Tordesillas, acudieron a visitar a la abuela de ambos, la reina Juana la Loca, que llevaba tres décadas encerrada. Pese a su locura y a su encierro, mientras vivió fue considera reina de Castilla conjuntamente con su hijo, el emperador Carlos. Así lo demuestra el hecho de que el príncipe Felipe, durante estos años firmase sus decretos en nombre de la Catholica Reyna y Emperador y Rey mis señores.

Juana I, La Loca, reina de Castilla.

El Emperador mostró gran interés por las relaciones entre María y Felipe, preocupado porque un exceso de actividad sexual acabara con la salud de su hijo, como ocurrió con el príncipe Juan. El Emperador hizo todo lo posible por limitar los encuentros entre ambos. Felipe se mostró dispuesto a hacer poco caso a su padre en este asunto, pero un virulento ataque de sarna, poco después de la boda, le obligó a dormir lejos de su esposa.En la madrugada del 8 al 9 de Julio de 1545 María Manuela de Portugal dio a luz en Valladolid a un varón, el parto fue muy doloroso y el niño nació muy débil. En honor a su abuelo el nuevo infante recibió el nombre de Carlos. La alegría duró poco ya que cuatro días después del parto, moría la princesa de Asturias. La muerte de María sumió al príncipe en una profunda tristeza que tardó años en superar, se refugió en el trabajo y se apartó de su hijo que, desde los primeros momentos de su infancia, dio muestras de tener graves problemas físicos y mentales.

La regencia de los reinos peninsulares y la formación internacional del príncipe de Asturias

Tras la muerte de María Manuela, y poco después del cardenal Tavera, Felipe se dedicó de lleno al gobierno. En 1546 falleció Juan de Zúñiga, que había acompañado al príncipe desde su infancia; y el 10 de mayo de 1547 murió Francisco de los Cobos. De sus principales consejeros sólo el Duque de Alba estaba vivo, pero en 1546 fue llamado a Alemania por el Emperador para preparar una nueva campaña contra los protestantes. El Emperador puso a nuevos consejeros al lado de su hijo, entre los que se encontraban Fernando de Valdés y Luis Hurtado de Mendoza. Pese a la importancia que estos hombres tuvieron en la Corte, el príncipe no dependió de ellos como de los anteriores y empezó a tomar sus propias decisiones. Para reforzar la autoridad del príncipe, Carlos V le nombró duque de Milán el 16 de septiembre de 1546.

Felipe aconsejó en repetidas ocasiones al Emperador que moderase sus gastos, ya que la población no podía seguir pagando sus grandes empresas. Felipe y Francisco de Cobos, opinaban que el sistema impositivo debía mejorarse, y a través de todos los medios a su alcance intentaron hacer frente a los costosos gastos militares a los que estaba sometido el Imperio, vendiendo juros, arrendando impuestos y solicitando subsidios en las Cortes. La situación económica era desesperada y a pesar de los esfuerzos la economía se desmoronaba, ni siquiera la llegada de la plata de América podía paliar la mala situación de las finanzas del reino. En 1546, todas las rentas estatales estaban empeñadas hasta 1550. Felipe escribía a su padre, el 20 de diciembre de 1546, mostrándole su preocupación: «De manera que a lo que yo siento, y a lo me ha significado el Comendador Mayor antes de su indisposición, para dezir verdad a Vuestra Magestad como se deve dezir, esto se puede tener por muy acabado. Ny se sabe de donde ny como se cumpla y buscar arbitrios y formas de donde se encarescer, y esto se tiene por cierto que proncipalmente ha puesto al Comendador Mayor en el estado en que está, y aggravado su mal«.

Felipe actuaba como regente de unos reinos que suponían el corazón del imperio de su padre. Castilla tenía entonces una población de unos cinco millones de personas y la Corona de Aragón aproximadamente un millón y medio. A pesar del carácter agrario de la economía, el regente se veía obligado a importar grano de forma regular para asegurar el abastecimiento de los mercados. La expansión demográfica que se produjo en la primera mitad del siglo XVI acentuó aún más los problemas de abastecimiento de la población. Tanto el regente como su gobierno se preocuparon por encontrar una solución a los problemas de su pueblo. Se adoptaron leyes para regular la mendicidad, se crearon hospitales para los necesitados y en las universidades se debatía sobre el problema de la pobreza. Otros grandes debates de la época eran los indígenas de América y la situación de los judíos conversos. En lo referente a América, el príncipe se mostró partidario de la postura de Bartolomé de Las Casas. En cuanto al problema de los conversos, Felipe se mostró decidido a luchar contra el antisemitismo de algunos altos cargos, como el obispo Silíceo que en 1546 había emitido un estatuto por el que obligaba a probar la limpieza de sangre a los aspirantes al cabildo toledano. Felipe suspendió el estatuto.

En 1547 se produjeron una serie de hechos fundamentales en Europa. El 28 de febrero falleció Enrique VIII de Inglaterra, el 31 de marzo expiró Francisco I de Francia, un año antes habían muerto Lutero y Khair Barbarroja. Con ello, los principales enemigos de Carlos V desaparecían. Además, el propio Emperador padecía de gota y veía su final cercano. Era urgente preparar a Felipe para la nueva situación política. La paz entre las distintas potencias hacía que el viaje del príncipe hasta los Países Bajos fuera seguro. Por todo ello, a principios de 1548 Carlos V ordenó al Duque de Alba que fuera en busca de su hijo. Antes de que éste partiera, elaboró una serie de Instrucciones en Augsburgo que debían ser entregadas al príncipe. El Duque de Alba tenía además la misión de introducir en España el ceremonial de la Corte de Borgoña, con el objetivo de preparar al príncipe para sus nuevas responsabilidades al frente de los dominios paternos.

Lutero. Lucas Cranach, 1522.

La marcha del príncipe Felipe provocó las protestas de las Cortes de Castilla, que llevaban años sin su rey y que temían perder también a su príncipe. El archiduque Maximiliano, sobrino del Emperador, quedó al frente de la administración de los reinos peninsulares. El archiduque desembarcó en Barcelona en la flota de Andrea Doria, que esperó en el puerto a la llegada del príncipe Felipe para llevarlo a Italia, de donde pasó a los Países Bajos. En septiembre de ese año, el archiduque Maximiliano contrajo matrimonio con su prima María de Austria.

Las ciudades italianas recibieron con grandes festejos al séquito del príncipe Felipe, el cual dejó una grata impresión. El príncipe disfrutó de los festejos que se hicieron en su honor y se destacó tanto en los bailes como en los torneos. En este viaje por Italia conoció al gran pintor Tiziano, al que encargó algunos retratos. A finales de enero de 1549 la comitiva abandonó Italia. En Trento, a donde llegó el 24 de enero, el príncipe fue recibido por los prelados dependientes de Carlos V que participaban en el Concilio y por el joven Mauricio de Sajonia, con el que el príncipe entabló una buena relación. El viaje hacia los Países Bajos duró seis meses llenos de festejos. En abril de 1549 llegó a Bruselas, donde se reunió con su padre y con el principal consejero de éste, Granvela. La reina María de Hungría, hermana de Carlos V y regente de los Países Bajos, dio una gran fiesta a los viajeros.

Felipe y Carlos pasaron tres meses en Bruselas debido a la mala salud del Emperador. El príncipe Felipe tuvo dificultades con