Blake, William (1757-1827)
Poeta, pintor y grabador británico, nacido en Londres el 28 de noviembre de 1757, y fallecido en la capital inglesa el 21 de agosto de 1827. Por su radical evolución desde los postulados estéticos neoclásicos hasta la nueva corriente romántica; por su poesía original, profética y visionaria; y por los grabados con que él mismo ilustró la fuerza mística de sus poemas, está considerado como una de las figuras más significativas de la cultura y el arte británicos.
Nacido en el seno de una familia modesta (su padre era un humilde tendero que comerciaba con productos de mercería), no tuvo acceso a una esmerada educación, por lo que su formación académica se circunscribió, básicamente, al producto de sus numerosas lecturas. Este talante autodidacta le permitió imbuirse a su antojo en el legado del teósofo y místico alemán Jakob Böhme (1575-1624), cuyo reflejo de visiones y experiencias iluminativas habría de influir decisivamente en la vida y en la obra de ese ávido lector que era entonces William Blake. Asimismo, se adentró también en el conocimiento del misticismo científico propagado por el Emanuel Swedenborg (1688-1772), quien se creyó iluminado por Dios para ofrecer una nueva interpretación de las Sagradas Escrituras, interpretación que acabaría plasmando en su fundación de la Iglesia Nueva Jerusalén.
Al tiempo que progresaba por este cauce visionario, William Blake comenzó a cultivar su innata pasión por la pintura. Tras matricularse en una escuela de grabado, a los catorce años de edad empezó a colaborar, en calidad de aprendiz, con el famoso grabador James Basire, y al poco tiempo ingresó en la Royal Academy. Pero, una vez allí, enseguida se rebeló contra las enseñanzas de su director, sir Joshua Reynolds, un furibundo defensor de los postulados estéticos del neoclasicismo. Este radical enfrentamiento con las corrientes que estaban en boga en su tiempo no le impidió, empero, mantener fructíferas relaciones con algunos académicos ilustres (como el escultor John Flaxman y el pintor y escritor Henry Fuseli), cuyas obras también influyeron notablemente en la etapa de formación artística de Blake. Además de estas influencias, en su período de aprendizaje es fácil detectar la admiración que profesaba por la antigüedad helénica, y por algunos de los grandes maestros del Renacimiento como Rafael, Miguel Angel y Durero.
Así las cosas, a comienzos de la década de los años ochenta inauguró una imprenta propia en la que empezó a imprimir sus primeros poemas ilustrados por él mismo, obras que, aunque no le granjearon una enorme popularidad en su tiempo, hoy en día gozan de alta estima entre los seguidores del poeta. Sin embargo, y a pesar de la inestimable ayuda que en el negocio le prestara su mujer, la imprenta fracasó y William Blake se vio obligado a subsistir trabajando como grabador e ilustrador por cuenta ajena.
Iniciado en el cultivo de la poesía desde los doce años de edad, en 1783 sacó a luz sus primeros poemas impresos, una colección de versos juveniles que, bajo el título de Poetical Sketches (Esbozos poéticos), acusaban la inmadurez propia de cualquier obra primeriza, aunque también anticipaban algunos rasgos muy significativos de ese estilo que, andando el tiempo, habría de acuñar como propio. Este volumen no gozó de gran difusión, y William Blake siguió siendo más conocido por su faceta de ilustrador.
Seis años después dio a la imprenta otra colección de poemas, Songs of Innocence (Cantos de inocencia, 1789), compuesta por algunas piezas poéticas de extraordinaria calidad. Se trata de poemas de gran frescura y sobresaliente elocuencia, nacidos de un rapto de efusión mística que intenta llegar muy directamente al alma del lector. Posteriormente, opuso a esta obra sus Songs of Experience (Cantos de la Experiencia, 1794), en los que se mostraba mucho más realista a la hora de confiar en las escasas posibilidades de alcanzar la perfección humana, si bien recuperaba numerosos rasgos estilísticos y temáticos del poemario anterior. Contemplados como si de una obra unitaria se tratase, ambos volúmenes presentan grandes analogías, y contribuyen a ofrecer una imagen del alma humana en la que la inocencia y la experiencia aparecen como dos estados anímicos opuestos: «El cordero» (título de una composición del primer poemario) representa la inocencia propia de la niñez, cuando el alma, ajena a la corrupción derivada de la experiencia (representada, en el segundo volumen, por el poema titulado «El tigre»), se muestra en toda su pureza, sin la mancilla de la vida adulta. Posteriormente, Blake se dedicó a trabajar sobre esta tesis fundamental de su pensamiento lírico, que finalmente quedó desarrollada en la formulación de la idea de que la verdadera inocencia no puede darse sin haber conocido también la experiencia, que, para volver a su estado primigenio de inocencia, debe ser transformada por la capacidad creativa de la imaginación.
Estos Cantos aparecieron ilustrados -como ya se ha indicado más arriba- por los grabados del propio William Blake, quien exigió al lector de sus versos y -a la vez- contemplador de su obra gráfica una capacidad de recepción muy abierta y extremadamente imaginativa. La riqueza y variedad del oscuro simbolismo que plasmó en sus ilustraciones hace difícil encontrar su relación con los poemas a los que acompañan, máxime cuando no se comparte con el autor ese talante profético y visionario de que hizo gala tanto en su obra literaria como en su producción artística.
También fueron enormemente originales las técnicas empleadas para la estampación de estos grabados, hasta el punto de que, hoy en día, aún no se han podido identificar con certeza los procedimientos utilizados por Blake. En general, los estudiosos de su obra artística se inclinan por aceptar que el poeta primero escribía el texto, y posteriormente realizaba sobre una plancha de cobre los dibujos que habían de acompañar a cada poema. Valiéndose de una substancia insensible al ácido, conseguía que los trazos quedaran en relieve sobre la plancha; luego los pintaba con tintas de colores, estampaba el grabado en papel y, finalmente, retocaba el resultado con una mano de acuarela. Esta técnica fue denominada illuminated printing.
Respecto al enfoque estilístico de su obra plástica, conviene señalar el rechazo tajante de los postulados neoclásicos, ya que William Blake abogó siempre por el predominio de la imaginación sobre las fuerzas y conocimientos racionales. Convencido de que el aliento creador debía despreciar la mera observación de las formas naturales para adiestrarse en la reproducción de las visiones interiores, rechazó el academicismo imperante y volvió sus ojos hacia las formas observables en la estatuaria de los sepulcros medievales (que había estudiado y copiado durante su etapa de aprendiz), y también se fijó atentamente en las aportaciones del manierismo posterior. Consiguió así un trazo lineal basado en reiteraciones rítmicas que, al paso que se apartaban radicalmente de la estética neoclásica, acusaban notables influencias del susodicho Miguel Ángel (verbigracia, en la exagerada pronunciación de los escorzos y en la representación extrema de la musculatura). Así se aprecia claramente en uno de sus grabados más conocidos, «El anciano de los días», que encabeza su poema titulado «Europa, una profecía» (1794).
Este rechazo del legado del siglo XVIII convierte a William Blake en uno de los más emblemáticos prerrománticos, tanto en su condición de poeta como en su faceta de artista plástico. Por los demás, y atendiendo expresamente a la temática de su pintura, conviene destacar su fijación en los asuntos religiosos (así, por ejemplo, en las ilustraciones que realizó para la obra de John Milton, cuya poesía valoraba por encima de cualquier otra muestra de la lírica inglesa de todos los tiempos, a pesar de que le repugnaba su excesivo puritanismo). Esta temática religiosa está presente también en los grabados con que ilustró El viaje del peregrino, de John Bunyan, y en los que dedicó a la ilustración de la Biblia (entre los que sobresalen veintiún grabados sobre el Libro de Job). Además, se acercó a temas paganos a la hora de ilustrar la edición de los poemas de Thomas Gray, y realizó nada menos que quinientas treinta y siete acuarelas destinadas a adornar las Ideas nocturnas de Edward Young (aunque, de todas ellas, tan sólo fueron publicadas cuarenta y tres).
Entretanto, William Blake no desatendía su brillante producción literaria. A partir de 1789 se dio a escribir sus llamados «libros proféticos», una larga colección de poemas extensos en los que subyace siempre una idea fija: la verdad sólo emana de la visión profética. A lo largo de estos poemas, Blake fue creando una extraña y riquísima mitología individual en la que, a través de diversos personajes simbólicos nacidos de su fértil imaginación, tenían cabida todas sus preocupaciones sociales (así, verbigracia, Urizén simbolizaba la moralidad represiva, y Orc se convirtió en el paradigma arquetípico de la rebeldía). Firmemente decidido a romper con el pensamiento anterior y los moldes formales en que se expresaba, Blake hizo gala de un inconformismo radical que le llevó a escribir: «Debo crear un sistema o permanecer esclavizado por los de otros«. Y así, desde su propio sistema, alcanzó a tratar los aspectos temáticos más diversos, como bien puede deducirse de la mera enunciación de algunos de los títulos de los poemas pertenecientes a estos «libros proféticos»: «La Revolución Francesa» (1791), «América, una profecía» (1793), «Visiones de las hijas de Albión» (1793, donde presentaba la gratificación sexual como liberación ante la moral conformista), o «Europa, una profecía» (1794, donde mostraba su firme denuncia de la tiranía política y social imperante en todos los gobiernos ilustrados del siglo XVIII). En El libro de Urizén (1794) abordó, en cambio, la denuncia de la tiranía religiosa, y en El viajero mental (1803) afrontó el espinoso asunto de la explotación de los sexos. Además, entre estos «libros proféticos» se ubica una obra en prosa, titulada El matrimonio del cielo y el infierno (1790-1793), donde William Blake expone su original teoría de que «sin contrarios no hay progreso«; en dicha obra se incluyen los «Proverbios del infierno», una colección de sentencias formuladas, a veces, desde una perspectiva tan poética -y radical- como esta: «Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción«.
Además de estas obras mayores, William Blake publicó otros títulos como Una isla en la luna (1784), una ácida y amena sátira sobre sus primeros años de vida, o El libro de Thel (1789), donde desarrolló su propio concepto de la inocencia, que no deriva precisamente de la ignorancia sexual. También vio la luz una colección de sus epístolas, y un interesante cuaderno de notas, con apuntes gráficos y algunos poemas breves escritos entre 1793 y 1818. Este cuaderno se conoce con el nombre de Manuscrito Rossetti, ya que en 1847 fue adquirido por el gran poeta prerrafaelista Dante Gabriel Rossetti, que se convirtió en uno de los máximos valedores de la obra literaria y plástica de Blake.
En el último año del siglo XVIII, el poeta y pintor abandonó la capital londinense (en la que había pasado toda su vida) para instalarse en la ciudad costera de Felpham, donde permaneció durante tres años. Se consagró entonces a su faceta de creador plástico, patrocinado por el poeta y biógrafo inglés William Hayly, y se concentró en sus experiencia espirituales para irse volviendo, paso a paso, cada vez más visionario y oscuro. Ilustró el mencionado Libro de Job, la Divina Comedia (obra que dejó inconclusa) y la obra de Milton (1804-1808), y publicó Vala o Los cuatro Zoas (una serie de poemas sobre el alma humana, escritos en 1797 y reescritos a comienzos del siglo XIX) y Jerusalén (1804-1820). Cada vez más alejado de los argumentos y las formas métricas tradicionales, cultivó aquí el verso libre y alcanzó altas cotas de complejidad retórica que exigen una gran complicidad con el lector. Sin embargo, no dejaba de abundar en estas últimas obras sobre la tesis que había sustentado siempre, por medio de la cual afirmaba un tipo de inocencia, muy superior a la conocida hasta entonces, que nacía del triunfo del espíritu sobre los dogmas de la razón.
Ya por aquel entonces había retornado a su Londres natal, sumido en una vejez que se agravaba por la pobreza. En los últimos años de su vida tuvo la fortuna de que un grupo de jóvenes artistas e intelectuales, fervorosos admiradores de su obra, le socorrieran económicamente. Cuando murió, el día 12 de agosto de 1827, había dejado tras de sí un fecundo legado poético que, con el paso de los años, había de influir poderosamente en algunos creadores tan destacados como Swinburne, Yeats y Emily Dickinson.