Enrique I, rey de Germania (876-936).
Rey de Germania (919-936), nacido en 876 y fallecido en Memleben (Sajonia) el 2 de julio de 936. Conocido como Enrique el Pajarero por su afición a la cetrería, fue el fundador de la dinastía alemana, reconocido como tal en su propia época. Su benevolencia como gobernante le aseguró la fidelidad de los príncipes alemanes y en el exterior llevó a cabo victoriosas campañas contra los vendos.
Síntesis biográfica
Hijo del duque Otón de Sajonia, Enrique luchó en su juventud contra las tribus eslavas del este del ducado de su padre. En 912 murió el duque Otón y Enrique le sucedió, heredando además de Sajonia las tierras de Turingia y una parte de la Franconia. Tuvo oposición para heredar estos Estados, ya que el rey Conrado I se negó en un principio a reconocer el testamento de Otón, instigado por algunos prelados, que veían con preocupación la independencia mostrada por Enrique respecto a la Iglesia. Finalmente, el rey accedió y Enrique entró en posesión de todos los Estados que había regido su padre. Casó con Matilde.
En otoño de 935 sufrió un ataque de apoplejía, mientras se encontraba de caza en Bodfeld. Queriendo asegurar su sucesión, reunió una asamblea de nobles en Erfurt a comienzos del año siguiente, en la que su primogénito, Otón, fue aceptado como sucesor, a pesar de la reclamaciónm de Enrique, su hijo menor. Enrique el Pajarero murió poco después de un segundo ataque de apoplejía y fue enterrado en la iglesia de San Pedro, fundada por él en Quedlimburg.
Consolidación del reino
Antes de morir Conrado I, había recomendado a los magnates que eligiesen como sucesor a su antiguo enemigo, Enrique de Sajonia, y envió a Sajonia a su hermano para que llevase a Enrique las insignias reales. La coronación de Enrique I tuvo lugar en Fritzlar, en la frontera entre Sajonia y Franconia, en mayo de 919, en una ceremonia puramente secular, que mostraba el rechazo que este rey mostró a comienzos de su reinado por la alta clerecía y su influencia secular. En la proclamación participaron sobre todo los señores de Sajonia y Franconia y no hay ningún motivo para pensar que los príncipes de los ducados del sur estuviesen de acuerdo en la elección. En realidad, su poder como rey no era mucho más grande que como duque, ya que su principal aliado, Everardo de Franconia, había sido hasta poco antes un férreo opositor a la casa de Sajonia y su lealtad tuvo como contrapartida la casi total independencia de su ducado. Los ducados de Baviera y Suabia quedaron fuera de la esfera de autoridad de Enrique. Burchardo de Suabia se rindió incondicionalmente ante la noticia de la aproximación de Enrique (que no se sabe si llegó a entrar en el ducado) y éste le permitió retener el ducado, arrogándose únicamente el derecho a nombrar a los obispos. La sumisión de Baviera fue más difícil, ya que su duque, Arnulfo, tenía intención de presentar su candidatura al trono alemán; si no lo hizo fue por la oposición de la clerecía, entre la cual el duque gozaba de pésima reputación. Enrique I sólo consiguió la sumisión de Arnufo en 921, después de haber lanzado dos campañas contra Baviera, pero debió garantizar al duque unas particulares condiciones muy favorables: Arnulfo fue el único duque con la autoridad para designar a los obispos en su ducado y gozó de unos derechos casi soberanos, con potestad para acuñar moneda, dirigir la política exterior bávara o fechar los documentos por su año de reinado.
Enrique I no estuvo de acuerdo con la partición de Verdún y quiso incluir la Lorena dentro del reino Alemania. La tarea era difícil y para acometerla, el rey quiso aprovechar los incesantes enfrentamientos entre los magnates de la Francia occidental. Enrique ayudó a Gilberto (o Giselberto) de Lorena cuando sus Estados fueron atacados por los francos occidentales y mantuvo su amistad hasta 920, pero aquel año, Gilberto se pasó al lado de Carlos el Simple y en 921 participó en la campaña que el rey occidental lanzó contra el reino de Enrique. El 7 de noviembre de 921, Enrique se entrevistó en Bonn con Carlos el Simple y reconoció su autoridad sobre Francia y Lorena. Pero durante los siguientes años, Francia se vio inmersa en una guerra civil, disputado el trono de Carlos por el duque Roberto de Borgoña. Enrique quiso aprovechar esta situación para arrancar Lorena de la Francia occidental y en primavera de 923 cruzó el Rin y se entrevistó en Jülich con el duque Roberto, de quien se declaró aliado. A finales de año Enrique entró en Lorena, acudiendo a la llamada de Gilberto, que había vuelto a cambiar de bando, y se apoderó de una buena parte del país. Fue detenido por Rodolfo de Borgoña, sucesor de Roberto, que había reunido un gran ejército contra Enrique. No tuvo lugar ninguna batalla y se firmó una tregua para un año, pero la parte oriental de la Lorena quedó bajo el control de Enrique. En menos de dos años, el duque Gilberto volvió a cambiar sus alianzas y se pasó al lado del duque Rodolfo, cuyo reconocimiento era cada vez mayor. En 925 Enrique lanzó una campaña contra Zülpich, donde el duque de Lorena se había refugiado. Gilberto fue capturado y no tuvo más remedio que reconocer la soberanía de Enrique, con lo cual, Lorena pasó a ser parte de Alemania. En 928 el rey estrechó los lazos dinásticos con Lorena al casar a su hija, Gerberga, con el duque Gilberto.
Política exterior
Los belicosos húngaros, que durante los primeros años del reinado de Enrique I habían permanecido fuera de las fronteras de su reino, invadieron Sajonia en 924. Arrasaron todo el ducado, sin que nadie, ni siquiera el rey, osase hacerles frente. Enrique, que se había refugiado en la fortaleza de Werla, tuvo un enorme golpe de suerte cuando un importante caudillo magiar cayó en sus manos; el rey rechazó el rescate y ofreció su libertad sólo a cambio de que los húngaros abandonasen Sajonia y se comprometiesen a mantener una tregua de nueve años; por su parte, Enrique accedió a comprar la paz mediante un tributo anual.
Por otra parte, los eslavos (también llamados vendos) de fuera de las fronteras habían mantenido guerras intermitentes contra los alemanes desde la época de Carlomagno. Enrique I hizo de su sumisión un asunto de prioridad y entre 928 y 932 lanzó campañas contra ellos, todas ellas coronadas por el éxito. La primera de ellas tuvo como resultado la conquista de Brandeburgo y la sumisión de las tribus eslavas de Havel. Después fueron vencidos los dalemintzi del bajo Elba, conquistada la ciudad de Jahna y Enrique ordenó construir la fortaleza de Misnia como base para futuras operaciones. La conquista de Bohemia se hacía también necesaria, ya que Drahomina, madre y regente del joven duque Wenceslao, había prestado ayuda a los eslavos en sus guerras contra los alemanes. Enrique consiguió el apoyo de Arnulfo de Baviera y en 929 ambos entraron en Bohemia; Wenceslao acababa de asumir el poder y rápidamente se desmarcó de la imprudente política practicada por su madre: cuando el ejército alemán se acercaba a Praga, el duque rindió sus tierras a Enrique y las volvió a recibir en calidad de feudos, comprometiéndose también a pagar un tributo anual de seiscientos marcos de plata.
Pero en 929 una revuelta de los redarii culminó en la conquista de la ciudad de Walsleben, a raíz de la cual se extendió la rebelión por todas las tribus eslavas. Enrique mandó a sus lugarteneintes, los condes Bernardo y Thietmar, a sofocar la rebelión. El 4 de septiembre los alemanes vencieron a los eslavos del Elba, matando un enorme número de enemigos (200.000, según Widukind, cifra sin duda exagerada); los vendos capitularon y consiguieron la paz a cambio de un tributo anual y su conversión al cristianismo. Con la sumisión e imposición de tributo a los lausacianos (932) y ukrani (934), la labor de Enrique I contra los eslavos terminó y aunque su dominación distaba mucho de ser completa, la obra de Enrique allanó el camino de su sucesor al oriente del Imperio.
La tregua con los húngaros terminó en 933 y Enrique I se negó a renovar el tributo. Los magiares reaccionaron enviando un ejército a Alemania, pero cuando éste se dividió y uno de los cuerpos marchó hacia Sajonia, Enrique tomó la iniciativa y con su reestructurado ejército les venció y mató a sus caudillos, haciendo que los supervivientes se dispersaran. Después marchó el rey al encuentro del otro cuerpo del ejército, al que venció en Riade (15 de marzo de 933), poniendo fin a la amenza húngara.
Sólo los daneses permanecían insumisos, protagonizando frecuentes incursiones en la costa de Frisia. En 934 Enrique I entró en Dinamarca, donde el rey Gorm el Viejo se rindió sin lucha, pero la paz fue a costa del establecimiento de la marca de Schleswig.
Política interior
Enrique I aprovechó el respiro que le brindó la paz con los húngaros para acometer una serie de medidas defensivas que asegurasen el país. Alemania desconocía las ciudades fortificadas y Enrique vio la necesidad de fortificar los castillos y de construir ciudades amuralladas. Concibió la ciudad como un centro económico, judicial y social, pero también como refugio en época de invasiones. Por ello mandó asegurar con foso y murallas algunos centros urbanos, como Merseburg, Quedlinburg, Goslar, Gandersheim o Pöhlde, actividad que le valió entre escritores de épocas posteriores el sobrenombre de «constructor de ciudades» (‘Städteerbauer‘). Para promover la prosperidad de las ciudades ordenó que cualquier concilio, sínodo o reunión de relevancia se realizase en los centros urbanos y prohibió que ningún edificio importante fuese construido fuera de las murallas. El indisciplinado ejército también necesitaba de una reorganización para poder hacer frente a los enemigos de Alemania. Enrique, tomando como modelo a Inglaterra, animó a sus súbditos a que peleasen a caballo, dando así un gran impulso a la institución del arma de caballería. Los ministeriales establecidos en las fronteras con los pueblos eslavos se convirtieron en el núcleo del nuevo ejército y la caballería pasó a ser predominante y las campañas contra estos pueblos fueron la prueba que demostró que las medidas tomadas habían sido efectivas.
Durante los últimos años de su reinado, Enrique el Pajarero mostró un mayor interés en los asuntos eclesiásticos, según demuestra su participación en el sínodo de Erfurt (junio de 932), o el hecho de que impusiese el cristianismo a sus enemigos como condición para la paz. El rey ordenó construir una iglesia y un convento en Quedlimburg, lugar que fue su residencia más habitual y mostró su deseo de ir a Roma, no para recibir la corona imperial, puesto que incluso en Alemania había renunciado a ser coronado, sino como peregrino.
Bibliografía
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