Abu l-Walid Muhammad al-Rasid, Rey de la taifa de Córdoba (ca. 1020-1063).
Rey de la taifa de Córdoba, nacido hacia 1020 y muerto en Córdoba en 1063. Su gobierno siguió las mismas directrices que el de su padre y conservó la apariencia de una república.
Hijo de Yahwar, que había gobernado Córdoba sin adoptar ningún título desde la descomposición del califato (1031) hasta 1043, perteneció a la noble familia de los Banu Yahwar, del linaje de los Banu Abi Abda, clientes de los omeyas de Damasco. A la muerte de Yahwar, Muhammad obtuvo el poder por delegación de la asamblea de nobles cordobeses y tomó el título de al-Rasid, con lo que comenzó a formarse una dinastía reinante, a pesar de que Yahwar mantuvo en Córdoba una especie de «república burguesa», que comprendía la ciudad de Córdoba y su alfoz.
El gobierno de al-Rasid es conocido sobre todo gracias a la crónica de Ibn Hayyan, donde se ponen de relieve sus virtudes en un tono panegírico; no hay que olvidar que Ibn Hayyan fue secretario de al-Rasid y que éste salvó al cronista de la miseria, como él mismo afirma en su Dajira. Sin embargo las virtudes que Ibn Hayyan atribuye a al-Rasid también son mencionadas por diferentes cronistas. Efectivamente, parece que en sus veinte años de gobierno, al-Rasid continuó la política de su padre destinada a la normalización: anuló la confiscación de propiedades de aquéllos que habían abandonado Córdoba durante la guerra civil y devolvió éstas a su antiguos dueños; trató de frenar la acumulación de poder de ciertas instituciones como la policía, cuyos jefes habían disfrutado de gran impunidad durante la época califal; en el terreno administrativo, encargó completar el registro de la Cancillería Real, labor encomendada a Ibn Hayyan, el cronista antes citado.
Al-Rasid se vio obligado a expulsar de Córdoba a un hijo del efímero califa al-Murtadá, cuyos partidarios querían resucitar el trono califal, lo que da señal de la existencia de un partido omeya años después de que desapareciese el califato. En este sentido, al-Rasid debió esforzarse en calmar los ánimos de aquella facción. Al-Rasid no nombró un nuevo funcionariado, sino que confirmó en sus cargos a los magistrados que habían servido en la época de Yahwar.
También en política exterior siguió al-Rasid la política iniciada por su padre, al ofrecer asilo a los dos últimos gobernantes de la taifa de Niebla, Muhammad Ibn Yahya y Fath Ibn Jalaf, cuando Niebla y Gibraleón fueron anexionadas por Sevilla entre 1052 y 1053; también fueron acogidos en Córdoba por el mismo motivo los destronados reyes de Huelva, Abd al-Aziz al-Bakri (1052), y Algeciras, al-Qasim II (1054-1055). Además, al-Rasid medió para conseguir la concordia entre las diferentes taifas: hacia 1052 consiguió la conciliación del rey de Sevilla, Abu Amr Abbad Ibn Muhammad, y el de Badajoz, Muhammad al-Muzzafar, que habían entrado en guerra por causa de la alianza de Ibn Yahya de Niebla con el régulo de Badajoz, en contra del sevillano.
El mayor problema al que tuvo que enfrentarse al-Rasid fue la rivalidad de sus dos hijos: Abd al-Rahman y Abd al-Malik. El segundo fue nombrado heredero, a pesar de no ser el primogénito; al-Rasid había ordenado que el primero se ocupase de los asuntos financieros del reino, mientras que Abd al-Malik tomaba las riendas militares, puesto que le valió el acceso al poder, a pesar de sus pocas cualidades. En este punto, al-Rasid había roto la tradición iniciada por Yahwar, ya que obligó al pueblo a reconocer al heredero, aunque él mismo nunca se había apartado de la línea del visirato. Al-Rasid contó como visir con Abu l-Hasan Ibn al-Saqqa, personaje de origen pobre y que acumuló una gran tasa de poder en el gobierno de la ciudad. Éste fue asesinado, en los últimos días del gobierno de al-Rasid, por orden de Abd al-Malik (1062), quien así pretendía participar en la política local y anular a su hermano mayor. Es posible que el asesinato del visir respondiese a las intrigas del rey de Sevilla, que ya ambicionaba Córdoba.
Enfermo, Al-Rasid se retiró del poder y fue sucedido en 1063 por su hijo Abd al-Malik al-Mansur, que rompió la linea política que habían seguido sus antecesores y trató de ejercer el poder de como depositario de la soberanía.
Bibliografía
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JOVER ZAMORA, J.M. (coord.). «Los reinos de Taifas. Al-Andalus en el siglo XI», en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VIII-I. Madrid, Espasa Calpe, 1994.
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LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, J. E. «Los reinos de Taifas», en Historia de Andalucía, vol. II. Madrid-Barcelona, 1980.