Durero, Alberto (1471-1528).


Pintor y dibujante alemán, nacido en Nuremberg en 1471 y muerto en la misma ciudad el 6 de abril de 1528. Su nombre en lengua vernácula era Albrecht Dürer. Hijo de un orfebre emigrado de Hungría, aunque de origen alemán, con quien inicia su aprendizaje, decisivo en su obra a lo largo de toda su producción. Más tarde adquiere una sólida formación como pintor y grabador trabajando, entre 1486 y 1490, en el taller de Michael Wolgemut y Wilhelm Pleydenwurff.

Entre 1490 y 1494, realiza un viaje decisivo al alto Rin, sobre todo a Basilea, que le permite profundizar en sus conocimientos sobre la ilustración de libros. Entre 1494 y 1495 se encuentra en Venecia y Norte de Italia, donde conoce el arte del Renacimiento italiano, sobre todo la obra de Mantegna y Bellini. Esta experiencia le inspirará obras claramente italianizantes, como el Tríptico para el Elector de Sajonia y La Virgen de la National Gallery de Washington.

Del conocimiento de la obra italiana le fascinó, al igual que a otros artistas, los paisajes y colores de la pintura veneciana, que inspiraron vistas de ciudades y paisajes en acuarela. La más famosa se conserva en Oxford, titulada Wehlsch Pirg o montaña italiana. También le interesaron los trajes de tipo oriental, que recogió en numerosos dibujos de aguda precisión documental.

En 1495, se instala definitivamente en Nuremberg, donde establece su propio taller. A partir de 1498 adquiere una gran fama debido a la serie de 14 xilografías con temas del Apocalipsis; en ellas consigue unos efectos lumínicos y de claroscuro sin precedentes, obtenidos mediante la sutil variación del espesor de las líneas, tanto en los contornos como en el trazado interno. Análoga perfección alcanzan las siete laminas, contemporáneas o inmediatamente posteriores, con el tema de la Gran Pasión, entre las que Lamentación por Cristo muerto es la base de la pintura del mismo nombre realizada en 1500 y conservada en la Pinacoteca de Munich. Durante estos mismos años (1498-1500), Durero realiza también una serie importante de pinturas, entre las que destacan los retratos Oswolt Krel y sus tres Autorretratos, el de 1493 conservado en el Louvre, el de 1498 en el Prado y el de 1500 en la Pinacoteca de Munich. Con estos autorretratos Durero va afirmando paulatinamente su conciencia orgullosa de artista, llegando a la osadía de asimilar su propia imagen con la de Cristo, en un intento inédito.

De 1504 es el Tríptico Paumgärtner y los paneles que nos han llegado del Altar de Jabach, que revelan el interés aprendido en Italia por la representación espacial, unido al gusto de la pintura nórdica por el detalle pintoresco o realista.

En 1505 Durero regresa a Venecia, donde permanece dos años, y consigue un gran prestigio en el ambiente cultural de la ciudad; allí recibe el encargo, por parte de la colonia alemana, de realizar la tabla de altar de la Virgen del Rosario para la iglesia de San Bartolomeo, donde se separa del insistente dibujismo de sus obras anteriores para introducir el colorismo tardío de Bellini. En los mismos años pinta también obras de menor formato como La Virgen de Lugano, de 1506 o el Retrato femenino, conservado en Berlín, donde igualmente se muestra la difuminada utilización de gamas tonales propias de la pintura veneciana.

Su importante producción pictórica se combina siempre con la realización de grabados. Durante estos años, una vez dominada totalmente la técnica del buril, realiza temas como Las cuatro brujas o El sueño del sabio (de enigmático significado moral), o como Sol Iustiae y Némesis (de culta inspiración humanística). En ellos, junto a la maestría técnica, muestra una inigualable fantasía.

En 1508, de vuelta en Nuremberg, pinta el altar de los Diez mil mártires, para el Elector de Sajonia, y al año siguiente La Coronación de la Virgen, para los dominicos de Frankfurt, hoy desaparecida y de la que se conserva una copia. En 1511 pinta La adoración de la Trinidad para una iglesia de Nuremberg. Paralelamente a todas estas obras que reflejan la influencia de la pintura veneciana, desarrolla una tendencia hacia la realización de composiciones bien articuladas, de amplio formato. Desde 1510, se dedica con más intensidad al grabado realizando el ciclo de Vida de la Virgen, y añade cuatro escenas nuevas al ciclo de la Gran Pasión. En 1511 obtendrá un éxito notable con la serie de 36 grabados, denominada la Pequeña Pasión. Entre 1513 y 1514 realiza una serie de celebres grabados de complejo significado alegórico, El caballero, la muerte y el diablo, San Jerónimo en su estudio y la Melancolía I, este último rico en referencias esotéricas, con secretas referencias al desarrollo espiritual del artista.

En 1512, Maximiliano I lo toma a su servicio, y a partir de 1515 le asigna un sueldo anual vitalicio. Para este soberano realiza dos retratos y numerosa obra gráfica, como Ilustraciones para los márgenes del Libro de rezos del emperador Maximiliano o la Puerta del honor, en el que la representación de un arco de Triunfo, celebra la virtud y el poder imperial. De esta época son sus primeros grabados con la técnica del aguafuerte, mediante la cual consigue efectos alucinantes y visionarios, como en El hombre desesperado y el Rapto de Proserpina.

En 1520 se produce la muerte del emperador, y Durero se traslada a Holanda, al servicio de Carlos V. Durante el viaje realiza una serie de bocetos con visiones de ciudades, figuras animales, objetos, etc, todos con la técnica de punta de plata. Es importante el conocimiento de la obra de Lucas de Leiden, que influirá en su obra gráfica, así como los contactos con los pintores flamencos, que le estimularon sobre todo en su obra retratista. Este género ofrecía en ese momento grandes posibilidades, debido al gran florecimiento económico de la burguesía urbana. Del período comprendido entre los años 1521 y 1526 son los espléndidos retratos Bernhart von Resten, Gentil hombre desconocido, Hieronymus Holzschuler, Jacob Muffel y Johan Kleberger.

Retrato de Hieronymus Holzschuher (Óleo sobre panel, 1526). Gemäldegalerie, Staatliche Museen (Berlín).

En 1528 muere Durero en Nuremberg tras donar al consejo de la ciudad su última gran obra, Los cuatro apóstoles, paradigma de su evolución artística de inspiración monumental y religiosa, en la que muestra el austero testimonio de sus nuevas convicciones religiosas, maduradas en el clima de la Reforma.

En toda su producción, sin duda, Durero no trató de alejarse nunca de su doble aprendizaje como orfebre y grabador, ni trató de minimizar la huella del medio nuremburgués en el que creció y vivió, ambiente austero y poco permeable a los atractivos del lujo. Pero Durero no descuidó ningún medio de ampliar sus conocimientos. Su viaje al alto Rin le permitió iniciarse en el arte del buril y aligerar su estilo mediante el estudio de los grabados de Schongauer, su maestro predilecto. En este sentido, más fructíferas fueron sus experiencias venecianas y el descubrimiento de las obras de Mantegna y Bellini, que le ayudan a ensanchar su visión y contener en parte sus tendencias expresionistas. Conquistado por las ideas científicas, tras su segunda estancia en Venecia, se entrega a trabajos teóricos sobre perspectiva y proporciones del cuerpo humano, ensayando la representación del desnudo, medio por excelencia para los maestros del Renacimiento de alcanzar la armonía. Estudios que se materializan en su escrito de 1525 sobre perspectiva y geometría, y en el Tratado de cuatro volúmenes, publicado en 1528, sobre las proporciones del cuerpo humano.

Pero pese a sus esfuerzos se le escapa la representación de la Belleza Ideal propia de las búsquedas italianas, y la Naturaleza es, como en todos los pintores del Norte, la fuente del arte por excelencia. La escruta incansablemente; muchos de sus apuntes demuestran el rigor de su análisis, manifestando la adhesión a su formación como dibujante grabador, técnica en la que se muestra en toda su libertad expresiva. Mejor que en las pinturas, donde su colorismo y su factura minuciosa perjudican a la grandeza de su inspiración (a excepción de obras como Los cuatro Apóstoles, de carácter verdaderamente monumental, y la incomparable serie de sus retratos), se muestra en las artes gráficas, donde Durero mejor expresa todo su genio poderoso y agudo.

Durero se siente dominado por el intento de controlar los problemas de la forma y la traducción de un espacio real y convincente, utilizando los juegos de color y luz para trasmitir la espiritualidad. En sus obras más conocidas (El Caballero, La Muerte y el Diablo, La Melancolía y San Jerónimo en su celda) revela, además de su grandeza técnica, la profundidad de su pensamiento, atormentado por el pesimismo en conflicto con la seguridad ofrecida por el humanismo y la fe del cristiano.

El mensaje de Durero, de alcance universal, ha rebasado con mucho los límites de su época y de su país. Convertido en europeo gracias a la enorme difusión de sus grabados, ejerció sobre la pintura alemana una gran influencia debido a que su estilo ofrecía el medio de adherirse al espíritu del Renacimiento sin renunciar totalmente a la tradición de la Edad Media tardía. Su estilo fue prolongado en Nuremberg por sus discípulos y luego por los denominados «maestros menores» y los adornistas, como Flötner o los Jamnitzer, cuyo lenguaje decorativo ha inspirado a legiones de orfebres, armeros y ebanistas. Su influencia, mezclada con la de Grünewald, se expresa en la obra de Hans Baldung, dibujante y colorista de gran talla que mezcla sus conocimientos humanistas con la representación de demonios insólitos; igualmente se manifiesta en la de Urs Graf, Nicolás Manuel y Hans Leu, representantes de la «escuela de los Lansquenetes», cuyo expresionismo, ahíto de extranjerismo, parece reflejar la vida tumultuosa que se lleva en todos los campamentos situados entonces en la Italia septentrional.

El Tríptico Paumgärtner.

El retablo de Paumgartner (Óleo sobre panel, 1498-1504). Alte Pinkothek (Múnich).

Fue realizado hacia 1504 (todavía en su etapa juvenil), poco tiempo después de su primer viaje a Venecia. En él se manifiesta todavía la influencia de la visión flamenca de la pintura. La composición se mantiene dentro de la tradición del gótico tardío; en la tabla central se representa la escena principal y en las hojas laterales los donantes y santos, concebidos con un canon distinto al de la Virgen y sin que se establezca ninguna relación con la escena central.

La tabla central muestra su conocimiento y acercamiento al mundo veneciano. El espacio se representa mediante la introducción de arquitecturas que presentan distintos puntos de fuga. La Virgen es retratada en un sentido muy tradicional, tanto en el colorido empleado como en el gusto por diferenciar las calidades. El paño extendido de su manto, tan típico de la pintura del norte, impresionó a los venecianos, sobre los que Durero tendrá también una notable influencia.

Retrato de Oswolt Krel.

Oswald Krell: mercader de Lindau (Óleo sobre papel limado, 1499). Alte Pinkothek (Múnich).

Se conserva actualmente en la Pinacoteca de Munich, Durero lo pinta en 1499, tras su primer viaje a Venecia. La composición, realizada casi a la manera de un retablo, es bastante original. La figura muestra la influencia italiana, en su presencia física y su posición compositiva. De Bellini recoge el gusto y el tratamiento del paisaje, que igualmente se manifiesta en el tratamiento de los paños, más apartados de la tradición flamenca.

En sus retratos Durero recrea el gusto por la expresividad de los rostros, que se consigue, como era habitual, mediante el fruncimiento del ceño de los personajes, lo que va a constituir una constante en su obra.

Autorretrato. Museo del Prado

Autorretrato a los 26 años (Óleo sobre panel, 1498). Museo del Prado. Madrid.

Durero se retrata en plena juventud (contaba entonces con 26 años), con una postura noble y elegante, ataviado con una rica vestimenta pero sin lujos, observando fijamente al espectador con un rostro cuya mirada refleja la belleza psíquica y la paz interior. La figura aparece fuertemente iluminada por una luz irreal que no produce sombras y que hace destacar la cabeza de la profunda penumbra de un habitáculo que se abre al fondo sin precisar ningún adorno ni detalle decorativo en las paredes. La figura de medio cuerpo y girado en tres cuartos, ocupa prácticamente todo el centro de la tabla, abriéndose a su izquierda un vano en la habitación para mostrar un bello e idílico paisaje, que recuerda los paisajes de Patinir, donde la representación de la naturaleza domina sobre cualquier intervención humana.

Sobre el quicio de la ventana Durero escribió «…1498. Yo he pintado esto después de mi propio rostro Tenía veintiséis años. Alberto Durero…» Sus autorretratos revelan la estima y el valor que de sí mismo y su actividad como artista tenía Durero. En Europa, y por tanto en la Alemania de su momento, todavía no se había producido el cambio de estimación por la labor artística, considerándose artesanos a los artistas, al margen de cualquier dedicación de tipo intelectual. Este paso, que ya había sido dado en Italia, será mucho más lento en el resto de los países, y Durero con sus propias representaciones intenta establecer esa consideración.

Adán y Eva. Museo del Prado.

Adán y Eva (Óleo sobre panel, 1507). Museo del Prado (Madrid).

Son los dos primeros desnudos realizados a tamaño natural en la pintura germánica, y constituyen dos de las más importantes obras de Durero. Realizadas después de su segundo viaje a Venecia, presentan un cartelito colgado en la rama del árbol que acompaña a Eva en el que se puede leer «Alberto Durero, alemán, la pintó después del parto de la Virgen, en 1507». Esta obra enlaza con la preocupación por el estudio de la anatomía y la búsqueda de la Belleza Ideal, que le había suscitado su segundo viaje a Venecia. Puesto que en Alemania en ese momento era impensable pintar un tema mitológico y profano, como Venus, para expresar mediante el desnudo los cánones clásicos de las figuras y la búsqueda de la belleza, Durero lo hará a través del tema religioso de Adán y Eva.

Son dos figuras de fuerte plasticidad, que van a codificar su ideal de clasicismo mediante el estudio de la figura humana, por lo que hace que los cuerpos desnudos queden fuertemente contrastados con un fondo completamente oscuro. Hay una expresada voluntad de analizar las dos naturalezas humanas, hombre y mujer, que se presentan formalmente volviendo la cabeza ligeramente hacia el interior del cuadro, hacia donde también inclina los cuerpos. La figura de Eva, más grácil y provocativa que la de Adán, presenta una cierta inestabilidad.

Con estos desnudos Durero codifica lo que va a ser el ideal de belleza nórdico, arremetiendo contra los cánones impuestos por los italianos en el siglo XV: una cabeza más que la medida italiana, lo que provoca un cierto estilizamiento de los cuerpos, caderas estrechas y ligera deformidad del vientre.

Obra

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Bibliografía.

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  • BERTRAND VERGES, J.A.: La alquimia en el Bosco, Durrero y otros pintores del Renacimiento. Barcelona, 1988.

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E. Alegre Carvajal