Corneille, Thomas (1625-1709).


Dramaturgo, gramático y traductor francés, nacido en Ruán el 20 de agosto de 1625 y fallecido en Les Andelys (Normandía) el 8 de diciembre de 1709. Era hermano menor del gran monstruo de la escena francesa Pierre Corneille (1606-1684), al que estuvo firmemente ligado durante buena parte de su vida. Miembro de la Académie Française desde el 23 de noviembre de 1684, ocupó precisamente en tan docta institución la plaza que acababa de dejar vacante el célebre autor de Le Cid (1637), recientemente desaparecido.

Vida y obra

Al igual que hiciera su hermano mayor -que superaba su edad en diecinueve años-, el pequeño Thomas ingresó, en su niñez, en el Colegio de los Jesuitas de su ciudad natal, donde adquirió una notable formación humanística que luego habría de servirle de gran provecho para sus afanes literarios y lingüísticos. Siguiendo, asimismo, los pasos de Pierre, cursó estudios superiores de Derecho en la Universidad de Caen, y el 21 de octubre de 1649 comenzó a trabajar como abogado, profesión que habían desempeñado también su padre y su abuelo. Por aquel entonces, su hermano Pierre ya ejercía como tutor suyo desde hacía diez años, pues las afinidades estéticas e intelectuales que unían a ambos empujaron al ya prestigioso dramaturgo a asumir la tutela y educación del joven Thomas a raíz de la muerte del padre de ambos, acaecida en 1639.

En su condición de hombre de Leyes, el joven Thomas Corneille empezó a trabajar en el Parlamento de Normandía, institución en la que permaneció muy poco tiempo, ya que su poderosa inclinación hacia el Arte de Talía, alimentada por la admiración que profesaba hacia su hermano, le animó a consagrarse de lleno a la escritura teatral. A partir de entonces, las vidas de ambos Corneilles transcurrieron paralelas hasta el fallecimiento del mayor, sobrevenido en 1684: Thomas vivió en la misma casa ocupada por su hermano, se casó con Marguerite de Lampérière -hermana de Marie, la esposa de Pierre- y empezó a escribir piezas dramáticas, oficio en el que llegó a convertirse en una de las grandes figuras de su tiempo (sin alcanzar nunca, eso sí, el grado de genialidad conseguido por las obras de su hermano mayor). Los dos matrimonios tuvieron el mismo número de hijos, y convivieron serena y armoniosamente bajo el mismo techo tanto en Ruán como en París (ciudad a la que se trasladaron en 1662).

Cuando, al mes y medio de la muerte de Pierre Corneille, su hermano Thomas fue elegido por unanimidad para que ocupara la plaza que había dejado vacante en la Académie Française (frente a la candidatura del duque de Maine, hijo ilegítimo de Luis XIV, quien no aprobaba la incorporación del bastardo a la docta casa), fue Racine (1639-1669), antiguo rival del autor de Le Cid sobre los escenarios franceses, quien asumió gustosa y voluntariamente la responsabilidad de pronunciar el discurso de bienvenida (2 de enero de 1685), en el que hizo un sincero y elocuente elogio de los méritos literarios del dramaturgo recientemente desaparecido. Años después, Voltaire (1684-1778) declaró que, con excepción del mencionado Racine, Thomas Corneille había sido el auténtico sucesor de su hermano en el teatro francés de la época, y añadió que habría gozado de una enorme reputación literaria si su obra no se hubiera relacionado y comparado de contino con la de Pierre. En cambio, otros escritores y críticos literarios estimaron que buena parte del prestigio conseguido por Thomas Corneille se debía a la fama heredada de su hermano mayor; así, Boileau (1636-1711) lo despachó diciendo que no era más que «un cadet de Normandia«, y La Harpe (1739-1803) señaló, entre los principales defectos de su teatro, una versificación floja e incorrecta.

En cualquier caso, lo cierto es que Thomas Corneille alcanzó un gran éxito popular con el estreno de algunas de sus numerosas piezas teatrales (escribió más de cuarenta), y un merecido prestigio como gramático y lexicógrafo. En el seno de la Académie, fue uno de los más activos colaboradores en la revisión del Dictionnaire, y elaboró por su cuenta dos espléndidas y utilísimas obras de este género: el Dictionnaire des termes des arts et des sciences (Diccionario de los términos de las artes y las ciencias, 1694) -compuesto por dos volúmenes, y presentado por el propio autor como una especie de apéndice particular al lexicón oficial de la Académie-, y el Dictionnarie universel géographique et historique (Diccionario universal geográfico e histórico (1708) -obra de madurez que logró concluir y dar a la imprenta un año antes de su muerte-. Además, en su condición de filólogo Thomas Corneille publicó en 1687 una edición crítica de las Remarques sur la langue française (Consideraciones sobre la lengua francesa), de Claude Favre de Vaugelas (1585-1650), y fue autor de una exquisita traducción al francés de las Metamorfosis de Ovidio (43 a.C.-18 d.C.) y de otra versión, en su lengua vernácula, de las fábulas de Esopo (620-560 a.C.), publicada bajo el título de Traduction des fables d’Ésope et de Philelphe, enrichie de discours moraux et historiques et de quatrains à la fin de chaque discours (1702).

En los inicios de su carrera profesional como dramaturgo, Thomas Corneille estuvo también muy influido por los gustos y las orientaciones estéticas de su afamado hermano, quien le inculcó su pasión por el teatro, la literatura, la historia y la cultura de España. Así, las dos primeras piezas estrenadas por el menor de los Corneille, Les engagements du hasard (1647) y Le feint astrologue (1648), ambas puestas en escena el Hôtel de Bourgogne, fueron dos comedias inspiradas en sendas obras de Calderón de la Barca (1600-1681); poco después, se basó en una pieza del toledano Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648) para componer una nueva comedia que, estrenada también en el Hôtel de Bourgogne bajo el título de Don Bertrand de Cigarral (1650), se convirtió en su primer gran éxito entre el público parisino, que acudió gustoso a presenciarla cuantas veces se repuso (entre 1659 y 1661 fue llevada a los escenarios en varias ocasiones por la compañía de Molière; y todavía en 1685, transcurridos siete lustros desde su estreno, hubo ocasión en París de asistir a una nueva puesta en escena de esta pieza tan aplaudida por la crítica y los espectadores).

En la misma línea de adaptar al gusto del público francés de la época los argumentos que habían triunfado unos años antes en los escenarios españoles, en 1651 Thomas Corneille presentó L’amour à la mode, adaptación de una pieza original del dramaturgo complutense Antonio de Solís (1610-1686). Hasta entonces, sólo había frecuentado los dominios de la comedia, limitación que amenazaba con privarle muy pronto del favor que el público le venía concediendo desde sus primeros estrenos, pues ya por aquellos años primeros de la década de los cincuenta, bajo el influjo poderoso del teatro de Racine, se imponía en los gustos dramáticos franceses el género trágico. Tuvo ocasión de comprobar esa variación del rumbo en los criterios estéticos a raíz del fracaso que cosechó con Le charme de la voix (1653), una comedia pastoril cuyo argumento fue tachado de excesivamente complejo y artificioso; así que, decidido a probar fortuna en otros registros genéricos, en 1654 aceptó competir con dos grandes figuras de la literatura dramática del momento, Paul Scarron (1610-1660) y François Boisrobert (1589-1662), en la composición de una tragicomedia sobre un argumento fijado de antemano. Thomas Corneille fue el primero en concluir su pieza, estrenada en medio de un clamoroso éxito en el teatro del Hôtel de Bourgogne, bajo el título de Les illustres ennemis (1654). El dominio del lenguaje florido y preciosista del que hacía gala en esta obra le abrió las puertas de los salones literarios y las fiestas mundanas del París de las «preciosas» y los «libertinos», donde pronto ganó fama por sus versos galantes y sus cartas de amor (casi siempre de encargo, por motivos circunstanciales).

La reputación adquirida en estos medios de la alta sociedad parisina dio un espaldarazo definitivo a la incipiente trayectoria teatral de Thomas Corneille, quien volvió a la comedia con Le geôlier de soi-même (1655), pieza que le granjeó nuevos tributos de admiración, a pesar de que las preferencias del público se habían decantado ya claramente en favor de la tragedia. Aun valorando el éxito cosechado con esta comedia, el ya asentado dramaturgo -acababa de cumplir los treinta años de edad- supo advertir la necesidad de centrarse en el género trágico, al que pronto aportó una de las obras maestras del teatro francés de la segunda mitad del siglo XVII. Se trata de Timocrate (Timócrates, 1656), una tragedia basada en un viejo argumento de la Antigüedad clásica que respondía plenamente a lo demandado por los espectadores de la época, y elaborada con una serie de ingredientes que constituían la base del gusto teatral francés de mediados del siglo: un lenguaje sobrio y depurado, pero de gran refinamiento expresivo; una aguda combinación de sentimientos (capitaneados por el deseo y la pasión amorosa) que complican la intriga sin llegar a hacerla inextricable; y un argumento de complejidad novelesca que, a pesar de las rígidas normas de la tragedia clásica, desemboca en un final feliz.

Estrenada en el Théâtre du Marais bajo la atenta mirada del Rey Sol -que, a partir de entonces, habría de estimar en grado sumo a Thomas Corneille, a quien brindó su favor y protección- Timócrates supuso la definitiva consagración del hermano menor del ya celebérrimo Pierre -quien, por aquellas fechas, había abandonado temporalmente la escritura dramática para dedicarse de lleno a su traducción al francés de De imitatione Christi, del agustino alemán Thomas A. Kempis (1380-1471)-. Además del amparo regio, Corneille se granjeó con este éxito el mecenazgo y la amistad de otras figuras que ostentaban un considerable poder en la corte francesa, como el duque de Guise y el estadista Nicolás Fouquet (1615-1680); y, en verdad, no era para menos, pues el triunfo cosechado por Thomas Corneille con Timócrates había superado los mayores éxitos de los tres grandes monstruos de la escena francesa del siglo XVII (es decir, Molière, Racine y su propio hermano Pierre), ya que ninguna de las obras firmadas por ellos -ni, por supuesto, ninguna de la estrenadas por otros dramaturgos menores- había logrado permanecer en cartel durante ochenta sesiones consecutivas, a lo largo de casi seis meses, con la sala del Marais abarrotadas siempre de público. Estos impresionantes registros alcanzados por la tragedia del menor de los Corneille convirtieron a Thomas en el protagonista del mayor éxito teatral de toda la centuria.

En vista de la fortuna con que se había adentrado en los dominios trágicos, Thomas Corneille siguió cultivando el género con otras obras que fueron acogidas con diferente grado de entusiasmo por parte de la crítica y el público. En Bérénice (1657) -pieza inspirada en la vasta narración Artamène ou le Grand Cyrus (Artamenes o el Gran Ciro, 1649-1653), de los hermanos Georges (1598-1667) y Madeleine de Scudéry (1607-1701)- volvió a hacer gala de ese exquisito lenguaje atildado que embelesaba a los preciosistas de la corte de Luis XIV, mientras que con La mort de l’empereur Commodo (La muerte del emperador Commodo, 1658) renovó la admiración del propio monarca, ya convertido en asiduo espectador de sus obras. Estas dos obras recién citadas fueron estrenadas, al igual que Timócrates, en el Théâtre du Marais; pero ya con Darius (Darío, 1659) Thomas Corneille regresó a su antiguo escenario habitual del Hôtel de Bourgogne, en donde se ofrecieron también sus dos siguiente tragedias, estrenadas bajo los títulos de Stilicon (Estilicón, 27 de enero de 1660) y Camma (28 de enero de 1661). Ambas piezas contaron con tal número de espectadores en sus primeras funciones que, según cuentan las crónicas de la época, el público acaba siempre por invadir la escena y dificultar con ello el trabajo de los actores, ante la imposibilidad de contenerse en la sala. Al parecer, fue el poderoso ministro de finanzas Nicolás Fouquet quien propuso a los hermanos Coneille la redacción de una serie de tragedias centradas en las figuras de Edipo, Camma y Estilicón; Pierre eligió el primer personaje como protagonista de su pieza, y Thomas aceptó trabajar sobre los otros dos.

Durante la década de los sesenta, el menor de los Corneille continuó escribiendo numerosas piezas teatrales y cosechando, con algunas de ellas, grandes éxitos entre el público parisino. Tras los estrenos de Pyrrhus, roi d’Épire (Pirro, rey de Épiro, 1661), Maximian (Maximiano, 1662), Persée et Démétrius (Perseo y Demetrio, 1662) y Antiochus (Antíoco, 1666), volvió a escuchar clamorosas ovaciones con Laodice (1668) y Le baron d’Albikrac (El barón de Albikrac, 1668), tragedias a las que siguieron otras dos piezas de idéntica naturaleza genérica en las que, como venía haciendo desde los inicios de su carrera literaria, Thomas Corneille supo adaptarse a los nuevos cambios operados en los gustos de la crítica y el público: La mort d’Hannibal (La muerte de Aníbal, 1669) y La comtesse d’Orgueil (La condesa de Orgueil, 1669). Además, sorprendió gratamente con una inesperada comedia, Le galant doublé (1669).

Desde 1662, los dos hermanos dramaturgos vivían ya en París, ciudad en la que compartieron residencia (una casa de la rue de Cléry) entre 1673 y 1681 (posteriormente, Pierre se afincó en la rue d’Argenteuil y Thomas en la rue du Clos-Georgeot). Ya por aquel entonces la fama de Pierre Corneille había sido eclipsada por los triunfos -ante la crítica y el público- de la nueva estética trágica impuesta por Racine, circunstancia que, inevitablemente advertida por Thomas Corneille, impuso en su escritura teatral ese cambio de registros apuntado en el parágrafo anterior, y tendente a adaptarse sin demora a los nuevos gustos del público. Estrenó, dentro de esta línea, una auténtica obra maestra, la tragedia de inspiración mitológica Ariane (Ariadna, 1672), así como otras obras que no incrementaron su prestigio, como Théodat (Teodato, 1672) y La mort d’Achille (La muerte de Aquiles, 1673). Pero un acontecimiento inesperado vino a imprimir, en el transcurso de este último año, un nuevo giro en su trayectoria estética. La repentina muerte de Molière privó de textos a la importante compañía teatral dirigida hasta entonces por el finado comediógrafo, y sus actores se dirigieron a Thomas Corneille para demandarle materiales aptos para la representación. A petición de la propia viuda de Molière, el menor de los Corneille escribió para dicha compañía Le festin de pierre (El convidado de piedra, 1673), una adaptación en verso del famoso Don Juan que estrenara el finado en 1665, aligerada de esos excesos licenciosos que, en su día, habían herido algunas sensibilidades en los escenarios parisinos. A partir de entonces, Thomas Corneille fue el autor-nodriza de la nueva troupe del Hôtel de Guénégaud, formada por la antigua compañía de Molière, dirigida por su antiguo hombre de confianza -el actor y dramaturgo La Grange (1677-1758)-, y reforzada por los mejores intérpretes de la ya extinta compañía del Marais.

Su producción, escorada de nuevo hacia los géneros más ligeros, se incrementó a mediados de aquella década de los años setenta con la comedia novelesca Dom César d’Avalos (Don César de Ávalos, 1674) y el espectáculo dramático-musical Circé (Circe, 1675), una «pièce à machines» (es decir, «pieza a base de tramoya o maquinaria») que, a medio camino entre la tragedia de siempre y la ópera naciente, reflejaba de nuevo a la perfección la asombrosa capacidad de Thomas Corneille para adaptarse a la evolución de los gustos. La asombrosa movilidad de los decorados causó furor entre el público que asistía, atónito y embelesado por los efectos de tramoya, a las representaciones de Circé, lo que animó a su autor a ofrecer una obra de naturaleza similar en el transcurso de aquel mismo año. Se estrenó así, en el otoño de 1675, L’inconnu (El desconocido), uno de los mayores éxitos del teatro francés del siglo XVII dentro de este género espectacular de las «pièces à machines«, y una obra que habría de seguir anunciando el nombre de Thomas Corneille en la cartelera de su nación durante buena parte de la centuria siguiente.

Sin embargo, en el verano de 1676 su obra de idéntico género titulada Le triomphe des dames (El triunfo de las damas) no recibió, ni mucho menos, esa calurosa acogida dispensada a Circe y L’inconnu, por lo que Corneille, temiendo un prematuro cansancio del público, aprovechó la estela del reciente éxito de Racine con Phèdra para retornar a la tragedia con Le comte d’Essex (El conde de Essex, 1678), pieza que confirmó su condición de autor polifacético, capaz de desenvolverse con soltura en los más variados géneros teatrales. En efecto, cada vez más confiado en sus posibilidades de triunfo en cualquier registro dramático, al año siguiente se atrevió a regresar al cultivo de la comedia con La devineresse (La adivina, 1679), y poco después compuso el libreto de una ópera, Bellérophon (Belerofonte) que no tuvo la fortuna de encontrar un adecuado acompañamiento musical hasta un siglo después, cuando fue estrenada en 1773 con partitura de Berton (1727-1780) y Grenier.

A pesar de esta acreditada versatilidad, el teatro de Thomas Corneille ya empezaba a fatigar a un público inconstante y veleidoso, acostumbrado a mudar de gustos literarios y de dramaturgos favoritos al menor soplo de viento. A partir de 1680, el escritor de Ruán, que ya había superado ampliamente el medio siglo de existencia, empezó a dejar de contar entre el grupo selecto de autores que nutrían la cartelera parisina, aunque no por ello dejó de escribir piezas teatrales, buscando con desesperación un éxito que le permitiera reverdecer sus laureles. De esta etapa postrera -y, ciertamente, irrelevante- de su carrera literaria datan algunas obras como la comedia de enigmas La pierre philosophale (La piedra filosofal, 1681), la comedia de costumbre L’usurier (El usurero, 1685), el drama Le baron des Fondrières (El barón de los Fondrières, 1686), el drama lírico Médée (Medea, 1693) -estrenado con acompañamiento musical del afamado compositor Marc-Antoine Charpentier (1634-1704)-, la tragedia Bradamante (1695) y la comedia Les dames vengées (Las damas vengadas, 1695), obra, esta última, que en cierto modo le permitió recordar sus éxitos de antaño, pues fue muy aplaudida por la crítica y el público de finales del siglo XVII.

Además de esta intensa dedicación a la escritura dramática y de esos valiosos trabajos de lexicografía y traducción mencionados más arriba, Thomas Corneille dejó una interesante producción periodística desplegada en las páginas de una de las publicaciones más relevantes de su tiempo, el Mercure Galant, editada -con privilegio real- desde el 15 de febrero de 1672. El director de esta famosa gaceta, ese pionero de la prensa escrita que fue Donneau de Visé, era amigo dilecto de el menor de los Corneille, con quien habría de colaborar en la redacción de la exitosa comedia La devineresse (La adivina, 1679), que fue objeto de cuarenta y siete representaciones consecutivas (cifra ciertamente respetable en la cartelera parisina del siglo XVII). Thomas Corneille publicó con asiduidad, a partir de 1677, sus colaboraciones periodísticas en el Mercure Galant, y llegó a compartir su propiedad con De Visé, en un período de esplendor que hizo de esta gaceta una especie de «órgano portavoz» de los sucesos acaecidos en la corte (y, por extensión, en toda la villa de París).

A comienzos del siglo XVIII, en contra de la voluntad del escritor de Ruán, su colaboración con el Mercure Galant quedó interrumpida, con lo que se vio privado de una de sus principales fuentes de ingresos. Para empeorar su situación -agravada también por el enojo que le había causado el matrimonio de una de sus hijas con el escritor y filósofo Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757)-, en aquellos difíciles años de su vejez fue perdiendo progresivamente la vista hasta quedarse totalmente ciego, por lo que la Académie Française le concedió una modesta pensión de «Veterano» -título creado ex professo para paliar su situación- y le exoneró de cualquier obligación contraída con la docta institución. Sin embargo, es fama que no descansó hasta que no tuvo entre sus manos la edición de su último y monumental proyecto lexicográfico, el Dictionnarie universel géographique et historique (Diccionario universal geográfico e histórico (1708), en cuya corrección llegó a trabajar hasta la extenuación, haciéndose ayudar por lectores auxiliares que suplían su falta de visión. Concluido, finalmente, este valioso trabajo, Thomas Corneille, a sus ochenta y tres años de edad, se retiró de la agitada vida parisina y se afincó en la localidad normanda de Les Andelys, en una propiedad heredada de su esposa, en donde vivió acosado permanentemente por los acreedores hasta que la muerte le libró, a finales del otoño de 1709, de las calamidades que amargaron sus postreros años de existencia.